UN PERONISMO SIN PERON
La agresiva aplicación del Plan de Lucha de la CGT fue sentida por gran parte del país como un temible recurso de los militantes más activos del peronismo, para intentar la recuperación del poder. El peronismo volvía al ataque, pero con una estrategia tan peligrosa como sibilina, alarmando a los defensores de la democracia. PANORAMA trató de ir al fondo del problema en este revelador interrogatorio al hoy "hombre fuerte" del peronismo.
por Mario B. de Quirós

Tiene cierto parecido físico con Perón, pero sus ojos claros recuerdan más bien a los de Juan Manuel de Rosas. Por lo menos tres embajadas extranjeras, la Casa Rosada, dos mandatarios derrocados, unos veinte mil industriales, el Parlamento, algunos altos mandos de las fuerzas armadas, el clero, los partidos políticos —desde el plácido oficialismo a los excomulgados comunistas— empiezan a sentir cierta comezón frente a este metalúrgico con nombre de emperador romano que, con increíble calma, ha hecho que ocurriera algo en un país donde hace años no ocurre nada.
Augusto Vandor, cerebro dominante del poderoso aparato de la Confederación General del Trabajo, que con sus sindicatos confederados agrupa a unos dos millones de trabajadores, y mueve anualmente un presupuesto superior a los cien millones de pesos, ha sacudido a la opinión pública con su abierto desafío al gobierno. Su Plan de Lucha, consistente en la ocupación de fábricas y establecimientos laborales, se cumplió con justeza matemática. Ni un desajuste, ni una vacilación, ni una demora. "Nosotros no lo hubiéramos hecho mejor", nos confesó, no sin cierta preocupación, un observador militar.
La C.G.T. (sígase leyendo Augusto Vandor) exige del presidente Illia un gran cambio en su pausada política económica y social. En otras palabras, exige ser gobierno desde afuera. Algo ha cambiado. Ya no son las fuerzas armadas las que llevan duros planteos al presidente. Ahora, a través de la más poderosa organización sindical de América latina, es un ex suboficial de la Escuela de Mecánica de la Armada convertido en el más cauteloso, astuto y disciplinado dirigente gremial argentino, quien hace un planteo total al primer magistrado.
El lobo Vandor, como lo apodan sus incondicionales 220.000 metalúrgicos, de cuyo sindicato es secretario intocable, no admite términos medios. Lo afirmó en el transcurso de un reportaje exclusivo de dos horas concedido a Panorama.
—Y si el gobierno dice no, ¿qué pasará, Vandor?
—Tiene que elegir entre cambiar o irse. No le queda otra alternativa.

Madrid queda lejos
El peronismo ha logrado, luego de nueve años de ausencia del poder, retornar a la vida pública y política a través de la C.G.T. Esta es la explicación de todo lo que está ocurriendo en 1964 en el campo gremial lanzado abiertamente a la batalla de tono político a través de una auténtica verdad: los problemas económicos que abruman al país.
La accidentada trayectoria que condujo a esta realidad que hoy se palpa, comienza en el mismo momento en que la revolución de 1955 derrocó a Perón. La política del presidente Lonardi — "hay que atraerse a los trabajadores"— logra sobrevivir tres meses. Después de la caída de Lonardi, con el flamante gobierno de facto se impone un nuevo slogan: "hay que acabar con el peronismo". Pero la persecución, las intervenciones militares a la C.G.T. y a los gremios, solo consiguieron endurecer, unir al peronismo. Fue en ese trance, a la sombra de la ilegalidad, cuando estalla la lucha entre dos tendencias del justicialismo. Por un lado, agresiva, surge la línea dura, encabezada por Framini. Por el otro —cautelosa— la línea blanda, con el joven Vandor por mentor. Framini, hombre de barricada, busca el poder por la revolución. Vandor —mecánico de precisión— por la estrategia de la evolución.
Pero, más que dos tendencias, ambas líneas personifican dos épocas. En la línea dura forman la vieja guardia los "compañeros de ruta" de Perón, desgastados, cuando no desacreditados en el manejo del poder justicialista. Los hombres enrolados en la línea blanda son —en cambio— peronistas que, en su mayor parte, comenzando por el propio Vandor, solo conocen a Juan Perón gobernante por fotografías. Son los que nunca supieron de órdenes para conseguir automóviles, ni de casas regaladas, ni del favor de un préstamo.
Es indudable que Madrid queda mucho más cerca de Framini que de Vandor.

Un voto equivocado: Illia- Perette
La consagración del doctor Solano Lima como cabeza del frustrado Frente Nacional, significó la primera gran victoria de Vandor sobre Framini. Esto fue posible porque Frondizi, al terminar con las intervenciones, permitió que la G.G.T. se expresara libremente. A partir de ese momento, el lobo Vandor tuvo en su poder —con excepción de los mercantiles, Unión Ferroviaria y La Fraternidad— a la totalidad de los sindicatos.
Las elecciones del 7 de julio de 1963 debieron constituir para el peronismo, gracias al estribo que brindaba el Frente Nacional, la esperada ocasión para llegar al poder. El presidente Guido, conociendo este propósito, no encontró argumentos legalmente valederos para conjurar la maniobra. El grupo militar azul, cuyo criterio predominaba en el escenario nacional, estimó —por lo menos parcialmente— que el triunfo del Frente Nacional podía significar una solución institucional, ya que permitiría al peronismo encauzarse en la vida política por un medio indirecto. Pero surgió un temor: ¿qué pasaría si la línea dura lograba predominar dentro del colegio electoral y luego, mediante un audaz golpe de timón, elegía presidente de la República, no precisamente a Solano Lima, sino a un tal Juan Perón? Resultado: se prefirió prevenir en vez de curar, y el Frente Nacional fue puesto fuera de la ley.
Fue entonces que desde Madrid llegó, sin lugar a dudas, la orden de votar en blanco. Y no es menos cierto que Vandor desacató la orden. Votar en blanco era decretar el triunfo del peor enemigo: Aramburu. Se barajó la posibilidad de dar los votos al demócrata cristiano Horacio Sueldo, pero en última instancia se le consideró peligroso, decidiéndose —ya sobre la hora de los comicios— dejar actuar al instinto popular.
El instinto popular de muchos peronistas contribuyó a la victoria de Illia y Perette. Binomio que hoy, al año de gobierno, hace decir a Vandor: "El país no tiene gobierno. Lo único ciertamente orgánico que existe en este momento es el movimiento obrero".

¿Peronismo sin Perón?
Ahora ya no tiene sentido hablar de línea dura y línea blanda al referirse al peronismo. Framini, aniquilado, ha perdido todas sus posiciones, inclusive su antaño tradicional obligación de recibir órdenes de Madrid. Existe un solo peronismo: el de Vandor (80 por ciento del poder), a quien Perón — acaso venciendo inevitables resquemores— se ha visto obligado a dar incondicionalmente su aval con el consiguiente derecho de actuar sin consultas previas.
Un ejemplo claro de la independencia con que actúa en el panorama nacional fue la forma personal en que ideó, organizó y puso en marcha su Plan de Lucha. En Madrid, Perón se enteró de la gran movilización obrera argentina cuando ya era un hecho consumado.
A todo esto, algo más se perfila bajo la superficie. Algo que comienza con una pregunta: ¿por qué fracasaron todos los intentos del gobierno de atraerse o, por lo menos, encontrar una fórmula de paz, en lo social y político, con los peronistas?
El presidente Illia ha dicho a Panorama: "Las ideas que han inspirado el plan de lucha de la C.G.T. son totalmente compartidas —en su esencia— por el gobierno, y de no haber motivos poderosos, pero evidentemente políticos y no economicosociales, un diálogo constructivo, honesto, franco, hubiera logrado más rápidamente los objetivos deseados."
¿Cuáles son esos motivos poderosos, pero evidentemente políticos?
Un vocero de la C.G.T. ha dicho: "Nuestro próximo paso será, lisa y llanamente, ocupar las fábricas para hacerlas producir. Es decir: una auténtica revolución social. Pero no tendremos que llegar a tanto. Antes deberá ocurrir algo...".
Son dos anuncios que coinciden: los motivos poderosos invocados por Illia y el deberá ocurrir algo del vocero peronista. Y un tercero que ya mencionamos, recogido de los propios labios del lobo Vandor y que constituye toda una justificación: el país no tiene gobierno.
Es evidente que todo este complejo de hechos lleva a una pregunta final: ¿cuáles serán los próximos pasos concretos que dará el peronismo para llegar otra vez al poder político en la Argentina?
El ya legendario avión negro no tiene miras de llegar por ahora a Buenos Aires, pese a las declaraciones hechas por Perón a la prensa de Madrid: Volveré este año a la Argentina. Imagino que el presidente Illia, al insinuar mi regreso, lo hace de buena fe, ofreciéndome garantías.
Lo que surge como estrategia más lógica es que el peronismo —a través de la agitación social— busque las condiciones ideales para hacer factible un golpe armado. Los peronistas consideran que con su respaldo un golpe militar puede tener en el país esencia popular. Esa adhesión, teóricamente, permitiría al peronismo llegar al poder indirectamente, como socio de una corriente nacional anticomunista.
Ciertos indicios señalarían que los contactos ya han sido hechos y que el nuevo peronismo habría presentado al sector con el cual desea asociarse ciertos argumentos concretos. De ellos, el más contundente es el cambio radical de las estructuras económicas. Se arguye que éstas son bien recibidas en el ámbito internacional occidentalista. Su lema es: "El peronismo ha evitado la victoria del comunismo". Otro argumento en juego es la adhesión al tercer mundo de Charles De Gaulle ("tercera posición de Perón"). La orden ya ha sido dada: El pueblo argentino debe brindar a De Gaulle el más grande recibimiento de que tenga memoria. Con esas multitudes el nuevo peronismo espera volcar a sus indecisos socios hacia la tercera posición.
El escollo mayor es, desde luego, Perón. ¿Quién se atreve a afirmar que el nuevo peronismo es, en su trasfondo, un peronismo sin Perón? Eso está, pero aún no ha sido dicho. Por el momento, sacarlo a la superficie es ir al suicidio, resucitar la vieja línea dura que, efectivamente, no tiene razón de vivir sin su líder.

EXCLUSIVO
Habla el "compañero" Vandor:
-¿Vendrá Perón este año.
-Desde luego. -¿Cómo reaccionarán las fuerzas armadas?
-Favorablemente. No les queda otra salida. Quien se oponga se arrepentirá.
—¿Sabe, Vandor, que la ocupación pacifica, disciplinada, de fábricas, según la ideó usted, es un hecho único en la historia sindical del mundo?
—Sé poco de historia. Prefiero vivir, trabajar para mañana.
—¿Qué pasará mañana?
—Soy un obrero, no un adivino.
—Usted, ¿se hizo en la marina?
—Estas manos empezaron a trabajar mucho antes, compañero. A los diez años le ayudaba a mi padre, que era chacarero en Bovril, Entre Ríos. Después, me empleé en la usina del frigorífico. Me fascinaban las máquinas.
Augusto Vandor habla pausadamente, como modelando cada palabra. Sus manos quietas buscan constantemente la compañía del cigarrillo. De perfil, recuerda a Perón cuando era coronel. Pero sus ojos son azules, de un azul agresivo, penetrante. Más que escuchar nuestras preguntas, las husmea ciertamente como un lobo. Nos separa un pequeño escritorio francés, sobre el cual apenas caben el teléfono, un cenicero, la agenda en blanco, un tintero automático, algunos anotadores y sus grandes manos quietas. A su izquierda, sobre la pared, hay un retrato autografiado de Perón, en el que se lee: "Al compañero Vandor, con todo afecto." Esto y dos sillones es todo en su despacho del sindicato de los metalúrgicos.
—A los 16 años trabajé en la fundición Renaud, en Rosario. Recién en 1941, después que cumplí los 19, me enganché en la marina como aspirante a suboficial en la Escuela de Mecánica de la Armada. Llegué a cabo primero maquinista.
—Es cierto que lo echaron al sorprenderlo con un retrato de Perón?
—Prefiero que diga que me fui en busca de una mayor libertad. . .
—¿Cuándo comenzó su actuación sindical como peronista?
—Fue en los establecimientos Philips. Los compañeros me eligieron delegado de la fábrica. Ahí conseguí dos cosas: novia y cárcel. Elida Curone, que hoy es mi mujer, era obrera de la fábrica. La cárcel me tocó cuando cayó Perón. Fueron cuarenta y ocho días en la Penitenciaría y noventa en Caseros. Todavía no sé por qué, pero aprendí muchas cosas...
—¿Qué, por ejemplo?
—Que solo la unidad y la disciplina hacen a la clase trabajadora más fuerte que cualquier desgobierno apuntalado por bayonetas. Desde que en el 59 los compañeros me eligieron secretario general, estamos en esa tarea: unidad y disciplina...
—Se acusa al plan de lucha de tener, además de lo social y económico, un contenido político.
—Desde luego que lo tiene, porque la situación de fondo es política. Política, pero no partidista.
—¿Qué tiene que ver Perón con el plan de lucha?
—Absolutamente nada.
—¿Ni siquiera se le consultó?
—No, señor. Perón sabe que este es un asunto nuestro, gremial.
—Y político. Usted lo acaba de confesar.
—Pero no partidista. Anótelo.
—¿Y qué hay de Framini?
—Ahí está, bien.
—Se asegura que usted lo ha aniquilado.
Vandor enciende parsimoniosamente su tercer cigarrillo y levantando la mirada hacia el cielorraso, sonríe por primera vez.
—Es un invento. Entre nosotros nunca hubo lucha subterránea.
—¿Qué se hizo, entonces, de la línea dura?
—Déjese de líneas. Hay solo peronismo.
—¿Qué piensa de Illia?
—Que ni siquiera como médico le es útil a la República. Figúrese que el país está enfermo y el buen hombre no lo ha advertido. ¿Qué se puede esperar de un presidente que cuando lo agobian los problemas desaparece de la Casa Rosada y se va a tomar mate a la plaza San Martín?
—¿Usted cree que es Illia quien ha llevado al país a esta situación?
—Más bien pienso que la culpa la tiene el radicalismo.
—¿Cuál de los dos?
—Ambos. No sé dan cuenta que ha pasado el tiempo de los payadores, ni de que el radicalismo murió con Yrigoyen.
—¿Caerá Illia?
—O cambia de rumbo o cae.
—¿Y Perette?
—No lo conozco. Solo sé que es radical.
—¿Qué piensa de Frondizi, Vandor? ¿Tuvo, como dicen, algún contacto con él?
—En absoluto. ¿Para qué voy a hablar con un hombre que hace lo contrario de lo que dice?
—¿Ha tenido contacto con altos mandos de las fuerzas armadas?
—Desmiéntalo. Lo que sí puedo decirle es que mira con simpatía nuestro movimiento. El ejército es pueblo y siente las inquietudes del pueblo.
—¿Qué habría pasado si el gobierno hubiera dado orden al ejército de reprimir la ocupación de fábricas?
—Eso es imposible. No puede dar órdenes un gobierno que no existe.
—¿Cómo estima la actitud de la Iglesia?
—Lamentablemente algunas jerarquías de la Iglesia han estado ausentes, divorciadas de los trabajadores en lucha por sus aspiraciones. Pero no dudo que en un futuro cercano la Iglesia argentina ajustará su proceder a la maravillosa encíclica del papa Juan XXIII.
—¿Es anticomunista?
—Más bien diga que no soy comunista.
—Se lo ha vinculado a los nacionalistas de Tacuara. ..
—Es otra falsedad. Mi nacionalismo es puramente peronista.
—¿Qué piensa de la Tercera Posición?
—Sigo opinando que es la correcta.
—Un órgano periodístico dijo que usted visita con frecuencia la embajada de Estados Unidos.
—Nunca estuve allí. Los que me atribuyen esas visitas son sectores interesados en una determinada política. Soy respetuoso de la forma de vida de cada pueblo, pero sostengo que a nuestro país no le hace falta la tutela de ninguna potencia extranjera. Nuestros problemas debemos resolverlos nosotros.
—¿No cree que solo con una suculenta ayuda de Estados Unidos podremos salir del pozo?
—Jamás. Estamos en condiciones de organizar nuestra economía, sin perjuicio de acuerdos dignos que todo país joven necesita, pero jamás a través de préstamos o concesiones que afecten nuestra soberanía.
—¿Vendrá Perón?
—Desde luego.
—¿Este año?
—Sí señor, este año. Y esta no es ya una decisión de Illia, sino del pueblo que, se lo aseguro, anulará todo intento de reacción.
—Y las fuerzas armadas, ¿cómo reaccionarán ?
—No les quedará otra salida que reaccionar favorablemente. Quien se oponga, se arrepentirá, se lo aseguro.
—Si alguna vez su pueblo se lo pidiera, ¿aceptaría la candidatura presidencial?
—No tengo ambiciones personales.
—Pero supongamos que su pueblo se lo exigiera.
—El pueblo manda, compañero...

Revista Panorama
08/1964


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