Bueno, no tan gordo. Fíjense que, después de haber
aumentado últimamente unos 5 kilos, recién anda
ahora por los 94. Claro, en sus buenos tiempos
llegó a pesar 126 kilos para 1,70 de altura. Desde
ese record entró en el tobogán de un régimen que
casi lo llevó a la categoría de los "coflas": 89
kilos. Como ya no le podían decir más el "Gordo"
Portales, empezaron a decirle el "Cabezón".
¿Cómo hizo para bajar nada menos que 37 kilos?
Facilongo: hubo una vez un médico qué le regaló un
cacho de amor, de preocupación por su persona. Ese
médico se llama Rovner, y en el año 1969, cuando
Javier estaba haciendo "La mentira", de Julio
Maurizio, en el San Martín, fue a verlo a los
camarines y le dijo que quería hablar con él,
simplemente conversar un rato acerca de cualquier
cosa; por ejemplo, ¿cómo anda esa salud? "Porque.
. . ¿sabe una cosa? Yo soy un admirador suyo, y
creo que con ese peso usted no puede sentirse
bien. Y como yo quiero que viva mucho tiempo,
porque, ya le dije, me interesa muchísimo su
trabajo como actor, le propongo que venga a verme;
tengo una clínica justito frente al teatro."
—No sólo era un gordo —me dice ahora Javier—; era
un enfermo. Tenía diabetes y, como vos debés
saber, un diabético gordo es un doble enfermo. El
doctor Rovner me lo descubrió casi en seguida y me
dijo que si estaba decidido a hacer un régimen que
fuera a verlo. Jamás me cobró un solo mango y
terminé sintiéndome muy amigo de él.
Ahora que
enflaqueció hasta tiene sus pretensiones de
elegancia: una corbata azul sobre una camisa
celeste desaparece debajo de un chaleco colorado.
El saco es de un gris azulado a cuadros grandes, y
el pantalón es negro. Es el atuendo justo para su
aire "nonchalante", lleno de un esplín
baudeleriano, desde el que, un poco lejano y
burlón, da pinceladas displicentes que lo pintan a
uno de marrón, un poco verdoso. Cuando terminó la
entrevista, después de tres horas, me sentía un
poco como la pared de un hospital.
No bien
terminó su número de "La peluquería", para "El
botón", de los hermanos Sofovich, nos fuimos al
café de enfrente, donde también estaba Fidel
Pintos tomando un cafecito. Nos sentamos juntos y
Portales siguió avante con el asunto de su régimen
para adelgazar.
—Después de tres meses el amigo
Rovner me sometió a una semana completa de
análisis de sangre y orina todos los días y llegó
a la conclusión de que podía suprimirme los
hipoglucemiantes, medicamentos que yo tomaba para
la diabetes. Y te quiero aclarar de nuevo que este
tipo totalmente fuera de serie que es Rovner
tampoco me cobró un solo sope por toda esa casi
infinita serie de análisis.
—Escúchame, Javier
—le digo—, como puede haber algún gordito que lea
esta nota, ¿no podés darme la base esencial del
régimen?
—Bueno... esencialmente, es el régimen
de supresión de las "p", es decir papas, pan,
pastas, postres y vivir a carne, ensaladas,
verduras y frutas, sobre todo las cítricas. Con
eso podés bajar cualquier cantidad de kilos.
—¿Vos fuiste flaco cuando eras joven?
—No,
nunca. Ya desde chico era gordito. A los 18 años
pesaba unos 100 kilos.
—Te lo preguntaba porque
el "Gordo" Porcel me contó que él
era un flaco
cuando era jovencito; que lo engordaron las
"picadas" con los amigos. . .
—¡¿Las picadas!?
—se mete sorprendidísimo Fidel Pintos—. Ese...,
picando, debe ser una fábrica de mosquitos.
—No, en serio —digo yo—, me dijo que. . . — y no
alcanzo a terminar porque Fidel remata diciendo.
—¡Qué picada ni picada! ¡El "Gordo" es un pueblo!
Los otros días me vino a visitar al camarín y me
tuve que poner un letrero que decía: "¡Ojo! Yo soy
un ser humano", porque si no me morfaba a mí
también.
Después de los jajijes
correspondientes. Portales me cuenta una que le
dijeron a Porcel en un café-concert de Córdoba.
Resulta que estaban trabajando Porcel con
Altavista cuando de repente se oyó la voz de un
cordobés que le decía: "Chei Gordo, si llegái a
suspirá en un gallinero nos disfrazái de indio a
todos".
—¿Sabés una cosa? —me dice Portales—,
yo también soy cordobés. Nací en Tancacha, cerca
de Río Tercero.
—¿Y cuántos años tenés, si es
que se puede saber?
—Treinta y seis.
—¿Casado?
—Sí, con Leonor Delia Novoa; un hijo.
Javier Ángel, de 11 años.
—¿Hace mucho que
estas en esto?
—Tanto tiempo que ya
perdí la
cuenta. Aquí debuté en el Maipo, donde me llevó el
Dringue. Tenia 17 ó 18 años, poné 18. Pero en la
radio debuté a los 13, en LT8, de Rosario. Cuando
debuté en el Maipo, donde hacía un "sketch", ya
andaba por los 100 kilos. De ahí pasé a trabajar
en el teatro con Pepe Cibrián, que me llevó a la
televisión. Entonces trabajé mucho en TV
alternando con el teatro.
—¿Te gusta trabajar
en televisión?
—¿La verdad? Me gusta muchísimo.
Me causa un inmenso placer hacer programas como
"Operación ja ja" y "Polémica en bar", pero,
aparte de lo que hago que, como te dije, me da
gran placer, me gustaría hacer otro tipo de
televisión. No me puedo olvidar, por ejemplo, que
en una época no demasiado lejana hice el Señor
Cero de "La máquina de sumar", del Elmer Rice, o
el comerciante de "Montserrat". No es que quiera
dejar de hacer lo que estoy haciendo. Lo que hago
me encanta y no lo dejaría por nada del mundo;
pero, además, me gustaría hacer otras cosas. El
teatro, por supuesto, me apasiona. También el
cine. Me gustaría llegar a dirigir cine, y con un
guión original mío si fuese posible. En cambio,
fíjate, no me apasiona dirigir teatro.
—¿Javier
Portales es tu nombre verdadero?
—No. Me llamo
Miguel Ángel Álvarez.
Al hombre le encanta el
teatro, pero sólo para actuar en él. Y muy bien.
Lo demostró en "Nuestro fin de semana" (Roberto
Cossa), en "Un hombre es un hombre" (Bertolt
Brecht), con dirección de Gorostiza, "Adriano
Séptimo", "Divinas palabras", "El inspector" y
tantas otras obras famosas. El mismo es autor de
"La sartén por el mango", una pieza que en el
teatro dirigió Osvaldo Bonet, y que también fue
llevada al cine, cosa de la que Javier no quiere
ni acordarse.
En el cine las actuaciones de
Portales deben andar por las 50 películas, o por
lo menos 40. Cuando le pido que hablemos de su
relación con el cine nacional me dice:
—Hice
mucho bodrio, de modo que vamos a hablar de las
más rescatables, que para mí son "Una cita con la
vida", con dirección de Hugo del Carril; "El
centroforward murió al amanecer", de Agustín
Cuzzani, con dirección de René Mujica y "Tres
veces Ana", de David Kohon. Con Enrique Carreras
hice como 10 ó 12 películas, de las que se salvan
—desde el punto de vista de mi trabajo quiero
decir— "Operación San Antonio" y "Del brazo y por
la calle"; otras 5 ó 6 con Palito Ortega y dos con
directores españoles: "Una jaula no tiene
secretos" y "Los pulpos". Sobre este asuntito del
cine tengo una anécdota sensacional que te pinta
un "chanta": el director de cine Dino Risi. Fue
cuando vino aquí a filmar "Un italiano en la
Argentina".
—Sí, yo lo conocí en un festival en
Mar del Plata. Creo que ahí tramaron esa película.
—En ese tiempo yo andaba sin trabajo. Era verano,
pero yo andaba con un único traje, negro y con
tela gruesa, porque era de invierno. Me había ido
bien en la televisión ("Hombres y mujeres de
blanco", "Farmacia de barrio", "Distrito Norte"),
pero después me quedé sin trabajo y sin un mango.
Bueno, en esa película iban a trabajar —y
trabajaron— Vittorio Gassman, Nino Manfredi y
Silvana Mangano, y yo me empecé a mover como loco
para ver si conseguía un papelito ahí. Imaginate,
trabajar al lado de esos monstruos del cine podía
darme algún cartel, y con el cartel siempre viene
el laburo. Le llevo la foto a Lococo (producción)
y me citan al Alvear Palace Hotel. Llego y me
preguntan cosas. Hacia un calor bárbaro y yo, con
mi traje negro, grueso, sufría y sudaba. "Lo
llamaremos", me dicen. Recién en esta segunda cita
me atiende Risi, personalmente. "¿No se puede
cortar el pelo?", me dice. Parece que mi papel era
el de un comunista, fanático, pelo corto,
etcétera. Tercera cita. Llego yo con el pelo bien
corto y están Risi y dos asistentes. Otra vez:
"¿Come si chiama lei? Fei un giro, continua
girando. . ., eco". Yo me sentía muy mal, pero el
hambre te hace hacer cualquier cosa y daba las
vueltitas. Cuarta cita. Era para preguntarme si
podia volver después de haber conseguido varios
pares de anteojos para probar cuál era el que me
quedaba mejor, más adecuado para el papel. Mangué
cuanto anteojo pude y fui de nuevo. Ya era la
quinta vez: "Fai un giro. Ma occhio que lei non e
un gángster. Lei e un inteletuale, eeeh". Me hacen
pasar a una oficina y me preguntan si puedo sacar
el pasaporte. Yo ya me veía filmando en Cinecittá,
qué te parece. Por supuesto les dije que si.
¿Pasaporte yo? En cinco minutos puedo conseguir el
pasaporte... claro que puedo conseguir el
pasaporte. Imagínate, yo decía cualquier cosa con
tal de agarrar el papelito que me iba a llevar a
Cinecittá. Macanudo, hacía una semana que no me
llamaban cuando de pronto me citan a las diez de
la mañana de un sábado. Voy y me encuentro con
Guido Gorgatti. ¿Qué hacés acá? Y... me citaron.
Fenómeno. Será para otro papel, pensé yo. Nos
hacen pasar a los dos juntos. "Avanti, avanti. .
.", y otra vez con el asunto del "giro". Bueno, en
definitiva... lo hizo Guido. Uno de los asistentes
se dignó darme una explicación. Como yo traspiraba
mucho Risi creyó que era por los nervios y él no
quería principiantes. ¡Y era por el traje negro de
invierno! Me quería morir. Lo que pasa es que el
tano éste era un chanta infernal. Lo mismo que el
otro, Rossano Brazzi, el que vino aquí a hacer "Il
rubbamento", que fue un bodrio difícil de igualar.
Ahí sí que trabajé. ¿Sabés quién se encargó del
doblaje? El "Gordo" Siro. Los metros de celuloide
que se gastaron para hacer esa película! Y si no
se la dobla Siro se va todo al tacho.
—Contame
cómo andas de política, religión y ese tipo de
temas. . .
—Bueno, yo soy un católico que
aunque cree en Dios no cumple con los ritos. Me
eduqué en El Sagrado Corazón, de Rosario; mi muier
es católica y mi hijo está bautizado. Ahora ha
resuelto hacer la primera comunión; lo dejé que
eligiera. Políticamente soy de ideas socialistas,
lo que no quiere decir que tenga ninguna afinidad
con los comunistas. Simplemente tengo ideas
socialistas y, por supuesto, soy democrático.
—Contame qué cosas leés. . .
—Mucho teatro;
Arthur Miller es mi autor preferido. Tengo una
gran "metedura" con "La muerte de un viajante",
pero nunca pude hacerla. Ni ésa ni otras cosas de
él. También me gustan mucho Chejov, Shakespeare,
Anouilh. Me conformo censando que hice "El alcalde
de Zalamea", de Lope de Vega. No me gusta mucho
leer novelas, salvo las de Graham Greene.
—¿Y
poesía, te gusta la poesía?
—Walt Whitman,
Neruda, León Felipe, Miguel Hernández. . . Lo que
no leo es filosofía, pero sí psicología. Ahora
estoy leyendo "Los actos compulsivos", y un libro
sensacional que se llama "La muerte de la
familia", donde se muestra cómo todos los lazos se
han ido quebrando y la familia muriendo
irremisiblemente. El tema me interesa mucho porque
yo trato de vivir en familia y, francamente, creo
que la nuestra conforma una familia bastante
unida.
—A ver, contame alguna anécdota que haya
ocurrido en tu casa.
—Tengo una buena con mi
pibe. Mejor, tengo dos. La primera, de hace dos
años, cuando él tenía 9. A la hora de la cena en
casa no se ve TV. Prefiero la vida en familia.
Pero ese día estaba viendo el "tape" de "Judith",
porque estaban recordando a Violeta Antier. El
pibe pareció interesarse en mi trabajo, hasta que
vinieron los avisos. "¿Ves —me dijo—, eso deberías
hacer vos, no esa pavada que hacés en e|
teleteatro". La otra es reciente. Ya tenía 11
años. Andaba por ahí haciéndose el vivo. Hasta que
lo molí a gritos y le dije: "Y no se olvide que
aquí el único piola soy yo". Y entonces él dijo,
despacito: "Por ahora".
—Además de "Operación
ja ja" y "El botón", ¿qué otra cosa estás haciendo
ahora?
—Radio. Desde las 11 y media a las 13.
por Splendid.
—¿Por qué no cantás junto con
Fidel, Lavié, García Grau y tutti quanti en los
números musicales de "El botón"?
—Porque el
oído a mí para lo único que me sirve es para
escuchar conversaciones y ruidos. Musicalmente no
existe.
—En teatro, ¿estás haciendo algo?
—Una obra de Osvaldo Dragún que se llama "Pedrito
el Grande", en el Teatro del Globo. Trabajo con
Enrique Liporace y Elsa Berenguer. Yo soy el
marido. Nos hemos criado juntos con el personaje
que hace Liporace y lo llevo a mi casa para
despedazarlo delante de mi mujer. Por supuesto,
termino haciéndome trizas yo. Es una pieza de tono
naturalista, con un ataque frontal a la pequeña
burguesía. Además filmé "Los doctores las
prefieren desnudas", con dirección de Gerardo
Sofovich.
Como en las tres horas que ha durado
la charla han entrado no menos de 25 chicos para
pedirle autógrafos (menos uno que sólo le pidió un
besito), le hago notar que tiene gran popularidad
entre el público infantil.
—Sí —me dice—, pero
en la calle también me paran los grandes. Ya vas a
ver.
Salimos a la calle, rumbo al canal, bajo
un polvo de agua que cae de un cielo de grasa
congelada. Hay una cola de gente —de 4 en fondo—
que da vuelta la esquina. Cuando lo descubren
empiezan a desprenderse de la cola para pedirle
autógrafos, que él firma bajo la invisible
llovizna. Otros le gritan: "Chau, Cabezón", o si
no, conocedores de su fanatismo riverplatense: "Y
dale Ferro, y dale dale Ferro".
—El miércoles
pasado —musita— me gritaban: "Y dale
Independiente".
—Y bueno, no te calentés
—murmuro—yo también soy hincha de River, qué le
vachaché.
LEO SALA
Fotos: JUAN JOSE PEREZ
Revista Gente y la actualidad
27.09.1973
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