Escándalo en TV
Ser juez y parte: Un sistema que perjudica pero beneficia

Hace un mes, cuando las autoridades del Canal 9 de Buenos Aires levantaron de su cartelera el ciclo Apelación pública (dedicado a debatir, por medio de un fiscal, un defensor, testigos y un jurado, asuntos de la actualidad), una ola de explicaciones y acusaciones se intercambió entre aquellas autoridades y los responsables del programa.
Más allá de este tumulto, dos hechos quedaron en pie: 1) La última de las emisiones de Apelación, donde se disculpa sobre el racismo excedió la gravedad y seriedad del tema, no sólo por las agresivas declaraciones de Hussein Triki sino por los fragmentos farsescos que incluyó la transmisión; 2) El ciclo se trasladaba al Canal 11 ("con algunas modificaciones", según explicó el ejecutivo de esa planta, Darío Castel) y sus productores desataban una ofensiva virulenta contra el Canal 9.
Esa ofensiva se reflejó, por ejemplo, en el prólogo con que se inauguraron las transmisiones de Apelación en Teleonce y en ciertas frases proferidas en esa misma audición por los participantes estables del ciclo. Pero la ofensiva tuvo otra vía más poderosa: las columnas del vespertino La Razón, de Buenos Aires (circulación: 450.000 ejemplares). Sucede que uno de los productos es de Apelación, Ricardo Warnes, es uno de los reporteros de la sección TV de La Razón.
Esa ofensiva, nada torpe, sin embargo, asumió expresiones visibles; la semana pasada, por ejemplo, La Razón señalaba que Sábados circulares, ciclo de Canal 13, había alcanzado casi la misma proporción de audiencia que Sábados continuados, del 9. No obstante, el título de la noticia no decía lo mismo: "Sábados circulares ya supera a la competencia".
La anulación de Apelación en el Canal 9 coincidió, también, con un fuerte ataque por parte del matutino El Mundo, de Buenos Aires, redactado por Norma Dumas; también ella, integrante de la sección de TV de aquel diario, pertenece al equipo animador de Apelación. La vieja discusión sobre la facultad de ser juez y parte se replanteaba.
Porque los accidentes que sucedieron al cambio de canal que sufrió Apelación no son aislados; integran la trastienda de un juego de oferta y demanda que ha crecido a la par de la propia televisión y que se rige por leyes tan sórdidas como certeras.
No parece demasiado normal que un periodista, en estos casos, ejerza su profesión más allá de los límites que esa profesión le pone. Pero, desde los comienzos de la expansión televisiva en Buenos Aires, en 1960, los límites se vencen con una cotidianeidad alarmante. Un veterano jefe de redacción, quizás el más talentoso conductor de periodistas que haya conocido el país, a quien consultó PRIMERA PLANA, fue terminante: "Trabajar como cronista de TV y hacer programas de TV no sólo es una incompatibilidad sino un delito, una manera de estafar a los lectores. En la justicia ordinaria, este delito se llama prevaricato. Inclusive, para hacerse rico, un periodista no necesita caer tan bajo; puede hacerse rico siendo honesto. Yo me hice rico y nunca cobré otros honorarios que los de mi labor".
La cuestión presenta más sutilezas; puesto que ya no se trata de "cobrar otros honorarios", o de navegar por las fáciles aguas del soborno. Se trata, en cambio, de un sistema de presión así resumible: se disparan objeciones y críticas contra un canal determinado, como el medio más efectivo para lograr que ese canal otorgue un programa a sus atacantes, ¿Por qué? Una de las razones más atendibles es que la TV paga más que los diarios.
Los canales logran, así, tapar la boca a sus detractores, asegurarse contra todo riesgo informativo. Otras veces, el procedimiento es inverso: un periodista contratado por un canal ingresa en el plantel de una publicación y, desde allí, promueve a la emisora. Naturalmente, la amplitud del mercado televisivo (800.000 receptores en la capital y Gran Buenos Aires) admite distintos tipos de esta suerte de chantaje. Naturalmente, también otros países soportaron estas tristes experiencias.
En USA, el mayor centro universal de la TV comercial, se debió zanjar el problema por medio de una solución poco periodística. Los dueños de diarios y de emisoras neoyorquinas decidieron reunirse para tratar la cuestión y descubrieron una dolorosa perogrullada: nada tenían unos contra los otros, pero sus empleados los enfrentaban.
El cronista de una empresa (el diario) demolía a otra empresa (una estación de TV) con el simple manejo de una máquina de escribir. Los directivos llegaron a un acuerdo: los periodistas que se ocupaban de TV no tendrían programas en los canales; en cuanto a la información, se proporcionaría de acuerdo a los "ratings" de cada emisora: a mayor audiencia más cantidad de noticias, con una condición esencial: la mitad de esas noticias sería positiva; él resto, negativas.
Buenos Aires está en la misma encrucijada, vive un capítulo escandaloso del que, a estas alturas, se conocen ya las líneas fundamentales.
Aunque los ejecutivos locales de la televisión visitados por PRIMERA PLANA se negaron a tocar el tema o lo eludieron con vaguedades, la impresión dominante es que hay un temor latente, en ellos, a la sección TV de La Razón, seis columnas diarias impresas en la última página, debajo del bloque de historietas.
Esta sección fue inaugurada en 1961, ante la necesidad de cubrir un renglón informativo cada día en aumento. La secretaría de redacción colocó allí a cuatro personas: Ricardo Warnes, Luis Pico Estrada, Luis P. Toni y Eduardo Gómez Ortega. Pero conviene dar un salto hacia atrás, hasta 1960: por ese entonces, siempre en la página final, La Razón incluía una sección permanente sobre espectáculos: "Las 1.000 y una", a cuyo frente estaba Nicolás Mancera y con quien colaboraba otro redactor, Isidro Gabriel.
Mancera, con programas en el entonces floreciente Canal 9, se especializó en agredir al Canal 7; utilizó, para ello, un arma desconocida aún: los primeros sondeos de TV que se trazaban en el país y que, lógicamente, favorecían al Canal 9 por un simple motivo: la audiencia estaba fatigada del 7 y atraída por las novedades del 9.
Algunas veces, Mancera editaba noticias menos complacientes sobre el 9, si bien nunca graves: en cierta ocasión contó que una mariposa se había pegado en una cinta de video-tape durante una grabación y que el programa había salido al aire con la indiscreta mariposa.
Cuando La Razón lanzó su sección TV —para que la página final fuera "entretenida"—, algunos redactores de ese vespertino todavía recuerdan el azoramiento de Mancera: 4 rivales invadían su jurisdicción. La inquietud de Mancera se vio comprobada al poco tiempo, cuando la sección TV puso el dedo en una llaga: las desinteligencias entre miembros directivos del Cana] 9, que terminaron cuando se retiró de esa empresa el accionista Kurt Lowe. Hasta tal punto llegó la situación que las personas afectadas del Canal 9 celebraron una reunión con autoridades de La Razón: hubo abrazos y Mancera respiró aliviado.
En 1962 las cosas cambiaron: dos de les responsables de la sección TV (Warnes y Pico Estrada) colocaron un programa en el Canal 7: Buenos Aires insólita, que conducía Augusto Bonardo. El exceso de tareas de Mancera en el Canal 9 comenzó a alejarlo paulatinamente de La Razón: "Las 1.000 y una" quedó en manos casi exclusivas de Gabriel, que le imprimió equilibrio y moderación. La crónica televisiva pasó a poder de Warnes y Pico Estrada; Toni y Gómez Ortega se convirtieron en simples informantes.
Al poco tiempo de Insólita, Warnes, Pico Estrada y el realizador Eduardo Celasco consiguieron un ciclo en Canal 9, precisamente Apelación pública. Previamente y a lo largo de algunos meses, habían dirigido dardos contra la emisora de Palermo Chico. Un funcionario del Canal 9, que pidió no ser identificado, expresó: "Fue el precio que pagamos para que cesaran las persecuciones". No fue el único: el Canal 9 nombró en un cargo de asesor al jefe de la página de TV de Correo de la Tarde, para neutralizarlo.
Similares pasos precedieron al ingreso de Pico Estrada, Warnes y Celasco en el Canal 13, donde en 1963 hicieron El otro yo. En ambos casos, una vez concretadas las emisiones, la sección de TV de La Razón amainó sus objeciones hasta desterrarlas; abundaron, en consecuencia, los adjetivos bondadosos, las anécdotas sobre funcionarios; en los meses de mejores relaciones con las dos plantas, la sección TV de La Razón se ocupaba de ellas en un 80 por ciento, descuidando a los canales 7 y 11.
Algunos entretelones ayudan a abarcar el procedimiento:
• Cierta mañana, en ausencia de Pico Estrada y Warnes, el redactor Gómez Ortega preparó un comentario enérgico respecto de La calesita, mediocre ciclo dirigido e interpretado por Hugo del Carril y que transmitía el 9. El comentario se publicó; al día siguiente, Pico Estrada y Warnes sostuvieron un altercado con su compañero, lo acusaron de aprovechar sus ausencias para "hacernos quedar mal".
• El otro componente de la sección, Toni, se presentó en la jefatura de redacción con una queja: "Les traigo diez cosas y me publican una. Dicen que las demás no convienen, que pueden perjudicarlos". A partir de ese momento, Toni entregó sus materiales a la jefatura de redacción y no a los responsables de la sección. Gómez Ortega también solicitó que lo separasen de allí por las mismas razones.
Las suspicacias comenzaron a rondar las esferas ejecutivas del vespertino: tal vez por eso la dirección de La Razón exigió que todos los días se le girara una prueba de la sección, que muchas veces volvió con gruesos trazos de lápiz rojo. Una prueba de la necesidad que Pico y Warnes tenían de permanecer en La Razón puede ser esta: en 1963, el primero de ellos compartía nutridas tareas (dirección de la revista Atlántida, producción de dos programas de TV, las columnas de La Razón y la crítica cinematográfica en el mismo diario) que le quitaban el tiempo; a pesar de ello, siempre disponía de una hora para sostener su vigilancia de la sección TV. A fines de 1963, renunció a La Razón; Gómez Ortega pasó a la jefatura de redacción; sólo quedaron Warnes y Toni, a quienes se debe la reciente campaña contra el Canal 9.
Norma Dumas, en El Mundo, no hizo sino plegarse a las huestes de La Razón, a las que ya se hallaba unida. "El clan es bastante perfecto —musitó un productor—. Por lo menos, Warnes ha prosperado desde que llegó de Tucumán. Ahora ya fuma habanos." Curiosamente, Pico Estrada conoció a Warnes en un festival de cine en Río Hondo (Santiago del Estero) y apoyó su entrada en La Razón, ya en Buenos Aires. Su primer programa juntos, Insólita, se basó en una columna que Pico Estrada escribía para La Razón ("La galera del mago").
Recientemente, Pico Estrada —a quien la prensa mostró como protagonista de un complejo idilio con la locutora Pinky a quien, desde luego, la sección TV de La Razón otorgaba generosos espacios— reconoció: "Yo hice periodismo amarillo. Ahora, estoy lejos de eso". Pero no de Warnes que sigue en el vespertino.
Los habitantes del azaroso mundillo de la televisión cuentan otros casos: el de Manuel Ferradás Campos, que compró la página de TV de Noticias Gráficas para publicar allí lo que quería; o el de Jaime Jacobson, que en una época regía la sección TV de El Mundo y en ella explayaba sus compromisos (un programa en el 7, entre otros).
Desde luego, ninguno adquirió el poder de que disponían —y disponen— sus colegas de La Razón. No en vano este diario es el de mayor venta en la Argentina. Actualmente, Warnes y Norma Dumas (El Mundo ha obtenido, por su parte, una creciente popularidad en el mercado de los matutinos) se esmeran por crear una imagen atable del Canal 11, en que actúan, y del 13, con el que mantienen excelentes contactos. Esa imagen tiende a afirmar que el 11 y el 13 son las únicas estaciones importantes.
Pero sus golpes contra el 9 comenzaban a ser devueltos: el viernes último, la emisora publicó una solicitada con los porcentajes de audiencia de los cuatro canales de Buenos Aires correspondiente al 4 de abril, día en que empezó la pugna entre Sábados continuados (9) y Sábados circulares (13). Dichos porcentajes proporcionados por el Instituto Verificador de Audiencias (IVA) y que la sección TV de La Razón había tergiversado favorecen al 9 por encima del 13. A su vez, los cálculos de IPSA, la otra entidad que controla los ratings, hallaron una superioridad del 9 que casi triplicó la del 13.
Estos nuevos elementos de juicio acumulados hacia el fin de la semana parecían indicar que en el ambiente televisivo y periodístico argentino se impondría finalmente la solución aplicada en los Estados Unidos.
Revista Primera Plana
14.04.1964

 

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