El miércoles pasado,
al mediodía, una insólita entidad que pocos
argentinos conocen convocó a una conferencia de
prensa en un desvencijado quinto piso de Tucumán
al 300, en Buenos Aires. Se trata de la Comisión
Observadora de Objetos Voladores No Identificados
(CODOVNI); figuran en ella cinco personas,
presididas por el piloto Ariel Ciro Rietti, que
hasta hace unos años escribía en el cielo, con un
chorro de humo, las marcas de populares productos.
La secretaría la ejerce Cristián Vogt, cuyo
nórdico apellido ampara un volumen titulado El
misterio de los platos voladores, de discreta
repercusión.
El objeto de la
reunión era el de comunicar todas las
informaciones reputadas cómo serias y de fuente
insospechable, sobre la aparición de ovnis
(objetos voladores no identificados) en la
Argentina, durante 1963. Para ello mantiene
contacto con unas doscientas asociaciones
similares de todo el orbe y con todos quienes, en
el país, atestiguan la visión de los ovnis. La
entidad ofreció su balance de 1963: 15 casos
registrados, que prácticamente cubren el
territorio nacional, desde Río Negro hasta
Tucumán, desde Entre Ríos hasta la provincia de
Buenos Aires.
La labor de estos
ocasionales testigos, el fervor que pusieron en
redactar las complicadas planillas que exige
CODOVNI, parecen contrastar con la opinión
generalizada de que el argentino medio entiende
como hecho más importante que bajen los precios de
los artículos de primera necesidad y no que
asciendan cohetes o desciendan habitantes de otro
planeta en las estribaciones precordilleranas.
"Esa impresión no es auténtica —dijo a PRIMERA
PLANA un especialista en astronáutica—. Una
encuesta permitiría apreciar hasta qué punto los
argentinos están al día en esa materia." ¿Lo
están?
PRIMERA PLANA abrió
una consulta, en los últimos días, para tratar de
contestar a aquella pregunta. En síntesis,
descubrió que la Argentina, dentro de sus
posibilidades, pugna por incorporarse a los países
que ya están lanzados —o quieren hacerlo— a la
carrera del espacio. Actitud que corre paralela,
por ejemplo, con los interrogantes que
intercambian Estados Unidos y la URSS sobre la
importancia de llegar a la Luna.
"Debemos preocuparnos
por el costo de la vida —observa el ingeniero
electromecánico Teófilo Tabanera, presidente de la
Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales—,
pero sería suicida que permaneciéramos ajenos a
ese proceso de orden mundial, y hasta cósmico."
Tabanera (60 años, aspecto patriarcal, suave
entonación mendocina, la imagen más alejada de la
que habitualmente se atribuye al investigador
espacial) reconoce que "el argentino medio carece
de una conciencia específica acerca de los viajes
interplanetarios, pero lentamente va
adquiriéndola". La comisión que él preside
—dependiente de la secretaría de Aeronáutica—
contribuye a llenar ese vacío, intentando
despertar el interés juvenil y encauzarlo mediante
cursillos, conferencias y publicaciones.
"Inclusive damos asesoramiento técnico, y a veces
hasta módicas subvenciones, a grupos de
adolescentes que se apasionan por la astronáutica
y llegan a construir desarrollos de cohetes.
"Nuestra preocupación
fundamental no se dirige, sin embargo —aclara
Tabanera—, a los núcleos más jóvenes, sino a la
formación inmediata de profesores y técnicos que,
partiendo de una preparación ya afianzada, se
encarguen de canalizar a esa juventud." A tal fin,
este año comienza un curso de Física Espacial en
la Facultad de Ciencias Exactas, de Buenos Aires,
promovido y sustentado por la Comisión Nacional y
dirigido a especialistas y graduados. Lo dictarán
los catedráticos de astrofísica y física cósmica,
doctores Varsavsky, Roederer y Zadunaisky.
Con respecto a la
eficacia de la literatura de ciencia-ficción en el
despertar de las vocaciones astronáuticas, el
ingeniero Tabanera aparece dubitativo. Dice: "En
alguna medida podría ser favorable". Recapacita, y
agrega: "La literatura seria, claro. Aunque más
bien podría resultar nociva para la creación de
una correcta conciencia espacial. Esta sería, a su
entender, "la que subordina el placer de la
aventura a la obtención de precisos datos
cósmicos".
Es dudoso, sin
embargo, que los futuros astronautas se sientan
puramente tentados por la faz científica de esa
actividad, y desdeñen el irremplazable sabor
aventurero. Así piensa Rietti, quien en 1948 fundó
con Tabanera la Asociación Argentina
Interplanetaria, mientras contemporáneamente y por
separado los abogados Aldo Armando Cocca, Enrique
Bramanti Jáuregui y Agustín Rodríguez Jurado (h),
comenzaban a especializarse en "derecho espacial".
También el arquitecto
Amancio Williams (51 años, casado, ocho hijos),
considerado como una de las personalidades
argentinas más avanzadas en el estudio de técnicas
de vanguardia, opina que "el espíritu que mueve a
los investigadores del espacio es, en su esencia,
el mismo que en el siglo XV llevó a los europeos
al Lejano Oriente y los trajo a América". Williams
presume también que el argentino medio dirige su
atención a problemas más inmediatos y urgentes de
subsistencia material, pero sostiene que "los
pueblos que escapan a los imperativos de su
tiempo, se anulan". A la objeción de los gastos
colosales que presume toda campaña astronáutica en
gran escala, y que la Argentina no está en
condiciones de afrontar, Williams opone una noción
sarmientina: "No hay que empezar calculando los
gastos, sino haciendo cosas; la única manera de
saber lo que se quiere, es mediante el efectivo
trabajo creador".
No es demasiado fácil,
no obstante, averiguar qué preferirían los
argentinos en materia de programas espaciales.
PRIMERA PLANA consultó a varios artistas
representativos, considerándolos aptos para una
encuesta por su capacidad imaginativa y su impulso
creador. Tal vez la contestación más sensata la
proporcionó el musicólogo y compositor Rodolfo
Arizaga (37, años, soltero), quien reconoció que
la mayoría de sus conocimientos en la materia
provenían "de lo que me cuenta mi sobrino de 6
años que es, como todos los chicos de su
generación, una autoridad científica".
El arquitecto y pintor
Clorindo Testa (38 años, casado) manifestó cierta
ferocidad al decir que "me parece importante y
sigo con interés los sucesivos vuelos espaciales,
pero lo que más me apasiona es el momento en que
el poderoso vehículo, debido a un incomprensible
desperfecto, estalla". El director teatral Cecilio
Madanes (42 años, creador del Teatro Caminito)
dijo que "si bien no sé de nadie que se ocupe de
teatro en la Luna, me parece muy importante que la
Argentina participe de esas experiencias, porque
sería la primera vez que nos veríamos juzgados
desde tanta altura y tal vez así corregiríamos
nuestros defectos".
El sector femenino de
la población parece ser, curiosamente, el que
tiene una opinión más sólidamente formada sobre el
tema. Tal vez para coincidir con la definición de
algunos psicoterapeutas ("la mujer es
esencialmente aventurera"), son también las
mujeres quienes se manifestaron más ansiosas por
hacer viajes espaciales, contrastando con la
actitud más conservadora de los hombres, sobre
todo a partir de los 30 años. Julia Tozzi de
Gutiérrez (32 años, casada, peinadora) proclamó
con entusiasmo: "Ojalá tuviera la ocasión de ir a
la Luna. Me encantaría".
Una tranquila ama de
casa, Delia G. de Odifredi (29 años), dice:
"Pienso que si otros mundos están habitados, sus
pobladores mirarán la Tierra con la misma
curiosidad que nosotros a ellos. Es cierto que
todo el dinero gastado en exploraciones espaciales
podría invertirse muy bien en la lucha contra el
cáncer o la lepra, pero es muy importante también
que el hombre trate de conectarse con el cosmos,
de comunicarse con sus posibles habitantes. A mí
me interesaría ir en uno de esos viajes. Pero los
platos voladores son nada más que un espejismo de
la gente".
La elegante Clara
Dufour de Carranza (60 años), espejo de la
high-life porteña, se detuvo en el umbral de la
encuesta: "No sé. ¿Para qué meterse en esas cosas?
Da miedo. Qué sé yo". En cambio, la inquieta María
del Carmen Vega (19 años, manicura, de novia)
puede muy bien simbolizar el espíritu de las
generaciones más jóvenes de la Argentina: "Estoy
de acuerdo con todo lo que sea un progreso con
fines pacíficos. Sería fascinante saber si los
otros planetas están habitados. Claro que hay
gente que piensa que es mejor rebajar los
alimentos en vez de ponerse a explorar la
estratosfera; pero, ¿cómo se puede pensar nada más
que en términos personales cuando se trata de algo
que atañe a la humanidad?".
Quizá el panorama se
clarifique si se expresa en términos
generacionales. En la Argentina no es común
(tampoco en otras partes del mundo) que una
persona de cerca o más de 40 años trasponga los
niveles de la costumbre y de la comodidad,
inclusive mentales, para discurrir acerca de un
futuro que es ya casi presente. Los más jóvenes,
en cambio, están alertas y poseen, además de la
información, un concepto muy nítido de su papel en
ese futuro. Por eso no debe extrañar que el
almacenero del Barrio Norte, Pedro González
Calderón (52 años) enuncie: "No tengo tiempo para
pensar en los astronautas. Para mí, hay que dejar
en paz a la Luna y a las estrellas. Así estuvieron
¡hasta ahora, y nadie se quejó. Cada cual a lo
suyo, y Pax Christi". Ni que el estudiante de
tercer grado inferior, Tristán de Aldao (9 años)
afirme, convencido: "Yo sé que voy a viajar a
otros planetas".
Primera Plana
14 de abril de 1964
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