Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Malvinas
De Nueva York a Puerto Stanley
'¡Atención! ¡Atención!,.. Sobrevuelo Islas Malvinas. Aterrizaré enarbolando la enseña nacional. ¡Que éste sea el primer paso para la recuperación de nuestra soberanía perdida!' La voz resonó dentro de la torre de control y quedó registrada en un par de grabadores. Era la voz del piloto sin ocupación, Miguel Fitzgerald, argentino, de 38 años, casado, padre de dos hijos. Minutos después —al mediodía del martes pasado—, descendía en una pista de carreras cuadreras, en los alrededores de Puerto Stanley, isla Soledad, con un monomotor Cessna 185, matrícula LVHUA.
Allí dejó su avión con el motor en marcha, se acercó a una valla de alambre y clavó una bandera argentina. Fitzgerald —de ascendencia irlandesa— vio que algunas personas se acercaban a contemplar sus inesperadas maniobras. Entonces, con toda calma, se dirigió a uno de los presentes, en correcto inglés, y depositó un memorial en sus manos. "Entréguelo a quien los manda", explicó Fitzgerald. En el memorial reivindicaba los derechos del país sobre las Malvinas y fustigaba la política exterior de Gran Bretaña. Luego, subió a su máquina y retornó.
En ese momento, Fitzgerald se convertía en un héroe.
En la torre de control del aeródromo de Río Gallegos, donde su voz acababa de resonar, cundió el júbilo. Quizá cundió más de lo que cualquiera sospechara, porque todos los técnicos sabían desde la mañana los propósitos del navegante. Lo sabían, también, un reportero y un fotógrafo del vespertino Crónica, de Buenos Aires, que esa tarde cubrió su portada sólo con estas tres líneas de título: "Malvinas: Hoy fueron ocupadas." Lo sabía, además; un corresponsal de Clarín, quien junto con otros dos colegas (uno de ellos, de la redacción de PRIMERA PLANA) llegaban a Rio Gallegos para auscultar la crisis de gobierno.
El corresponsal de Clarín, Justo Piernes, confesó haber recibido la infidencia del vuelo de Fitzgerald, del piloto privado de Roberto J. Noble, director de ese diario. Apenas desembarcado en la ciudad, su primera pregunta al cuestionado gobernador santacruceño Martinovic fue para certificar aquella infidencia. Martinovic —que es piloto civil— confirmó la partida de Fitzgerald, a las 9.45, del aeródromo militar. Un contratiempo —hubiera sido demasiado peso para el frágil Cessna— impidió al aviador llevar a Jorge Capotando, el fotógrafo de Crónica; también debió quedarse en tierra el redactor, Raúl Couairahourcq. Al retomar a Río Gallegos, entre las treinta personas que esperaban a Fitzgerald —4a prensa local se enteró más tarde de la proeza— estaba Juan Amadeo Oyuela, asesor legal del ministerio del Interior.
La noticia del vuelo inflamó al país. Intranquilizó, además, a la corona británica. Curiosamente, mientras Fitzgerald aterrizaba en Puerto Stanley, un diplomático argentino y un diplomático inglés hablaban de las islas Malvinas a orillas del East River, en Nueva York. El centenario conflicto había llegado a la subcomisión de Descolonización, del Comité de Fideicomiso, de la UN.
Cecil King, delegado británico, ofreció tratativas, aunque partiendo de esta premisa: "El gobierno de Su Majestad no tiene dudas en cuanto a su soberanía sobre las islas Falkland." El consejero legal de la Cancillería argentina, José María Ruda, en un extenso mensaje documentó por qué la Argentina no tiene dudas sobre su soberanía; reclamó el restablecimiento de la integridad territorial, lo que se concreta con la devolución de las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
"Nuestro propósito —señaló Ruda— es persuadir a la comunidad internacional de que las mencionadas islas son parte integrante del territorio argentino y que el deber jurídico de Gran Bretaña es devolverlas a su verdadero dueño." Hacia fines de la semana última, la tesis que expuso Ruda comenzó a recibir el apoyo de las naciones latinoamericanas.
Sin duda, bajo la forma de una recomendación del Comité de Fideicomiso, el caso de las Malvinas estará presente en la Asamblea General de la UN, que se reúne este mes. Los observadores estiman que la Asamblea no tomará decisiones, se limitará a pedir negociaciones bilaterales a Gran Bretaña y a la Argentina. No es demasiado, indican
esos mismos observadores; pero Buenos Aires ha logrado que el conflicto ingrese en el nivel internacional, abandone el fatigoso marco de la protesta solitaria.
Diarios, radios, círculos políticos, económicos y gremiales concedieron a los debates de la UN tanto interés como al vuelo de Fitzgerald, del que se quejó el Foreign Office. El jueves pasado, a las tres de la tarde, una vasta muchedumbre esperó al piloto en el aeroparque de Buenos Aires, lo llevó en andas, lo cubrió de flores, lo escoltó hasta el centro de la ciudad con una caravana de automóviles.
"Mi iniciativa —dijo por la noche a los periodistas, en su casa del barrio de Caballito— no tiene ningún color político. La realicé a simple título de argentino. Tal vez mi acción me dé popularidad, pero no trabajo", añadió. Tal vez le acarree, también, una sanción: al salir del aeródromo de Monte Grande, en la mañana del lunes, declaró a las autoridades un vuelo BRF (travesía en tierra que no exige instrumental), y no un vuelo BIRF, que es lo que hizo, pues atravesó el Océano. La división Circulación Aérea de la secretaría de Aeronáutica debería intervenir; aunque se estima que los funcionarios aplicarán a Fitzgerald una simbólica suspensión por diez minutos.
Diez minutos, sin embargo, podrían ser mucho para el piloto. Impresiones recogidas 011 el Hotel Comercio, de Rio Gallegos, entre sus ex compañeros de Aerolíneas Argentinas, empresa a la que perteneció hasta 1959, coinciden en pronosticar que Fitzgerald voló, en gran parte, seducido por una popularidad que le permitiría lograr trabajo. En la actualidad, admitió él mismo, vive de "changas" consistentes en traer de USA pequeños aviones. Hace un año rindió examen de competencia en Aerolíneas, y ahora estaría por producirse su reintegro en dicha compañía.
En el Hotel Comercio y en varias esferas de Buenos Aires, otra versión complementaba el histórico gesto de Fitzgerald: ese viaje habría sido preparado por Aldo Comi, un piloto que años atrás intentó aterrizar en las Malvinas, sin éxito. Quien interesó a Comi en reiterar la travesía sería el vicepresidente Carlos Perette, que buscaba crear un clima interno favorable a los debates de Nueva York. Comi rechazó la oferta, pero prometió dar con el hombre idóneo para la aventura.
Fue Fitzgerald, Comi, que con su hermano Siro representa a la firma Cessna en la Argentina, adaptó al monomotor un tanque adicional de nafta en los asientos traseros, para evitar que la falta de combustible malograra los planes. Carlos Perette, siempre según la versión, se habría preocupado de que la noticia del vuelo se infiltrara en la dirección de Crónica. Lo cierto es que el diario envió a su fotógrafo y reportero a Río Gallegos, cuatro días antes de la hazaña, con el mayor sigilo.
15 de setiembre de 1964
PRIMERA PLANA

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