DOS PREDICADORES HINDUISTAS INTENTAN CONVERTIR A LOS PORTEÑOS
BUENOS AIRES BAJO EL SIGNO DE KRISNA

Desde hace un par de semanas, dos monjes -uno canadiense y otro mexicano-desfilan por las calles al compás de címbalos y monótonos cantos que repiten las palabras de la popular comedia musical Hair: "Hare, hare, hare krisna, hare, hare". Según ellos, el estribillo sirve para lograr la iluminación y librar a la gente de las apetencias materiales

Si no fuera porque suelen pasearse lo más orondos por la calle Florida, los dos extraños bonzos vestidos con túnicas de color naranja (que recalaron hace un par de semanas en Buenos Aires) parecerían escapados de alguna imagen búdica o de uno de esos rumorosos cafés que festonean las atiborradas avenidas del Barrio Latino en París. En efecto, desde hace ya unos años, estos discípulos del yogui Bhaktivedanta Suami Pabhupada (un acólito del dios hindú Krisna o Krsna) recibieron de su maestro la consigna de predicar en todos los países de Occidente. Los Estados Unidos fueron —desde luego— el primer sitio en que retoñaron las enseñanzas del gurú y donde más adeptos se sumaron al movimiento. París, siempre dispuesta a mostrar a los turistas los más variados ramilletes de excentricidades, acogió a los alumnos de Krisna con aire indiferente, dejando que pasearan por los grandes bulevares golpeando sus címbalos y entonando sus cantos monocordes. Buenos Aires, por cierto, también abrió las puertas a los exóticos santones, para no ser menos elegante (o liberal, nunca se sabe) que la sofisticada capital francesa.
Por eso, los monjes Prakasananda Das (mexicano, 25) y Hanuman Das Goswani (canadiense, 23) alquilaron una vetusta casona en el atareado barrio del Once (en Ecuador al 400) donde instalaron su templo. Siete Días, especialmente invitado por los seguidores del Swami Pabhupada. presenció la singular inauguración y conversó largamente con los sacerdotes de ese rito hindú.
El altar, construido por un simple estrado, luce en el centro un cuadro del dios Krisna. Las paredes de la habitación fueron pintadas y decoradas por los tunicados oficiantes, quienes explicaron que para adherirse al culto, los interesados deben abandonar algunas prácticas inconvenientes: "Hay que alejarse de todos los productos que causan intoxicación como el café, el tabaco, las drogas y el té —enumeró uno de ellos—. Además no hay que ceder a las tentaciones sexuales y no practicar el amor carnal si no es con fines de procreación. Entre las prohibiciones figuran los juegos de azar, pues desvían al hombre del recto camino de la verdad".
Los parroquianos de Krisna (un dios que posee 16 mil esposas, 108 compañeras y 10 hijos con cada una de estas mujeres, una prolífica manera de soslayar el mero divertimento del sexo para concentrarse en la purificante tarea de la procreación) prepararon, como complemento de la ceremonia de inauguración de su filial de Buenos Aires, un banquete integrado por varios alimentos permitidos: dos o tres vegetales, algunas frutas y una que otra hortaliza reemplazaron a las vituallas vedadas por las escrituras, que son la carne, el pescado, los huevos y los mariscos.
Ser miembro de esta secta hindú que pretende arraigarse entre los bien alimentados porteños, impone otros sacrificios, además de los gastronómicos (algo que no toleraría el Fat Power, con toda razón y justicia): los monjes que habitan en la casona del Once se imponen la disciplina de levantarse todos los días a las cuatro de la mañana para bañarse con agua fría antes de arroparse con su túnica de color naranja, única vestimenta que se autorizan. Después de esa helada ducha, se someten a una concentrada meditación, sólo alterada por los frecuentes rezos, seguidos por el transitar de los dedos sobre un rosario de 108 cuentas, especie de ejercicio dactilográfico que les permite el conocimiento de los 108 Upartishads —textos sagrados— sin necesidad de leerlos. Comodidad, sin embargo, que no parece suficiente recompensa para semejante madrugón, sobre todo si se tiene en cuenta que la religión les obliga a no acostarse, bajo ningún pretexto, ni antes ni después de las diez de la noche.
"Nuestros libros sagrados —predicó el monje canadiense— enseñan no sólo que este planeta —se refería a la Tierra, evidentemente— sino todos los demás del universo material son miserables. Hay cuatro miserias principales: el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. Todos los mortales deben someterse a ellas, pero nosotros —confió— tenemos en formación otro mundo, que está hecho de éxtasis, de felicidad espiritual y que no contiene ninguna de las miserias. Por eso queremos ayudar a la gente a buscar ese mundo nuevo, que es sobrenatural —reconoció— pero que también está dentro nuestro".
La humanidad es materialista, está confundida y vive en la ilusión, denunció el monje azteca (que como su compañero lleva la cabeza rapada, símbolo de renuncia a todo bien material): "Debemos liberar la mente de la gente —vació— y por eso le pedimos que canten con nosotros el mantra, que consta de sólo tres palabras: Hare, Krisna y Rama ["salve", el nombre de dios y el de su esposa principal]. Esto es suficiente para lograr la iluminación". Algo que los técnicos de SEGBA no deben haber coreado como corresponde, pues al promediar el banquete inaugural, un implacable corte de electricidad sumió a los maestros y ocasionales discípulos en la más escandalosa oscuridad porteña.
Fotos: Osvaldo Dubini y Eduardo Nuñes
Siete Días Ilustrados
09.04.1973

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