Niní: Esa estrella que nunca se extingue
Mientras los márgenes de renovación del café-concert, después de dos o tres años de esplendor del género, tenderían a estrecharse, pareciera surgir una lucecita de esperanza. O cuanto menos, de sorpresa.

Es una lucecita con nombre y apellido, pero curiosamente no encierra el misterio del anonimato artístico. No se trata de una figura desconocida en quien deposita confianza un aventurado promotor. Tampoco de un genio ignoto dispuesto a saltar por encima de todo, inclusive sobre el vacío. Lisa y llanamente es una estrella indiscutida, con por lo menos 35 años de continuo transitar en el show-business argentino y de habla castellana. La radio, el cine, el teatro y la televisión anteceden a la legendaria Niní Marshall en esta nueva aventura que se suponía privativa de las generaciones más jóvenes. El Gallo Cojo, que tiene en su haber los éxitos de Cipe Lincovsky, Edda Díaz y Marilina Ross, extenderá desde el 2 de enero sus tentáculos a Mar del Plata, sucedánea veraniega del espectáculo porteño. En el pleno centro de la Perla del Atlántico presentará a Niní, a razón de una función nocturna cada día y dos (el agregado de trasnoche) los viernes y sábados. Cada espectador deberá oblar 25 pesos nuevos con derecho al acostumbrado whisky o refresco.
¿Niní necesita de presentaciones? En su undécimo piso de Paraná y Arenales, frente a la plaza Vicente López, toda blanca en su atavío sport, la diva reflexiona. Acaricia amorosamente a un gatito negro —"mezcla de siamés y persa", aclara con orgullo—, mientras no oculta nerviosidad por la nueva experiencia. "Aunque es nueva a medias", reflexiona. Entonces cuenta que hace unos quince años, en Santiago de Chile, reinó con todos los honores —y hasta con guardia policial contra aludes— en el café-concert.
Hay distancias, sin embargo. No era tal vez el café-concert de hoy en la Argentina. No tan alocado, no tan iconoclasta, no tan snob. Niní Marshall aventura premisas: "Mi imagen madura y evoluciona sin cesar, pero no me traiciona en lo que soy y represento". Atenta al menudo felino, agrega: "Ensayaré una apertura al humor negro, que me encanta, sin caer en la moda de las malas palabras, que deploro". Continúa: "Ciertos vocablos no existen en mi vida cotidiana ni entre las cuatro paredes de mi casa; en consecuencia no me esforzaría en llevarlos al escenario para consumar una agresión gratuita, que no siento".

ASI SERA, SI OS PARECE, 'Y se nos fue de redepente' se titula la petit-pieza sin intervalos que Niní ha pergeñado para su temporada marplatense, que se extenderá hasta mediados de marzo. Una vaga línea argumental la apuntala y un estilo cambiante, nervioso, repentista, de mutaciones a lo Frégoli, la define. Será el pretexto para el desfile de siete personajes ya sobradamente conocidos: Catita, Cándida, doña Caterina, Jovita, Pola, Mingo, Nicola. Al enumerarlos, su creadora enuncia con alegre paciencia las variantes dialécticas y fonéticas que corresponden, sin ahorrar las consideraciones psicológicas de cada caso. De ahí en más, valen otras apreciaciones lindantes con lo polémico.
Las actuaciones de la artista por Canal 13, en los heterogéneos "Sábados Continuados", registran el ráting más elevado de los horarios respectivos. En principio, la comprobación significa que proseguirá el año próximo en pantalla chica. La importancia que Niní Marshall adjudica a ese índice se aparea a la valoración de actualidad, o lo contrario, de los personajes que aborda. No faltan juicios encontrados. La autora reconoce que en 1972 hay menos Catitas y menos Cándidas que en 1937, cuando las introdujo abruptamente en la radio. Pero sostiene que ni unas ni otras han desaparecido. Además, que siguen representando arraigadas modalidades del subdesarrollo cultural (caso Catita) o del aluvión inmigratorio (caso Cándida). "Día a día los voy enriqueciendo, en consonancia con una realidad siempre cambiante", añade.
Los otros personajes no son tal vez arquetipos tan cabales, aunque hay uno de características muy salientes, común denominador de diversos estratos sociales: Jovita es la solterona no resignada, y en sus ridículos requiebros de trasnochado romanticismo pueden mirarse aún, sin reconocerlo, un sinnúmero de solteras provectas. Esas tres cariátides, y las restantes, encierran para Niní Marshall la irrefutable índole de la caricatura. Rechaza la mala intención que reiteradamente le adjudicaron: "La caricatura —explica— se ceba siempre en los aspectos más fácilmente distorsionables. Si es dibujo o simple literatura, la gente se ríe sin buscar comparaciones urticantes; cuando median las palabras y la presencia del actor, el fenómeno se ve o se juzga de otra manera, apresuradamente".

LA MULTIPLICIDAD. Estática, modosa, la actriz habla en un medio tono que nunca apela al énfasis y cada tres palabras deja escapar discretamente fa sombra de la duda o la convicción de que no está sentando cátedra o esgrimiendo lo inapelable. Paralelamente, mientras se explica una y otra vez, da la sensación de que trabaja sus monólogos y sus macchiettas con la paciencia del orfebre, con la escrupulosidad del artesano. Ha calibrado, inclusive, las diferencias que median entre la radio ("toda misterio") y el cine ("lo previsible y fragmentado"), entre el cine y el teatro ("la comodidad de explayarse"), entre esos medios y la televisión ("¡Qué mezcla extraña y resbaladiza!").
Gusta relatar en ejemplos la severa autocrítica con que se maneja, y juzga que los condicionantes impuestos por la trasmisión televisiva se vuelven indefectiblemente contra ella. Refiere llanamente: "De cada programa hago el minucioso análisis y siempre lo centro en mi persona; una vez que la cámara entra en funciones, no hay otra responsabilidad que la mía; de ahí que cada sábado me digo, a posteriori, sobre el efecto que fue certero o que falló sin vueltas, sobre esto o aquello, corto o largo, oportuno o a destiempo". En esos a va tares, Niní Marshall no olvida nunca al público, ese dios cruel o generoso, "ese término medio —puntualiza— al que confluyen tan variadas apetencias, gustos, niveles culturales, intenciones, recelos, reacciones, etcétera". Considera que sin público, no existiría.
Del pasado, Niní habla o cuenta lo inevitable. Cada día es un comienzo. Pero la experiencia no se puede negar, así como los paralelos no se pueden evitar. En la radio se sentía absolutamente segura. Se asomó al mundo del micrófono en los años treinta, cuando con los seudónimos de Mabicha y Mitzi hacía un periodismo humorístico que centró observaciones en astros y circunstancias del boom radiofónico. Lo siguió luego en fugaces arremetidas de cantante internacional, lo conquistó del todo con prodigios de voz e inventiva. Su "cuasi" condición de poliglota le facilitó inagotables recursos. El cine, a través de 35 películas (desde la primera, Mujeres que trabajan, dirigida por el colérico y porteñísimo Manuel Romero, en 1938), le ofertó la posibilidad de coautor en su estricto predio: los diálogos que correspondían a su personaje. El teatro, finalmente, la fogueó en el show (aquellas primeras presentaciones con Juan Carlos Thorry y una orquestita), la soltó en la revista y la asentó en la comedia más o menos alocada: Cosas de papá y mamá, La señora Barba Azul (una adaptación que le pertenece), Coqueluche.
Más acá, el quehacer se llama televisión y "es un poco de cine improvisado, con limitadísimas posibilidades de borrar el error". Esa extensa cabalgata deja paréntesis para los recuerdos que la actriz soslaya frecuentemente: Manuel Romero y Luis César Amadori fueron los directores con quienes más trabajó, a razón de ocho películas con cada uno. Desliza, también, que sólo con la primera Cándida (que Luis Bayón Herrera dirigió en 1939) tuvo la oportunidad de confeccionar un pre-guión. La espanta, sin embargo, lo que ha sido el ideal de no pocos grandes cómicos del cine, desde Chaplin y Buster Keaton hasta Jacques Tati y Jerry Lewis: acometer la responsabilidad total, plena, dictatorial, de una película. Otros capítulos tienen el nombre de distintos países latinoamericanos, su estada en México, su paso por España, las películas que filmó fuera, e inclusive los personajes en que captó modalidades e idiosincrasias de otros pueblos q que nunca se confrontaron con el público argentino.

Y ESTO DEL CAFE-CONCERT. En estos días postreros de 1972, Niní Marshall rejuvenece más de lo habitual, en cuanto nace a la locura del café-concert de 1973. Es una sensación parecida a su inquietante debut televisivo de hace veinte años, en el primitivo Canal 7, o su acercamiento de hace treinta y tantos a los sets de Lumiton, "que entonces se nos ocurrían un Hollywood criollo, imponente y luminoso". En cierto modo, es un sorpresivo acertijo, un juego de la verdad que para Niní se presenta pictórico de enigmas, un juego de la verdad al que también quiere entregarse —"como siempre", rubrica— en infantil estado de inocencia.
¿Ha seguido la artista consagrada los últimos pasos de la moda de los locales diminutos y los espectáculos irreverentes? Confiesa que sí, enumera salas, artistas, libros, tipos de espectadores. Los nombres de Cipe, de Marilina, de Raimundo Soto, de Henny Trayles, de Edda Díaz, se vivifican en sus impresiones de espectadora alerta y sensibilizada. Respecto de sí misma, no se considera una sorpresa potencial para el público que la ha acompañado largamente. Tampoco cree que el público del café-concert varíe demasiado de sus viejos conocidos de todas las plateas. Entiende que ese público se ha ido renovando generacionalmente y, por otra parte, no descuida el meridiano de nivelación que la temporada marplatense impone. "Nunca pienso —sentencia— que me pondré al público en el bolsillo y creo que nadie lo puede decir por anticipado; más bien, creo en las vías de comunicación que se establecen entre un artista ya conocido en sus recursos, e inclusive previsible en las sorpresas que es capaz de deparar en cada actuación." El resto, en los días que faltan para el debut de Niní en Mar del Plata, son ensayos, vigilias, lecturas, un libreto que se lee y se relee, que ya está escrito y se reescribe.
Acaso siguen vigentes unas palabras que la desaparecida revista Sintonía le dedicó, hace 35 años: "Mientras mantenga la misma inquietud y el mismo afán de renovación, su estrella tardará mucho en extinguirse".
Jorge Couselo
Revista Panorama
28/12/1972

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