Tenía que hacer un
largo viaje a caballo. Setecientos cincuenta
kilómetros en 25 días, a un promedio de 30
kilómetros por día. Su destino, así lo creía, era
Yapeyú, la tierra que vio nacer a San Martín.
Llevaba en el cofre de madera un puñado de otra
tierra. Era tierra de la lejana y brumosa Boulogne
Sur Mer, la tierra que vio morir a San Martín hace
128 años. Y se proponía juntar las dos tierras.
"Lo hago a caballo
—dijo antes de partir—, pese a los adelantos
técnicos, porque considero que el homenaje a San
Martín tiene que ser una síntesis de ese hacer
sacrificado que en el pasado fue ir de a caballo.
Y San Martín fue un señor de a caballo. . ."
Empezó a cabalgar en
dirección al Tigre. Durante diez kilómetros lo
acompañó un grupo de jinetes del "Círculo Criollo
El Rodeo", de El Palomar, que había hecho traer a
Buenos Aires el puñado de tierra de Boulogne Sur
Mer.
Montaba un bayo de
gran alzada, y a su lado iba Fino Gutiérrez, su
compadre, en un alazán oscuro. Tarareaba a media
voz, con esa voz suya adormilada y profunda, un
aire criollo que a veces era huella y a veces
triunfo. Nadie habría adivinado en su figura otra
cosa que al gaucho. Nadie hubiera sospechado en
esa figura hecha a la medida de un recado sus
anteriores oficios de camionero, mozo de bar,
empleado de aserradero y dependiente de almacén.
CRONICA DE UN VIAJE
(I)
Pedro Vallier haría el
camino a Yapeyú en su automóvil Chevrolet,
adelantándose a los dos jinetes. Estaba encargado
de arreglar cada etapa del viaje. La primera debía
cumplirse en la noche del martes 31 de enero en su
finca de Escobar, "El Rancho de Don Pedro". Cuando
los dos hombres llegaron al Tigre, Vallier estaba
esperándolos.
Convinieron en que más
tarde volverían a encontrarse en la barrera de
Benavidez.
Desde ese punto, Vallier los guiaría hasta su
casa. Se fue Vallier a prepararlo todo y los
jinetes se quedaron unos momentos más para
terminar la cerveza que estaban tomando. Con el
último sorbo volvieron a montar y continuaron la
marcha.
EL DESTINO (I)
General Pacheco, calle
Zorzal 1731. Héctor Emilio Díaz termina de dar
brillo con la gamuza a su camioneta Dodge, modelo
1977, chapa C. 126.983. Díaz tiene 19 años, vive
con sus padres, Emilio y María del Carmen, y su
hermana, Graciela. Trabaja con su camioneta para
una compañía de fletes que tiene oficina en San
Isidro. Es un muchacho como tantos, amigo de todos
en el barrio, trabajador —sale de su casa a las 5
de la mañana todos los días— y ordenado en los
asuntos de su vida.
Falta poco para las 9
de la noche del martes 31 de enero, y Héctor
Emilio Díaz ya está al volante de su camioneta
recién lavada. Irá a Ingeniero Maschwitz a visitar
a su novia Adriana. Hace calor y el cielo amenaza
con lluvia.
CRONICA DE UN VIAJE
(II)
Alcanzaron la ruta 9,
en Pacheco.
Llegaron hasta una
estación de servicio y vieron que allí el camino
se bifurcaba. Consultaron con un hombre que
parecía del lugar y que estaba bajo uno de los
focos que iluminaban la estación de servicio:
—¿La barrera de
Benavidez? —dijo el hombre alto y grueso que por
la mañana había recibido la bendición en la
Catedral.
—Cafrune es usté, ¿no?
—dijo el lugareño.
—Cafrune —respondió el
jinete mientras se inclinaba sobre la montura
extendiendo la mano derecha abierta, que el otro
hombre estrechó.
—La barrera de
Benavidez me preguntaba. . . Siga derecho. . .
—¿No agarramos donde
se aparta?
—No, derecho no más.
Le pega un rato y la va a ver enseguida.
El cielo se había
cerrado completamente pero no llovía. Apretaba el
calor y la oscuridad era casi total.
—Encendé el farol
—pidió Cafrune a su compañero.
Fino Gutiérrez sacó de
sus alforjas un farolito de mecha y lo encendió
sin detener el caballo. Cada vez que a la
distancia brillaban los focos de un automóvil,
Gutiérrez alzaba el farol y lo movía de un lado al
otro para señalar la presencia de los dos en el
camino.
La barrera de
Benavidez ya estaba cercana cuando sucedieron dos
cosas simultáneamente.
EL DESTINO (II)
Héctor Emilio Díaz
guiaba su camioneta por la ruta 27. Se acercaba al
cruce con la calle Tirso de Molina.
De pronto, las luces
bajas le revelaron frente a él las espaldas de dos
jinetes y las ancas de sus cabalgaduras, en el
instante en que el jinete de la izquierda, Fino
Gutiérrez, tiraba de las riendas hacia la derecha
porque su caballo amenazaba con trotar de costado
y cruzarse sobre la ruta. La aparición de los
jinetes en la ruta y Díaz que apretó los frenos a
fondo fueron hechos simultáneos. Pero la camioneta
Dodge ya estaba sobre Gutiérrez y Cafrune. Con las
ruedas delanteras casi detenidas, llevada por el
impulso de la marcha, la camioneta inició un
trompo hacia la derecha. Los paragolpes frontales
golpearon las ancas del caballo de Fino Gutiérrez.
El jinete salió de su montura como impulsado por
un resorte, y su caballo fue levantado del suelo y
arrojado varios metros adelante, con el espinazo
partido.
Gutiérrez cayó sobre
la camioneta y esta golpeó con la parte trasera
las ancas del caballo de Cafrune. El animal saltó
hacia adelante y derribó a su jinete y lo pisoteó
en el suelo.
Fino Gutiérrez estaba
aturdido pero ileso.
Cafrune quedó de
espaldas sobre la ruta. Gutiérrez se acercó a él,
corriendo, y se hincó a su lado. No se animó a
moverlo. Tuvo que acercar su cabeza a la de
Cafrune para escuchar lo que este le decía con un
hilo de voz:
—Me muero, hermano.
Cuídame al hijo. . .
CRONICA DE UNA AGONIA
El libro de guardia
del cuerpo de bomberos voluntarios de Benavidez
dice, en la hoja del martes 31 de enero: "A las
21.15 se presenta en este cuartel el señor Kombolá
para avisar que en la ruta 27 se había producido
un accidente del que habían resultado heridas dos
personas. Inmediatamente sale hacia el lugar una
dotación a cargo de Julio César Nery e integrada
por los voluntarios Carlos Grande, Ricardo Cóppola
y Carlos Rivadaneira, acompañados de algunos
colaboradores.
Cuando llegaron los
bomberos (único cuerpo que puede prestar servicios
de emergencia en Benavidez, donde no hay
destacamento policial ni servicio de vigilancia
alguno) Cafrune estaba todavía en el lugar donde
había sido derribado y pisoteado por su caballo.
Lo rodeaban Fino Gutiérrez y los miembros de la
familia Ruiz, que viven en una casa cercana del
punto del accidente.
Poco después llegó
Pedro Vallier.
Cafrune estaba lúcido
pero soportaba terribles sufrimientos. Cuando vio
a Vallier, le dijo:
—Matame, hermano, o
hacé que me den una inyección, porque ya no doy
más. . .
Los bomberos
propusieron llevar a Cafrune a la casa del doctor
Eduardo Mocoroa, que vive en la calle Pacheco de
Benavidez, para que le prestara los primeros
auxilios. Decidieron trasladarlo en la camioneta
Fiat 125, patente B. 1.382.526, del vecino Enrique
Gerardo Gaida.
A las 21.45 llegaron a
la casa del doctor Mocoroa, que atendió a Cafrune
asistido por su mujer, Clara de Mocoroa,
enfermera. El médico diagnosticó:
—Fuerte shock. Presión
muy baja. Evidente traumatismo cerrado de tórax.
Le aplicó un
analgésico intramuscular y aconsejó trasladarlo
inmediatamente al Instituto de Cirugía Torácica de
Haedo. Sin embargo, como la única ambulancia que
hay en Benavidez tenía quemadas las juntas del
motor hacía ya varios meses, el médico cambió de
idea: Cafrune no resistiría el viaje hasta Haedo
en la camioneta de Gaida, así que recomendó
llevarlo al Hospital de Tigre.
CRONICA DE UNA AGONIA
(II)
Durante el viaje hasta
el Hospital de Tigre Cafrune perdió el
conocimiento.
Llegaron a las 11.
Cafrune tenía serias dificultades respiratorias y
estaba sumido en un profundo sopor. Mientras
estuvo lúcido había llamado permanentemente a su
pequeño hijo Facundo.
Los médicos del
Hospital diagnosticaron "traumatismo de cráneo,
traumatismos varios de tórax y deficiencia
respiratoria". Le tomaron radiografías. Era
urgente operarlo. Pero no podían operarlo en ese
Hospital.
Testimonio del
subdirector del Hospital de Tigre, Genaro Juan
Cerantes:
"¿No lo operamos aquí
mismo por tres razones: 1º) no tenemos médicos
entrenados para operaciones serias de pulmón,
porque esto es una especialidad en la medicina. Lo
mismo digo si la lesión más grave de Cafrune
hubiera sido en el cerebro: para eso hubiera hecho
falta un neurocirujano. 2º) Para esta clase de
intervenciones hace falta anestesia por
hiperpresión, que no tenemos porque requiere
elementos demasiado especializados para un
hospital regional como éste. 3º) De haber
intentado una operación sin sentido aquí —que
sabíamos no lo salvaba— no disponemos de terapia
intensiva. Un enfermo en el estado en que se
encontraba Cafrune tiene que entrar en terapia
intensiva inmediatamente después de operado."
LA MUERTE Y DESPUES
Con diez costillas
rotas e incrustadas en el pulmón izquierdo, serias
heridas internas en el abdomen y el cráneo dañado,
Cafrune fue llevado en una ambulancia del Hospital
de Tigre al Hospital Centrángolo, de Vicente
López. Pero nada se pudo hacer por él.
Testimonio de Roberto
R. Córdoba, chofer de la ambulancia del Hospital
de Tigre, 37 años, casado: "Iban tres médicos con
él. Al pasar por la comisaría de Tigre, para
obviar los trámites policiales, un agente subió a
mi lado en la ambulancia y nos acompañó en el
viaje.
"Cafrune estaba
totalmente inconsciente. A la altura de la
Panamericana y la calle San Lorenzo los médicos me
avisaron que había entrado en coma. Llegamos a
destino y en la guardia del Hospital comprobaron
que había muerto. Pusimos otra vez su cuerpo en la
ambulancia y volvimos a Tigre para dejarlo en la
morgue del Hospital. Eso fue todo."
Así murió el jinete
que llevaba a Yapeyú un puñado de tierra de
Boulogne Sur Mer para rendir homenaje a San
Martín. El cofre con la tierra quedó en las
alforjas de su caballo bayo. Quizá el mismo que
monte mañana Fino Gutiérrez para cumplir con el
gesto que truncó la muerte.
MARIO PEREZ COLMAN
INFORME: JORGE BARHIL,
LUISA DELFINO, JORGE PALOMAR.
FOTOS: RICARDO LOPEZ
Revista Gente y la
Actualidad
09.02.1978
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