Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Margarita XIRGU, en la calle Libertad
Del brazo de la Celestina.

Margarita está inquieta y alegre. Lo segundo, claro es, por motivos varios, entre los cuales merece un buen sitio el otoño de Buenos Aires, al que ha saludado como una buena amiga. Pero sí se le dice: "Lamentablemente, nos hace una visita muy corta, como si no la necesitáramos tanto", sonríe azorada y se apresura a responder:
—¿Por qué? Desde luego, yo también siento tener que irme en seguida. Pero eso de que me necesitan es sólo una galantería. En este momento le tengo mucha fe al teatro argentino. Sé que ha empezado esta temporada con un impulso artístico que desconoció en los años inmediatamente anteriores. Y estoy segura de que ahora le esperan cinco años magníficos...
—¿Cinco? ¿Por qué precisamente esa cifra?
—Bueno, no la tome como un dato preciso... La verdad es que se me ocurre porque me parece enorme. Inconscientemente, aplico siempre una especie de pesimismo sobre el destino de las buenas causas...
—¿Y por qué, Margarita?
—Pues. mire, no porque yo sea psicológicamente pesimista, sino por los desengaños que me ha tocado padecer.
—Por supuesto, se refiere especialmente a aquélla especie de maravillosa buena fe que surgió en España en el año 31.
—¿Especialmente?... Casi casi exclusivamente. Aquellos años son inolvidables. Parecían una aurora, ... aunque resultaran un ocaso. Casona y Lorca cumplían una tarea magnífica con sus teatros ambulantes. Las salas de todo el país recobraban la dignidad del gran teatro clásico y presentaban lo mejor de lo que se hacía entonces en el mundo.
—Exacto. Como ejemplo del clima que se había creado, bastaría recordar el estreno de "Yerma" en el Español.
Sería pueril preguntarle si Frutos se acuerda. La frase, que conviene es ésta otra: lo tiene presente; es decir, sigue viviéndolo y no como una imagen descolorida del pasa do. Nada nos ha dicho, pero son demasiado expresivos su sonrisa. melancólica, su silencio, el brillo de sus ojos. Así que basta volvamos a la irritante brevedad de su viaje:
—¿Por qué debe regresar a Montevideo en seguida?
—Por la Escuela, naturalmente.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando en ella?
—Seis años.
—¿Qué cree usted que se ha conseguido con la obra del Teatro Nacional?
—Pues eso mismo que decía usted antes de aquellos años españoles: crear un clima. En el mundo del teatro y en la calle. ¡Hubiera usted visto el entusiasmo!... Más todavía: la veneración con que acudió la ciudad entera a ver "El sueño de una noche de verano" en el Parque Rivera. A última hora se había inventado una localidad: entrada de talud, o algo por el estilo. pues dos taludes que descienden sobre el jardín estaban colmados de espectadores que no habían logrado su platea.
—Eso quiere decir que está usted satisfecha de su labor.
—Sí, claro. Pero no hablo sólo de la mía, sino de la de todos... A mí me parece que se ha conseguido no sólo una atmósfera ideal para el desarrollo del teatro, como decía antes, sino una mística. Y por supuesto, tanto más hacedero sería crearla aquí, con recursos más amplios. Estoy convencida de que así será.
—¿Cuándo vuelve a la Escuela montevideana?
—En cuanto hagamos "La Celestina" —responde sin vacilar.

El miedo de Margarita
Y ahora ya estamos frente a la inquietud de que hablamos al principio y que, por lo demás, no desvirtúa, sino matiza, el júbilo de la admirable actriz. Si de pronto tuviéramos que explicarle a alguien quién es Margarita Xirgu, bastaría decir: es una mujer que empezó jugando a los cómicos en un hermoso pueblo llamado Molins de Rey; triunfó, adolescente, en Barcelona, se convirtió en pocos años en la primera intérprete del teatro en idioma español, representó a los clásicos y a los contemporáneos, ha creado actrices y actores en España y en América y, al cabo de tan gloriosa carrera, tiene un miedo de debutante porque va a ofrecer al público de Buenos Aires la obra de Rojas. ¿Responsabilidad? Sí. ¿Sensibilidad de actriz? Sí, también. Una especie de sagrado temor al público, que en ella se combina con un respeto insobornable a lo que cada poeta haya imaginado (la obra, que no la letra), como se dice en la jerga del oficio, con el riesgo de que se quede fuera de la alusión el espíritu. Todo eso y algo más: amor. Margarita Xirgu tiembla en las vísperas de su estreno como tiemblan las enamoradas. Sí, pasión se llama precisamente "La Celestina".
—Y creo que hay más de una razón para él apasionamiento.—concede—. Pero bastaría ésta: que "La Celestina" funda el teatro español.
—Indudable. Por lo tanto, usted no opina como algunos críticos, que temen que no sea "teatral".
—En realidad, participo de ese miedo, pero de otro modo: temo que haya quien lo tema. ¿A usted qué le parece?
Lo pregunta con un interés que merece todas las explicaciones críticas posibles. Se las damos. Le gusta oírlas. Por otra parte, Margarita es- una primera actriz —¿no sería mejor cambiar de artículo: la primera actriz?— que acostumbra a escuchar, rasgo de una excepcionalidad sorprendente. Y en seguida nos habla del espléndido "arreglo" del poeta y profesor español —residente en Chile— Juan José Morales.
—Verdaderamente impecable —concluye—. Tan excelente que los cortes no se notan. Y para mí ése es el ideal, en un texto que se
corta únicamente por razones de tiempo.
—¿Hay alguna variante o supresión en el hermoso lenguaje de Celestina?
—No. Y le confieso que también en esto tengo cierto temor. Sólo se han suprimido dos palabras. (Las citamos, para satisfacer la legítima curiosidad del lector y con un cortés ruego de que se tapen antes los oídos los timoratos y los que no tengan el hábito de leer a Rojas, a Quevedo, a Cervantes: puta y preñada).
—¿Ha tenido problemas técnicos respecto de la sala en que la van a presentar?
—No. Además, soy una vieja amiga suya.
Y agrega, con una risueña sinceridad:
—Y conste que lo de vieja hay que tomarlo literalmente. La persona que me fué enseñando ese bello teatro era su creadora,. María Guerrero. Todavía me acuerdo con qué orgullo me mostraba los mosaicos y ladrillos españoles y la satisfacción que le causó poderme decir: "¡Mira, éstos son catalanes!"

Riquezas
Y vuelve a inquietarse. Calcula mentalmente el espacio en que debe deslizar uno de los "carros", quiere anticipar su visita al teatro ... Cambiamos de tema, eligiendo uno de los que le son más simpáticos: la vida uruguaya. Nos habla de la emoción de septiembre, cuando la radio llevaba las noticias, argentinas, de la conmovedora solidaridad de aquel pueblo, de la vida sinceramente democrática de nuestros vecinos. El teléfono interrumpe a menudo el diálogo. Varios colegas invitan a Margarita a breves audiciones periodísticas en la radio y la televisión. Se niega, cortés y afligida.
—Es que no puedo —nos explica —No tengo energías para tanto. —A propósito: ¿cómo está ese brazo?
—Bien. No le hago mucho caso. Hace tres o cuatro meses sufrió un accidente, con luxación y fractura. "Me caí en la calle, como una tonta", dice.
—Tenga más cuidado en París.
—Por ahora, no hace falta.
—¿Cómo? ¿No va al Festival Lorea? María Casares estaba loca de contenta pensando que iba a estar usted con ella.
—Se ha aplazado. De todos modos, pienso que quizá vaya a Europa. Pero mejor para el otoño, cuando pueda ver los espectáculos que den en París.
—¡Ah! ¿Le gusta el teatro? Se ríe, encantada. El año pasado, hablando de ella, creo que dije: "Cuando juzgo que ya había reunido en tus manos toda la riqueza posible, hizo lo que cumple: la dio". Sigue dándola. Ahora, en una calle cuyo nombre le gusta y con las castizas palabras que empleó un hidalgo toledano para unir —y separar— un mundo medieval que terminaba y un mundo renacentista que se abría. La adorable alcahueta es el regalo argentino de Margarita.
Revista Mundo Argentino
18/04/1956

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