Un insistente rumor
rondaba la semana pasada por los pasillos de la
Casa de Gobierno: las autoridades proyectarían
entronizar en el Salón Blanco el busto del
brigadier general Juan Manuel de Rosas, reparando
un largo "olvido" histórico y produciendo sin duda
una petit revolución.
Sea o no cierta, la
versión insinúa la posibilidad de que a breve
plazo puedan repatriarse los restos del
discutidísimo brigadier general. Al parecer, para
que deje de ser un símbolo virulento y lejano, y
se lo acepte como lo que es: un hecho
irrevocablemente recortado en la historia. De
paso, se clausuraría así uno de los "pro" y "anti"
más dramáticos de la vida argentina. Que no es el
único, a juzgar por el intencionado comentario de
un parroquiano, en un café de Congreso: "¡Muy
bien! Que los traigan a los dos: a Rosas muerto, y
a Perón vivo. . ."
La figura de Rosas
sigue siendo un mito nacional. Un mito cargado de
pólvora. Contribuyen a ello su compleja
personalidad y sus treinta y dos años de actuación
política (desde 1820, en que se volcó a esas
lides, hasta 1852 cuando se derrumbó en Caseros).
El vapor Centaur lo llevó entonces a Inglaterra.
En 1877, tras haber sido declarado "reo de lesa
patria", muere en el exilio. Se abre entonces una
puja insólita entre las imágenes que quieren
representarlo: ¿Tirano o héroe de la ciudad y
soberanía patrias? ¿Terrateniente feudal o paladín
del federalismo?
SIETE DIAS recogió la
versión. Y pregunta a seis destacadas
personalidades: ¿Debe volver Rosas al país?
Si es así, ¿quién debe
traerlo? Las que siguen son sus respuestas
exclusivas, de indudable interés y actualidad.
"En mi próximo libro
'Manual de Zonceras Argentinas' me refiero a
aquella de José Mármol: . .Como hombre te perdono
mi cárcel y cadenas. . .Arturo Jauretche se pone
peleador de entrada; quiere diluir la imagen de
Rosas como "Señor de horca y cuchillo", que
degollaba a sus enemigos o los clavaba en el cepo.
Y recuerda un relato de Bernardo de Irigoyen
publicado en la revista del Instituto "Juan Manuel
de Rosas":
"Eran los tiempos en
que Rosas gobernaba. .. Mi padre me encargó fuese
a interesarme ante el jefe de Policía por la
suerte del poeta don José Mármol, que había sido
detenido. Concurrí a entrevistarme con el jefe. Se
me dijo que estaba muy ocupado.. . ¡Cuál no sería
mi sorpresa cuando vi que la ocupación era un
partido de ajedrez que sostenía con José Mármol!"
La anécdota se cierra
con las palabras que el jefe machacó
socarronamente: "Vaya, amigo, y dígale a su padre
que Mármol está conmigo por calavera, pues se ha
metido en amoríos con una dama y los parientes lo
buscan con malas intenciones En la primera
oportunidad saldrá para el extranjero, a Río de
Janeiro, adonde está el señor general Guido." Los
bigotes de Jauretche se agitan cuando carraspea:
"Para los que saben que Mármol era hijo natural
del general Guido, su condición de demorado que
juega al ajedrez mientras se le prepara el viaje
al lado de su padre lo explica todo, desde que
Guido era el embajador del tirano en el Brasil. .
." Lo que pasa, para A. J., es que "la
repatriación de los restos de Rosas es
incompatible con la continuidad de los mitos de
todo orden en que se apoya la pedagogía
colonialista. Tenemos la obligación de repatriar
sus restos, pero también la obligación de
repatriar al país. Ello no será un punto de
partida, sino "el remate de un triunfo, de un
pensamiento nacional: Cuando esos restos hayan
salido de Southampton y la bandera de la nave que
los conduzca tremole en las brisas del río de la
Plata, Rosas entrará por la puerta ancha de la
Argentina como triunfador y no como indultado". El
autor de 'Los profetas del odio' se dejó ganar por
un insospechado lirismo. . .
OPINA UN ACADEMICO:
JOSE A. ORIA
En este espinoso
terreno, los académicos son frecuentemente
vapuleados por los activistas del libro o de la
tribuna, como Jauretche. Pero ellos también tienen
mucho que decir. Y "con fundamento", como quería
Fierro.
José A. Oria es
categórico: Juan Manuel no fue desterrado
inicialmente por sus compatriotas, sino que los
abandonó a su suerte cuando la fuerza de las armas
no le permitió seguir gobernándolos como él mismo
lo describiera: "... a este pueblo yo lo he
montado, le he apretado la cincha, le he clavado
las espuelas..." (términos del "tirano prófugo"
ante el capitán Roberto Gore, representante de Su
Majestad Británica. Palabras textuales con las que
Rosas solicitó asilo). "No eran estas fórmulas de
gobierno groseramente gauchas las que harían
desear con mayor gratitud la reaparición, en la
escena nacional, del personaje que las
pronunciaba. Pero alguna vez —enfatiza Oria—
conviene conjurar para siempre los espectros de
las contiendas fratricidas."
Por tal motivo, la
justicia en torno al difícil problema radica, para
el equilibrado juicio de José Oria, en estos
puntos: "La cuestión planteada a propósito de la
repatriación de los restos de Rosas no es
puramente académica ni exclusivamente legal. Tiene
alcance histórico y contornos políticos palmarios.
. ." Sería responsabilidad del poder sobre el cual
recayera tal decisión cuidar que ese retorno
póstumo contribuyera "a la consolidación y unidad
espiritual de la familia social argentina, en paz
y libertad", en vez de coadyuvar a "dividirla y
enconarla". Entonces, sí: "Bien venido el regreso
que trajera consigo el primero de esos resultados.
. ."
ROSAS: INTELIGENCIA Y
MONTONERAS
Con Jauretche
coinciden, en cambio, el cirujano Raúl Matera y el
historiador José María Rosa:
Matera diagnostica:
"El problema de Rosas es un problema de
autoconciencia nacional: de creación de
conciencia, como base espiritual para toda empresa
argentina soberana. Si hoy, en 1967, las nuevas
generaciones del país se vuelcan hacia los más
definidos protagonistas de nuestra historia —y
Rosas entre ellos—, es no sólo porque han dejado
de creer en la mitología de la historia oficial,
sino también porque anhelan la consolidación de
esa autoconciencia a través de las lecciones
máximas que nos vienen del pasado." Y agrega:
"Recientemente, el R.
P. Dr. Mariano N. Castex decía: 'Negar la
posibilidad del encuentro entre la inteligencia y
la montonera es afirmar en forma lisa y llana la
escisión del país". Por eso, para el neurocirujano
Matera "la vuelta de Rosas con todos los honores
sería un hecho de afirmación de necesarios
valoras, políticos y culturales. Y el principio de
la integración de la inteligencia argentina al ser
nacional."
"Pepe" (José María)
Rosa hace una aclaración inicial: no hay ninguna
disposición legal que impida traer los restos de
Rosas al panteón de la Recoleta, donde descansan
su esposa y sus padres. No han sido traídos porque
Rosas puso una cláusula en su testamento que debe
cumplirse previamente: "Mi cadáver será depositado
en el cementerio católico de Southampton hasta que
en mi patria se reconozca, y acuerde por el
gobierno, la justicia debida a mis servicios.
"Entonces serán enviados a ella, y colocados en
una sepultura moderada a la par de las de mi
compañera Encarnación, de mi padre y mi madre".
La argumentación de
"Pepe" Rosa es ésta: previo a la repatriación está
el problema de la justicias. Aunque es una verdad
innegable que en la patria de Rosas —llamando
"patria" al pueblo— se reconocen y admiran sus
servicios, el gobierno no ha producido un acto
definitorio, quizá porque ello significaría una
conmoción nada fácil de afrontar. Estamos
madurando como nación, pero no somos aún una
nacionalidad.
Estoy seguro de que
Rosas retornará. Pero no para conciliar lo
inconciliable. Vendrá cuando la Argentina no sea
colonia. Cuando sea de los argentinos. Entonces,
"los otros estarán de más".
"ELLOS TAMBIEN SON
HISTORIA"
Cuando el ex
presidente Arturo Frondizi llegó a la India y
visitó al entonces premier Nehru en el palacio de
gobierno de Nueva Delhi, se asombró: en sus
salones colgaban grandes cuadros con los retratos
de los antiguos virreyes británicos. Los mismos
que habían sojuzgado a la vieja nación asiática,
encarcelando y persiguiendo a Gandhi y al propio
Nehru. Preguntó entonces cómo no habían descolgado
esos retratos. La respuesta era de las que hacen
pensar: "Ellos también forman parte de la historia
de la India". El recuerdo de Félix Luna (en su
libro "Diálogos con Frondizi") precede a la
opinión que A. F. brinda ahora a SIETE DIAS: "Los
restos de Juan Manuel de Rosas deben reposar en
tierra argentina. Cuando este hecho se produzca
tendremos más clara conciencia de haber integrado
y asumido todo nuestro pasado". Lo contrario —el
olvido y la abominación— constituye un verdadero
agravio al alma nacional. Vale recordar lo que
ocurre en Chile con la figura de Portales, el
dictador del país hermano. Su estatua se levanta
en el palacio de La Moneda y no queda pueblo en
toda la extensión de su patria que no lleve su
nombre inscripto en una escuela o una plaza. Las
pasiones que desató su vida concluyeron con el
acto de su muerte; pocos lustros después, su
memoria era reivindicada. La unidad espiritual del
país reclama un acto de justicia póstuma para con
el
dictador argentino,
cuya acción de gobierno obró como elemento de
fusión de las fracciones y aspiraciones de las
provincias y del pueblo."
Eso, aparte de un
derecho "de la condición humana": vivir y morir en
la propia patria. Y Frondizi instala aquí un
recuerdo: durante su presidencia se preparó el
decreto que ordenaba la colocación del busto de
Rosas en la Casa Rosada. La repatriación vendría
después. Pero aquello no pudo cumplirse: la
historia dijo no.
ENRIQUE DE GANDIA:
"ANTINACIONALISTA..
"Los rosistas quieren
que las cenizas de Juan Manuel de Rosas sean
traídas a la Argentina. Que no continúen en el
extranjero los restos del hombre que retardó un
cuarto de siglo la organización nacional. Son
estudiosos y políticos de ideas totalitarias,
antiguos nazistas, partidarios de los sistemas
despóticos de gobierno. No ven que los verdaderos
ideales nacionalistas son los de la libertad, de
la democracia, de la Constitución."
Al decir esto, el
conocido historiador Enrique de Gandía se exalta:
"Rosas fue el más grande traidor a los ideales de
la argentinidad; el antinacionalista típico por
excelencia." Y toda esta campaña está movida "por
un deseo de venganza, de violencia y dominio."
Pero acota: "No hay
una ley, ni un decreto, que prohíba traer los
restos. Sus descendientes pueden hacerlo cuando lo
deseen. Lo mismo sus partidarios. Todo depende de
las leyes o reglamentaciones inglesas relativas a
los cementerios. Sin embargo, los rosistas no
quieren en el fondo que esos restos vuelvan, para
tener un motivo constante de agitación. O, si no,
que el propio gobierno los traiga en un acto de
glorificación nacional. Como trajo un día los de
San Martín. Pero el gobierno no puede resolver
este hecho: no es un tribunal de la historia
argentina. Los restos de Rosas no son traídos al
país porque nadie se ocupa de traerlos. Con otro
dictador argentino está ocurriendo lo mismo: en el
futuro formarán también comisiones para repatriar
sus restos. Para mí, el problema es totalmente
indiferente. . ."
Con su última
referencia, Gandía se unió curiosamente a aquel
entusiasta parroquiano que comparaba: "¡hay que
traerlos a los dos. . .! Entretanto, el problema
—candente, multifacético— seguirá transitando sus
instancias polémicas. Que ahora se vuelcan a un
interrogante: ¿Volverá Rosas al país"?
Revista Siete Días
Ilustrados
12.12.1967
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