La fiesta del
Eisteddfod se cumple puntualmente todos los años,
a fines de octubre, en la sede social del Club
Independiente de Trelew, como si se tratara de una
congregación ineludible. Y lo es, a pesar del
viento y la distancia que se interpone entre la
meca galesa de la Patagonia y los distintos puntos
del país a donde, finalmente, han ido a radicarse
los hijos de los colonos. En el antiguo idioma
celta el verbo 'eistedd' significa sentarse en
asambleas con el fin de recitar poesías o
cantarlas al son del arpa. El Eisteddfod,
increíblemente vivo después de algunos miles de
años, es pues una reunión poco menos que
religiosa. Según los propios galeses, las
asambleas tenían lugar mucho antes de la era
cristiana y estaban relacionadas con el culto de
los sacerdotes supremos —druidas— cuyo poder
sucumbió bajo las invasiones romanas del siglo I
a. C. La práctica de estos juegos florales fue
traída a la Argentina por los colonos que llegaron
a Chubut en 1865 y desde entonces no deja de
celebrarse todos los años.
La corona del poeta,
galardón máximo de la competencia, correspondió en
el último Eisteddfod a Virgilio Zampini, nacido en
Buenos Aires en 1927 y vinculado por vía materna a
los pobladores celtas del siglo pasado. Ahora
Zampini vive en Gaiman, Chubut, con su mujer
Albina Jones y los tres hijos de ambos. Licenciado
en Letras, dicta clases en el Colegio Secundario
de Chubut, el primero de la Patagonia, y está
orgulloso de los dos sonetos que le hicieron
merecedor del premio: "Exaltan —dijo— valores
todavía vigentes en los hijos del país galés, la
libertad sin las armas y la fe en sí mismo, dos
pilares inquebrantables de nuestra raza".
LOS PRIMEROS. El lugar
elegido, la que fuera la tierra 'brutorum' de
Darwin, alcanzó difusión en Gales como lugar
apropiado para la colonización, gracias al capitán
Fitz Roy. Comisionados por los galeses que estaban
dispuestos a abandonar su tierra natal —la
Inglaterra victoriana ejercía su sometimiento
económico y cultural con el vigor de un
imperialismo joven—, el capitán Jones Perry y el
letrado Lewis Jones desembarcan en Buenos Aires en
1863 para tratar con el gobierno argentino, a
través del ministro del Interior, Guillermo
Rawson. Parry y Jones viajaron luego desde Buenos
Aires hasta la desembocadura del Río Chubut con el
objeto de explorar el territorio; al cabo de las
largas tratativas —más
de un año y medio—,
los comisionados regresaron a Gales y convencieron
a los futuros pioneros de la conveniencia que
ofrecía la región. Por último, en julio de 1865,
153 galeses —entre hombres, mujeres y niños—
arriban a Chubut en el velero "La Mimosa". La
crónica cotidiana de uno de ellos, el reverendo
Humphreys, ilustra los primeros días en la
Patagonia con el testimonio de su diario:
Julio 26: Esta mañana
avistamos tierra, el mar estaba muy calmo y el
viento a nuestro favor... Julio 28: Mañana
tranquila, todos listos para desembarcar. A las 8
y media murió Elizabeth, hijita de William Jones.
A las 11 empiezan a desembarcar los hombres con
maderas para construir las casas ...
En realidad, el
proceso total de desembarco llevó cuatro días,
tiempo en que los varones dispusieron los primeros
refugios para albergar a las mujeres y niños,
quienes pisaron tierra el
cuarto día. Si bien
los galeses estaban convencidos de haber tocado la
desembocadura del río Chubut, estaban realmente en
las famosas cuevas que perforan la costa de lo que
hoy es Puerto Madryn. Los memoriosos, apoyándose
un poco en la tradición oral y otro poco en los
datos aportados por el diario de Humphreys,
recuerdan que las cuevas sirvieron de refugio
providencial a sus abuelos. En la loma que las
corona se alza hoy un monumento al indio —símbolo
dudoso de integración racial—, en tanto que otro,
en la rambla de Puerto Madryn, conmemora a sus
fundadores en la forma de una madre galesa,
esculpida por Luis Perlotti en 1964.
Elisa Dimol de Davies,
nieta de galeses pero nacida en Trelew, habla el
español con dificultad denotando su educación por
parte de maestros británicos nada interesados en
enseñarle los rudimentos del idioma de su tierra
natal. A los 77 años recuerda que "una vez, con
motivo de un Eisteddfod, un artista presentó un
dibujo para interpretar el arribo de nuestra gente
en «La Mimosa»; era muy lindo ver a nuestras
abuelas con sus grandes sombreros y valijas
subidas a babucha de los hombres para
desembarcar". Evidentemente, los primitivos celtas
de la Patagonia no traían consigo cámaras
fotográficas —aunque ya existían para entonces— ni
expertos dibujantes, de modo que la representación
de escenas estuvo a cargo de precarios copistas
eventualmente inspirados. Esos esbozos sirvieron
para que, años más tarde, alguien reprodujera un
cuadro más imaginativo.
La nain (abuela)
Davies recuerda también una famosa inundación del
año 99 "que nos dejó sin nada, ni techo ni
muebles". Uno de sus terrores de la lejana
infancia lo constituían las visitas frecuentes de
los indios vecinos: "Cuando venían al pueblo
—dice—, yo me subía al altillo y allí me hacía
chiquita hasta que se fueran. Los indios venían a
buscar pan y hacer trueque; cambiaban plumaje de
avestruces por alimentos, y mi madre los atendía
mientras sostenía en sus brazos a mi hermana más
pequeña".
La abuela Davies pasa
sus horas en silencio, acaso rumiando recuerdos la
mayor parte del día, pero los domingos concurre
puntualmente a la capilla donde se reúnen otras 12
ó 15 personas de edad avanzada para cantar viejos
himnos religiosos. Como la mayoría de los galeses,
es metodista y elogia la abundancia y calidad de
los coros que hubo en épocas anteriores.
Aparentemente, y según su propio testimonio, un
cierto desamparo cultural habría favorecido la
devoción que hoy recuerda con nostalgia: "Antes no
había libros y sólo leíamos la Biblia y en las
iglesias se organizaban certámenes de preguntas
sobre los versículos".
En el último
Eisteddfod, la anciana Elisa obtuvo un premio por
una prosa de su puño y letra en galés, donde
cuenta la biografía de su primer maestro y la
historia de la aldea; la gesta provinciana, casi
estoica y desprovista de todo relieve, señala con
bastante
fidelidad la chatura a
la que se vieron sometidos los galeses de la
Patagonia, en parte a causa de la distancia que
los separaba de la metrópolis y en parte a causa
de la propia distancia interior: escudados en su
sentido de raza despreciaron el contacto con el
indio y sólo la segunda generación estrechó lazos
con otros inmigrantes.
COLONIZACION EN PAZ.
Dice el trabajo del reverendo Abraham Mathews (Los
primeros veinte años en la Patagonia): "Llegan al
valle el cacique Francisco y su familia"). Son los
primeros indios con los que tienen contacto los
galeses, y sus relaciones son cordiales. Gweneira
Davies de Quevedo, una de los cuatro hijos de
Elisa Davies y actual vicedirectora de la Escuela
Nº 5 de Trelew, memora: "Las relaciones con los
aborígenes fueron casi siempre buenas; sólo existe
un episodio triste, escuchado de labios de mi
madre y luego leído en las crónicas de Musters: un
grupo de galeses iba hacia la cordillera en busca
de oro. Eran cuatro, y los indios, creyéndolos
españoles, les dieron muerte. Sólo uno se salvó, y
el lugar recibió por eso el nombre de Valle de los
Mártires". Gweneira cree que aquellos primeros
años fueron de extrema dureza: "Si no se fueron de
la colonia —explica— es porque no tenían con qué
hacerlo". "No era raro —prosigue— que tuvieran que
beber de los charcos o, en el peor de los casos,
tomar la sangre de los caranchos que cazaban."
Según la docente, los
pioneros aprovecharon la técnica indígena para
construir los primitivos ranchos de adobe. Las
comunicaciones con Buenos Aires eran casi nulas, y
aunque trajeron carpinteros, no tenían materiales
para construir. "El abuelo de mi madre —señala—
intentó llegar a Patagones en una pequeña
embarcación, con el fin de buscar algunos
animales, pero naufragó a poco de partir; la
supervivencia se volvía cada vez más difícil."
Davies recuerda que hace pocos años, en 1965,
arribó al sur un grupo de galeses enviado para
festejar el centenario de la colonia: "Estaban
molestos por la tierra —dice—, pero les encantaba
el sol tibio de la Patagonia." A su criterio, el
galés es un hombre sencillo y simple, poco apegado
a los bienes materiales; ello explica la
inexistencia de galeses ricos en la colonia. Luego
relata el significado de su nombre: Gweneira:
"Quiere decir Blanca Nieve; mi padre, que era
poeta, me llamó así porque el día de mi nacimiento
cayó una copiosa nevada".
Pero a pesar de las
buenas relaciones comerciales entabladas con los
indios, la integración no se produjo; sólo se dio
el caso de una mujer galesa que se unió a un
indio. Con el tiempo, sin embargo, se vincularon
sin problemas con la población de origen italiano
y español. "Es difícil precisar cuántos son los
descendientes de galeses que viven hoy en la
Argentina", dice José Feldman, director de
fotografía del diario Jornada, uno de los dos
matutinos de Trelew. "La mayoría se ha dispersado
—explica— y los jóvenes terminaron por emigrar
hacia los centros industriales. Muchos, por otra
parte, tienen ahora apellidos itálicos o
españoles." Hijo del desaparecido Luis Feldman
Josin —fundador del diario y ex presidente de la
Junta de Estudios Históricos de Chubut—, José
recuerda que su padre había recogido innumerables
reseñas de la colonización, según él, "una de las
pocas llevadas a cabo en forma pacífica".
Es evidente que las
153 personas que se embarcaron en Gales ejercieron
una decisiva influencia en la colonización del
Chubut, y aunque existía ya una Compañía
Exploradora y Colonizadora —constituida en 1854
por el gobierno argentino—, la llegada de los
galeses significó el verdadero comienzo. El 15 de
septiembre, pocos días después del desembarco,
fundan la ciudad de Rawson. No hay duda de que
fueron las causas económicas las que impulsaron a
los viajeros a abandonar su tierra, pero es
también evidente que los motivaba un proyecto
nacionalista; el propósito era nuclear en la
Patagonia —conservando la lengua y las
tradiciones— a todos los galeses exiliados en el
resto del mundo. Eso explica su empuje tenaz,
enfrentados a una tierra inhóspita que necesitaba
de canales para su cultivo. Durante años lucharon
inútilmente por embalsar las aguas del río Chubut
(que en lengua araucana significa tortuoso). Es
recién en 1885 que se inicia la búsqueda de nuevos
lugares, mientras Lewis Jones concretaba en Europa
los planes para la instalación del ferrocarril que
dará origen a la población que lleva su nombre:
Trelew (ciudad de Lew).
MEMORIA. A Matthews
Henry Jones —nieto del reverendo Abraham Matthews—
se lo conoce por su actuación pública; militante
radical, fue secretario municipal de Trelew en
1940, luego administrador de la usina eléctrica
José de San Martín hasta 1959, primer presidente
del directorio del Banco de la provincia de Chubut
y finalmente secretario municipal de Chubut desde
1967 hasta 1972. Pero también se lo estima por su
memoria: "Mi abuelo y Lewis Jones fueron los dos
caudillos de la colonización galesa; mi abuelo
como jefe espiritual y Jones, un comerciante, como
hombre de acción. Ellos personificaban la lucha
entre lo material y lo espiritual, y no se
llevaban demasiado bien, pero de no haber sido por
Jones, hubieran muerto de hambre", recuerda. Y
agrega: "Hoy sólo los separa el pequeño camino que
existe entre dos tumbas, ya que ambos yacen
enterrados en el cementerio de La Moriah, uno
junto al otro".
La etapa histórica que
tiene a Matthews como protagonista queda
consignada en el diario de Humphreys: "1867. A
causa de la sequía fracasa la cosecha, sólo unas
seis familias cosechan algo de trigo. Los
pobladores dudan de la calidad del suelo y deciden
que el sitio no es apto... Arreglan la nave con
los restos de otro barco náufrago y parten para
Buenos Aires el gobernador William Davies y el
pastor Abraham Matthews, para solicitar al
gobierno argentino que los traslade a otro lugar
más apropiado para colonizar. En Buenos Aires,
Lewis Jones —quien trabaja en la imprenta Buenos
Aires Standard— opone viva resistencia a este
proyecto e influye sobre el ministro Rawson,
deliberan Matthews y Jones y de común acuerdo
deciden persuadir a los colonos para que esperen y
prueben un año más en Chubut".
Ahora Jones vive en
las afueras de Trelew: "Compré esta casa hace
cuatro años para que retornara a la familia. Fue
construida en 1891 por el ingeniero Eduardo Owen
con material íntegramente traído de Europa, y en
ella tomó el té el general Roca, durante una
visita a la Patagonia", memora. Después de haberse
retirado de la función pública, piensa dedicarse a
escribir la historia de Chubut. Defensor de la
familia y las tradiciones galesas, sostiene haber
contado hace poco 98 descendientes directos de
Evan Jones; en medio de los solitarios campos
verdes de su chacra, no le falta —seguramente— ni
la serenidad ni el tiempo necesarios para
evocarlos.
PANORAMA, FEBRERO 19,
1973
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