Locutores eran los de antes
AYER Y HOY DE LOS PRIMEROS ÍDOLOS
Ya no deslumbran como en los "años de oro": desplazados de la cumbre de la celebridad por modelos y/o showmen, las primeras "voces con rostro" de la locución comercial recuerdan —aflora más o menos alejadas de un primerísimo plano— viejos tiempos. De entre ellos, cuatro testimonios: los de Nelly Trenti, Gloria Raines, Gloria Leyland y Guillermo Brizuela Méndez.

Cuando el 17 de octubre de 1951 la voz ya trémula de Eva Perón inauguró la primera planta televisiva argentina, muy pocos sospecharon que por esas mágicas pantallas —eran apenas 2000 en todo Buenos Aires— se filtraría una nueva categoría de ídolos: los locutores con cara. Hasta ese momento las radioescuchas veneraban voces, voces famosísimas de caras borrosas, apenas refrescadas por alguna fotografía de Radiolandia, Antena o Sintonía. Pero con el advenimiento de la televisión, las melifluas vocalizaciones de Ignacio de Soroa, Guillermo Brizuela Méndez, Nelly Prince, Julio César Barton, tuvieron un rostro. Claro que también el furcio, fenómeno esencialmente auditivo, comenzó a entrar por los ojos. Y si, como le sucedió a cierto locutor de Radio Mitre, se podía aconsejar más o menos impunemente: "si la llando le esta favista, anteandos de Lutz Ferrojo", el furcio visualizado ganó, en cambio, en gravedad. Nada podía hacerse, en efecto, ante una licuadora con ideas propias que se negaba a arrancar en el mismo momento en que Brizuela Méndez exaltaba ante las cámaras su "silencioso funcionamiento". O aquella otra, más agresiva aún, que en plena preparación de un licuado de banana con leche llevó su ímpetu a un extremo tal que hizo saltar su tapa y bañó a la locutora —se cree que era Pinky— y a las paredes del estudio del célebre Palais de Glace, primitivo albergue del Canal 7 de televisión. Faltaba todavía una larga década para el advenimiento del aviso filmado y video tape, dos instituciones que —juntamente con los jingles— iniciaron el lento, inexorable ocaso de los ídolos del micrófono. Hoy, trasvasados a la conducción de shows o a la animación de espacios radiales —algunos se perpetúan en la TV sin pena ni gloría—, fueron reemplazados en el estrellato, en el cambiante cielo de la popularidad, por los modelos publicitarios, cuyos rostros se repiten al infinito, sin solución de continuidad, como en una pesadilla kafkiana. Para evocar eso que se ha dado en llamar "los años heroicos de la televisión", una gesta de improvisación e ingenio de la que fueron entusiastas pioneros, Siete Días entrevistó a cuatro famosísimos de los años 50, hurgó en la casi siempre curiosa historia de sus comienzos, en el apogeo de sus años gloriosos y en su cambiante actitud ante la fama injustamente resquebrajada por el olvido.

NELLY TRENTI: ENTRE 18 Y 20 AVISOS POR DIA
El martes del último carnaval, mientras efectuaba la locución en uno de los noticieros de Canal 7 tuvo un violento ataque de apendicitis. Sin dejar que los lacerantes dolores treparen hasta su cara —la famosa cara de la "locutora del lunar"— continuó propalando las noticias como si tal cosa. Al terminar, era hospitalizada de urgencia. La anécdota —vertida por Nelly Trenti en un bar de la calle Viamonte, frente al canal estatal— describe por sí sola el profesionalismo de esta pionera del video que no añora la popularidad de otrora: "Ahora me siento más tranquila. De cualquier manera sigo recibiendo cartas y llamados telefónicos. Creo que me llega más profundamente que antes el cariño de la gente", confiesa. Claro que ya resultan lejanos los tiempos en que animaba entre 18 y 20 avisos por día, un record que la obligaba a vivir en el canal, donde animó programas como El show de las estrellas, Todo el año es Navidad, El teleteatro de la hora del té, aunque los avisos que más la promocionaron fueren los de una célebre mueblería y las de un laboratorio medicinal.
Nelly Trenti comenzó a aparecer en cámaras en 1959, reemplazando a otra tocaya legendaria: Nelly Prince. "Oscar Banegas, por ese entonces marido de Nelly, me llamó para hacer un aviso de cortinas americanas y así debuté en cámaras, ya que antes había hecho locución en radio y también en televisión, pero en off (es decir, sin imagen)", evoca NT, quien no oculta su primitiva vocación de actriz: "Me presenté en una Academia. Allí había varias colas. Como la más corta era la de aspirantes a locutores, cambié de fila. Y así comenzó todo". De esa época inicial recuerda con afecto el nombre de algunos compañeros: Ernesto Lerchundi, Hebe y Clarisa Gerbolés, Tito Rodini. Y un rico anecdotario, a veces jocundo, como el día en que, tentadas de risa, tanto ella como Pura Delgado, extendieron la duración de un aviso
de uno a cinco minutos. Otras veces el recuerdo, no tan gracioso, como cuando la sacaron de El show de Carlos Argentino por no agradecer un deprimente y feo ramo de flores y una botella de champaña que le obsequiara un alto ejecutivo de una firma americana. Pero todo eso parece ya muy lejano: junto a sus dos hijos, Elizabeth Andrea y Robel Armando (apadrinado por Alberto J. Armando), trabajando activamente en los noticieros del Canal 7 y en La juventud, un programa periodístico, Nelly Trenti se parece mucho a una mujer feliz.

SIC TRANSIT GLORIA RAINES
Comenzó a trabajar como actriz en 1951, junto a Osvaldo Pacheco. Pero fue Brizuela Méndez quien la inició en el oficio de locutora en el curso de un programa de boxeo. Tras un exilio de tres años trabajando en las radios limeñas, Gloria Raines conoce la cresta de la ola entre 1956 y 1960, años en que se somete a un verdadero tour de force: entre 20 y 30 avisos diarios. Semejante ajetreo profesional no le impide estudiar fonoaudiología, aprender seis idiomas, intentar el teatro para niños ("Mi verdadera debilidad") y apasionarse por la pintura.
"Qué raro que quiera reportearme —se extraña—; yo soy la antiestrella!", aunque apunta en seguida que le gustaría "cantar y bailar en una comedia al estilo Cabaret. No siente melancolía por los años dorados: "Nunca me di cuenta de que era popular en esos tiempos", exagera. "Me interesa el futuro en mi trabajo. Admiro el talento que tiene Blackie. Yo quiero llegar a ser como ella, Nadie la supera ni en capacidad de trabajo ni en capacidad de adaptación al tiempo", homenajeó.
Hoy, a los 42 años —edad que confiesa sin ambages— la actividad de GR se reparte entre el doblaje de películas publicitarias y su trabajo de locutora en Nuevediario. "Pero sólo es un escalón hacia mi meta: llegar a ser productora y conductora de programas: me gustaría crear un show televisivo al estilo de Liza Minnelli; también un programa para niños y otro para la mujer 73". Claro que todo este potencial creador empalidece cuando GR da el nombre de su mejor y más acabada creación: su hija Laura Gabriela Araujo, de tres años.

GLORIA LEYLAND: "NO ME VENDIA YO; VENDIA EL PRODUCTO"
Fue tal vez la primera imagen, sexy que alegró el ojo de la primitiva teleaudiencia. Aun hoy, cuando confiesa su inminente condición de abuela, lo hace en una suerte de coqueto desafío. Lo cierto es que la Leyland, aun cuando su nombre suene a ómnibus inglés, fue una sugestiva locutora bien vernácula catapultada a la celebridad por sus intervenciones comerciales en dos célebres programas de la prehistoria televisiva: La familia Gesa y Teleteatro para la hora del té. Como la otra Gloria, confiesa su vocación por las tablas: "Empecé como bailarina en el ballet de Hugo de Bruna; luego fui actriz de teleteatros: trabajé con Ángel Magaña, con la malograda Violeta Antier y con Mirtha Legrand, dirigida por Tynaire. Fue un tiempo muy lindo. Pero no estoy enferma de melancolía. De cualquier modo, la gente no me ha olvidado. No tengo ningún resentimiento. Yo nunca fui buena para publicitarme porque no me vendía yo: vendía el producto", memora GL.
Alejada de los sets, la Leyland se prodiga en el ejercicio de las relaciones públicas y como citotécnica en el Policlínico de San Justo, actividades que podría conciliar con un eventual ofrecimiento para volver a la televisión. Sin embargo, es la carrera de actriz la que convoca sus mejores recuerdos: se jacta de haber hecho
llorar a los técnicos de Canal 7 con sus intervenciones como actriz dramática en Ayúdame Buenos Aires, un telelagrimón de Julio Jorge Nelson.
También se enorgullece de haber sido capaz de realizar cuatro reemplazos en una semana: los de Nelly Beltrán, Paulette Christian, Beatriz Bonnet y Ámbar La Fox en un espectáculo del Astral. Sin embargo, en medio de tanta vanagloria, recuerda aún con terror cuando presentó al cantor Horacio Deval como Néstor Deval: la gaffe, acaecida durante la animación de La revista de Jean Cartier le produjo tanta vergüenza que huyó a su casa y sólo volvió cuando sus compañeros la hicieron retornar poco menos que a la fuerza. ¡Qué se va a hacer! Aunque no lo parezca soy muy tímida. Y también masoquista: tanto es así que a pesar de estar divorciada me gustaría reincidir en el matrimonio", jaraneó.

BRIZUELA MENDEZ:
COMO ANTES, MAS QUE ANTES ...
Es, sin lugar a dudas, el proto-animador, el eterno y primerísimo: a punto tal que comenzó a trabajar en TV tres meses antes de su inauguración, haciendo pruebas de imagen. Alegre, dicharachero, amistoso, es la imagen cabal del "gran ¡muchacho", capaz de enmudecer de emoción cuando el célebre Louis Armstrong le palmeé la cara en el momento mismo en que debía presentarlo ante las cámaras. Y no era por falta de roce con famosos: en su carrera presentó a Beniamino Gigli, Maysa Matarazzo, Ángela María, Antonio Pietro, Lola Membrives, Miguel de Molina, lucho Gatica. Hoy anima una audición matinal por Radio Mitre y unos entretenimientos del programa Sintonía, de Canal 9. Este es el diálogo que anudó con Siete Días. — —¿Cuál fue tu primer trabajo en cámara?
—Estuve el primer día pero no me acuerdo. Tengo unas anécdotas sensacionales de esa época. Mis compañeros de Radio Belgrano me decían: "'Estás loco... Vas a dejar la radio para hacer programas de televisión... Y encima hay que pintarse la cara para hacer los avisos". Ellos —y casi todos— pensaban que la TV no iba a durar. Los comerciantes dudaban del éxito de venta de los aparatos. Te lo digo con conocimiento de causa porque con el corredor Bonomi pusimos un negocio de venta en Pereyra Lucena y Vicente López y nos fundimos. En las casas de artículos para el hogar rechazaban los televisores y pedían a los fabricantes más licuadoras y lavarropas.
—¿Qué recordás de aquellos años de pionero?
—Todo ese tiempo lo recuerdo con mucha nostalgia. Fue la mejor época de la televisión. Éramos una familia, un bloque humano muy compacto. En lo que respecta a mi trabajo, hice de payaso durante tres años en el primer programa circense. 'Ahí viene el circo' con Nelly Prince de compañera. En ese programa debutó como autor Hugo Moser. En un programa de cine que yo presentaba 'De lo nuestro lo mejor' comentaba los films un célebre terceto de críticos: Jaime Jacobson, Conrado Diana y Nicolás Mancera. También trabajé en el primer show musical como locutor, actor y animador: se llamó Tropicana. Pero el espaldarazo popular me lo dio el aviso de las pastillas junto al comercial de una famosa mueblería. Aunque no puedas creelo, un domingo batí todos los records de avisos: 58 en el día. Ahora, los jingles, los tapes y los comerciales nos sacaron mucho trabajo.
—¿Alguna vez dejaste de aparecer en cámara?
—No, nunca. Después de los ocho años de 'La feria de la alegría', hice dos años de radio, pero también aparecí en Canal 7 como actor y animador.
—¿Añoras la popularidad de antes?
—No, de ninguna manera. Yo sigo siendo popular, pero en forma más calma, menos espectacular. Antes la televisión era el juguete nuevo y la gente nos miraba con una curiosidad que ahora no existe. El público se instalaba en los bares o frente a los comercios que exhibían televisores encendidos. Ahora eso ya no existe. Por otra parte, nuestra popularidad de otrora (me refiero a la mía y a la de mis compañeros) es algo que ya no se da con las figuras actuales. Eso es evidente.
—¿Necesitas del halago del público para vivir?
—Sí, yo me acostumbré a la popularidad. Me sentiría muy mal si me faltara.
—¿Como locutor te formaste en alguna escuela?
—No. Jamás estudié en ninguna parte. Sin embargo, llegué a jefe de locutores de una radio marplatense allá por el año 1947.
—¿Es cierto que vos iniciaste como locutor a Orlando Marconi?
—Sí. Yo lo llevé a la radio. Lo conocí en un café donde solíamos jugar al billar. Orlando no tenía ninguna vocación por todo esto, pero yo lo convencí para que se presentara a una prueba. Así comenzó su carrera.
—¿Cómo repartís tu tiempo fuera del trabajo?
—Soy un fanático del golf. Me abrió un nuevo panorama en la vida. A través de él descargo tensiones. Por supuesto, están mi familia y mis amigos. Llevo veinte años de casado con una mujer incomparable que me dio dos hijas mellizas que ahora tienen 16 años; María Rosa y María Graciela. ¿Qué más puedo decir?
Revista Siete Días Ilustrados
06.06.1973



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