Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Irma Roy, y una sola esperanza
"Ser una madre como la que yo tengo..."

EN el amplio departamento nos reciben las señoras de la casa Irma Roy y Mariela, como la llama la actriz. Cuando le manifestamos nuestro deseo de reunirlas en una nota, Irma nos sorprende con una de sus emotivas salidas.
—Es la primera vez en mi vida que el Día de la Madre adquiere una significación de tal magnitud. Hasta ahora era un placer inmenso poder llegar a la "Gorda" con un regalito y un beso grandote; pero esta vez soy yo misma la que se siente identificada en la fiesta que todos los hijos brindan a su madre. Por primera vez comprendo, en el latir de mi propia sangre, la fuerza de una palabra que encierra todos los afectos del mundo, y ante la cual están de lado todas las definiciones.
El público conoce a Irma. Sabe que es de palabra fácil y emotiva; que, lejos del texto de un libreto, tiene sobrados elementos propios para justificar la audiencia más exigente. Imagine entonces el lector cómo ha de ser nuestra amiga cuando habla de un tema que le es tan caro, tan propio, tan íntimo.
—El primer domingo de octubre es el aniversario del nacimiento de mi padre, pero hace dos años que ya no está con nosotros. Hasta hace poco éramos las dos solitas en esta casa tan grande. Hasta que me casé, y junto con el matrimonio, la esperanza en el hijo que anhelé toda mi vida. Mi madre vive conmigo las instancias de este maravilloso período. Somos dos amigas hablando de problemas comunes, que hasta el presente nos estaban vedados, porque ella siempre tuvo la virtud de tratar de hacerme olvidar la ausencia del nieto que nunca había tenido. En el futuro, el Día de la Madre ha de contar con dos pensionadas a la felicidad en ésta casa...
Doña María nos sirve el clásico café, qué hecho por su mano, ya es popular en el ambiente. La vemos más buena moza que nunca.
—Y... es una coqueta terrible la "Gorda"... —dice Irma, abrazándola—. A alguien tenía que salir la hija...
La buena señora se deshace del abrazo con una cariñosa protesta. En su rostro es evidente que el tiempo le ha descontado angustias, porque en su expresión hay una vida nueva. Quedaron atrás momentos muy amargos, mientras se tiende hacia la esperanza el mejor de los logros para una madre que ve fructificar su amor por la hija en el retoño que está por llegar.
Hasta que ella misma acepta intervenir en la conversación:
—Yo quisiera que todas las mujeres tuvieran la satisfacción de tener una hija como es mi Irma. Es mi única hija, pero con ella tengo todo lo que me pudiera dar la vida.
—¿Le hubiera gustado ser actriz, señora?
—¡Con toda el alma!... Pero yo he sido la única hermana de nueve varones... Por consecuencia, mi obligación estaba en atender las obligaciones de mi casa sin poder dar salida a mi vocación.
—Si quieren tener una pauta de la gran capacidad de mi madre para el trabajo de actriz, les diré que ella memoriza mejor que yo... Y si hay algún juicio que espero luego de cada trabajo, es el de Mariela... ¡Es implacable!. .
La conversación entra en el tema jocoso provocado por "la acusación" de Irma; y ella misma lo aprovecha para acotar algo:
—¡Y ahora está inaguantable!... Imaginen que ya se siente madre por partida doble... No quiero ni pensar en lo que ha de ser esta casa cuando nazca mi hijo... Entre Osvaldo y Mariela, yo no voy a tener derecho más que a figurar en el Registro Civil...
No queremos, en la oportunidad, hacer ninguna referencia al trabajo de la actriz. Sin embargo, es doña María la que no puede evitar la mención de los éxitos de su hija.
—¿Feliz, entonces, con la carrera de su hija?. . .
—¡Feliz y orgullosa!... Es como si yo misma experimentara la sensación del éxito. Cuando salgo de compras, o me encuentro con las señoras amigas, debo tener mucho cuidado en recordar cada uno de los trabajos de Irma, porque en más de una oportunidad el público me sorprende con detalles que yo consideraba intrascendentes. Cuando la veo actuar, cuando la siento enternecerse con algún personaje, me enorgullezco de la educación y el ambiente de hogar que pudimos proporcionarle. En cada uno de sus gestos veo el reflejo de la gran sensibilidad que desde chiquita puso en juego. Recuerdo que ya a los tres años de edad su capacidad para la interpretación era tal que aprendía de memoria lo que yo le leía, y luego sorprendía a la gente simulando leer la misma página del libro que yo le había enseñado.
Pero es Irma Roy la que nos vuelve al motivo de la nota. Deja de lado a la actriz; se emociona y nos agradece que nos hayamos acordado de su madre.
—Radiolandia siempre fue el eco de mis inquietudes y mis desvelos; en esta oportunidad quiero que sea el registro de mi más grande esperanza para siempre: sólo ambiciono llegar a ser una madre como la que yo tengo. Entonces habré llegado al punto más alto de mis ambiciones de mujer. Yo sé que no hay palabras para decir de la inmensa emoción que me domina, pero ya que el destino ha premiado mi amor con la cristalización del sueño, lo único que espero es merecerlo...
Radiolandia
11.10.1968

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