Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

EL VOCACIONAL OFICIO DE
LA MORENA LUCIA LAMADRID
Desde hace casi medio siglo trabaja de modelo en los círculos plásticos porteños y en la Escuela Nacional de Bellas Artes. A los doce años comenzó a posar desprovista de todo atuendo, y ese oficio no consiguió desafectarla de una permanente timidez, pero sí le permitió volcar todo su arte. El célebre Spilimbergo dijo: "Cuando Lucía posa, se entrega toda ella"
LA ABUELA MODELO
Lucía Lamadrid es negra, tiene 60 años, una hija, varios nietos. Muy pocos la conocen porque Lucía forma parte de esa paradójica legión de anónimos-célebres: en efecto, su cuerpo oscuro, servido por las estatuarias proporciones de su raza, se multiplicó a lo largo de medio siglo en infinidad de apuntes, bocetos, telas, carbonillas, óleos, yesos y barros. Algunos, efímeros. Otros, perdurables. Cualquiera que haya transitado por la Escuela de Bellas Artes sabe quién es Lucía: a lo largo de dos generaciones de artistas, su esbelta figura cobró una dimensión institucional. O como prefieren azuzarla los jóvenes aprendices de artista: "Lucía forma parte del inventario de la Escuela".
La cariñosa broma estudiantil tiene su razón de ser: su ingreso data de los tiempos en que la Escuela era regenteada por Pío Collivadino, artista para el que Lucía solía posar. Fue la primera modelo de color y la primera en posar desnuda. Una tarde de sábado Siete Días consiguió entrevistarla en su pequeño departamento del barrio de Palermo, ubicado en las inmediaciones del Jardín Botánico. Introvertida y tímida, se necesitaron varios cigarrillos y algunos cafés para que Lucía se despojara de sus reservas y comenzara a remontar, morosa y paulatinamente, su contemplada biografía, a hurgar con un poco de nostalgia en ese Parnaso vernáculo de las bellas artes, en los tiempos en que sus supremos sacerdotes ni siquiera soñaban con la gloria, preocupados por el diario milagro de la supervivencia.

UN PESO LA HORA
—¿Dónde y cuándo empezó su oficio de modelo?
—A poco de cumplir los doce años posé en el estudio de Catalina Mórtola de Bianchi. Allí conocí a un grupo de celebridades que se reunían periódicamente en una tertulia artística: Silvina Ocampo, Jorge Newbery, primo del aviador y gran amante de la pintura, Adolfo Bioy Casares, Lorenzo Gilli, recién llegado de Europa, quien de inmediato me invitó a posar. El maestro Pío Collivadino quiso que entrara a la Escuela como modelo. Y así lo hice, luego de aprobar el examen de admisión, un requisito que ya no existe. Ahora entra cualquiera.
—¿En qué consistía ese examen?
—Una se presentaba y un jurado miraba el desnudo. Si reunía las condiciones estéticas y los padres autorizaban por escrito (en el caso de aspirantes menores, claro) se podía ingresar. A mí me tocó un triunvirato de notables por demás exigentes: Centurión, Gilli y Spilimbergo. Mi madre no estaba muy decidida a otorgar la autorización pero nuestra situación familiar era difícil: sin mi padre y con ocho hermanos.
—¿Estaban bien pagas las modelos por ese entonces?
—Bastante bien: un peso la hora.
—Según una letra de tango, por esa suma era posible comerse un suculento puchero en el viejo Tropezón...
—Así es. Pero una no estaba para esos lujos. Se arreglaba con bastante menos.
—¿Qué sintió la primera vez que fue examinada desnuda?
—No sé. Aún hoy no consigo explicarlo muy bien. Tenía 14 años, allá por 1927, y era algo demasiado trascendente para mi. Estaba nerviosísima. Pero al llegar don Emilio Centurión, uno de los jurados, me dijo: "No te preocupés, esto se toma como lo que es. Como el arte". Y entonces me invadió un orgullo muy especial que me acompañó en cada desnudo. Tengo, además, otro orgullo: haber trabajado para casi todos los artistas.

LOS VERICUETOS DEL PUDOR
Contrariamente a lo que podría suponerse, las paredes del departamento de Lucía no están atestadas de cuadros: sólo un par de no figurativos y una naturaleza muerta, sin enmarcar aún, obsequio de un alumno de la escuela. Es difícil sustraerse a la tentación de imaginar en su cuerpo las huellas superpuestas de tantas miradas críticas y vigilantes que lo horadaron a lo largo de media centuria. Semejante idea le causa gracia y abre una nueva perspectiva para el diálogo.
—Siendo el cuerpo el instrumento de trabajo de la modelo, se supone que no tendrá ningún tipo de inhibición para mostrarlo. ¿Es realmente así?
—No. El verdadero modelo artístico tiene muchísimo pudor. Créame. Mientras posa, una logra abstraerse de tal modo que sólo se piensa que es un objeto. Un objeto de arte. Aun cuando el maestro pida algún movimiento, cierto desplazamiento, se sigue pensando lo mismo. Pero cuando suena el timbre, al concluir la sesión, se cubre inmediatamente. En ese momento se deja de ser algo para convertirse en alguien. Por otra parte, el alumnado de Bellas Artes es muy singular. Es otra la forma de mirar, desprovista de toda intención que no sea la artística, cosa que permite sentirse cómoda y sin problemas. Aun en el turno nocturno, donde son casi todos hombres, yo me siento muy cómoda. También ayuda mi forma de tratarlos, un poco maternalmente...
—¿Qué papel juega el color de la piel en su trabajo?
—Desde el punto de vista estético, el negro puro es lo ideal, el que da ese brillo tan peculiar que trasforma el cuerpo en un juego de luces y sombras. Yo tengo ascendencia africana y española, una combinación que da el mestizo, con proporciones corporales más precisas y si se quiere más estéticas.
—¿Hasta qué edad una modelo puede posar desnuda?
—De hecho, no hay límites. Flora, que tiene 70, hizo su último desnudo hace cuatro años. Con los años las poses se hacen menos forzadas, más pasivas, pero nunca se pierde la propia expresión corporal. Quizás se pierda la elasticidad y el dinamismo de los 25 años, pero siempre hay algo para entregar. Yo hice desnudos hasta el año pasado, oportunidad en la que Macchi obtuvo el gran premio del Salón Municipal con una escultura que representa el cuerpo de una mujer de cierta edad. Ahora he dejado de posar desnuda porque tengo una enfermedad cardíaca y debo cuidarme de tomar frío. Pero el desnudo artístico es hermoso ... Siempre me encantó.

LO QUE VA DE AYER A HOY
A lo largo de su dilatada carrera, Lucía consolidó algunas certidumbres. Entre otras, que el arte de saber posar es un don innato que puede perfeccionarse con la técnica; que las modelos actuales son más comerciantes, incapaces de posar gratis, como solían hacerlo en su tiempo; que los alumnos antes eran mucho más estudiosos en razón de las mayores exigencias de los cursos ("Se trabajaba de lunes a sábados y los domingos los muchachos salían a hacer sus croquis por el Zoológico o el Botánico, que debían ser presentados obligatoriamente al día siguiente"). Supone también que entre el alumnado abundan menos las reales vocaciones que las motivaciones fundadas en el snobismo de pertenecer a una élite. Cuando se le pregunta si para posar obedece directivas precisas o hay un margen de creación personal, dice: "En general, es uno mismo quien asume la idea. Basta que se me indique una pose de pie o sentada para que ensaye dos o tres poses distintas entre sí, pero siempre con mi propio estilo. El artista elige la que cree conveniente. Ocurre como en los demás oficios: lo importante es la manera de brindarse, el mensaje que se da, lo que se quiere decir".
Un código preciso que responde a su forma de ser, un estilo entusiasta que años atrás había detectado el maestro Spilimbergo al escribir: "Cuando Lucía posa, se entrega toda ella".
Norma J. Gildstein
Revista Siete Días Ilustrados
30.12.1974
 

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