Como ocurre con casi todos los grandes
entretenimientos de la humanidad, el beso excede
también a las palabras que intentan definirlo:
decir, como pretenden los diccionarios, que besar
es "tocar alguna cosa con los labios en señal de
amor, amistad o reverencia", indica en primera
instancia que los lexicólogos salen muy poco.
Supone además ignorar que el beso puede estar
igualmente inspirado por la traición —ahí está
para demostrarlo Judas Iscariote— o por el
agradecimiento, en la mano del salvador, o por la
humillación, a los pies del vencedor.
De todas
maneras, ninguna de estas desabridas formas de
besar reviste la importancia del beso propiamente
dicho: es decir en la boca, cara, cuello,
etcétera. Justamente la filmación de algunos
etcéteras motivó el desmesurado ejercicio de las
tijeras de la censura, las cuales, como se verá,
estuvieron a punto de cercenar el primer beso que
chamuscó el celuloide.
El beso no sólo preocupa
a los catones: muchos médicos acertaron a
definirlo como la instantánea trasferencia de algo
más de 400 mil bacilos y lo sindican como
importante causa de epidemias gripales, caries
dentales y afecciones broncopulmonares. Sin dejar
de reconocer que, después de todo, el besar
constituye una de las más entretenidas formas de
contagiarse una gripe o adquirir una bronquitis,
el Ministerio de Salud Pública de Suecia afirma
que cada beso acorta la vida en tres minutos, ya
que origina una brusca alteración del ritmo
cardíaco, el cual se incrementa en 30 latidos por
minuto. Claro que en esto priva ese espíritu
aguafiestas tan común a los médicos, ya que el
mismo incremento se produce al subir una escalera
o correr un ómnibus, sin que a nadie se le ocurra
andar publicando trabajos en contra de las
escaleras o los ómnibus.
El beso es también un
importante protagonista en la literatura:
caudalosa materia prima de los poetas, tiene, sin
embargo escasas posibilidades de rima. En efecto,
como lo comprobaron —no sin desesperación—
numerosos vates, beso sólo rima con queso,
sabueso, contrapeso, progreso, hueso y absceso.
Osculo —su único sinónimo— ofrece consonancias de
escasa calidad poética, como cualquiera puede
darse cuenta rápidamente.
LOS ACADEMICOS
DEL BESO
Así, la irrupción del beso en el
séptimo arte tiene lugar en 1896, apenas cinco
años después que Tomás Alva Edison revolucionara
al mundo con su invento. En esa oportunidad, el
actor John C. Rice inquietó los labios de May
Irwin (parecidísima a Napoleón Bonaparte). Según
testimonios de la época, inquietó también el pudor
de muchas damas y caballeros neoyorquinos, cuyas
encendidas protestas originaron la creación de lo
que se supone habrá sido la primera comisión de
censura cinematográfica. Desde aquel oscuro,
olvidado pionero del beso en el cine, legiones de
besadores profesionales apuntalaron la industria
del romance. Variadas tecnologías empinaron a
otros tantos creadores: así, por ejemplo, el beso
"a lo Valentino" —con abrupta flexión del tronco
femenino hacia atrás— quebró muchos espinazos en
los años 20, ya que forzudos amantes suburbanos,
en su afán de imitar al héroe, no calibraron la
traumática intensidad del abrazo. En la antípoda
de los galanes lustrosos y carilindos, Clark Gable
—el astro que más mujeres hermosas besó en la
pantalla (la lista sería, en verdad,
interminable)— impuso el beso recio, áspero.
Prototípico del amante imperfecto, aunque vital y
humano, Clark besó con fuego y cólera,
desmoronando la clásica imagen de la mujer
seducida con lánguidos artificios.
A partir de
estos paradigmas —habría que incluir también a
Gregory Peck— toda suerte de besos recalentaron el
celuloide; desde el demorado, con previa
inspección ocular de ojos, nariz y boca, hasta el
beso-lucha, con abundante calistenia de golpes y
magulladuras, el contacto bucal se convirtió en
insustituible protagonista, a punto tal de que
algunos directores —como Alfred Hitchcock—
incluyen invariablemente una escena de beso "larga
duración" en cada uno de sus films. El record:
Ingrid Bergman y Cary Grant en Tuyo es mi corazón.
Tan importante es el beso en la industria
cinematográfica que muchas empresas de filmación
cuentan con un experto besador: no hace mucho, en
1966, se jubiló de la Paramount un hombrecito
insignificante, bajito, calvo y con anteojos. Sus
labios hollaron los de las más hermosas mujeres de
Hollywood, claro que con un sentido más bien
didáctico: él se encargaba de enseñarles —sobre
todo a las neófitas actrices de reparto— todas las
actitudes corporales que acompañan al beso. Los
años demostraron que la labor de Frank O'Flaherty
—tal el nombre del feliz profesor— puede ser
considerada insalubre: cuando se jubiló
descubrieron que Frank tenía el corazón seriamente
dañado. Pero él estaba lleno de una jubilosa
resignación.
Al contemplar en el cine y la
televisión los furiosos mordisqueos de encías que
algunos galanes propinan a sus compañeras de
elenco, muchas señoras —y también algunos señores,
claro— suelen preguntarse: ¿Es posible que los
actores (o las actrices) no sientan nada? ¿Es
besar una tarea siempre grata? ¿Puede el histrión
desvincularse de su personaje? ¿Rige la atracción
(o el rechazo) personal la mayor o menor duración
de algunos besos? ¿Es lo mismo para una actriz
besarse con Alfredo Alcón que con Narciso Ibáñez
Menta, caracterizado como el Fantasma de la Opera?
Tales interrogantes fueron trasladados por SIETE
DIAS a numerosos integrantes de la farándula
local. Sus respuestas, que incluyen un nutrido,
desopilante anecdotario, configuran también un
prolijo informe sobre el beso y sus consecuencias.
TEORIA Y PRACTICA DEL BESUQUEO
"Mi técnica
consiste en acompañar al beso con una voz
propicia. Hacer un prolongado silencio y por fin
tirar el aliento. Algo así como un suspiro
cálido", ronroneó Oscar Casco, sin duda el decano
de los besadores radiales argentinos. Hay , por
supuesto, otras variantes tecnológicas: enrolada
en una línea más pudorosa, Amelia Bence se
enorgulleció: "Mis besos fueron siempre castos y
puros. Yo sólo apoyaba mis labios. Me limitaba a
posar mi boca junto a la del galán. No es
necesario más. La cámara no tiene rayos equis.
Nadie ve lo que está pasando entre los labios",
supone ella. Eduardo Rudy, otro indiscutido
pionero, rechaza esta tesis: "Yo beso de verdad.
Si la compañera me exigiera un beso falso (bajo la
nariz o en la barbilla) yo me negaría
terminantemente. Prefiero suprimir la escena. Otra
pantomima son los besos sonoros. Cuando tenía que
besar por radio, mi técnica consistía en poner un
tono de voz, un cierto estado especial en los
momentos previos que hacían innecesario el clásico
chasquido".
Algunas razones de índole técnica
hacen hoy casi imposible los besos trucados. Como
lo explicó el actor Luis Dávila, "los modernos
sistemas de proyección amplían una cara hasta 16
veces. Las cámaras casi se apoyan en nuestros
labios. Cualquier truco queda al descubierto.
Despegar los labios unos centímetros puede
resultar una catástrofe: las caras quedarán en
sombras y la cámara sólo enfocará nucas o
solapas".
La televisión produjo, claro está,
novedosísimas aportaciones tecnológicas,
desconocidas aun para el cine. La directora Martha
Reguera es fanática de los besos en dissolve: hace
que los protagonistas prolonguen la escena para
utilizar alternativamente ambas cámaras. "Me
encanta que mis personajes se besen después de
mirarse lentamente, recorriéndose la cara con los
ojos, desde la frente hasta la barbilla. Estos
minutos de sugestión previa me parecen más
importantes que el beso en sí mismo." Su marido,
el actor Pablo Daniello, refirió los sofocones
experimentados cuando en una tira dirigida por su
mujer tuvo que besar a una bonita actriz. Todo se
zanjó cuando la Reguera, desde el panel de
control, le espetó a su marido: "¡Bésala, pedazo
de pavo! ¿Nunca besaste a una mujer?". "Herido en
mi amor propio —dice él—, le di un beso tan
violento que muchos pensaron que había desnucado a
mi pareja."
Aunque parezca increíble, entre las
actrices existe un ranking de besadores. Así, por
ejemplo, según el veredicto de Fernanda Mistral e
Irma Roig, en el Canal 9 las palmas se las llevan
Alberto Argibay e Ignacio Nacho Quirós. Con
humildad, Quirós explicó las razones de semejantes
preferencias: "Las chicas nos prefieren porque
somos los que molestamos menos al oponente. Yo
trato de hacerlo con toda suavidad, para que mi
compañera lo soporte mejor". Sapiente, advirtió
también que "nunca conviene apoyar la nariz con
fuerza porque se achata y deforma el rostro.
Además, existe el peligro de achatar la nariz
ajena, en cuyo caso el desastre aparece cuando se
ve el videotape".
Para limitar y orientar el
ímpetu de los galanes, la libretista Marcia
Cerretani (cuyo hit fue La rebelde de los
Anchorena) estableció una suerte de código de los
arrumacos. Así, el beso breve dura un segundo y se
da en la punta de la nariz. El beso tierno lleva
mucha mirada previa y es superficial. El beso loco
y furioso es definido por un gran abrazo y por
unas ganas que se acumulan desde varios capítulos
anteriores. El beso torturado está lleno de
melancolía, y es muy útil para despedidas.
YO NO SIENTO NADA ¿Y USTED?
Muy pocos actores
se atreven a ver en los besos de ficción algo más
que una mera obligación de trabajo. La mayoría
habla del desdoblamiento del actor, un metafísico
proceso que permite que todas las vivencias las
tenga el personaje mientras el actor conserva la
proverbial insensibilidad de la madera. Así, por
ejemplo, la actriz Beatriz Día Quiroga no trepidó
en declarar que "profesionalmente encarado, el
besar es lo mismo que abrir una puerta o cerrar
una ventana". Si bien admitió que no debe ser,
exactamente lo mismo ya que a nadie se le ocurrió
jamás escribir un poema sobre la apertura y cierre
de puertas y ventanas, suscribe la tesis de su
colega Amelia Bence, para quien "besar a un galán
es lo mismo que besar a un mueble". Entre los
varones hay también algunos que, como Dávila,
consideran "monstruoso sentir algo durante una
escena amorosa. Sería faltar el respeto a mi
compañera. Si el beso es muy largo, aprovecho para
pensar en el resto del libreto". Por supuesto, hay
otros factores que conspiran contra las
sensaciones sospechosas: "Un beso sin intimidad
—acertó María Aurelia Bisutti— no produce más
emoción que dar la mano". Alude, claro está, a la
presencia de esas huestes anónimas y esforzadas
que siempre se llevan las felicitaciones de los
animadores: son "los que están detrás de las
cámaras".
SIETE DIAS pudo detectar que
frente al nutrido ejército de los voceros de la
insensibilidad y los divulgadores de la teoría del
desdoblamiento del actor se alista una más
reducida legión de francotiradores que anuncia que
los besos se sienten y cómo. "Yo beso con todo y
siento todo lo que debe sentir una mujer",
descerrajó Alicia Bruzzo (Nacido para odiarte),
para quien "pretender que en un beso el que siente
es el personaje y no el actor es una forma
puritana de cargarle las culpas a otro. Es como
decir: cometí un delito pero estaba sonámbulo".
Por su parte, Rudy idealizó: "Lo óptimo sería
poner mitad de corazón y mitad de cerebro. Pero yo
nunca logré hacerlo. Cuando termino una escena, a
veces estoy un poco emocionado". Su colega Casco
lapidó: "No existe el beso de actor. Somos
seres humanos, sentimos, sufrimos y recordamos los
besos como corresponde". En la misma tesitura,
Nacho Quirós evocó una angustiante experiencia:
"En una escena de Verano y humo, de Tennessee
Williams, yo debía besar a Norma Aleandro. Y
ocurría que ella me gustaba. Por eso, sin llegar a
darle besos apasionados, se los daba con ganas.
Poco tiempo después, para mi desgracia, tuvo que
dejar la compañía y la reemplazó una muchacha que
me era totalmente indiferente. Para peor, ella
elegía esa escena para ponerse nerviosa y jamás le
encontraba la boca".
En general, la mayor parte
de los varones, al jugar una escena apasionada,
sufren una suerte de autocensura. "Los galanes
siempre pensamos lo que pueden pensar ellas si nos
ponemos algo fogosos", afirma Juan Carlos Dual,
quien recuerda con gratitud a Silvia Montanari;
una vez ella le dijo: "Besame sin complejos que no
voy a creer nada raro".
Por supuesto, no todos
los recuerdos vinculados a los besos de ficción
resultan turbadores. El anecdotario también se
nutre de accidentes mayores y menores. Así, por
ejemplo, Quirós narró que cierta vez estuvo a
punto de perecer asfixiado por el exceso de
entusiasmo que una compañera de reparto depositó
en un beso. "Para colmo me había puesto el brazo
en la nuca y me apretaba la cabeza. El director no
parecía decidido a cortar la escena y yo estaba a
punto de asfixiarme. Después, en vez de pedirle
explicaciones, le pedí otro beso." Por su parte,
Dávila refirió el accidente derivado de una
secuencia protagonizada con una actriz italiana:
"Debíamos venir corriendo y engancharnos en un
beso. Nos dimos un trompazo de tal magnitud que
ella tuvo una hemorragia nasal que le duró una
semana".
Claro está que el ridículo nunca se
ensañó tanto como en el malhadado beso que en La
rosa azul unió a Alberto Dalbes con la Bisutti:
"Yo había sido violada en el primer acto y en el
tercero debía recibir un beso muy puro, que me
permitiera volver a creer en el amor —memora la
Bisutti—. En aquella época no había tapes y todo
salía en vivo y en directo, pasara lo que pasara.
Dalbes, como había estado muy mal, quiso
reivindicarse durante la escena del beso y abrió
la boca más de lo necesario. Al separarnos
quedamos unidos por un hilito de saliva que
durante varios meses nos convirtió en el
hazmerreír del ambiente".
PARA CRONOMETRAR
LA MORAL
En otro orden de desgracias, Mecha
Ortiz evocó la catástrofe que sobrevino luego del
largo beso que le dio a Roberto Escalada en Safo:
se derrumbó el decorado de madera que simulaba un
vagón ferroviario y todos cayeron en un estrépito
de cajones rotos. Isabel Sarli jamás olvidará el
accidentado beso de Sabaleros: "Mi agresor me
atacó en el barro... Yo me negaba a besarlo.
Despechado, hundió mis labios en la tierra. Estuve
dos meses con parasitosis", se entristeció la
Coca.
El mecanismo de identificación de los
espectadores con las ficciones de la pantalla
tiene una curiosa, cabal expresión en el nutrido
epistolario que reciben actores y actrices.
Señoras ávidas de ternura suelen escribir a Alba
Castellanos: "¡Qué suerte tuvo en besar a
fulanito! Ojalá yo hubiese estado en su lugar.
¿Qué sintió cuando besó a Mengano?". La
Castellanos dice: "Yo les contesto cosas
maravillosas. No quiero desilusionarlas
contándoles que tal galán besa como un
dromedario".
"Siendo casado no debería besar a
menganita en la forma que lo hace", aconsejaba
epistolarmente hace poco una señora al galán
Eduardo Rudy. Otra envidiaba: "¿Cómo es posible
que esa descocada que es madre de dos hijos lo
bese de semejante forma?". Alicia Bruzzo, por su
parte, mostró a SIETE DIAS una carta del siguiente
tenor: "Estimada señorita: En mi casa veíamos su
teleteatro todos los días, pero luego del beso
terrible que aplicó usted a Ernesto Martín, el 23
del 7 del corriente año, he prohibido a mis hijos
de trece y catorce años que vuelvan a encender el
televisor en el horario en que usted lo
frecuenta".
Claro que los mayores desmanes
—siempre de cuerpo presente— acontecen con los
pedidos de autógrafos. "Las mocosas son las peores
—confiesa Norberto Aroldi—. Hace poco me
sorprendieron tres chicas a la salida del canal.
Una se me abalanzó sedienta y me gritó: «Mostrame
si es cierto que besás tan bien»."
Este informe
sobre el beso no podría concluirse sin consignar
el que obtuvo mayor rating en el video local. Por
extraño (o morboso) que parezca, tal supremacía la
obtuvieron Beatriz Día Quiroga y Narciso Ibáñez
Menta, caracterizado como El Fantasma de la Opera.
Pero por esa extraña, extremista vinculación entre
el amor y la muerte "esa noche destrozamos las
boleterías de todos los teatros", al decir de la
directora Reguera.
Tampoco podría
prescindirse de la opinión —más que autorizada, ya
que su honorario metier lo obliga a ser testigo de
besos, caricias y otras intoxicaciones— de un
miembro de la Liga Pro Comportamiento Humano y de
la Comisión Honoraria Calificadora de Cine y
Televisión. A 75 años del primer beso
cinematográfico y de la consiguiente conmoción,
Miguel Esperanza —censor local— no vacila en
afirmar que "los programas morbosos tienen más
rating porque la gente es morbosa. Las revistas
especializadas son realmente pornográficas: no
hablan más que de divorcios y de actrices
separadas que trabajan en un teleteatro con el
marida nuevo y el marido antiguo. En la comisión
de censura —que integro con la Liga de Padres y la
Liga de Madres— todos estamos de acuerdo. Cortamos
los besos cuando son demasiado largos",
especificó.
Una curiosa reflexión: de acuerdo
con quienes deciden sobre lo moral o lo inmoral en
el cine, no está tan mal besar como besar mucho,
ya que sólo se tronchan los besos interminables.
Lo cual equivale a decir que la moral es
susceptible de cronometrarse. ¿Habrá que añadir el
besómetro a la lista de inventos argentinos?
Revista Siete Días Ilustrados
24.01.1972
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