El trágico accidente de Jorge Cafrune
Los gauchos mueren de a caballo
PARTIO A CABALLO RUMBO A YAPEYU PARA RENDIR UN HOMENAJE A SAN MARTIN PERO NO LLEGO. UN CAMION LO ATROPELLO EN LA RUTA.
• El pequeño cofre de madera estaba entre sus manos, contra su pecho y semicubierto por la barba espesa y canosa que le enmarcaba el rostro aguileño. De rodillas junto al mausoleo que guarda los restos de San Martín, recibió la bendición del rector de la Catedral. Agigantaba su figura el poncho abigarrado que dejaba al descubierto las botas acordeonadas y una cuarta de las amplias bombachas. A su lado, en el piso de grandes y espejados mosaicos, donde bailaban las sombras proyectadas por las lámparas de aceite, había dejado el sombrero de anchas alas. Recibida la bendición lo recogió, lo puso bajo su brazo, y salió a la luz del día.
Era la mañana del 31 de enero.

Tenía que hacer un largo viaje a caballo. Setecientos cincuenta kilómetros en 25 días, a un promedio de 30 kilómetros por día. Su destino, así lo creía, era Yapeyú, la tierra que vio nacer a San Martín. Llevaba en el cofre de madera un puñado de otra tierra. Era tierra de la lejana y brumosa Boulogne Sur Mer, la tierra que vio morir a San Martín hace 128 años. Y se proponía juntar las dos tierras.
"Lo hago a caballo —dijo antes de partir—, pese a los adelantos técnicos, porque considero que el homenaje a San Martín tiene que ser una síntesis de ese hacer sacrificado que en el pasado fue ir de a caballo. Y San Martín fue un señor de a caballo. . ."
Empezó a cabalgar en dirección al Tigre. Durante diez kilómetros lo acompañó un grupo de jinetes del "Círculo Criollo El Rodeo", de El Palomar, que había hecho traer a Buenos Aires el puñado de tierra de Boulogne Sur Mer.
Montaba un bayo de gran alzada, y a su lado iba Fino Gutiérrez, su compadre, en un alazán oscuro. Tarareaba a media voz, con esa voz suya adormilada y profunda, un aire criollo que a veces era huella y a veces triunfo. Nadie habría adivinado en su figura otra cosa que al gaucho. Nadie hubiera sospechado en esa figura hecha a la medida de un recado sus anteriores oficios de camionero, mozo de bar, empleado de aserradero y dependiente de almacén.

CRONICA DE UN VIAJE (I)
Pedro Vallier haría el camino a Yapeyú en su automóvil Chevrolet, adelantándose a los dos jinetes. Estaba encargado de arreglar cada etapa del viaje. La primera debía cumplirse en la noche del martes 31 de enero en su finca de Escobar, "El Rancho de Don Pedro". Cuando los dos hombres llegaron al Tigre, Vallier estaba esperándolos.
Convinieron en que más tarde volverían a encontrarse en la barrera de Benavidez. Desde ese punto, Vallier los guiaría hasta su casa. Se fue Vallier a prepararlo todo y los jinetes se quedaron unos momentos más para terminar la cerveza que estaban tomando. Con el último sorbo volvieron a montar y continuaron la marcha.

EL DESTINO (I)
General Pacheco, calle Zorzal 1731. Héctor Emilio Díaz termina de dar brillo con la gamuza a su camioneta Dodge, modelo 1977, chapa C. 126.983. Díaz tiene 19 años, vive con sus padres, Emilio y María del Carmen, y su hermana, Graciela. Trabaja con su camioneta para una compañía de fletes que tiene oficina en San Isidro. Es un muchacho como tantos, amigo de todos en el barrio, trabajador —sale de su casa a las 5 de la mañana todos los días— y ordenado en los asuntos de su vida.
Falta poco para las 9 de la noche del martes 31 de enero, y Héctor Emilio Díaz ya está al volante de su camioneta recién lavada. Irá a Ingeniero Maschwitz a visitar a su novia Adriana. Hace calor y el cielo amenaza con lluvia.

CRONICA DE UN VIAJE (II)
Alcanzaron la ruta 9, en Pacheco.
Llegaron hasta una estación de servicio y vieron que allí el camino se bifurcaba. Consultaron con un hombre que parecía del lugar y que estaba bajo uno de los focos que iluminaban la estación de servicio:
—¿La barrera de Benavidez? —dijo el hombre alto y grueso que por la mañana había recibido la bendición en la Catedral.
—Cafrune es usté, ¿no? —dijo el lugareño.
—Cafrune —respondió el jinete mientras se inclinaba sobre la montura extendiendo la mano derecha abierta, que el otro hombre estrechó.
—La barrera de Benavidez me preguntaba. . . Siga derecho. . .
—¿No agarramos donde se aparta?
—No, derecho no más. Le pega un rato y la va a ver enseguida.
El cielo se había cerrado completamente pero no llovía. Apretaba el calor y la oscuridad era casi total.
—Encendé el farol —pidió Cafrune a su compañero.
Fino Gutiérrez sacó de sus alforjas un farolito de mecha y lo encendió sin detener el caballo. Cada vez que a la distancia brillaban los focos de un automóvil, Gutiérrez alzaba el farol y lo movía de un lado al otro para señalar la presencia de los dos en el camino.
La barrera de Benavidez ya estaba cercana cuando sucedieron dos cosas simultáneamente.

EL DESTINO (II)
Héctor Emilio Díaz guiaba su camioneta por la ruta 27. Se acercaba al cruce con la calle Tirso de Molina.
De pronto, las luces bajas le revelaron frente a él las espaldas de dos jinetes y las ancas de sus cabalgaduras, en el instante en que el jinete de la izquierda, Fino Gutiérrez, tiraba de las riendas hacia la derecha porque su caballo amenazaba con trotar de costado y cruzarse sobre la ruta. La aparición de los jinetes en la ruta y Díaz que apretó los frenos a fondo fueron hechos simultáneos. Pero la camioneta Dodge ya estaba sobre Gutiérrez y Cafrune. Con las ruedas delanteras casi detenidas, llevada por el impulso de la marcha, la camioneta inició un trompo hacia la derecha. Los paragolpes frontales golpearon las ancas del caballo de Fino Gutiérrez. El jinete salió de su montura como impulsado por un resorte, y su caballo fue levantado del suelo y arrojado varios metros adelante, con el espinazo partido.
Gutiérrez cayó sobre la camioneta y esta golpeó con la parte trasera las ancas del caballo de Cafrune. El animal saltó hacia adelante y derribó a su jinete y lo pisoteó en el suelo.
Fino Gutiérrez estaba aturdido pero ileso.
Cafrune quedó de espaldas sobre la ruta. Gutiérrez se acercó a él, corriendo, y se hincó a su lado. No se animó a moverlo. Tuvo que acercar su cabeza a la de Cafrune para escuchar lo que este le decía con un hilo de voz:
—Me muero, hermano. Cuídame al hijo. . .

CRONICA DE UNA AGONIA
El libro de guardia del cuerpo de bomberos voluntarios de Benavidez dice, en la hoja del martes 31 de enero: "A las 21.15 se presenta en este cuartel el señor Kombolá para avisar que en la ruta 27 se había producido un accidente del que habían resultado heridas dos personas. Inmediatamente sale hacia el lugar una dotación a cargo de Julio César Nery e integrada por los voluntarios Carlos Grande, Ricardo Cóppola y Carlos Rivadaneira, acompañados de algunos colaboradores.
Cuando llegaron los bomberos (único cuerpo que puede prestar servicios de emergencia en Benavidez, donde no hay destacamento policial ni servicio de vigilancia alguno) Cafrune estaba todavía en el lugar donde había sido derribado y pisoteado por su caballo. Lo rodeaban Fino Gutiérrez y los miembros de la familia Ruiz, que viven en una casa cercana del punto del accidente.
Poco después llegó Pedro Vallier.
Cafrune estaba lúcido pero soportaba terribles sufrimientos. Cuando vio a Vallier, le dijo:
—Matame, hermano, o hacé que me den una inyección, porque ya no doy más. . .
Los bomberos propusieron llevar a Cafrune a la casa del doctor Eduardo Mocoroa, que vive en la calle Pacheco de Benavidez, para que le prestara los primeros auxilios. Decidieron trasladarlo en la camioneta Fiat 125, patente B. 1.382.526, del vecino Enrique Gerardo Gaida.
A las 21.45 llegaron a la casa del doctor Mocoroa, que atendió a Cafrune asistido por su mujer, Clara de Mocoroa, enfermera. El médico diagnosticó:
—Fuerte shock. Presión muy baja. Evidente traumatismo cerrado de tórax.
Le aplicó un analgésico intramuscular y aconsejó trasladarlo inmediatamente al Instituto de Cirugía Torácica de Haedo. Sin embargo, como la única ambulancia que hay en Benavidez tenía quemadas las juntas del motor hacía ya varios meses, el médico cambió de idea: Cafrune no resistiría el viaje hasta Haedo en la camioneta de Gaida, así que recomendó llevarlo al Hospital de Tigre.

CRONICA DE UNA AGONIA (II)
Durante el viaje hasta el Hospital de Tigre Cafrune perdió el conocimiento.
Llegaron a las 11. Cafrune tenía serias dificultades respiratorias y estaba sumido en un profundo sopor. Mientras estuvo lúcido había llamado permanentemente a su pequeño hijo Facundo.
Los médicos del Hospital diagnosticaron "traumatismo de cráneo, traumatismos varios de tórax y deficiencia respiratoria". Le tomaron radiografías. Era urgente operarlo. Pero no podían operarlo en ese Hospital.
Testimonio del subdirector del Hospital de Tigre, Genaro Juan Cerantes:
"¿No lo operamos aquí mismo por tres razones: 1º) no tenemos médicos entrenados para operaciones serias de pulmón, porque esto es una especialidad en la medicina. Lo mismo digo si la lesión más grave de Cafrune hubiera sido en el cerebro: para eso hubiera hecho falta un neurocirujano. 2º) Para esta clase de intervenciones hace falta anestesia por hiperpresión, que no tenemos porque requiere elementos demasiado especializados para un hospital regional como éste. 3º) De haber intentado una operación sin sentido aquí —que sabíamos no lo salvaba— no disponemos de terapia intensiva. Un enfermo en el estado en que se encontraba Cafrune tiene que entrar en terapia intensiva inmediatamente después de operado."

LA MUERTE Y DESPUES
Con diez costillas rotas e incrustadas en el pulmón izquierdo, serias heridas internas en el abdomen y el cráneo dañado, Cafrune fue llevado en una ambulancia del Hospital de Tigre al Hospital Centrángolo, de Vicente López. Pero nada se pudo hacer por él.
Testimonio de Roberto R. Córdoba, chofer de la ambulancia del Hospital de Tigre, 37 años, casado: "Iban tres médicos con él. Al pasar por la comisaría de Tigre, para obviar los trámites policiales, un agente subió a mi lado en la ambulancia y nos acompañó en el viaje.
"Cafrune estaba totalmente inconsciente. A la altura de la Panamericana y la calle San Lorenzo los médicos me avisaron que había entrado en coma. Llegamos a destino y en la guardia del Hospital comprobaron que había muerto. Pusimos otra vez su cuerpo en la ambulancia y volvimos a Tigre para dejarlo en la morgue del Hospital. Eso fue todo."
Así murió el jinete que llevaba a Yapeyú un puñado de tierra de Boulogne Sur Mer para rendir homenaje a San Martín. El cofre con la tierra quedó en las alforjas de su caballo bayo. Quizá el mismo que monte mañana Fino Gutiérrez para cumplir con el gesto que truncó la muerte.
MARIO PEREZ COLMAN
INFORME: JORGE BARHIL, LUISA DELFINO, JORGE PALOMAR.
FOTOS: RICARDO LOPEZ
Revista Gente y la Actualidad
09.02.1978



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