Córdoba: Por favor que nadie pise la víbora
por Osvaldo Soriano

—¡Renunció Levingston!
Quienes se reunieron la noche del jueves 11 en el plenario de la CGT de Córdoba dieron un salto; algunos se abrazaban, eufóricos, mientras reclamaban más detalles al encargado del local que había irrumpido con la noticia. "No sé; en la calle hay unos tipos que saben más". Los obreros bajaron apresuradamente las escaleras y salieron a la calle. No había nadie y la puerta del local se cerró tras ellos; adentro el portero sonreía: "Fue la única manera de sacarlos de aquí a esta hora". Eran las dos de la mañana.
De cualquier modo, la comisión de lucha había determinado ya que al día siguiente los trabajadores cumplieran una huelga de cuatro horas (prolongada luego hasta el mediodía del sábado). Hubo un muerto de bala, Adolfo Cepeda (18) y dos heridos, La policía, en un comunicado, negaba que su personal hubiera abatido al joven obrero, pero la madre —que estaba frente a él cuando cayó— describió al uniformado: "Morocho, de 1,60 de estatura; antes de escapar en el patrullero nos insultó a todos". La imagen del mayor Julio Ricardo San Martino, jefe de la Policía provincial, se deterioró aún más —si cabe— luego del incidente. Por precaución, tal vez, el funcionario no intervino durante el sepelio efectuado el domingo al mediodía en el cementerio de San Jerónimo (el más viejo de la ciudad, destinado a los más pobres). Pero el detonante estaba a punto de estallar. Un día antes, la CGT había dispuesto otro paro para el lunes 15 y nadie tenía dudas: el fuego volvería a encenderse en las calles de la capital.

TODOS LOS FUEGOS. La disputa por la dirección gremial en Córdoba se mostró nuevamente el lunes, pero quedó despedazada cuando las bases obreras se unieron para marchar a la lucha. En las primeras horas de la mañana el líder de Luz y Fuerza, Agustín Tosco, encabezó la toma del barrio Revol; entre tanto, en la explanada de la plazoleta Vélez Sarsfield seis mil obreros se amontonaban frente a sus líderes. Los símbolos de los Montoneros (un trapo blanco con la inscripción PV) y tres emblemas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), cuyos integrantes —la cara cubierta a medias por un pañuelo— se mezclaban con la multitud. El pleito llegó cuando terminó el acto y hubo que disponer la marcha de las columnas; entonces, un grupo de peronistas comenzó a gritar "¡A Villa Revol!", pero fueron inmediatamente copados por los activistas de SITRAC y SITRAM (los gremios de Fiat) quienes pedían atrincherarse en el suburbio de Güemes. De esta manera, los amotinados de Tosco no consiguieron nuclear en sus trincheras al grueso de los trabajadores, quienes se distribuyeron en decenas de barricadas. Antes, Mario Bague, de SMATA, formuló un par de anuncios: que sus hombres estaban "luchando junto al compañero Tosco", y que Alfredo Martini, integrante de la mesa directiva de la CGT había sufrido un infarto y estaba internado.
Los dos fuegos iniciales se elevaron en la avenida San Juan, cuando los integrantes de la primera columna encendieron un ómnibus en medio de la calle; pocas cuadras más adelante ardía un Tormo preparado para carreras y era imposible hallar una vidriera sana. Por Vélez Sarsfield las cosas no parecían más tranquilas: los negocios habían cambiado sus tentadores escaparates por cristales destrozados y cada artículo ofrecido a crédito, y con garantía de buen funcionamiento, era minuciosamente desarmado —utilizando el pavimento como herramienta— por los más impacientes. Las columnas amenazaban llegar al centro, pero cuando arribaron al local del Instituto Cultural Argentino Norteamericano (ICANA) se detuvieron varios minutos. Los levantiscos hicieron papilla las ventanas y luego de fatigosa tarea consiguieron violentar la puerta de acceso. El primer trofeo lució en manos de media docena de muchachones: una bandera listada en rojo y blanco, adornada de estrellas. Inmediatamente quedó en jirones y los restos fueron quemados, mientras otros hombres pintaban en las paredes del edificio leyendas poco amistosas. Entonces apareció la policía.

LA VIBORA MUERDE. "Vea, compañero periodista, podemos romper todo, pero cuando alguien toca esta bandera viene la represión". La ironía del manifestante quedó allí, trunca, porque los gases inundaron los ojos de lágrimas, las bocas de rencor; un proyectil fracturó el hombro de un redactor de Crónica, mientras las puertas del vecindario se abrían para que los más serenos ganaran refugio. Una mujer cuarentona repartía pañuelos mojados para contrarrestar el efecto del humo, mientras en la calle la policía de la provincia dispersaba a los más tercos.
Cuando la avenida estuvo desierta, todo quedó al alcance de la mano: zapatos, cigarrillos, trajes, artículos para el hogar estaban a disposición de la gente, pero nadie tocó nada. Un hombre de campera marrón, con una mano ensangrentada, se agachó para levantar un par de atados de cigarrillos. "Me quedé sin puchos y no hay otro remedio que expropiar esto", contestó a quienes lo recriminaban. El tumulto en el centro de la ciudad había terminado.
En los barrios recién empezaba. Las barricadas ardían alimentadas por palos y carteles que acercaban jóvenes y chicos. En la Casa de Gobierno, José Camilo Uriburu seguía hablando de la "víbora" (así denomina a la subversión) y cargaba contra San Martino acusándolo de actuar demasiado tarde. En los corrillos del café Vía Veneto se murmuraba, al día siguiente, que el hecho no era casual. Suponían que el funcionario policial (a quien otros acusan de ser simpatizante del grupo derechista M.A.N.O.) había recibido órdenes de hacer vista gorda ante la acción de los obreros para desprestigiar al pintoresco gobernador Uriburu. De ser así, la táctica diseñada al parecer por los capitostes liberales resultó victoriosa. Al día siguiente Uriburu presentó su renuncia, no sin antes comentar un embargo pedido por el abogado Gilberto Zavala, del Banco de la Provincia de Buenos Aires, acusando de subversivo al letrado.
Antes de irse, Uriburu supuso que la "víbora" agonizaba. El jueves 18 una caricatura irónica publicada en el matutino La voz del Interior mostraba a una serpiente satisfecha, luego de haber devorado a Uriburu; una pacífica ave revolotea a su lado y desliza "Proveeecho", un comentario mordaz.

NOCHE SIN FIN. Al caer la tarde, un golpe del ERP desmanteló un almacén de venta al por mayor. Los vecinos expropiaron toda la mercadería y después los comandos pusieron fuego al galpón. La policía y los bomberos tardaron en llegar: cuando lo hicieron, el barrio era un pandemónium de llamas y humo. Entonces las tropas distribuyeron buena cantidad de gas lacrimógeno y hasta hubo dos heridos. Una recorrida por el barrio Clínicas —feudo estudiantil— permitió, al caer la tarde, observar la tregua que se prolongaría hasta la noche. En medio del fragor, los universitarios tuvieron un rapto de humor: levantaron lo que ellos mismos denominaron "la barricada artística", armada sobre una mesa con los cacharros más retorcidos y coronados por una rosa roja, digna de Marta Minujin. No era para reír: por la noche irrumpió la Policía Federal y recién a las dos del nuevo día pudo quebrar las trincheras donde se consumieron 40 autos. Antes, las redes de la Policía provincial habían conseguido decenas de presos (258 fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo), a los que guardó en el cuartel de bomberos. No pocos vecinos pudieron ver, desde las terrazas cercanas, el mal trato que los vigilantes otorgaron a quienes estaban a disposición del presidente. Ninguno de los presos resultó ser un pez gordo.
En realidad, el cordobazo del lunes 15 fue un despliegue operativo donde el ERP pudo probar su capacidad de maniobra al máximo. Uno de sus miembros estimaba, el miércoles 17, que al
día siguiente el Ejército y la Gendarmería tomarían las calles. "Ese será nuestro triunfo" supuso, antes de explicar: "Entonces nos replegaremos para no desgastarnos". Así fue: el nuevo paro de 14 horas del jueves 18 se cumplió con las Fuerzas Armadas protegiendo la propiedad privada, mientras la policía patrullaba en busca de algún revoltoso disperso. No ocurrió nada, salvo los comunicados del comandante del Tercer Cuerpo, Alcides López Aufranc, difundidos por las radios locales, que advertían sobre la pérdida de bienes y salarios que significan esos cataclismos callejeros. Tanto es así que a pesar del estado de emergencia, impuesto en la provincia a la hora del paro, no incluyó el toque de queda, autorizándose a los vecinos a circular por las calles exhibiendo documentos. Ocasión que no desdeñaron las quinientas prostitutas de la ciudad, quienes salieron, como siempre, a patrullar las calles. Con intención de vender amor y no guerra, claro.
El jueves —conocida la renuncia de Uriburu—, el pueblo de Córdoba se preguntaba quién sería el contraalmirante Helvio Guozden, un hombre que al ser designado interventor confesó conocer la provincia "como turista". Hasta entonces Guozden había desempeñado la gobernación de La Pampa, una provincia cuya situación económicosocial tiene diferencias sustanciales con la cordobesa.
Como el martes el Poder Ejecutivo dispuso la detención de los dirigentes gremiales que participaron en el nuevo cordobazo, éstos buscaron rápidamente un escondite seguro. Sin embargo, los medios bien informados de la ciudad estimaban que la policía no se esforzaría demasiado para detener a los cabecillas a fin de no provocar iras mayores en las bases obreras. El viernes, reanudada la actividad, los obreros de SITRAC y SITRAM abandonaron sus puestos en los talleres de Concord y Materfer en señal de protesta por la intervención a su gremio, uno de los más impulsivos.
Las próximas acciones podrían incluir tácticas menos pacíficas: hay dirigentes que hablan de paros activos (hasta llegar a uno por tiempo indeterminado) que incluirían el corte de los suministros esenciales, como agua, luz y gas.
Por de pronto, el miércoles, en conferencia de prensa, el general Alcides López Aufranc, comandante del Tercer Cuerpo, sostuvo que el país marcha hacia una salida electoral, cuyo programa será revisado por el pueblo. No es seguro, sin embargo, que esa medida calme los ánimos de los encendidos cordobeses, al menos del movimiento obrero, que pide una revolución a fondo.
La "víbora" mantiene aún la cabeza que el ex gobernador Uriburu amenazó cortar "de un solo tajo". Cuando asome, puede ser para atenacear y morder nuevamente. Uriburu —acusado de fascista— fue su víctima más fácil y cayó en un mar de palabras. El ofidio, al parecer, prefiere hechos.
Osvaldo Soriano
Revista Panorama
23.03.1971

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