HORACIO FERRER
36 AÑOS, POETA, PERIODISTA
QUEREME ASI PIANTAO, PIANTAO, PIANTAO
QUISIMOS SABER COMO COMPUSO LA "BALADA PARA UN LOCO", EL GRAN EXITO MUSICAL DEL MOMENTO. FERRER LO CUENTA PARA "GENTE" Y EXPLICA TAMBIEN EL ARDUO PROCESO DE COLABORACION CON ASTOR PIAZZOLLA. CON LA MISMA SINCERIDAD DIRECTA QUE EN LA BALADA.

Loco! ¡Loco! ¡Loco! Es que si no estuviera, jamás hubiera podido militar en la alegre demencia de esta redacción! En esta laboriosa colmena de la falta de cordura, que cada día se agarra a piñas con el bostezo y le hace una goleada al aburrimiento: ¡Arriba, muchachos, que se lo que hacemos siempre puede hacerse mejor, por lo menos ya estamos haciéndolo!
Y tal vez porque se sienten metidos en su cuestión y hermanos de su personaje —y porque ellos, de algún modo, también han contribuido a inspirar la cuestión y el personaje— mis compañeros han querido que cuente la historia de Balada para un loco. Lo voy a hacer, como si estuviéramos en nuestra siempre cordial y ruidosa rueda del boliche de Paseo Colón y México. Pase, lector: si gusta, un cafecito. . .
Esta canción, muchachos, muy lejos de haber nacido de alguna idea prócer, vino de algo que puede ocurrirle a todos: vino de una tremenda tristeza. ¡Ya ves! Así andaba una tarde, con mi tristezón al hombro, caminando por esta Buenos Aires nuestra, tan digna de ser caminada. ¿No te fijaste qué belleza sabe tener el anochecer de Retiro? ¡Una barbaridad de lindo! Y en eso estoy, cuando alguien me pregunta...
MI MUFA: —¿Y si eso que sentís, che, en vez de padecerlo lo cantás?
Encuentro que mi mufota tiene razón y me pongo a canturrear, para adentro: Ayer, por la tarde de Retiro, / pasó mi soledad en colectivo. / Y yo le pregunté al colectivero: / "¿A dónde lleva a esa viajera oscura?" / El me contestó: / "Sacó boleto de catorce penas rumbo al olvido..."
MI MUFA: —¡No! No es así, vos lo sabés.
Era cierto. Entré a trepar, entonces, por Maipú arriba y seguí por Arenales. ¿Viste que si vas caminando distraído o absorto, por ahí mirás las vidrieras sin mirarlas? Eso me ocurrió a mí. De pronto, ¿qué veo?: atrás de un escaparate estaban unos maniquíes haciéndome toda clase de guiñadas. ¿¡Qué es esto!? Volví a mirar, y otra vez: guiñadas de ojo izquierdo, ahora. ¡Santo Dios! Ahí, inesperadamente, en el cristal de la vidriera encontré mi propia cara reflejada. Y sin querer, canté en voz alta: Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
De sólo cantar eso, sonreí. Al pie de la sonrisa, pensé: ¿Por qué no ganarle a la tristeza? ¿Por qué no? Sentirlo y advertir que mi mufa salía al trote como una satanaza a la que hubieran mostrado el signo de la cruz, fue una sola cosa. Lo demás: al cruzar, en la esquina, los semáforos me pusieron las tres luces muy celestes; tres pibitos que andaban por allí, embromando con sus muñequitos astronautas, entraron a bailarme en torno; desde el cajón de las naranjas del puestero me llovió una lluvia de azahares.
Así, medio bailando y medio volando, di por hecho que la canción que me había carburado la mufa tenía que ser, precisamente, un himno a la antimufa. Una pequeña cantata de la locura linda, de la ventana abierta, del aire pobre y perfumado que te circula por las venas y te... ¡Bueno!
Con esa ideíta entre la frente y la nuca me fui para casa y se la conté a Piazzolla. ¡Mirá quién para que no le guste una cosa así!
—Sería —le dije— una suerte de grito cantado y loco de esta manera de vivir nuestra. De esta euforia y de esta angustia de hacer, ¿viste? De esta manera de ser tan libre.
Del dicho al hecho no hubo más tiempo que el necesario para cebar unos mates (aunque este Astor es tan apurado que es capaz de matear echándose un puñado de yerba en la boca con la zurda y un chorro de agua hirviendo con la derecha... ¡Ahí).
El kilómetro cero fue, claro, el delirio murmurado ante el escaparate: Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao. .. Sobre esa base borroneé una estrofa con una proposición de frase musical y un puñado de locuritas que después no quedaron como "ayer he visto a un beatle mordiendo un bandoneón" y otras por el estilo.
—Pero eso del poema y el trombón, no lo vas a sacar, ¿no?
—No, Astor, no.
Con la estrofa en el atril, empezó la música. Música de piano: primero él intentó una melodía de tango terraja, bien reo. Era, por cierto, muy hermosa. Pero no era la cosa. Vuelta atrás: la humorada ya estaba en las palabras. La música, así, debía cantar el otro costado de la explosión: ese qué sé yo de la tardecita porteña...
Otro tanto hicimos con la segunda parte (|Loco! ¡Loco! ¡Loco!). Una vez que la música estuvo terminada, empecé a escribir la letra definitiva. Infierno.
—¿Se puede vichar lo que estás haciendo?
—No.
—Pero eso del poema y el trombón queda...
—Si, Astor; queda, queda.
Y de este modo, con la cabezota del Piazzolla asomada como un fantasma impaciente sobre mi hombro, seguí la verseada: Quereme así, piantao, piantao, piantao, / ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!
—¿Querés un matecito? ¿Se puede ver?
—Sí al mate; no a la vichada.
—¡Pero, che!
Cuando música y letra, después de diez pasadas de garlopa y de lija, estuvieron surgió un problema: el tema, ¡por supuesto!, había
de cantarlo Amelita Baltar. Y el texto estaba pensado y sentido por un varón. La salida apareció pronto: en febrero del año pasado, mientras pergeñábamos "María de Buenos Aires" en un balneario de Uruguay, habíamos visto una película que nos dejó fascinados: "Rey por inconveniencia", con Alan Bates. Y, de repente, en nuestra canción de locos descubrimos el aire, la ternura de aquel manicomio conmovedor. Ahí le sugerí a Astor un valsecito farsesco —que ya estaba nombrado en la letra— y que serviría de clima para que una mujer contara su encuentro con el piantao y relatara cantando lo que él le dice. El valsecito salió a pedir de boca: es una versión valseada de la melodía de tango de la segunda parte de la canción. (Vaya esto para la mala fe de quienes, para probar que "Balada para un loco" no es un tango, argumentaron que tiene un vals metido en el medio. . . ¡Dale, pibe!)
Las tres cuartetas recitadas que intercalamos las escribí —ya con la entrega al Festival de Buenos Aires encima entre tango y tango del Viejo Almacén, con Ciriaquito Ortiz al lado y contándome cuentos: "¿Sabés, che, que en Córdoba hay un tipo que vende gestos para cantores? ¡Ja, ja, ja!" En él pensé, también, cuando puse eso de "Nos sale a saludar la gente linda. . ."
Por último llegó el momento de poner el título. Desde que empezamos a trabajar —la canción la hicimos en siete días exactos— al sentamiento de la "antimufa" le habíamos dado nombre con una palabra que mi querido Mario Mactas suele perpetrar en esa delicia de cosas que escribe: La flastrufia. Después, como ya teníamos "una "Balada para mi muerte" (balada, en su sentido antiguo, es decir: cuento cantado), optamos por el que ya sería definitivo.
Posdata: la canción que hemos hecho tiene poca importancia. Queríamos, sí, aumentar la capacidad de fantasía de los demás, aumentar en todos la temperatura de los sueños, vociferarle a la rutina: ¡Volá, vení, volá! Nos inspiramos en nuestra propia pasión de vivir y en todos los locos que, cada día, inventan el amor: en ese loco de Collins, por ejemplo, que llegó a tres palmos de la Luna, ¡y no bajó! En mi compañero Luisito, que lava copas de noche, hasta las cuatro de la mañana, para poder seguir de día su carrera de médico. En los que, todavía, saben conversar con un perro sin sentir vergüenza. Y en todos los quijotes que en vez de casco y cota de malla llevan medio melón en la cabeza y dos banderitas de taxi libre levantadas en las manos, y son bien capaces de la prepotencia de enamorar y de la humildad de enamorarse. Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
HORACIO FERRER

Revista Gente y la actualidad
11/12/1969

 

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