Rucci: el hombre, su vida

Qué va a pasar con vos cuando el año próximo haya que elegir un nuevo secretario de la CGT?
—Pues me dedicaré a lo mío. Volveré al lugar donde estaba, quizás a San Nicolás a dirigir allí el gremio metalúrgico. ¿Te creés que me importa? Nunca me ha importado nada este puesto...
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Era el 17 de mayo de este año y José Rucci era entrevistado por GENTE. Lo decía quizás con toda sinceridad. Había contado antes que estaba en San Nicolás cuando Lorenzo Miguel, su amigo, lo llamó para decirle que sería la autoridad máxima de la CGT. Y había dicho que lo pensó muy bien antes de aceptar, porque "como yo había sido siempre un hombre de convicciones, que las decía, algunos sostenían que yo estaba medio loco e iba a hacer cualquier barbaridad en la CGT". Fue, sin embargo, la autoridad cegetista que logró ver el triunfo del peronismo en el país, tras 18 años. Y fue el primero que dijo claramente que el organismo obrero era peronista. Sus argumentos eran bastante coherentes: "Si el problema era político y los gremios mayoritarios eran peronistas, pues la CGT debía ser peronista". Durante su actuación, desde agosto de 1970, al frente de la central obrera, libró arduas batallas. Con los gremios combativos que culminaron con el famoso tiroteo de Ezeiza el año pasado; con el delegado personal de Perón en 1971, Jorge Daniel Paladino. Finalmente, con la juventud peronista. Había salido aparentemente triunfante de todas esas luchas. Recibía periódicamente el espaldarazo de Juan Domingo Perón y el 31 de agosto pasado, en su último acto público, organizó una concentración de las mayores que registra la historia del movimiento sindical argentino.
"Nunca estudié nada. Ni me lo pidieron ni a mí se me ocurrió", nos decía hace apenas cuatro meses. Hacía poco tiempo que había cumplido los 48 años y aún recordaba su infancia en el pueblito santafesino de Alcorta, su viaje una vez terminada la escuela primaria a una estancia del norte de la provincia donde su tío era mayordomo. Ahí nacieron su pasión por el fútbol y algunos amigos que le duraron toda la vida. Pero tenía que trabajar, hacer algo. Y bajó hasta Rosario, la gran ciudad provincial. "Eran días difíciles —contaba—, ya que hacía changas en el frigorífico Swift y con mis compañeros pasábamos realmente hambre". Luego fueron una fábrica de soda donde lavaba sifones y un uniforme de caramelero en el cine Heraldo, de Rosario. La vida no prometía muchas cosas agradables y por ello, como muchos provincianos, emprendió el camino de la Capital.
Llegó a Buenos Aires tras una noche de frío en un camioncito repartidor de diarios. Bajó en el Once y no supo qué hacer. Recordaba a sus viejos amigos en el trabajo de una zapatería de Boedo. Luego fue lavacopas en una confitería de plaza Flores, a apenas seis cuadras de donde el martes le llegó violentamente la muerte. De día trabajaba en el subsuelo del viejo café Tortoni preparando sandwiches para la clientela. Recién en 1948 —ya era peronista— ingresa al gremio metalúrgico al entrar a trabajar en la fábrica Ballester Molina, que hacía pistolas y armas de patente española. Fue entonces gremialista, delegado. No estudió ni leyes laborales ni derecho. "Yo —decía— luchaba y nada más, no estaba en la política gremial. Y sé muy bien qué es la justicia y qué no es". Hablaba mesándose el pelo, haciendo gestos sonriendo o guiñando los ojos pícaramente.
Cuando llegó a dirigente gremial en San Nicolás se casó y tuvo dos hijos. Pero se enteró por terceros que Claudia, su hija, era estrella de televisión en un teleteatro de gran éxito. Ellos, mi familia —comentaba—, estaban acostumbrados a mi vida. En realidad me ven poco. Te diré una cosa: ni siquiera veo a mi hija por televisión porque no tengo tiempo para ello. Además, siempre he tratado de que mi vida gremial esté bien alejada de mi vida familiar".
De vez en cuando, cuando la familia venía de San Nicolás, se alojaba en la casa de la calle Avellaneda, a cuyas puertas encontró la muerte. Rucci había estado preso en la época de la presidencia de Arturo Frondizi. Pero antes él había dado el nombre a una organización que aún existe y que fue el fundamento gremial en que se basó luego toda la acción del peronismo.
"Hicimos —contó a GENTE en mayo— un congreso en el local de Les Ambassadeurs, donde hoy está Canal 9, todos los gremios peronistas. A mí me tocó pasar lista y cuando concluí anuncié a voz en cuello que había 62 organizaciones presentes. Desde entonces las 62 organizaciones han estado al servicio de Perón". 1969 fue un año trágico para el gremialismo argentino, ya que moría asesinado Augusto Vandor, líder de los metalúrgicos y figura principal del peronismo. Un año después, cuando la CGT sé encaminaba hacia la normalización, moría de igual suerte José Alonso, que ya no era, pero que había sido secretario de la central obrera. José Rucci, cuando fue elegido ese mismo año para dirigir los destinos de los trabajadores sindicalizados argentinos, sabía todo eso. Las muertes violentas siguieron: David Kloosterman, el líder de la CGT marplatense, el de la CGT chaqueña, son hitos de un camino de violencia que Rucci conocía muy bien. Hace un año, en otro reportaje concedido a GENTE, él mismo aceptaba que "yo soy un condenado a muerte". Era difícil ver a un hombre que sonríe cuando dice esas cosas y cuando los antecedentes están señalando que es cierto, que es un condenado a muerte. Se cuidaba, claro. La CGT le había colocado a un grupo numeroso de hombres para cuidarlo. No fueron bastantes, por lo visto. El lo sabía muy bien. "Es lindo a veces el recuerdo. Pero sobre todo recuerdo aquella noche en el camioncito de diarios que me traía a Buenos Aires, calándome los huesos. No sabía qué iba a encontrar. Parece que encontré algo, ¿no?"
Encontró algo, sí. La fama, quizá un pedazo de ese poder que siempre será efímero en los hombres. Encontró, además, la muerte. En un día de sol, en su barrio, dos días después de haber visto el triunfo de sus ideas. Es una lástima morir así.
Revista Gente y la actualidad
27.09.1973





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