Tiene cierto parecido
físico con Perón, pero sus ojos claros recuerdan
más bien a los de Juan Manuel de Rosas. Por lo
menos tres embajadas extranjeras, la Casa Rosada,
dos mandatarios derrocados, unos veinte mil
industriales, el Parlamento, algunos altos mandos
de las fuerzas armadas, el clero, los partidos
políticos —desde el plácido oficialismo a los
excomulgados comunistas— empiezan a sentir cierta
comezón frente a este metalúrgico con nombre de
emperador romano que, con increíble calma, ha
hecho que ocurriera algo en un país donde hace
años no ocurre nada.
Augusto Vandor,
cerebro dominante del poderoso aparato de la
Confederación General del Trabajo, que con sus
sindicatos confederados agrupa a unos dos millones
de trabajadores, y mueve anualmente un presupuesto
superior a los cien millones de pesos, ha sacudido
a la opinión pública con su abierto desafío al
gobierno. Su Plan de Lucha, consistente en la
ocupación de fábricas y establecimientos
laborales, se cumplió con justeza matemática. Ni
un desajuste, ni una vacilación, ni una demora.
"Nosotros no lo hubiéramos hecho mejor", nos
confesó, no sin cierta preocupación, un observador
militar.
La C.G.T. (sígase
leyendo Augusto Vandor) exige del presidente Illia
un gran cambio en su pausada política económica y
social. En otras palabras, exige ser gobierno
desde afuera. Algo ha cambiado. Ya no son las
fuerzas armadas las que llevan duros planteos al
presidente. Ahora, a través de la más poderosa
organización sindical de América latina, es un ex
suboficial de la Escuela de Mecánica de la Armada
convertido en el más cauteloso, astuto y
disciplinado dirigente gremial argentino, quien
hace un planteo total al primer magistrado.
El lobo Vandor, como
lo apodan sus incondicionales 220.000
metalúrgicos, de cuyo sindicato es secretario
intocable, no admite términos medios. Lo afirmó en
el transcurso de un reportaje exclusivo de dos
horas concedido a Panorama.
—Y si el gobierno dice
no, ¿qué pasará, Vandor?
—Tiene que elegir
entre cambiar o irse. No le queda otra
alternativa.
Madrid queda lejos
El peronismo ha
logrado, luego de nueve años de ausencia del
poder, retornar a la vida pública y política a
través de la C.G.T. Esta es la explicación de todo
lo que está ocurriendo en 1964 en el campo gremial
lanzado abiertamente a la batalla de tono político
a través de una auténtica verdad: los problemas
económicos que abruman al país.
La accidentada
trayectoria que condujo a esta realidad que hoy se
palpa, comienza en el mismo momento en que la
revolución de 1955 derrocó a Perón. La política
del presidente Lonardi — "hay que atraerse a los
trabajadores"— logra sobrevivir tres meses.
Después de la caída de Lonardi, con el flamante
gobierno de facto se impone un nuevo slogan: "hay
que acabar con el peronismo". Pero la persecución,
las intervenciones militares a la C.G.T. y a los
gremios, solo consiguieron endurecer, unir al
peronismo. Fue en ese trance, a la sombra de la
ilegalidad, cuando estalla la lucha entre dos
tendencias del justicialismo. Por un lado,
agresiva, surge la línea dura, encabezada por
Framini. Por el otro —cautelosa— la línea blanda,
con el joven Vandor por mentor. Framini, hombre de
barricada, busca el poder por la revolución.
Vandor —mecánico de precisión— por la estrategia
de la evolución.
Pero, más que dos
tendencias, ambas líneas personifican dos épocas.
En la línea dura forman la vieja guardia los
"compañeros de ruta" de Perón, desgastados, cuando
no desacreditados en el manejo del poder
justicialista. Los hombres enrolados en la línea
blanda son —en cambio— peronistas que, en su mayor
parte, comenzando por el propio Vandor, solo
conocen a Juan Perón gobernante por fotografías.
Son los que nunca supieron de órdenes para
conseguir automóviles, ni de casas regaladas, ni
del favor de un préstamo.
Es indudable que
Madrid queda mucho más cerca de Framini que de
Vandor.
Un voto equivocado:
Illia- Perette
La consagración del
doctor Solano Lima como cabeza del frustrado
Frente Nacional, significó la primera gran
victoria de Vandor sobre Framini. Esto fue posible
porque Frondizi, al terminar con las
intervenciones, permitió que la G.G.T. se
expresara libremente. A partir de ese momento, el
lobo Vandor tuvo en su poder —con excepción de los
mercantiles, Unión Ferroviaria y La Fraternidad— a
la totalidad de los sindicatos.
Las elecciones del 7
de julio de 1963 debieron constituir para el
peronismo, gracias al estribo que brindaba el
Frente Nacional, la esperada ocasión para llegar
al poder. El presidente Guido, conociendo este
propósito, no encontró argumentos legalmente
valederos para conjurar la maniobra. El grupo
militar azul, cuyo criterio predominaba en el
escenario nacional, estimó —por lo menos
parcialmente— que el triunfo del Frente Nacional
podía significar una solución institucional, ya
que permitiría al peronismo encauzarse en la vida
política por un medio indirecto. Pero surgió un
temor: ¿qué pasaría si la línea dura lograba
predominar dentro del colegio electoral y luego,
mediante un audaz golpe de timón, elegía
presidente de la República, no precisamente a
Solano Lima, sino a un tal Juan Perón? Resultado:
se prefirió prevenir en vez de curar, y el Frente
Nacional fue puesto fuera de la ley.
Fue entonces que desde
Madrid llegó, sin lugar a dudas, la orden de votar
en blanco. Y no es menos cierto que Vandor
desacató la orden. Votar en blanco era decretar el
triunfo del peor enemigo: Aramburu. Se barajó la
posibilidad de dar los votos al demócrata
cristiano Horacio Sueldo, pero en última instancia
se le consideró peligroso, decidiéndose —ya sobre
la hora de los comicios— dejar actuar al instinto
popular.
El instinto popular de
muchos peronistas contribuyó a la victoria de
Illia y Perette. Binomio que hoy, al año de
gobierno, hace decir a Vandor: "El país no tiene
gobierno. Lo único ciertamente orgánico que existe
en este momento es el movimiento obrero".
¿Peronismo sin Perón?
Ahora ya no tiene
sentido hablar de línea dura y línea blanda al
referirse al peronismo. Framini, aniquilado, ha
perdido todas sus posiciones, inclusive su antaño
tradicional obligación de recibir órdenes de
Madrid. Existe un solo peronismo: el de Vandor (80
por ciento del poder), a quien Perón — acaso
venciendo inevitables resquemores— se ha visto
obligado a dar incondicionalmente su aval con el
consiguiente derecho de actuar sin consultas
previas.
Un ejemplo claro de la
independencia con que actúa en el panorama
nacional fue la forma personal en que ideó,
organizó y puso en marcha su Plan de Lucha. En
Madrid, Perón se enteró de la gran movilización
obrera argentina cuando ya era un hecho consumado.
A todo esto, algo más
se perfila bajo la superficie. Algo que comienza
con una pregunta: ¿por qué fracasaron todos los
intentos del gobierno de atraerse o, por lo menos,
encontrar una fórmula de paz, en lo social y
político, con los peronistas?
El presidente Illia ha
dicho a Panorama: "Las ideas que han inspirado el
plan de lucha de la C.G.T. son totalmente
compartidas —en su esencia— por el gobierno, y de
no haber motivos poderosos, pero evidentemente
políticos y no economicosociales, un diálogo
constructivo, honesto, franco, hubiera logrado más
rápidamente los objetivos deseados."
¿Cuáles son esos
motivos poderosos, pero evidentemente políticos?
Un vocero de la C.G.T.
ha dicho: "Nuestro próximo paso será, lisa y
llanamente, ocupar las fábricas para hacerlas
producir. Es decir: una auténtica revolución
social. Pero no tendremos que llegar a
tanto. Antes deberá ocurrir algo...".
Son dos anuncios que
coinciden: los motivos poderosos invocados por
Illia y el deberá ocurrir algo del vocero
peronista. Y un tercero que ya mencionamos,
recogido de los propios labios del lobo Vandor y
que constituye toda una justificación: el país no
tiene gobierno.
Es evidente que todo
este complejo de hechos lleva a una pregunta
final: ¿cuáles serán los próximos pasos concretos
que dará el peronismo para llegar otra vez al
poder político en la Argentina?
El ya legendario avión
negro no tiene miras de llegar por ahora a Buenos
Aires, pese a las declaraciones hechas por Perón a
la prensa de Madrid: Volveré este año a la
Argentina. Imagino que el presidente Illia, al
insinuar mi regreso, lo hace de buena fe,
ofreciéndome garantías.
Lo que surge como
estrategia más lógica es que el peronismo —a
través de la agitación social— busque las
condiciones ideales para hacer factible un golpe
armado. Los peronistas consideran que con su
respaldo un golpe militar puede tener en el país
esencia popular. Esa adhesión, teóricamente,
permitiría al peronismo llegar al poder
indirectamente, como socio de una corriente
nacional anticomunista.
Ciertos indicios
señalarían que los contactos ya han sido hechos y
que el nuevo peronismo habría presentado al sector
con el cual desea asociarse ciertos argumentos
concretos. De ellos, el más contundente es el
cambio radical de las estructuras económicas. Se
arguye que éstas son bien recibidas en el ámbito
internacional occidentalista. Su lema es: "El
peronismo ha evitado la victoria del comunismo".
Otro argumento en juego es la adhesión al tercer
mundo de Charles De Gaulle ("tercera posición de
Perón"). La orden ya ha sido dada: El pueblo
argentino debe brindar a De Gaulle el más grande
recibimiento de que tenga memoria. Con esas
multitudes el nuevo peronismo espera volcar a sus
indecisos socios hacia la tercera posición.
El escollo mayor es,
desde luego, Perón. ¿Quién se atreve a afirmar que
el nuevo peronismo es, en su trasfondo, un
peronismo sin Perón? Eso está, pero aún no ha sido
dicho. Por el momento, sacarlo a la superficie es
ir al suicidio, resucitar la vieja línea dura que,
efectivamente, no tiene razón de vivir sin su
líder.
EXCLUSIVO
Habla el "compañero"
Vandor:
-¿Vendrá Perón este
año.
-Desde luego. -¿Cómo
reaccionarán las fuerzas armadas?
-Favorablemente. No
les queda otra salida. Quien se oponga se
arrepentirá.
—¿Sabe, Vandor, que la
ocupación pacifica, disciplinada, de fábricas,
según la ideó usted, es un hecho único en la
historia sindical del mundo?
—Sé poco de historia.
Prefiero vivir, trabajar para mañana.
—¿Qué pasará mañana?
—Soy un obrero, no un
adivino.
—Usted, ¿se hizo en la
marina?
—Estas manos empezaron
a trabajar mucho antes, compañero. A los diez años
le ayudaba a mi padre, que era chacarero en
Bovril, Entre Ríos. Después, me empleé en la usina
del frigorífico. Me fascinaban las máquinas.
Augusto Vandor habla
pausadamente, como modelando cada palabra. Sus
manos quietas buscan constantemente la compañía
del cigarrillo. De perfil, recuerda a Perón cuando
era coronel. Pero sus ojos son azules, de un azul
agresivo, penetrante. Más que escuchar nuestras
preguntas, las husmea ciertamente como un lobo.
Nos separa un pequeño escritorio francés, sobre el
cual apenas caben el teléfono, un cenicero, la
agenda en blanco, un tintero automático, algunos
anotadores y sus grandes manos quietas. A su
izquierda, sobre la pared, hay un retrato
autografiado de Perón, en el que se lee: "Al
compañero Vandor, con todo afecto." Esto y dos
sillones es todo en su despacho del sindicato de
los metalúrgicos.
—A los 16 años trabajé
en la fundición Renaud, en Rosario. Recién en
1941, después que cumplí los 19, me enganché en la
marina como aspirante a suboficial en la Escuela
de Mecánica de la Armada. Llegué a cabo primero
maquinista.
—Es cierto que lo
echaron al sorprenderlo con un retrato de Perón?
—Prefiero que diga que
me fui en busca de una mayor libertad. . .
—¿Cuándo comenzó su
actuación sindical como peronista?
—Fue en los
establecimientos Philips. Los compañeros me
eligieron delegado de la fábrica. Ahí conseguí dos
cosas: novia y cárcel. Elida Curone, que hoy es mi
mujer, era obrera de la fábrica. La cárcel me tocó
cuando cayó Perón. Fueron cuarenta y ocho días en
la Penitenciaría y noventa en Caseros. Todavía no
sé por qué, pero aprendí muchas cosas...
—¿Qué, por ejemplo?
—Que solo la unidad y
la disciplina hacen a la clase trabajadora más
fuerte que cualquier desgobierno apuntalado por
bayonetas. Desde que en el 59 los compañeros me
eligieron secretario general, estamos en esa
tarea: unidad y disciplina...
—Se acusa al plan de
lucha de tener, además de lo social y económico,
un contenido político.
—Desde luego que lo
tiene, porque la situación de fondo es política.
Política, pero no partidista.
—¿Qué tiene que ver
Perón con el plan de lucha?
—Absolutamente nada.
—¿Ni siquiera se le
consultó?
—No, señor. Perón sabe
que este es un asunto nuestro, gremial.
—Y político. Usted lo
acaba de confesar.
—Pero no partidista.
Anótelo.
—¿Y qué hay de
Framini?
—Ahí está, bien.
—Se asegura que usted
lo ha aniquilado.
Vandor enciende
parsimoniosamente su tercer cigarrillo y
levantando la mirada hacia el cielorraso, sonríe
por primera vez.
—Es un invento. Entre
nosotros nunca hubo lucha subterránea.
—¿Qué se hizo,
entonces, de la línea dura?
—Déjese de líneas. Hay
solo peronismo.
—¿Qué piensa de Illia?
—Que ni siquiera como
médico le es útil a la República. Figúrese que el
país está enfermo y el buen hombre no lo ha
advertido. ¿Qué se puede esperar de un presidente
que cuando lo agobian los problemas desaparece de
la Casa Rosada y se va a tomar mate a la plaza San
Martín?
—¿Usted cree que es
Illia quien ha llevado al país a esta situación?
—Más bien pienso que
la culpa la tiene el radicalismo.
—¿Cuál de los dos?
—Ambos. No sé dan
cuenta que ha pasado el tiempo de los payadores,
ni de que el radicalismo murió con Yrigoyen.
—¿Caerá Illia?
—O cambia de rumbo o
cae.
—¿Y Perette?
—No lo conozco. Solo
sé que es radical.
—¿Qué piensa de
Frondizi, Vandor? ¿Tuvo, como dicen, algún
contacto con él?
—En absoluto. ¿Para
qué voy a hablar con un hombre que hace lo
contrario de lo que dice?
—¿Ha tenido contacto
con altos mandos de las fuerzas armadas?
—Desmiéntalo. Lo que
sí puedo decirle es que mira con simpatía nuestro
movimiento. El ejército es pueblo y siente las
inquietudes del pueblo.
—¿Qué habría pasado si
el gobierno hubiera dado orden al ejército de
reprimir la ocupación de fábricas?
—Eso es imposible. No
puede dar órdenes un gobierno que no existe.
—¿Cómo estima la
actitud de la Iglesia?
—Lamentablemente
algunas jerarquías de la Iglesia han estado
ausentes, divorciadas de los trabajadores en lucha
por sus aspiraciones. Pero no dudo que en un
futuro cercano la Iglesia argentina ajustará su
proceder a la maravillosa encíclica del papa Juan
XXIII.
—¿Es anticomunista?
—Más bien diga que no
soy comunista.
—Se lo ha vinculado a
los nacionalistas de Tacuara. ..
—Es otra falsedad. Mi
nacionalismo es puramente peronista.
—¿Qué piensa de la
Tercera Posición?
—Sigo opinando que es
la correcta.
—Un órgano
periodístico dijo que usted visita con frecuencia
la embajada de Estados Unidos.
—Nunca estuve allí.
Los que me atribuyen esas visitas son sectores
interesados en una determinada política. Soy
respetuoso de la forma de vida de cada pueblo,
pero sostengo que a nuestro país no le hace falta
la tutela de ninguna potencia extranjera. Nuestros
problemas debemos resolverlos nosotros.
—¿No cree que solo con
una suculenta ayuda de Estados Unidos podremos
salir del pozo?
—Jamás. Estamos en
condiciones de organizar nuestra economía, sin
perjuicio de acuerdos dignos que todo país joven
necesita, pero jamás a través de préstamos o
concesiones que afecten nuestra soberanía.
—¿Vendrá Perón?
—Desde luego.
—¿Este año?
—Sí señor, este año. Y
esta no es ya una decisión de Illia, sino del
pueblo que, se lo aseguro, anulará todo intento de
reacción.
—Y las fuerzas
armadas, ¿cómo reaccionarán ?
—No les quedará otra
salida que reaccionar favorablemente. Quien se
oponga, se arrepentirá, se lo aseguro.
—Si alguna vez su
pueblo se lo pidiera, ¿aceptaría la candidatura
presidencial?
—No tengo ambiciones
personales.
—Pero supongamos que
su pueblo se lo exigiera.
—El pueblo manda,
compañero...
Revista Panorama
08/1964
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