Juan y Eva Perón en la intimidad de su hogar
 

MUY pocas veces, en el transcurso de un largo lustro, el presidente de la República y su esposa han tenido oportunidad de disfrutar de la vida hogareña. Las pesadas e impostergables tareas que ambos se impusieron en el mismo momento de asumir la función pública les vedaron durante prolongados períodos el natural reposo de la intimidad. El primer trabajador de la República, Juan Perón, no se daba tregua en el patriótico afán de construir una Nueva Argentina. Y la mujer más generosa e infatigable del mundo, Eva Perón, sustentó siempre la gigantesca obra con la íntegra dedicación de su vida, de sol a sol, en un increíble ejemplo de energía y de abnegación.
Alguna vez, sin embargo, se dieron un respiro y, aunque por muy breve lapso, animaron con su presencia los rincones familiares de la quinta de San Vicente o de la residencia presidencial. Las plácidas horas vividas entonces debieron ser para ellos el mejor premio de sus desvelos. Quienes todo lo sacrifican por el bien de los demás, quienes queman su tiempo en el servicio de los más nobles ideales humanos y anteponen a cualquier ventaja la inflexibilidad de una conducta, se sienten inmensamente agradecidos cuando, por un instante siquiera, se detienen y se reconocen en el alivio del descanso. Inmensamente agradecidos a Dios y al pueblo que les permitieron cumplir con el deber de ser útiles. Inmensamente agradecidos a esos tranquilos momentos en que pueden vivir como todos los seres, contemplando la henchida hermosura de los campos criollos, o permaneciendo en silencio, junto al hogar, en la penumbra de la estancia predilecta. . .
Muy pocos momentos como éstos han vivido Juan y Eva Perón a lo largo de casi seis años, pero por pocos que hayan sido, ellos constituirán siempre una merced del cielo en su recuerdo. Y significarán en su existencia la razón del impulso que los guió siempre hacia el amor y la comprensión del pueblo.
Caras y Caretas
10/1951


 

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