Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Buenos Aires
Las luces de la noche
Los porteños salen a buscar en la noche muchas cosas. Mientras el "ruido" los envuelve, algunos confiesan su fracaso, otros añoran épocas de pasado esplendor. Los más irreflexivos y alegres son los jóvenes de nuevo estilo

"Antes, la noche era aventura; después, diversión, y ahora, bueno, ahora es estar despiertos un rato más." Lo dice un hombre con muchos años de quedarse despierto, un hombre que es una institución: don Pedro Guidi. Acodado en el mostrador de Mau Mau, recibe el saludo de "Rolo" Álzaga, otro habitante de la noche. Entre los dos tratan de descifrar el enigma que los mantiene en vela: "¿No te parece, viejo, que la noche, en vez de saliva, traga copas?" Rojo le contesta: "Y claro, el boliche es un poco la garganta de cada uno de nosotros".
Diálogo un poco enrevesado, que va de aquí para allá, indagando cosas muy serias con un rigor nada serio, con el típico lenguaje que se emplea en los lugares de "diversión" nocturnos y en los velatorios. "No somos nada" y "todo tiempo pasado fue mejor". Gran parte de la noche porteña se pierde en esa charla. Gran parte del tiempo se emplea en "filosofar" sobre ese tiempo que se pierde o se gana junto al mostrador, o en la pista de baile... Al porteño le gusta rumiar sobre lo que hace, tal vez porque lo hace a medias, o porque no lo satisface del todo...
Álzaga se define: "Para mí, lo mejor es Mau Mau y correr carreras de automóviles, tener amigos, tomar una copa y chau". Todos lo saludan, es muy conocido... "se divierte". Pero don Guidi no es "tan feliz"; él recuerda: "Antes, en mis tiempos mozos, era otra cosa. Corría el año 29 y estaba 'El Abdula', hermoso lugar, con maravillosas coperas que sabían moverse. Además, después de medianoche era obligación tomar varias botellas de champaña francés —salía 18 pesos cada una—. Uno se divertía con la amiga de turno o con las chicas: era un poco de sabor europeo con picardía porteña". Claro, ahora para él es distinto. Y todos lo respetan como un ejemplo de los "divertidos" de antes. Los actuales también se "divierten" a su manera. El champaña se trocó en whisky, pero las copas siguen siendo caras.

LOS SELECTOS
Los hermanos Lataliste, dueños de Mau Mau, intentan explicar el secreto: "Hay que brindar exclusividad". Aseguran que ellos salieron al encuentro de una necesidad de Buenos Aires. Cambió la noche, cambió el país, pero la clase pudiente quiere divertirse al "estilo Mau Mau". Público selecto, música ultramoderna y una decoración de buen gusto: alfombras y esculturas de calidad y precio astronómico. Algo desentona, sin embargo: un enorme macetero con plantas de plástico en la entrada. Pero los clientes saben perdonar. En Mau Mau "hacen ruido" muchos nombres conocidos. Entre otros, Juan Manuel Bordeu, Graciela Borges, Luis Rusconi, Álzaga, Guidi, y todos los "hijos terribles" de las familias del barrio Norte, Consumición mínima: 500 pesos; y no se puede ir solo.
En Zum Zum, Jaque, Whisky á Go-Go, Viva María, Tótem y otros lugares similares, la historia se repite con más o ¡menos variantes "La gente sabe a lo que va, no es como antes", afirma Divito, el creador de Zum Zum, y agrega: "Antes, la mujer era algo difícil y la noche la vivía el piola' ". Claro, ahora cada uno lleva la que consigue antes, y en muchos casos es la novia o la mujer. Los "niños bien" no beben champaña con coperas; son "tuercas" y refinados. Modernos. Y el toque de snobismo llega a su máxima expresión en Viva María, donde se ofrecerán espectáculos como "Help, Valentino", y la actuación de "Nacha" Guevara.

LOS DE ABAJO
No es muy distinta la noche en los lugares menos "in". Tal vez un poco más triste, más sincera, más antigua. En un rincón de Achalay, tres porteños de no más de 30 años —Armando, Pedro y Julio— "piensan" la noche. Armando da la clave: "Tengo 25 años en la 'bronca' y ahora no es como antes. Es la época del 'gogó'. Ya pasó la época en que un hombre salía a conquistar la noche con su pinta y la pilcha.
El local casi desierto confirma su juicio: pocas mujeres, que se definen como "enfermeras" o "profesoras de castellano"; y que Armando califica: "Todas viejas, pintadas como cocodrilos, que te miran y te piden; antes había pibas jóvenes, que venían a jugarse como uno". ¿Qué pasa con los jóvenes? Los tres explican: "Las cosas se arreglan por teléfono; uno se encuentra con las muchachas y después, derecho a la milonga. . .". Entonces, lo que se acabó es la aventura.
Los "buscadores'', evidentemente, no están en su apogeo. Los dos salones del Hotel Crillón tienen una vida incierta. Hay dancings más movedizos, como el Sans Souci, pero la baja es general. Los más habitués son solterones empedernidos y empleadas entradas en años; mujeres que trabajan y están solas, que viven en pensiones; alguna que otra joven con ganas de un fin de semana "divertido" y con todo pago.
Para los más solitarios aún, están las boîtes de 25 de Mayo, los clásicos "piringundines" donde no pasa nada. La clientela más clásica son los marineros de buques extranjeros surtos en el puerto, pero tampoco vienen muchos. Sus compañeros les han advertido que allí sólo se pierde tiempo. El precio de la copa oscila entre 500 y 600 pesos y uno habla hasta cansarse con una mujer triste, no muy bonita, que a las 4 de la madrugada se retira siempre sola. Los fines de semana, la noche porteña se extiende por la avenida del
Libertador, desde los limites de la capital hasta San Isidro. Pero siempre mantiene las mismas características. Para los selectos, están OLA-tunji —de gran moda y grabaciones inéditas en el país—; el novedoso Mamut; el viejo pero persistente L'Hirondelle, donde reina la intimidad y el sosiego; el sofisticado Kokodril; el ya anticuado Reviens. Para públicos más modestos, están Paradís y Rancho Grande, frecuentados por familias de clase media y personal doméstico —"elemento puloil", dicen despreciativamente los propios mozos—. En total, más de cincuenta locales se levantan a lo largo de la costa. El último, significativamente, se llama "La Mufa".
Porque en la noche porteña hay mucha "mufa". Y para el que indaga con cierta ingenuidad, está la sorpresa de que casi todos los comentarios son amargos, o llenos de añoranza. Hasta hay lugares en los que los hombres solos se reúnen especialmente para quejarse de la noche y recordar, aunque muchos no tengan de qué.
Los únicos lugares alegres, a primera vista, son los restaurantes, cervecerías, pizzerías y grills donde el porteño concurre a cenar. Su mejor manera de divertirse parece ser comer. Y para los más sofisticados existen restaurantes chinos, árabes —como el Ornar Khayan— o griegos —como "Zorba (valga la redundancia) el Griego". Claro que allí también hay música y pretensiones de "divertirse". Y en todos los lugares hay quienes se divierten en serio o viven algo más personal. Los jóvenes, la nueva generación que no reflexiona ni añora, y baila el pata-pata o entreteje su romance con música y copas. Es un nuevo estilo que se insinúa. Para ellos, la noche no es "la noche" de los solitarios o los desesperados. También es una cara, la más positiva, de todas las que presenta Buenos Aires por su movediza e iluminada noche.

Revista Siete Días Ilustrados
30.01.1968

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