Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

El suburbio de Marith Marta Gilardi

CUANDO el suburbio llega al arte no corre el mismo destino que el campo argentino, que tenía ya una configuración inicial: se hace un poco espuria su ubicación, porque quienes lo acercan lo traen como de los hilos de un "guignol". Acaso porque su nacimiento, como elemento de referencia novelesca, se va a ir bifurcando en los vericuetos de las interpretaciones no del todo ajustadas a una realidad, que en cierto sentido costaba asir. Llega a la literatura —el suburbio que está constituido por esos aledaños de la ciudad que culmina en las "luces del centro"— por la poética sentimental de Carriego y penetra en el sentir popular por los sainetes, para después ser absorbido por el tango, que es la forma de ir perdiéndolo de vista en las perspectivas de una inverosimilitud imaginativa que es precisamente la negación de la imaginación. Hasta que llega a la pintura; pero entonces sucede que el pintor pareciera no surgir del medio, sino que va a él como turista, y por su falta de connaturalización lo traduce en los dos extremos de su posible temática superficial y escenográfica: o dramático y turbulento, o pintoresco y melifluo, sentimentaloide y dulzón. La inventada falsedad lo va a ir alejando de una consideración responsable, y salvo los motivos de la Boca, un suburbio ya hecho para el dibujo con sus mástiles sugestivos, sus callejuelas torcidas y sus multicolores placas detonantes en sus casonas inverosímiles, el suburbio va a ir quedando relegado a un plano secundario, acaso de indescubrimiento actual. Puede ser que no sea ésta su tónica general, pero los casos particulares no tienen fuerza de convicción en la historia de su enfoque.
Pero he aquí que de pronto, en este volver los ojos nuestros artistas a los temas que parecían agotados, aparece esta pintora, casi niña todavía, que es Marith Marta Gilardi, y nos rotrotrae a aquella visión prístina que teníamos del suburbio, pero ahora despojado de su literatura. Un suburbio que puede ser ideal, pero que aun frente a él, en la forma en que nos lo alcanza nos hace pensar que todavía persiste, porque ha podido permanecer intocable, ignorado en ese ir vistiéndolo con otras ropas. Un suburbio al que ir mirándolo un poco a través de los ojos de la infancia, porque pareciera estar condenado a ser un poco globo de plaza, boleto para trencitos de parques zoológicos, primera novia y cielo con luna.
Precisamente son los niños los principales elementos de estas visiones de esta pintora, que tras sus estudios en la Escuela Fernando Fader, aparece por primera vez en el Salón de Estudiantes de Bellas Artes de 1952, para mostrarse en el Nacional del año pasado y este año en el de Mar del Plata, y culminar estos envíos esporádicos con una amplia exposición en la Galería de Los Independientes.
Corto trayecto el suyo, pero ya generoso en recuerdos. Porque este suburbio que nos descubre, poblado de niños, multiplicado en perspectivas poéticas, claro y despojado de toda otra sensación que no sea la del camino de los ojos, es el suburbio que todos hemos visto antes de que fuera desvirtuado por quienes van a él como turistas.

Revista Caras y Caretas
11/1954


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