Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

GUERRILLEROS ARGENTINOS:
A CUATRO AÑOS DE DE UNA EXPERIENCIA FEROZ

Los 12 hombres parpadearon, en la calle, después de casi 4 años de encierro. Era el mediodía del jueves 14 de diciembre último y atrás quedaba la Cárcel Modelo de Salta. Con la libertad condicional de una docena de sus integrantes se cerraba así otro capítulo de la experiencia guerrillera iniciada en octubre de 1963 en la región de Orán. En ese entonces, Los miembros del Ejército Guerrillero Popular intentaron uno de los más espectaculares y dramáticos proyectos políticos argentinos de La década del 60: la guerrilla.
¿Por qué lo hicieron? Por primera vez SIETE DIAS logra que hablen dos de sus protagonistas principales, Federico Méndez y Héctor Jouvé, que soportan condenas acusados de fusilamientos, tenencia de armas, asociación ilícita para la rebelión. Ambos revelan testimonios antes nunca contados acerca de La experiencia atravesada por un grupo de argentinos en medio del monte salteño, una de las regiones más feroces de la geografía latinoamericana.
Los escasos 6 meses de guerrilla —primavera de 1963, verano del año siguiente— terminaron el 4 de marzo de 1964 cuando la Gendarmería apresó a los primeros 2 barbudos (Raúl Dávila, Lázaro Peña) en el paraje "La Toma".
En las primeras semanas casi 40 personas fueron detenidas. Unas 22 recobraron la libertad entre agosto y diciembre de 1964. Hoy, de los 14 restantes sólo 2 recuerdan aquella aventura en la cárcel con sendas condenas de 25 años: Federico Méndez y Juan Héctor Jouvé. Pero en el camino quedaron otros 8 guerrilleros, 3 de los cuales se
murieron de hambre en medio de la selva, uno desbarrancado, 2 muertos en un encuentro con tropas de Gendarmería y los 2 restantes fueron, según las autoridades, fusilados por sus compañeros o, según los guerrilleros, murieron también de inanición.
El Ejército Guerrillero Popular surgió en Buenos Aires a principios de 1963 inspirado en los Frentes de Liberación Nacional venezolanos y colombianos que aún hoy actúan y en experiencias similares que entonces surgían en Perú, Ecuador y Paraguay, hoy aplastadas. Obviamente la victoria de Fidel Castro en Sierra Maestra era el modelo para estos activistas que describen así, en una declaración exclusiva, los instantes que en 1963 vivía el país.

CONTRA LAS ELECCIONES
"Alguna vez creímos en las elecciones, esperamos algo de ellas. Pero ¿qué podíamos seguir esperando después del 18 de marzo o del 7 de julio, después de Vallese? Nosotros pensamos que era suicida seguir adormecidos por el canto de la legalidad de los opresores. Y por eso nos organizamos para la revolución."
Pero uno de los errores cometidos por los guerrilleros fue reclutar a 2 agentes de los servicios de informaciones. Víctor Eduardo Fernández, uno de los complotados, reveló a las autoridades, en los folios 265, 266 del sumario que "tuvo participación como policía secreto infiltrado en la organización de los guerrilleros hasta que fue detenido por la Gendarmería". En folios 266, 268, Alfredo Campos afirma que "cuando fue detenido por la Gendarmería no se dio a conocer como policía por razones de servicio y de acuerdo a las órdenes que tenía". Enfrentados con "la inoperancia de los grupos de izquierda y descartando las interminables discusiones teóricas que no son sino un bizantinismo para perder el tiempo" los hombres del EGP se lanzaron a la selva.

EL MONTE POR DENTRO
"La selva salteña es impenetrable", afirmó el guerrillero Jouvé. "Avanzamos en medio de una vegetación tupidísima, por un terreno quebrado, y teníamos que vadear infinidad de veces el mismo río que se dividía en incontables brazos con caprichosas curvas que rodeaban montecitos. Ríos que subían y bajaban cien veces en pocos kilómetros. Jamás veíamos el sol. No había mañana ni noche. No se veía a un metro. Detrás de un árbol podía abrirse una grieta de quince metros, a pique, o cualquier otra cosa. Avanzábamos siguiendo el curso de los ríos. Íbamos permanentemente mojados. Teníamos tres reglas de oro: movilidad constante, desconfianza constante, alerta constante. Nos costó un poco acostumbrarnos a soportar pesadas cargas en mochilas de 35 a 45 kilos por lo menos sin parar más que para dormir. No había campamentos fijos. Sólo había altos transitorios donde no desplegábamos, por supuesto, carpas confortables sino pequeños emplazamientos donde hacer depósitos de víveres y armamentos. El equipo de la guerrilla era: una hamaca paraguaya a la que llamábamos "carmaca" porque servía para dormir y también era como una carpita, como un toldo. Teníamos poca ropa, utensilios para comer y víveres que cuidábamos hasta el momento en que los repartíamos. Era severamente castigado aquel que comía parte de la ración de los otros. Hasta el momento en que se nos ordenaba no podíamos ni tocar la comida. Avanzábamos hacia pequeños poblados para buscar comida y apoyo campesino."

DEL RIO Y LA MUERTE
La alimentación guerrillera se componía de pocos elementos claves.
Méndez los detalla: "Leche condensada, sopas en cubos, harinas, granos. No había comida regular a base de carne. Tampoco se podía preservar esa carne por más de 24 horas. En la selva no había frutos comestibles. Una vez estábamos casi sin raciones, con los contactos cortados. Entonces uno de nosotros miró a los monos que siempre nos espiaban y dijo: 'Mañana le entramos a los monos'. Pero al otro día, como si hubieran oído, no encontramos ninguno.
Los cauces de los ríos son peligrosos. En una crecida repentina Diego, César, Marcos y yo pasamos una situación terrible. En pocos minutos, mientras cruzábamos, el río creció hasta inundar toda la zona. Subimos a una loma, agarrándonos de una soga atada a un tronco, para que el río no nos llevara. El agua nos llegaba el cuello. Pasó la noche y sólo a la madrugada el agua bajó. Los pies se nos ulceraban e infectaban porque jamás nos podíamos secar y de noche hacía varios grados bajo cero. Para atravesar la
selva es necesario ir rompiendo zarzales con machetes o si no arrastrarse a ras del suelo donde hay menos espinas pero mucho barro. Así, pronto se rompieron las ropas y los zapatos; los heridos aumentaban día a día. Al principio teníamos remedios pero cuando quedamos aislados, ya al final, no había ni hamacas. Tratábamos de dormirnos pegados unos a otros para que el calor de los cuerpos nos protegiera de una lluvia que caía de todas partes y no paraba nunca. Llegamos a pasar 5 días sin tomar agua. Nos tomábamos el orín, comíamos raíces. Así murieron de hambre Diego, Marcos y César. Diego además había sido herido en una pierna por un balazo que el agente secreto infiltrado, Fernández, le había tirado para que no se moviera, tal como el mismo Fernández lo declaró en el sumario. El que nos daba el ejemplo de cómo soportar esa vida era el comandante Segundo. Uno de nosotros, quizá inspirado en Ernesto Guevara, seguía las caminatas a pesar de que tenía parásitos y ya sólo expulsaba sangre."

LOS PERSONAJES
Pero la guerrilla fracasó. "Quince días más y obteníamos el apoyo popular. No nos dieron tiempo", afirman los guerrilleros. Hoy, Jouvé y Méndez, con 25 años de cárcel cada uno, hablaron para SIETE DIAS en una sala de la Cárcel Modelo salteña.
—¿Qué pensó cada uno de ustedes cuando vio por primera vez al otro?

Federico Méndez: Que al cordobés Jouvé, sacándole un poco de grasa, se le podía poner una buena mochila.

Héctor Jouvé: "¿De dónde será este flaco?" pensé. "Tiene aire de voluntarioso. En conjunto los muchachos eran de una gran generosidad. Pero no formaban un grupo homogéneo. Eso fue grave."

—Ustedes están acusados de haber fusilado a 2 compañeros.
Federico Méndez: El que se mete en cuestiones militares debe aceptar responsabilidades. Pero en torno a nosotros se tejió una novela. A partir de los fusilamientos nos dieron la condena porque era el único modo de castigar nuestra actitud revolucionaria.

—Pero los fusilados están bien muertos.
Héctor Jouvé: La acusación no es exacta. Además ni siquiera se nos juzgó con sumario judicial sino meramente policial.

—¿Por qué entraron en la guerrilla?

Federico Méndez: Los móviles son distintos. Después del golpe del 55, de la frustración de una esperanza popular durante la ascensión de Frondizi, la burguesía, como clase social, ya no podía conducir al país. Yo conozco el monte chaqueño desde los 3 años. Trabajé en Vialidad. Pude haber sido un ingeniero, integrarme al sistema, agachar el lomo, pero elegí lo que considero que es la única salida posible.

Héctor Jouvé: Todo comenzó para mí en el 62, cuando vi que frente a la violencia sólo restaba la violencia como mal necesario. Y sabía lo que pasaría. Cuando lo encontré al comandante Segundo (presumiblemente el periodista Jorge Masetti) me preguntó cuántos años tenía. Respondí que 22. "Tan jovencito y de ésta posiblemente no quede ninguno vivo", comentó Segundo. Porque en estos casos hay dos posibilidades: o se gana o se muere.

—¿Cómo sobrevivieron al monte?

Federico Méndez: Para vivir en el monte hace falta voluntad. Muchos murieron por la hostilidad del terreno pero sobre todo porque les flaqueó la voluntad.

Héctor Jouvé: Cuando después de 4 meses de monte tuve que bajar a la ciudad a buscar alimentos estaba tan acostumbrado a los ruidos de la selva, al olor, a la humedad, que esa noche, sobre el colchón goma pluma del hotel no pude dormir. La fórmula del monte nos la dio Segundo: "Hay que tener paciencia; 10 kilos de paciencia. Y cuando se acaba hay que comprar otros 10 kilos más, y así hasta el fin".

—¿Qué sintieron ante la muerte de Guevara?

Méndez y Jouvé: Primero un dolor físico. Después una tristeza enorme. Para nosotros los compañeros eran como hermanos. Y sentimos que se había muerto el hermano mayor. Pero empezamos a elaborar la cosa y nos dimos cuenta que estábamos, nosotros y él, en el camino correcto.

—¿A pesar de tantos estruendosos fracasos?

Federico Méndez: Hay que comprarse más bolsas de paciencia. Yo sé por qué estoy aquí. Lo que no me explico es por qué otros no hacen las cosas que deben.

Héctor Jouvé: Al pensar en el "Che" terminamos sonriendo. Porque todo gran dolor termina en una sonrisa. En el fondo esto es un problema de optimismo.

21 AÑOS MAS
Tanto a Méndez como a Jouvé, que en la guerrilla tenían el grado de tenientes, les espera una vida entera en la cárcel.
"No es para tanto", sonríe Jouve. "Sólo me faltan ya 21 años". Méndez, alto, flaco, anguloso (28 años), trabaja todo el día en la carpintería del penal —el mejor del país— construyendo modelos de aviones y barcos que se venden afuera. Jouvé, con 4º año de medicina (27 de edad) trabaja en la enfermería. A veces, los domingos, cuando sus otros 12 compañeros estaban presos, mucha gente venía a verlos en horario de visita.
Ahora es probable que las visitas empiecen a ralear un poco. Sin embargo, los únicos dos guerrilleros que quedan presos esperan el fallo de la Corte Suprema ante la cual apelaron sus abogados.
Jouvé, al despedirse, recuerda de pronto que "una vez estaba tirado en el monte. Tenía mucha hambre y estaba agotado. Entonces sentí que tenía 7 u 8 años y estaba en una habitación con mi abuela francesa que a toda costa quería que aprendiese canciones infantiles en su idioma. Yo me resistía. Mi abuela cantaba pero pronto dejó de hacerlo. Cuando me acerqué a ella estaba muerta. Entonces me dije: 'Debo estar por morirme'. Pero aquí me tienen: Vivo."

Revista Siete Días Ilustrados
02.01.1968

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