RESCATE ARQUEOLOGICO EN EL CHOCON
ANTES DEL DILUVIO
El silencioso trabajo de un equipo de arqueólogos argentinos -que realiza el salvamento más importante efectuado en Latinoamérica-aporta elementos decisivos para el estudio de la prehistoria nordpatagónica. La zona será invadida por las aguas

"Unos cinco mil años antes de Cristo, aquí, sobre esta roca madre, fue depositándose una fina playa de limo. Sobre ella se armó un fogón del que apenas quedan pequeños rastros, aunque son suficientes para demostrar que hubo un poblamiento, que el hombre habitaba este alero, esta protección". Metido en una trinchera de dos metros de profundidad, Carlos Gradín (52, un hijo, técnico del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas) hurguetea en la precaria pared con la punta de un pulido cucharín de albañilería, extrae un diminuto grano negro y lo deshace entre los dedos. Después mira hacia arriba protegiéndose los ojos con la mano derecha. "Más adelante viene una deposición de tierra originada en derrumbes, no de la que vuela —sonríe señalando el polvo y la arena que el viento arremolina a la altura de su cabeza—. No hay rastros de fogón y eso indica que el lugar pudo muy bien estar deshabitado. Claro que a veces no se conservan; por ahí hay una inundación y el río se lleva todo rastro. En esta capa que sigue aparece un segundo fogón. No puede calcularse su antigüedad; para eso es necesario esperar el resultado del análisis de radio carbono. Pero lo que sí puede aventurarse es la presencia de otra ocupación humana. Aparecen también piedras trabajadas, sobrantes de alimentos, conchillas, caracoles, huesos de pájaros y roedores, algo que podrían ser huesos de pescados".
A pocos metros, Amelia Bicha Sanguinetti de Bórmida (38, un hijo, arqueóloga, profesora de la Universidad de Buenos Aires y también investigadora del Consejo) escarba en otra trinchera de menor profundidad que abren dos obreros de Hidronor. Fue la semana pasada, cuando SIETE DIAS convivió durante cuatro agotadoras jornadas con el reducido pero entusiasta contingente del Instituto de Antropología de la universidad, que explora la zona de El Chocón en busca de material arqueológico que eche luz sobre la prehistoria del hombre nord-patagónico. Una paciente investigación que está permitiendo tomar contacto con uno de los testimonios más reveladores acerca de los primitivos pueblos americanos.
El objetivo fijado a la iniciación de los trabajos fue realizar el rescate arqueológico en el área de El Chocón-Cerros Colorados, teniendo en cuenta que en el lugar que ocuparán las dos represas (algo más de mil kilómetros cuadrados entre ambas) el embalse de las aguas hará imposible toda búsqueda. Así, en setiembre de 1969, un equipo de especialistas realizó un relevamiento general del área, comprobando que se estaba en presencia de un yacimiento de excepcional importancia arqueológica. Lo encabezaba Gradín, un arqueólogo autodidacta al que veinte años de vagabundeo por la Patagonia estudiando el arte rupestre y su situación de asistente de Osvaldo Menghini, maestro de toda una generación dé arqueólogos, han otorgado una autoridad indiscutida en la materia. Dos meses después empezaron los trabajos sistemáticos, dirigidos por Alfredo Bórmida (45, dos hijos, etnólogo, director del Instituto de Antropología y Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras); continuándose en febrero, marzo y abril de 1970. "Es que sucedió algo inesperado —se entusiasma Bicha Bórmida—. Nos dimos cuenta de que la riqueza arqueológica del área no sólo permitiría reconstruir la prehistoria patagónica sino que, además, proveería elementos aplicables al estudio de la prehistoria universal. El rescate, entonces, se convirtió en una investigación a fondo".

LA PACIENCIA DEL TOPO
Claro que entrar en posesión de esos elementos no es tan simple. Seguramente muy pocos oficios exigen al especialista una dosis tal de paciencia como la arqueología. SIETE DIAS tuvo oportunidad de seguir paso a paso el lento proceso que lleva al hallazgo de una pieza cuyo aspecto, en la mayoría de los casos, es muy poco gratificante para el espectador desprevenido. El primer paso consiste en ubicar los sitios que ofrecen mayores posibilidades: de presentar rastros. La experiencia hace que el arqueólogo dirija su interés hacia aleros, terrazas, terrazas fluviales, médanos, orillas de ríos, bordes de lagunas o cavernas. Y no por casualidad, ya que —como dice Gradín— "el hombre ha buscado siempre lugares propicios para vivir".
Ese criterio llevó a la exploración —en este último viaje— hasta los aleros del Polvorín de El Chocón, junto a una caverna gigantesca, aunque de escasa extensión. Un trépano portátil permite extraer muestras de tierra cada 25 centímetros hasta alcanzar una profundidad que llega, a veces, a los dos metros. Pero en el Polvorín no fue necesario ir tan a fondo. Al tercer intento, diminutos trozos de carbón indican la presencia de viejos poblamientos y se inicia la excavación de una trinchera que, una vez terminada, tendrá unos diez metros de largo por 2,50 de profundidad. Por supuesto que no se trata de palear sin sentido. Ni el más empecinado buscador de oro tendría más cuidado que Saludoso Sepúlvera y Sergio González, los dos obreros que Hidronor ha puesto a disposición del equipo. Contagiados por la "epidemia", hurgan delicadamente la tierra capa por capa, siguiendo los estratos geológicos, antes de llenar con ella un balde y volcarlo en una zaranda. Cucharín en mano, la señora de Bórmida revuelve el material depositado en la zaranda, guardando las piezas seleccionadas en bolsas de polietileno en las que se ha indicado previamente la capa a que corresponden.
En la trinchera, la pala, tropieza con un obstáculo y Sepúlvera extrema sus cuidados. Gradín se acerca, escarba un poco con los dedos y limpia el objeto con un pincel. De la nivelada superficie sobresale una piedra negra del tamaño de un puño en un extremo. "Es un chopper", dice alzándolo con cautela. Pasado su entusiasmo recuerda que está ante no iniciados y se explaya. "El hombre primitivo construía sus instrumentos con piedras —explica—. Elegía una piedra que reuniese las características de la que él necesitaba y, con un golpe preciso, desprenda un trozo. El utensilio podía ser confeccionado, entonces, sobre el pedazo grande que restaba: eso es un chopper. El que se fabricaba con el desprendimiento —habitualmente una lámina— se llama lasca".
Hasta para el observador más desprevenido se hace evidente que el peso de un chopper lo convierte en un instrumento ideal para golpear, mientras que la función de una lasca debió ser cortar o raspar. Pero los especialistas están en condiciones de extraer algunas conclusiones más concretas. Para Marcelo Bórmida, por ejemplo, "los artefactos extraídos indican que el hombre primitivo habitaba un paisaje muy distinto al de ahora. Debieron existir árboles grandes —supone—, una vegetación frondosa en lugar de estos arbustos achaparrados. También animales de gran tamaño. No es concebible que para matar un guanaco (que es la base de la economía que le conocemos) necesitara instrumentos tan pesados". Por otra parte, el estudio a fondo de los utensilios, datarlos mediante el análisis de carbono 14 —para lo cual es necesario enviarlos al exterior, ya que no existe en el país un laboratorio en condiciones de hacerlo—, contribuye al conocimiento de los grupos primitivos que habitaban la Patagonia, permitiendo seguir con cierta precisión su proceso evolutivo.

LOS FOSILES VIVIENTES
Fueron Francisco P. Moreno y los alemanes Herman Burmeister y Pellegrino Stroebel quienes realizaron, en el siglo pasado, los primeros intentos de exploración arqueológica en la Patagonia. Pero no había especialización alguna: se trabajaba sobre noticias de viajeros o los investigadores eran viajeros ellos mismos. La presencia en el país de Osvaldo Menghini, austríaco, reputado como una de los mayores prehistoriadores del mundo, que fuera rector de la Universidad de Viena, impulsó hasta cierto punto la investigación aunque se seguía trabajando en base a materiales que coleccionistas enviaban a los museos. Recién a partir de 1950 los alumnos de Menghini —entre ellos Marcelo Bórmida— inician una investigación sistemática que, en 1969, cristaliza en la operación más importante encarada hasta el momento. Y que todavía no ha terminado. Es precisamente Bórmida quien detalla los atractivos particulares de la Patagonia en esta materia: "La razón es muy concreta; desde el punto de vista arqueológico es la zona más importante del país. Al menos en lo que a mí me interesa, que son las culturas precerámicas, las más arcaicas del hombre. Allí han persistido hasta la actualidad". Es que para la arqueología en América, actualidad es el momento en que se inicia la conquista, época en que el extremo Sur estaba habitado por tehuelches y fueguinos canoeros. Recién hacia 1600 los araucanos cruzarían la cordillera para desplazar o integrarse con los primeros pobladores.
"Paleolítico no significa que el Hombre de Neanderthal haya existido sólo hace 50 mil años —insiste Bórmida—, sino que en alguna región sobrevivió. En el sentido antropológico tehuelches y fueguinos son verdaderos fósiles vivientes. Se trata de gente que, hasta la llegada del español, no había estado jamás en contacto con el hombre blanco y puede decirse que en ese momento sus condiciones de vida eran equivalentes a las del europeo de 20 mil años antes de Cristo. Peor incluso, si se piensa que, siendo los primeros en arribar al continente, otros grupos más activos, más numerosos, más guerreros, acabaron por desplazarlos, arrinconándolos en los lugares más inhóspitos".
Claro que no se trata de una población excesivamente numerosa. Los tehuelches formaban grupos nómades de 50 ó 60 individuos y difícilmente la Patagonia estuvo poblada alguna vez por más de 5.000 personas. No obstante, la importancia de explorar esta zona reside en que es posible palpar allí una continuidad histórica (o prehistórica) que en Europa ha desaparecido hace mucho tiempo. A través de este rescate en el territorio argentino se han empezado a obtener resultados fácilmente trasladables al campo de la prehistoria universal. Además aporta elementos al todavía no clarificado problema del poblamiento de América y desnuda el conservadorismo y la persistencia de determinadas culturas, demostrando que no todas evolucionan sino que algunas permanecen estancadas.

LOS ÑANDUES DE JERICO
Por supuesto que en cuestiones de este tipo nunca se puede estar seguro de nada. A eso alude la arqueóloga Bórmida cuando aclara que "no es posible jambar a una verdad absoluta. Nos manejamos con suposiciones de gran relativismo —se disculpa—. Pero ése tal vez sea uno de los mayores encantos de este trabajo, lo que a uno más lo atrae". Sin embargo está en condiciones de intentar algunas precisiones. "Estos restos indican la existencia de un pueblo con cultura de recolectores que en determinado momento de su evolución se adaptaron a un habitat de tipo fluvial —dice manipuleando un chopper de respetables proporciones—. Al decir recolectores me refiero a las culturas menos evolucionadas, cuyas características son similares a las del más temprano paleolítico europeo. Algo así como medio millón de años atrás. Si se tiene en cuenta que aquí se han dado entre los 5 y 10 mil años antes de Cristo, se tendrá una idea de las ventajas que representa estudiar a estos pueblos en la Patagonia." Reiterando la importancia de la colaboración empresaria en este trabajo ("Sin el apoyo de Hidronor en El Chocón e YPF en Cerros Colorados nada habría sido posible"), pasa revista a los lugares explorados. "Aparte de excavar en el Polvorín —enumera—, lo hicimos en los aleros del Limay Norte, de Los Álamos y Los Sauces. En los yacimientos de El Gigante, Portezuelo Grande, los niveles terrazados de ambas márgenes del río Neuquén y en las bardas (terrazas) del Salitral." Es precisamente esta áspera región que en, pocos meses quedará sepultada bajo millones de metros cúbicos de agua la que, al atardecer del último día, recorre la camioneta que conduce a Bicha Bórmida y a SIETE DIAS de regreso al campamento. Cuando se le menciona a Kathleen Kenyon, la arqueóloga inglesa que dedicó su vida a explorar los legendarios yacimientos de Jericó, en Medio Oriente, sonríe mirando a tres ñandúes que corren delante del vehículo, tratando de escapar por el camino desparejo. "Una acaba identificándose con algunos lugares —se enternece—. Yo he trabajado en muchas regiones del país, desde el Noroeste a la Patagonia, pero si tuviera que elegir diría que en este sitio, entre los ríos Limay y Neuquén, está mi Jericó."
Revista Siete Días Ilustrados
18.01.1971

 

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