Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Panorama político julio 1964

La vieja guerra de los votos peronistas
El pasado martes siete, cuando en todo el país se organizaban los actos conmemorativos del 9 de Julio, el peronista Felipe Bittel, gobernador del Chaco, descubrió que la fecha patria sería para él una fuente de fastidiosas jaquecas. Sus propios servicios de inteligencia informaron a Bittel que —como en otras oportunidades anteriores— algunos militares destacados en el Chaco (en especial un enérgico coronel) proyectaban comandar el desfile del Día de la Independencia a los sones de la Marcha de la Libertad.
Bittel sabía que con el efervescente telón de fondo del Plan de Lucha de la CGT, le resultaría difícil trabar este 9 de Julio a los sectores más extremistas del peronismo chaqueño: algunos grupos juveniles estaban ya organizando una contraofensiva en base a legumbres descartadas del consumo. Bittel, a último momento, optó por telefonear al diputado nacional Juan Luco, presidente del bloque justicialista: "A ver si puede usted hacer algo —pidió Bittel—; sobre todo, que no toquen esa marchita".
De una manera bastante desesperanzada, Luco gestionó a primera hora del miércoles 8 una entrevista con el ministro del Interior, Juan Palmero. El humor del legislador peronista mejoró cuando supo que la entrevista le sería concedida y aún más cuando, ya en la Casa Rosada, el ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, se sumó a la conferencia. En el mejor estilo radical, Palmero y Suárez evitaron dar a Luco ninguna respuesta exageradamente concreta; pero ya esa noche Bittel informó por teléfono que el clima en el Chaco se había "ablandado", y al día siguiente, entre las banderas y los cañonazos del 9 de Julio, en Resistencia, las bandas militares eludieron ejecutar la Marcha de la Libertad.

Los dientes del molino
A juicio de muchos observadores, la anécdota de la marcha proporciona uno de los signos que hacen inteligible el proceso político abierto en la Argentina el último 9 de Julio.
Como se sabe, ese nuevo proceso se apoya sobre dos contundentes premisas: la mutilación, al menos por el momento, de la línea más conspirativa de la oposición y la frustración de las esperanzas del vicepresidente Carlos Perette, que intentaba tejer una alianza del gobierno (o, tal vez, suya personal), con el neoperonismo.
Desposeídos así de sus tensiones más extremas, gobierno y oposición descargaron en la pasada semana todas sus expectativas sobre las posibilidades que abren los comicios de renovación parlamentaria del próximo otoño. El proceso de la intervención a Jujuy (ver página 9) fue jugado casi exclusivamente con aquel punto de mira; hasta una reunión social casi inocente (ver página 8), a la que asistieron algunos de quienes habrían podido ser ministros si se hubiera desatado un golpe militar hace tres semanas, fue utilizada como grano entre los dientes preelectorales, que ya empezaron a rechinar.

Cómo ganar amigos
Con aquella perspectiva, es fácil entender hasta qué punto se volverá cada vez más importante, cada semana, el análisis de las relaciones y los enfrentamientos entre el gobierno y el peronismo.
Algunos asesores de la Casa Rosada piensan que, ahora, el esquema seguirá estas líneas:
• A fines de mes —según anuncian— será dado a publicidad el Plan Quinquenal elaborado por el gobierno. Este programa, fuertemente estatista, implicará de hecho una ruptura del frente parlamentario que el oficialismo pudo sostener este año con ayuda de conservadores y socialistas democráticos. La renovación parlamentaria del próximo otoño ofrece, al mismo tiempo, una ancha fisura por la cual podrá filtrarse hasta el Congreso otro contingente de diputados peronistas.
• Pero, según algunos asesores de la Casa Rosada, no se trata de una mera especulación matemática: entienden ellos que, tal vez, sólo en el peronismo podrán encontrar apoyo parlamentario para un programa económico estatista, y que ese apoyo tendrá, para el gobierno, unas cuantas ventajas:
a) No incluirá contaminaciones políticas, ya que es bastante difícil confundir a un peronista con un radical del Pueblo en el terreno de lo estrictamente político;
b) Será un apoyo de matiz marcadamente popular y servirá, mejor que la adhesión de ningún otro sector político, como parachoques entre el gobierno y el descontento social: para el caso de que las primeras medidas del Plan Quinquenal incidan negativamente, por ejemplo, sobre el valor de la moneda, el poder adquisitivo de la población, la producción de bienes de consumo o el índice de ocupación, resultaría excelente —desde el punto de vista del gobierno— poder exhibir ante las masas la buena voluntad de los diputados peronistas;
c) En todo caso, aun en el peor de los supuestos, permitir a los peronistas hacer en el otoño próximo una buena elección tiene, para el gobierno, la ventaja de que se impide al resto de la oposición convertirse en usufructuaria del caudal electoral justicialista.
• Todo el problema reside, entonces —siempre desde el punto de vista de los asesores del presidente Arturo Illia—, en encontrar la manera de explicar a las Fuerzas Armadas cómo y por qué este gobierno, que hasta hace pocas semanas intentaba, todavía, reincorporar a los militares colorados, parece ahora dispuesto a conceder la más plena libertad electoral al peronismo.

Un caballero en el balcón
No se oculta a quienes desde la Casa Rosada trazan la política presidencial el hecho de que esas explicaciones pueden resultar difíciles de dar y duras de recibir.
Otra anécdota, también vinculada, curiosamente, con los desfiles del 9 de Julio, es más significativa que muchos razonamientos. Cuando en la mañana del Día de la Independencia el presidente, a lo largo de la avenida de Mayo, pasó revista a las tropas desde un automóvil descubierto, en un balcón de la Avenida de Mayo al 600 un caballero de cierta edad, agitando un enorme pañuelo blanco, estalló en vítores a Illia.
El presidente buscó con la mirada a su admirador; cuando lo vio, se inclinó para consultar con uno de sus edecanes y, obtenida la confirmación sobre la identidad del caballero ílliísta, lo saludó con un solemne ademán. Todos los presentes pudieron comprobar que el caballero en el balcón — quien, obviamente, todavía no estaba informado sobre la luna de miel entre el gobierno y los peronistas— era el teniente general Carlos Severo Toranzo Montero.
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Oficialistas
Ya ni en la paz de los sepulcros creen
En un casi macabro show parlamentario derivó, durante la pasada semana, el enfrentamiento interno de unionistas e intransigentes en la UCRP de la Capital.
Como se sabe (ver PRIMERA PLANA 87), después de las recientes elecciones internas del oficialismo en el distrito, que dieron el triunfo al sector unionista que orienta Julián Sancerni Jiménez, una serie de sombrías maniobras digitadas por el intendente Francisco Rabanal y el líder intransigente Ricardo Balbín culminaron en una alianza de las minorías internas (los intransigentes rebanalistas y algunos grupos independientes) que arrebató a los unionistas los cargos directivos.
A partir de ese momento, para solaz de muchos observadores opositores, los acontecimientos se precipitaron. La muerte del diputado nacional oficialista Julio P. Longhi fue ya utilizada como pretexto durante una asamblea de la cual los unionistas querían retirarse para poder, luego, impugnar las resoluciones; dijeron entonces que concurrirían al velatorio de sus restos. Después, el miércoles 15, el oscuro conflicto saltó de pronto al recinto de la Cámara de Diputados de la Nación en momentos en que el organismo, con cierta solemnidad, se preponía rendir homenaje a la memoria del mismo difunto.
Ese día, el diputado oficialista (unionista) Roberto Garófalo, un sesentón famoso por su carácter impulsivo, interrumpió el homenaje para plantear una cuestión de privilegio contra su compañero de bancada, el no menos oficialista, aunque intransigente, diputado Héctor Musitani. Ambos, por supuesto, representan al distrito capital en la cámara baja: ante la mirada divertida de los opositores y entre codazos poco discretos de los oficialistas, Garófalo, muy indignado, explicó que su correligionario Musitani lo había acusado de ladrón, al insinuar, en declaraciones al matutino La Nación, que él, Garófalo, había sustraído las actas de la asamblea partidaria donde estalló el escándalo.
El intransigente Musitani agitó entonces su brillante calva pero no pudo contestar: sus compañeros de bancada se lo impidieron. Al día siguiente, sin embargo, Musitani hizo llegar a la justicia electoral lo que él considera son las pruebas de la sustracción que Garófalo habría cometido.
Mientras tanto, los nuevos dirigentes intransigentes del distrito Capital del oficialismo se reunían a deliberar, no sin ciertos temores, en una habitación de la Casa Radical (Tucumán al 1600) casi lindera con el despacho del defraudado líder unionista Sancerni Jiménez. Algunos mocetones intransigentes vigilaban en los pasillos para impedir reacciones de los unionistas.
El viernes 17, los unionistas ofrecieron una comida en radical expresión de solidaridad a Sancerni Jiménez, en el club Huracán; pero ya las posibilidades de un acuerdo medianamente decoroso parecían pulverizadas. Todos los hábitos de vida interna del oficialismo en la Capital habían sido destrozados; se creía que Sancerni Jiménez ya no podría nunca más llegar como antes lo hacía a la Intendencia de Francisco Rabanal, cruzar sonriente los pasillos sin quitarse el sombrero, saludar folklóricamente a los muchos correligionarios que ocupan cargos municipales y utilizar, inclusive, el mismo ascensor reservado en la Municipalidad para uso exclusivo del intendente y unos pocos altos funcionarios.
A fines de semana, ni los máximos líderes del partido oficial ni los asesores personales del presidente Arturo Illia habían encontrado la manera de detener un proceso que, según muchos creen, sólo sirve para mostrar hasta qué punto este gobierno puede dejarse minar por las costumbres y las rencillas de comité. Una mediación —más publicitaria que real— de Ricardo Balbín había fracasado, y silenciosos esfuerzos del hermano del presidente, Ricardo Illia, se habían estrellado contra el encono de las partes. "Esto —dijo Ricardo Illia en rueda de amigos— sólo sirve para dar la razón a los opositores."

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Jujuy
Un experimento para sondear al gobierno

El gobernador llevaba ya dos noches sin dormir y tenía floja la piel alrededor de los ojos, pero su gesto no era menos protector: "Hijos míos, mi gobierno es histórico", suele repetir.
El gobernador tiene una barriga prominente, no cesa de hablar mientras camina: "Sí, ya sé —dice—; se me acusa de corrupción, de nepotismo. Ah, ¿se fijó en el cuadro? Un indio triste, es de José Sabogal: yo soy un verdadero jujeño. Durante mi gobierno he hecho más obra que en los cuarenta años anteriores; es lógico, hay que entender, es natural que dada la velocidad de mi magnífica obra se haya producido cierto desbarajuste administrativo ... La falta de experiencia, ¿comprende?"
Esta escena se desarrollaba en San Salvador de Jujuy, en el extremo noroeste de la Argentina, en la madrugada del pasado viernes 17; a esa misma hora, en Buenos Aires, a 1.800 kilómetros de Jujuy, el Senado de la Nación votaba la intervención federal al gobierno del frondizista Horacio Guzmán, casi derrocado ya por una legislatura controlada por el peronismo. Pocas horas después de la sanción del Senado, el presidente Arturo Illia se lamentaba ante los periodistas: "Hubiera querido gobernar sin intervenir ninguna provincia."
Al finalizar la pasada semana, en la Casa Rosada, pocos observadores podían determinar con exactitud cuánto tiene para ganar y cuánto para perder el gobierno federal en esta coyuntura.
A 1.800 kilómetros de Jujuy, los expertos han construido en Buenos Aires una serie de relucientes esquemas para explicar la crisis Institucional de la lejana provincia.
Sobre el terreno, las explicaciones no son tan cerebrales. Las dos terceras partes de los jujeños interrogados
por el enviado de PRIMERA PLANA, políticos, funcionarios, comerciantes, muchachones descalzos, agentes de policía, dactilógrafas tímidas, proporcionaron interpretaciones de otro estilo: "Hace 35 años, Guzmán (hoy gobernador), José Martiarena (hoy líder peronista) y Esteban Rey (hoy teórico trotzkista) eran compañeros en el Colegio Nacional. Guzmán era presidente del club estudiantil, y los otros dos dirigían la oposición. Eran muchachos fuertes; hay que ver lo que fue la batalla de la vía, cuando se rompieron el lomo a palos."
Aparentemente, desde aquella turbulenta juventud hasta ahora los tres hombres, montados cada vez con mayor soltura sobre tres contradictorias líneas ideológicas, no cesaron de golpearse, con proclamas, impugnaciones, sospechas, denuncias; entre ellos, de todos modos, parecen haber perdurado ciertas reglas de juego, una especie de solidaridad agresiva, amargada.
Guzmán, entre frustrado y orgulloso, lo explicó en estos términos: "No se lo puedo perdonar a Martiarena; en él, querer echarme del gobierno es, sencillamente, una porquería. Cuando en época de Frondizi un día la Policía Federal quiso llevarlo preso, por peronista, entonces yo encerré a los federales con policías de la provincia; les impedí que se lo llevaran a Buenos Aires. A mí no me lo iban a sacar de Jujuy."
Con ese trasfondo humano, el proceso político que culmina ahora con la intervención federal siguió líneas precisas que se remontan en el tiempo:
• Cuando el régimen de la Revolución Libertadora tocaba a su fin, nadie ignoraba que en Jujuy triunfaría el peronismo de una manera aplastante: al margen de las motivaciones puramente emocionales, el peronismo era popular en Jujuy porque las administraciones de ese signo habían sido fecundas y el clima de enconos y persecuciones políticas casi no había maltratado a la provincia. A horcajadas del pacto Perón-Frondizi, el radical Guzmán fue elegido gobernador en 1958.
• La manera de gobernar de Guzmán fue clara y bastante directa: enormes monoblocks de departamentos —adjudicados, claro está, a los amigos del gobierno—, una regular cantidad de obras públicas caras y espectaculares pero, de todos modos, perdurables. A uno de los monoblocks de Guzmán, el populacho, en Jujuy, lo ha bautizado —en vista de su extraña arquitectura— "la copa Melba". Pero, como se dice siempre con este tipo de cosas, "él se irá y la copa Melba quedará", según canturrean las viejitas. Mientras tanto, sin embargo, la oposición peronista —como obedeciendo a las viejas reglas de la lucha estudiantil— ha hecho más alardes políticos que enfoques de fondo en lo económico y social. Desde 1925, en Jujuy no se construye ningún dique. Según los expertos, un buen dique y sus conexas Obras de regadío sólo hubieran requerido lo invertido en dos o tres mono-blocks. En las zonas de bananales, en tanto, los vecinos se tienden emboscadas para pelearse por el agua. Al mismo tiempo, los problemas de la producción de tabaco, de caña, de minerales —en Jujuy hay ahora más de doscientas minas paralizadas— se han ido cubriendo de polvo a través de los años. Guzmán, en cambio, ha producido anécdotas: "Encontraba a un changuito por la calle y le preguntaba '¿Tenés trabajo?' —cuenta el chofer Manuel Martínez, 60 años, casado—. Si el chango decía que no, el Negro lo citaba al día siguiente a Palacio y le conseguía un trabajo. Así era el Negro: un buen tipo."
• Pero, a pesar de estar centrada sobre reclamaciones más anecdóticas que profundas, la oposición peronista crecía en fuerza: en las últimas elecciones, el peronismo hundió a Guzmán bajo un alud de votos en proporción de 5 a 1, con lo cual algunas viejas citas de Juan Perón volvieron a resonar amenazadoramente. A despecho del desorden administrativo y de las desviaciones demagógicas, las derechas se volcaron de todos modos en apoyo de Guzmán, toda vez que, como es notorio, el peronismo jujeño parece bastante infiltrado de izquierdismo. El diputado conservador Pedro Caro Ríos (casado, sin hijos, dos grandes anillos con piedras rojas, uno en cada mano), por ejemplo, no oculta su apoyo al régimen de Guzmán; César Aguiar (45 años, casado, cuatro hijos, conservador y ex peronista, presidente de la Unión de Empresarios de la provincia) tampoco disimula sus simpatías en favor del gobernador. "Las fuerzas vivas — dijo Aguiar— apoyan a Guzmán ante el peligro de un golpe marxista. Claro, Guzmán cometió errores, quiso gobernar solo, sin consultar; los empresarios podríamos haberlo ayudado a planificar mejor." Es posible —admiten estos sectores— que haya habido serias irregularidades administrativas (en privado, hasta el jefe de policía de la provincia lo admite), pero "es mejor un mal gobierno que una buena intervención". Sobre todo, si se tiene la certeza de que, al término de la intervención, el peronismo —ya entonces sin proscripciones ni limitaciones— volverá a ganar las elecciones en proporción de 5 a 1.
¿Hasta qué punto el peronismo jujeño está infiltrado por el marxismo? Si se consignaran todas las opiniones en favor y en contra recogidas por el enviado especial de PRIMERA PLANA, este informe se extendería más de lo aconsejable.
Uno de los peronistas acusados de marxismo por el gobierno de Guzmán es Hugo Genaro Brizuela ("Llamado 'vinchuca' —explicó Guzmán— porque pica y tiene mal olor"), un abogado desaliñado, antiguo socio del trotzkista Esteban Rey en su estudio jurídico (un bufete con sillones desvencijados y colecciones de roídas revistas jurídicas apiladas en los rincones). Brizuela es apoderado y hombre clave del Partido Blanco, una de las principales fracciones peronistas jujeñas, y admite cultivar ciertas amistades comprometedoras: por ejemplo, la del abogado marxista Silvio Frondizi "Silvio me defendió cuando estuve en la cárcel, en 1956; nobleza obliga", dice Brizuela.
Además, en Jujuy todos recuerdan citas del senador nacional peronista Ricardo Ovando ("Acá vendrá a liberarnos un San Martín barbudo"). Se cuenta que, hace poco, Andrés Framini interpeló a Ovando: "José Nasif (dirigente del partido Justicialista de Jujuy) ha denunciado que usted es castrista, senador —dijo Framini—. ¿Es verdad?" "Sí, lo soy —dijo Ovando—, pero soy telúrico. En cambio, Nasif es turco."
Como corolario, un radical del Pueblo —en Jujuy la UCRP es una fuerza muy reducida— proporcionó un enfoque capaz de clarificar ciertos ángulos de este confuso proceso.
Eduardo Carrillo (32 años, casado, empleado de la Cámara Arbitral del Tabaco y dirigente provincial de la UCRP) dijo que, según su opinión personal, la ofensiva peronista contra Guzmán es "el principio de un tira y afloje entre el peronismo y el gobierno nacional. Lo que sucede en Jujuy no es más que un ensayo, un experimento: el peronismo quiere palpar hasta qué punto el gobierno nacional está dispuesto a abrirles el camino de las urnas. Desgraciadamente, parece que el gobierno de mi partido está dispuesto no más a permitirles recorrer ese camino: yo pienso que es un grave error. Aquí se entabla ahora una nueva batalla entre la democracia y el peronismo."

21 de Julio de 1964
PRIMERA PLANA

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