Hace pocos días,
cuando los rumores se confirmaron, muchos
simpatizantes de River Plate sintieron que una
fresca, primaveral y esperanzada brisa acariciaba
sus corazones, Néstor Pipo Rossi era el flamante
director técnico del plantel profesional El
optimismo que desparramó el advenimiento del
gritón y robusto coach de 48 años era
justificable: algunos fundamentaron su expectativa
en la solvencia de Rossi como DT (el último equipo
que dirigió, Atlanta, estuvo a punto de
clasificarse campeón del certamen Nacional de
1973); otros, en el hecho de que Pipo acaudilló al
equipo de Núñez (jugaba de centrehalf) las cinco
más recientes oportunidades en que conquistó el
primer puesto: 1945, 47, 55, 56 y 57, último año
en que los millonarios paladearon el sabor de un
campeonato. Los menos, claro, asientan sus
ilusiones en el hecho de que PR parece ser inmune
a la mufa, un virus metafísico que suele filtrarse
en las entrañas riverplatenses justo cuando el
equipo presenta un esplendente, óptimo estado de
salud futbolística. Como consecuencia de esta
fantástica dolencia, River se desinfla a fin de
cada torneo, cede el primer puesto, y vuelve a ser
segundo (al respecto, monopoliza un record en el
fútbol argentino: fue sub-campeón en 17
oportunidades).
Justamente, entre los
frecuentadores de esta última, esotérica
interpretación, circuló la semana pasada una
especie tan curiosa como descabellada: "El
ingeniero Bertazzi dice que con Rossi somos fija
para 1974", aseguró un hincha millonario que no
pisa el Monumental sin un atado de ruda macho en
el bolsillo trasero del pantalón. Si bien no fue
fácil precisar la identidad del profético Bertazzi
—la mayoría lo conoce sólo de mentas—, Siete Días
pudo averiguar que se trata de un ingeniero
industrial, responsable del departamento
Estadística de una empresa constructora y,
naturalmente, fanático y desconsolado hincha de
River. Pero lo realmente llamativo de este
personaje es que —según juran y perjuran los
amigos del gualicho— acaba de confeccionar un
estrafalario estudio socio-matemático, donde
prácticamente se vivisecciona la mufa que padece
la institución de Núñez. El análisis de marras
partiría de una premisa fundamental: la yeta
riverplatense vendría a ser algo así como la
resultante de la suma de mufas parciales. Estas
últimas proceden —según el ingeniero— de hinchas,
plateístas y de ciertos sectores del estadio
Monumental. Entre las más curiosas conclusiones a
que arriba el sufrido profesional figuran estas:
los ocupantes de la platea de socios de la tribuna
San Martín producen un 45 por ciento del
maleficio; el pizarrón donde se planifican los
partidos, 5 por ciento; los vestuarios locales, 12
por ciento; hasta una pared exterior del estadio
(que da a la avenida Figueroa Alcorta y que suele
ser frecuentada con fines inconfesables por
conocidos hinchas de Boca Juniors, la noche previa
al gran clásico), registra un alarmante 13 por
ciento... La evaluación es muy amplia, y también
incluye a los elementos que actúan como antídoto,
aunque —claro está— son ínfimos, porcentualmente
hablando: así, la hinchada brava neutraliza la excomúnica en un 12 por ciento y la folklórica
Gorda Matosas contribuye atenuando en un 7 por
ciento los fluidos maléficos.
Panorama inquietante,
es verdad, pero que estaría a punto de
solucionarse definitivamente: para el ingeniero
Bertazzi, con Rossi en el banco del director
técnico, la yeta huirá despavorida de Núñez. ¿Y
qué piensa Pipo al respecto? Siete Días lo
entrevistó la semana pasada en el estadio
millonario. Y bastó que le mencionara la palabra
clave —mufa, obviamente— para que el ex crack
soltara una carcajada que atronó los vestuarios
del club. "¿De qué mufa me hablás, querido? Al
fútbol se gana y se pierde jugando, no haciendo
llamados al más allá". Acto seguido, desgranó su
interpretación del "caso River", acompañando al
redactor en su recorrida por los sectores —según
el increíble Bertazzi— claves del estadio. -
—Curiosamente, usted
fue principal protagonista de dos etapas muy
significativas, de River Plate: en 1957 integró el
último equipo de la institución que logró un
campeonato, y en 1962 fue técnico del conjunto
subcampeón que perdió el título en el penúltimo
partido, frente a Boca. Para muchos, allí comienza
la mala racha riverplatense. Por ese motivo, quizá
usted es el más indicado para hablar sobre la
pregunta mufa que impregna al equipo.
—No, sinceramente no
creo en esas cosas. El mal de River es simplemente
un problema técnico; también falta un poco de
suerte.
—Sin embargo, su
designación como técnico del plantel superior
despertó un sinnúmero de esperanzas en la hinchada
riverplatense. ¿A qué se debió esa actitud?
—Aunque lo que usted
dice es cierto, yo no sé muy bien lo que ocurrió.
Quizá lo que más influyó es que todos conocen mi
mística futbolística, mi mentalidad ganadora y el
tipo de juego que me gusta. Entonces, muchos
piensan que todo lo que yo hacía en el campo como
jugador se los voy a transmitir ahora a los
muchachos.
—Según se supo por
diversos medios de información, la imperiosa
necesidad de obtener triunfos fue tal que en las
finales del último Campeonato Nacional algunos
jugadores de River llegaron a salir con amuletos a
la cancha para combatir la mufa. ¿No cree que esa
obligación de ganar resulta contraproducente para
el equipo?
—En primer lugar,
aunque yo el año pasado no estuve en la
institución, no creo que eso de las cábalas y los
amuletos sea cierto. Por otro lado, si bien los
jugadores son perfectamente conscientes de sus
obligaciones, nosotros no tenemos que llegar a
desesperarnos porque entonces sí que las cosas no
van a salir bien.
—Pero usted no ignora
que sobre sus espaldas y la de los jugadores recae
una gran responsabilidad, que la gente de River
está esperanzada en que, de una vez per todas, se
quiebre la mala racha.
—Por supuesto que sí.
Pero para salir adelante no tenemos que recalcarle
al jugador todos los días que hay que ganar sí o
sí. Todo lo contrario: yo a los jugadores nunca
les hablo de eso, mejor olvidarse de las
responsabilidades. Nosotros lo único que vamos a
hacer es tratar de jugar bien al fútbol. Si
logramos eso, los resultados vendrán solos y
también mejoraremos el espectáculo.
—A pesar de su
optimismo, algunas personas dicen que diversos
sectores del estadio Monumental cobijan un
maleficio y que el público que concurre a esos
lugares con sus gritos le transmite la mufa a los
jugadores.
—Sinceramente, lo que
usted dice me da risa. La mufa, le vuelvo a
repetir, es un invento. Lo que sí realmente tiene
importancia es el público. Porque muchas veces,
gracias e su constante aliento, se puede ganar un
partido o por lo menos darle ánimos al jugador
para que obtenga el triunfo. Porque para salir
adelante, todos tenemos que hacer fuerza: hinchas,
dirigentes, jugadores, utileros...
—A propósito de los
hinchas: ¿qué le pediría a la barra brava que
siempre se ubica en la parte alta de la tribuna
San Martin para que colabore en quebrar la mufa?
—¡Y dale con la mufa!
¿Qué le puedo pedir yo a los hinchas de River?
Ellos, en las malas y en las buenas nos apoyan y
nos siguen a todos lados. Más que pedirles tenemos
que darles los triunfos que ellos se merecen.
—Usted dice que los
hinchas los alientan en las buenas y las malas,
pero eso no sucede siempre así. No es extraño que
para demostrar su descontento, el público abuchee
a los jugadores: muchos ocupantes de la platea que
está ubicada en la parte baja de la tribuna San
Martín ofrecen un cabal ejemplo al respecto.
¿Qué sucede con ese
sector de espectadores: es más exigente que los
demás o, simplemente, más protestón?
—La platea tampoco
tiene nada en especial. Lo que sucede es que el
público que allí se ubica está más cerca del campo
de juego y entonces cuando protestan se hacen
escuchar mucho más.
—¿Y usted alguna vez
tuvo problemas con esa platea?
—Como jugador, muy
pocas veces. Sólo en dos o tres oportunidades,
cuando tuve un bajón en mi rendimiento, me
chiflaron y me dijeron cosas, de esas que siempre
le dicen a un jugador. Ahora, como técnico, sí que
me las vi feas. En una oportunidad (1963), cuando
yo era entrenador de Racing y tuvimos que jugar
acá, en el Monumental, los plateístas me tiraron
una bolsa con monedas. ¿Y sabe por qué? Ellos
creían que me había ido de River porque en Racing
me daban más plata, y se sintieron traicionados.
Pero lo que pasó, realmente, es que con River no
pude arreglar mi contrato y entonces me tuve que
ir al club que mejor me pagase.
—Según sus
declaraciones, para salir adelante van a tener que
trabajar todos en conjunto; pero, entre nosotros,
piensa darles alguna instrucción especial a los
jugadores para terminar con la yeta.
—Mire, yo no tengo la
varita mágica ni mucho menos. En los vestuarios
hablaremos de cómo jugar según el contrincante,
analizaremos sus defectos y virtudes. Lo que hacen
todos los técnicos y nada más. Jamás les diré que
hay que ganar obligatoriamente.
—¿Por cábala?
—¡Qué cábala ni
cábala! Porque sólo serviría para maniatarlos y
perjudicarlos en su rendimiento. Lo único que les
voy a decir es que siempre vayan al frente, como
siempre hice que jueguen los equipos que dirigí.
—Antes de que aceptase
la conducción del equipo de River, ¿habló con los
diligentes sobre sus funciones?
—No fue necesario. Yo
considero que si me llaman para que dirija los
planteles de la institución, ellos no tienen por
qué meterse en mi trabajo. Pero si eso sucede, yo
agarro y me voy. Además, acá ya me conocen y saben
el carácter que tengo.
—¿Cree que con los
futbolistas que cuenta River este año puede salir
campeón?
—Valores buenos hay
muchos, pero todavía me faltan algunos hombres
para ajustar bien las líneas. Por ejemplo,
necesito un marcador de punta, otro central, un
mediocampista y dos punteros. Con eso me doy por
satisfecho.
—¿Pero cómo necesita
un marcador central? ¿No acaban de comprar a
Gottfrit, el defensor de Gimnasia y Esgrima?
—En efecto, pero ese
chico no es un valor de categoría como para River.
Todavía le falta un poco. Acá se necesita un
jugador de la talla de Perfumo o algo parecido,
porque si queremos salir campeones tenemos que
tener los valores adecuados. Lástima que escasean.
—¿Por qué?
—En parte, por culpa
de algunos DT, que estropean al jugador
habilidoso, imponiéndole obligaciones que no
siente.
—¿Usted no les impone
nada?
—Yo les pido que
jueguen bien.
—¿A los gritos?
—Esa es mi manera de
ser, mi modo de estar en el partido.
—Usted es hincha de
River, ¿no?
—Sí, por suerte. Y ése
es la única suerte en la que creo.
Revista Siete Días
Ilustrados
28.01.1974
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