LA ARGENTINA
La situación militar
Entre fines de la
semana anterior, comienzos de ésta, del Ejército
emergieron dos voces, dos formas de interpretar la
realidad y dos propuestas para el futuro
inmediato. Esa es la verdad, aun cuando entre
ambas vertientes existan puntos de contacto y,
sobre todo, el anhelo común de cautelar el proceso
institucionalizador.
La primera voz fue la
de Alcides López Aufranc, titular de la segunda
jerarquía del arma. "La banda presidencial será
entregada por el teniente general Lanusse —dijo el
jefe del Estado Mayor, ante la oficialidad del
Tercer Cuerpo, en Córdoba— a quien por el voto
popular resulte consagrado, se llame Cámpora,
Balbín, Chamizo, Manrique, Martínez o Ramos."
López Aufranc fue también explícito cuando se
ocupó de las perspectivas del gobierno
constitucional. "Será necesario mantener la cabeza
fría —aconsejó—, porque habrá quienes, el 26 de
mayo, empezarán a golpear la puerta de los
cuarteles, para denunciar supuestas corrupciones e
irregularidades, que les permitan presentarse como
mentores de un proceso en el cual pretenderán
responsabilizar a las Fuerzas Armadas y sacarlas
de su misión específica."
Aparte del obvio
beneplácito peronista, estos juicios de López
Aufranc despertaron entusiastas comentarios en 6
manriquismo, un sector político inteligente, que
desde hace tiempo cultiva relaciones especiales de
diverso orden. Guillermo Fernández Gil, uno de los
líderes de ese grupo, difundió una declaración
señalando que "las últimas declaraciones de López
Aufranc han devuelto en importante medida nuestro
optimismo" ya que "no solamente ha interpretado a
la inmensa mayoría del Ejército, sino que también
ha hecho renacer en la ciudadanía las esperanzas
en un auténtico desenlace democrático de este
proceso, que tanto Perón como el presidente
Lanusse se han empeñado en oscurecer".
Hoy por hoy, resulta
evidente que un proceso político encuadrado en
tales términos supone la entrega de la Casa Rosada
a un gobierno con mayoría o participación
peronista. Esta posibilidad, firmemente resistida
por sectores militares, es sin embargo apuntalada
por personalidades con antecedentes antiperonistas
y por voceros representativos de importantes
factores de poder. The New York Times, por
ejemplo, coincidió con Fernández Gil en sus
críticas a Lanusse y Perón. En un editorial del
martes 13, ese matutino opinó nada menos que "una
elección que excluya a los peronistas, que
generalmente obtienen el 35 por ciento de los
votos, sólo logrará perpetuar el conflicto que
paralizó la política argentina desde el momento en
que el ex mandatario fue derrocado por los
militares en 1955". No es todo: "Si se excluye de
las elecciones al partido peronista el nuevo
gobierno será débil e inestable (...), Movidos por
el pánico, el presidente Lanusse y sus
colaboradores corren el riesgo de restaurar el
mito y poner en duda su propósito honorable de
encarrilar al país hacia un gobierno civil y
democrático".
OFENSIVA Y
CONTRAOFENSIVA. Los editoriales del The New York
Times deben tenerse en cuenta. Los memoriosos
recuerdan que fue ese diario el primer órgano de
prensa del mundo en anunciar la política de
negociación con Juan Perón iniciada en marzo de
1971. Las notas respectivas estaban firmadas por
mister C. I. Sulszberger, un periodista de obvios
contactos, que siempre está presente en los
grandes acontecimientos. Resulta llamativo, pues,
que en USA se continúe respaldando ese curso de
acción, a despecho de la notoria quiebra de la
política del GAN, de la decisiva influencia que
alcanzaron en el peronismo los grupos
radicalizados y de la palpable irritación que
existe en la Casa Rosada y en varias unidades
militares frente a la posibilidad de que, en estas
circunstancias, el peronismo acceda al gobierno.
Así, entre el "pánico" atribuido a Lanusse y las
exhortaciones a mantener "la cabeza fría", los
centros de poder siguen discutiendo la mejor forma
de sortear la encrucijada.
A la ofensiva de los
partidarios del repliegue militar —aun a costa de
ungir a Héctor Cámpora— siguió la contraofensiva
de quienes postulan la necesidad de garantizar
inequívocamente —aun a costa de no ungir a Héctor
Cámpora— que dicho repliegue no abrirá cauce a
desborde alguno. De tal modo, poco después de los
juicios emitidos por López Aufranc, el presidente
Lanusse recordó que "todavía tengo el honor de
comandar" al Ejército. Esa frase no fue casual,
así como tampoco lo fue el hecho de que el
presidente enfatizara que el objetivo
institucionalizador sigue en pie, "pero reiterando
que lo hacemos para que existan mejores
condiciones, para que la paz, la estabilidad y el
desarrollo del país sean más ciertos, con la
necesaria participación del pueblo argentino, no
de quienes encubriéndose en el anonimato, o con
especulaciones bastardas, quieren amedrentar a
nuestro país y a nuestros ciudadanos" (lunes 19,
al poner en posesión de su cargo al vicealmirante
Carlos Álvarez, nuevo jefe del Estado Mayor
Conjunto),
Esta contraofensiva se
abrió paso en un momento muy especial: pocas horas
antes, un verdadero regimiento del ERP —se calcula
que actuaron más de 100 milicianos— había copado
la guardia del Batallón de Comunicaciones 141, de
Córdoba, dependiente de la IV Brigada de
Infantería Aerotrasportada, una de las más fuertes
del país. Resultado: un arsenal poderosísimo fue a
parar a manos de la guerrilla. Lanusse caracterizó
el episodio como más grave que el asesinato del
teniente general Juan Carlos Sánchez y, tras una
reunión con López Aufranc, ordenó dar a conocer
sin más dilaciones los resultados de un operativo
contrainsurgente que hasta ese momento se había
mantenido en reserva. Así, López Aufranc debió
aparecer en televisión esa misma noche,
denunciando los vínculos existentes entre los
sediciosos y ciertos sectores peronistas o afines
al Frejuli.
Algunas versiones,
desparramadas ese mismo lunes, pretendían que el
presidente ya había ordenado la semana pasada
difundir las conclusiones del operativo, pero que
habían surgido interferencias y obstáculos que
impidieron el cumplimiento de esa directiva.
Coincidentemente, reverdeció la especie de que,
bajo la presión de los sectores más inflexibles,
López Aufranc iba a ser relevado, un rumor no muy
novedoso. Lo cierto es que el jefe del Estado
Mayor acató, esa noche, lo dispuesto por el
comandante en jefe: a través de la cadena de radio
y televisión —una vía poco usada para estos casos—
precisó que incluso algunos candidatos a cargos
electivos estaban incursos en el delito
guerrillero, y que la ciudadanía debe saber
discernir, el 11 de marzo, entre los facciosos y
los partidarios de la paz.
Cabe, pues, una
pregunta: ¿qué pasará si la ciudadanía no hace esa
selección y elige a Cámpora? Hay quienes razonan
que, en ese caso, el poder no debe ser entregado.
Desde hace unos días, varios organismos militares
manejan una densa documentación, tendiente a
demostrar que el Frejuli no es más que la máscara
legal de la guerrilla. El dossier, naturalmente,
está presidido por la célebre declaración de
Perón, según la cual "si tuviera 50 años menos yo
también pondría bombas". Figuran, también, otras
citas. Según ese informe, el dirigente juvenil
Jorge Obeid dijo el domingo 4, en Paraná, que "el
GAN comenzó a fallar el día que los compañeros
montoneros ajusticiaron a Aramburu (...). La lucha
de las formaciones especiales obligaron al régimen
a ceder (...). Los militares razonan así: nosotros
somos venales y traidores; nosotros somos
militares; Perón es militar; por lo tanto, Perón
es venal y traidor". En otra página, el trabajo
recoge lo que, según los servicios de
inteligencia, dijo en Bahía Blanca el viernes 2 el
joven peronista Roberto Zaldarriaga. Citando a
Perón, este dirigente expresó: "Lo que nos han
quitado con sangre, no se recupera sin sangre.
Sabemos que la Juventud y el Movimiento hará los
máximos esfuerzos para lograr una gran victoria
electoral, ganar el gobierno y desde allí
construir el gran ejército popular que nos permita
la toma plena del poder". Por último, el plato
fuerte: instrucciones secretas que Perón habría
enviado a Rodolfo Galimberti, tres meses atrás.
"Desde el llano —aconsejaría Perón en ese
memorándum— es difícil llegar sin el apoyo sólido
de una estructura, política y militar, para así
tener el pleno dominio de la situación y la fuerza
suficiente para la consolidación de un gobierno
justicialista. Por lo tanto, conviene no ofrecer
por el momento una imagen dura e inflexible; hay
que hacerles creer en una aparente debilidad
nuestra, o deseo de olvidar viejos agravios en
aras de la pacificación. Las actuales
circunstancias recomiendan la llegada por vía
electoral. Una vez que estemos en la Casa Rosada,
pese a todas las limitaciones, dispondremos de un
apreciable aparato para el paulatino copamiento de
las demás instituciones del poder."
LOS PROFESION ALISTAS.
Esta línea de razonamiento no sólo es sostenida
por un sector militar, sino que incluso hay
dirigentes obreros temerosos de un eventual
gobierno peronista. Las causas de ese recelo son
tres: 1) Perón amaga con precipitar un recambio en
la alta conducción gremial, para cerrar la brecha
entre algunos de sus lugartenientes sindicales y
las bases, disputadas por la izquierda clasista;
2) los sectores duros que manejan al aparato
político del justicialismo ya habrían acordado
que, de llegar al gobierno, defenestrarán a la
actual cúpula sindical; 3) los gremialistas desean
un gobierno inflexible con la guerrilla, pues ya
son demasiados los dirigentes obreros asesinados.
Todas estas circunstancias determinan que un
grueso sector de las 62 Organizaciones no coincida
con la Unión Obrera Metalúrgica, que sostiene una
política de apoyo al Frejuli. Más aún: los
disidentes no sólo procuran la proscripción del
peronismo, sino que, más allá de las declaraciones
públicas, lo que buscan es la instauración de un
régimen militar ultraduro.
Sin embargo, hay
sectores militares y políticos que sólo ven una
salida más o menos estable para la crisis
entregando el poder al peronismo. Los desbordes
—se razona— pueden ser frenados por el acta
institucional, firmada por todos los generales y
los tres comandantes. La nueva redacción de ese
documento sólo introduce leves modificaciones a la
ya conocida, salvo en el quinto punto: allí se
establece que, antes del 25 de mayo, la Junta de
Comandantes acordará con el presidente electo una
nueva ley de ministerios, que tendrá vigencia
durante todo el período constitucional y que será
sancionada por el actual gobierno. El jefe de
Estado surgido de las elecciones podrá proponer la
creación de nuevas carteras y la desaparición de
otras. Todas sus propuestas serán aceptadas. A
cambio, la ley determinará la incorporación de los
ministros-comandantes y el mecanismo de elección
de los titulares de esos cargos. Por lo demás, los
portavoces "profesionalistas" sostienen una tesis
para ellos cardinal: proscribir a Cámpora o
interrumpir ahora el proceso equivaldría al caos;
la otra alternativa ofrece la posibilidad de que
un eventual acuerdo radical-peronista permita
preservar la unidad militar, único reaseguro
sólido frente a los desbordes.
Ricardo cámara
*.****
Lanusse-Franco: Las
incógnitas de Madrid
El sábado 24, el avión
de Aerolíneas Argentinas que transportará a
Alejandro Lanusse en su primera visita
extracontinental aterrizará en el aeropuerto
madrileño de Barajas. Por la noche, las ventanas
del Palacio de Oriente —una de las casas reales
más grandes y ricas de Europa—, se iluminarán;
allí Francisco Franco, jefe del Estado español,
ofrecerá una cena de gala al presidente argentino.
Algo que sólo sucede en las grandes ocasiones,
porque "el Caudillo" vive en el palacio de El
Pardo, a varios kilómetros de Madrid, y la antigua
morada de los reyes de España sólo se usa para las
audiencias públicas, la presentación de
credenciales de los embajadores y las recepciones
a los huéspedes de máxima categoría.
Luego de la velada —a
la que asistirá el gabinete en pleno, el cuerpo
diplomático, y lo más granado de la sociedad
ibérica—, Lanusse se retirará a La Moncloa, otra
mansión regia situada en pleno Madrid, residencia
en la que se albergan los invitados más ilustres
del reino. Bajo el sol invernal, en la mañana del
domingo 25, el presidente y su comitiva recorrerán
Toledo, la monumental capital de Carlos de
Habsburgo.
Las murallas almenadas
y el silencio de la catedral gótica sólo serán un
breve intervalo; a la tarde, de regreso en Madrid,
Lanusse asistirá al encuentro entre el Real Madrid
y Barcelona, que podría ser visto por televisión,
vía satélite, en Buenos Aires. La inauguración del
palacio Argüezo, y la cena que Lanusse ofrecerá a
Franco y a los príncipes de España, Juan Carlos y
Sofía de Borbón, en su alojamiento de La Moncloa,
serán los últimos contactos del presidente con las
autoridades españolas. No obstante que el programa
original incluía una visita a Sevilla, más tarde
se decidió el regreso directo a Buenos Aires, que
se realizaría él miércoles 28.
UN VIAJE IMPREVISTO.
Pocas semanas atrás, la gira de Lanusse era un
proyecto desconocido. Cuando la noticia cundió, la
reacción de los sectores políticos fue
instantánea; es que nadie podía olvidar que, desde
su casa de Puerta de Hierro, en el borde de
Madrid, Juan Perón ha intervenido sin descanso en
la vida política de los argentinos a lo largo de
más de trece años, desde que decidió abandonar su
nómade transitar americano y radicarse
definitivamente en España.
La gira de Lanusse fue
presentada como un hecho consumado; el viernes 9,
José Sebastián de Erice y O'Shea, embajador
español en Buenos Aires, entrevistó a Lanusse para
expresarle "su agrado por la visita que realizaría
a España". Al preguntársele si su gobierno había
formulado alguna sugerencia a Perón para que en
esa época no se encuentre en Madrid, el
diplomático aclaró que, a su entender, la ausencia
de Perón era espontánea. A las pocas horas, las
cancillerías de los dos países anunciaron
oficialmente el viaje.
El lunes 5 Perón había
abandonado la quinta "17 de Octubre" rumbo a Roma
para trasladarse después a Rumania, donde la
mayoría de los comentarios aseguraba que se
atendería en la clínica geriátrica de la doctora
Ana Aslan. Esto no sucedió, y Perón, luego de
pasar unos días en el mejor hotel de Bucarest,
habló unos párrafos con el primer ministro Nicolás
Ceausescu, y retornó a Italia. En la capital
italiana asentó sus reales en el hotel Hassler,
disparó una declaración tras otra, y recibió, el
sábado 17, la visita de Pedro Cámpora, hijo del
candidato presidencial del Frente Justicialista.
Mientras tanto, los
preparativos de la visita presidencial seguían su
marcha. Edgardo Sajón viajó a Madrid el miércoles
14 y regresó el viernes 16, después de suscribir
un convenio de cooperación turística con España e
imponer a Alfredo Sánchez Bella, ministro de
Información y Turismo, la Gran Cruz de la Orden de
Mayo. Los pasos preparatorios estaban dados. La
relación diplomática iniciada por la tercera etapa
del gobierno militar de la Revolución Argentina,
cuando el brigadier Jorge Rojas Silveyra se hizo
cargo de la embajada en Madrid, el 5 de julio de
1971, estaba produciendo sus últimos resultados.
El viaje de Lanusse tiene como efecto primordial,
y según las fuentes oficiales, "compensar la
presencia de Perón en España".
A pesar de que fuentes
peronistas afirman que la invitación fue obtenida
a pedido del gobierno argentino, las versiones más
sólidas indican que la presencia del mandatario
fue solicitada por las autoridades españolas.
El apresurado regreso
de Lanusse, que partirá de Madrid el martes 27 a
las 16 horas para arribar a Ezeiza a la 1.30 del
jueves 28, parece señalar que el viaje fue
calculado aun a pesar de la poblada agenda del
presidente. Por otra parte, en su conferencia de
prensa del miércoles 14 ante el periodismo
español, Sajón afirmó que la visita de Lanusse
"responde a una invitación del generalísimo
Franco". Puede argüirse que la cancillería
española está de acuerdo en permitir que se le
atribuya la iniciativa. Pero en ese caso, el
interés español también quedaría demostrado.
PERON Y LAS RELACIONES
CON ESPAÑA. Al promediar 1947, el régimen de
Francisco Franco era el único superviviente de los
sistemas corporativos europeos. La Argentina, que
había mantenido una actitud dubitativa ante el
conflicto mundial, sumaba a esta circunstancia las
extraordinarias sospechas que el estilo político
de Juan Perón despertó a las cancillerías aliadas.
España fue bloqueada económicamente por una
resolución de las Naciones Unidas; la Argentina se
abstuvo de tomar parte en el aprovisionamiento del
Plan Marshall.
Cuando el hambre
recorrió España, el país, que contaba con reservas
considerables, salvó esta situación; los embarques
de trigo se sucedieron y Eva Duarte fue recibida
por Franco como salvadora de su pueblo. Una
generación de españoles recuerda los envíos de
cereal argentino. Hasta en los plazos de pago el
gobierno peronista fue generoso: España terminó de
saldar esta deuda con la Argentina en 1969, es
decir, 23 años después. Parte del agradecimiento
hispano tocaría personalmente a Perón; durante
años, el gobierno español le otorgó un trato
semejante al del asilo político, pero sin ajustar
las restricciones que esta categoría implica. Una
razón legal era fácil de aducir: la legislación
ibérica no incluye ninguna cláusula sobre el
derecho de asilo.
En diciembre de 1965,
cuando la primera y tímida "Operación Retorno"
fracasó en el aeropuerto carioca de El Galeao, el
gobierno español se comprometió a avisar a las
autoridades argentinas cualquier intento del ex
presidente de salir de su territorio. También los
españoles se encargarían de vigilar las
declaraciones políticas del asilado, para evitar
un excesivo bombardeo dialéctico desde Puerta de
Hierro a los gobiernos argentinos. Se asegura que
un par de cartas, cruzadas entre el canciller
español Fernando Castiella y el ministro argentino
Miguel Ángel Zavala Ortiz, delimitó ese nuevo
"status jurídico" de Juan Perón.
Después que el 28 de
junio de 1966 Juan Carlos Onganía asumió el poder
en la Argentina, el silencio político del líder
volvió fácil la relación. Los primeros síntomas de
nuevas desavenencias brotaron luego del 29 de mayo
de 1969; ese día los titulares de los diarios
madrileños afirmaron, con letras gigantescas, que
algo tremendo había sucedido en la Argentina: era
el "cordobazo". De allí en adelante, la vigilancia
de la representación en Madrid se acentuó, y el
embajador César Urien se vio abocado a la difícil
tarea de recordar a los españoles lo estipulado en
las "cartas de 1965", para evitar que el fragoroso
tercermundismo de Perón inundara con afirmaciones
violentas las páginas del periodismo español y
repercutiera en la convulsionada situación
argentina. Pero los acontecimientos se
precipitaban.
EL NUEVO REGIMEN.
Luego del 23 de marzo de 1971, la primer tarea de
Alejandro Lanusse fue atender una importante
visita: Gregorio López Bravo, ministro de Asuntos
Exteriores de España, había asistido, en plena
gira oficial, al golpe de Estado que destronó a
Roberto Marcelo Levingston. La incómoda situación
diplomática inicial —que hizo enojar a muchos
españoles— fue rápidamente superada.
En abril de 1971 el
coronel Francisco Cornicceli sostuvo una larga
entrevista secreta con Perón. Pero el "diálogo"
abierto por Lanusse recién se haría evidente con
la llegada de Rojas Silveyra. Hasta ese momento la
embajada en Madrid había actuado a ciegas, sin
instrucciones, prosiguiendo su tarea de contención
de los movimientos del asilado, y observando, cada
vez con menos alarma, que los pedidos que se
hacían en ese sentido a las autoridades españolas
no obtenían resultado cierto. Para algunos
funcionarios, era evidente que la cancillería
española estaba en conocimiento de un cambio de
política con respecto a Perón.
Las primeras gestiones
de Rojas Silveyra y la devolución de los restos de
Eva Perón —la ambulancia que los trasportó
recorrió más de seiscientos kilómetros de
territorio vigiladísimo sin que alguien "intentara
saber" qué carga llevaba— modificaron de hecho el
"status jurídico" del líder justicialista. Durante
septiembre y octubre de 1971, el gobierno habría
programado la primera visita oficial a España:
Luis María de Pablo Pardo, entonces ministro de
Relaciones Exteriores, debería dar el toque final
a la nueva situación de Perón. Negociaría,
también, la construcción de barcos en astilleros
españoles. Pero el viaje no se concretó, quizás
por la obstinada resistencia del canciller. Por
esas fechas —octubre de 1971— en círculos
hispanoargentinos de Madrid había trascendido el
supuesto papel de negociador que cumpliría, entre
el gobierno y Perón, Manuel Prado, conde de
Veragua. Lo cierto es que Prado y el business man
argentino Carlos Perdomo Usanna habían tenido una
participación decisiva en la suscripción de un
convenio anterior entre la Empresa Líneas
Marítimas Argentinas (ELMA) y los astilleros
españoles.
A partir de julio de
1971 y hasta abril de 1972 —hayan existido o no
conversaciones paralelas— el meridiano del
"diálogo" pasó por la embajada argentina en
Madrid. El 10 de abril los disparos de los
guerrilleros abatieron al general de división Juan
Carlos Sánchez y al empresario Oberdan Sallustro;
durante la tarde de ese día, y todo el siguiente,
el brigadier Rojas Silveyra intentó obtener de
Perón una declaración que condenara la violencia.
Sus esfuerzos fracasaron y la dura insistencia del
embajador terminó con las amistosas relaciones que
había mantenido con Puerta de Hierro. Las
hostilidades recomenzaron. El resto es historia
conocida.
Esta ruptura oficial
de relaciones puede no haber impedido otro tipo de
gestiones; pero lo cierto es que ninguna de ellas
se ha conocido íntegramente. Sólo las
conversaciones mantenidas por Perón con el
presidente de la Confederación General Económica,
José Gelbard, parecen haber gravitado en la marcha
del proceso. El plan conjunto CGE-CGT, que Gelbard
y Rucci presentaron a Lanusse, y alguno de los
lineamientos contenidos en el "Plan de
Reconstrucción Nacional" que el brigadier Ezequiel
Martínez recibió de manos de Héctor Cámpora,
cuando ocupaba la Secretaría de Acción y
Planeamiento, hacen pensar que las charlas
madrileñas del presidente de la CGE tuvieron
cierto efecto componedor.
LAS VISITAS ESPAÑOLAS.
Se ha recordado que López Bravo, el canciller
español, fue testigo del ascenso al poder de
Alejandro Lanusse. Un año más tarde, José María
López de Letona, ministro de Industria de España,
visitó Buenos Aires. López de Letona aseguró que
la industria española estaba en condiciones de
brindar financiación para las compras que
realizaran los países hispanoamericanos de
embarcaciones, materiales y equipos de todo orden,
y afirmó que la balanza comercial entre España y
la Argentina era deficitaria en una proporción de
3 a 1.
El jueves 21 de
septiembre de 1972 Alejandro Lanusse cenó con
invitados especiales: el teniente general Manuel
Diez Alegría y el general Carlos Iniesta Cano.
Diez Alegría es el prototipo del militar académico
y el principal gestor de las excelentes relaciones
que España mantiene con las Fuerzas Armadas de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN). Iniesta Cano, ex embajador en Argelia, es
quizás el hombre militar más importante del sector
tradicionalista del ejército español. Si la
conversación rebasó el tema castrense, nadie lo
sabe. Pero el general de división Tomás Sánchez de
Bustamante, ex agregado militar en España, que
visitó Madrid en enero de 1970, fue el principal
promotor de la visita de los generales españoles.
LAS RELACIONES
ECONOMICAS. La Argentina ocupa el primer lugar en
el intercambio de España con los países
latinoamericanos. Hasta noviembre de 1972, las
exportaciones argentinas sobrepasaban los 136
millones de dólares, y las importaciones apenas
alcanzaban los 39 millones. Sin embargo, esta
proporción se verá modificada en forma sustancial
al suscribirse el nuevo convenio de reequipamiento
naviero. En julio de 1972, la comisión española y
la Subsecretaría de Marina Mercante suscribieron
un "Memorándum de Entendimiento", por el cual se
llegó a un acuerdo para la firma de un convenio de
cooperación naval y otro de crédito financiero.
El convenio de
cooperación naval —que será suscripto durante el
viaje de Lanusse— establece la adquisición de 7
barcos armados en astilleros españoles, por un
valor de 85 millones de dólares, y el envío a la
Argentina de "paquetes" (picciones desmontadas),
por un monto de 15 millones de dólares. España
financia el 80 por ciento del monto total (100
millones), en un plazo de 5 años, y al 7,5 por
ciento anual. El convenio financiero para el
desarrollo de la industria naval otorga créditos
por valor de 40 millones de dólares, al 6,5 por
ciento anual, con plazo de 10 años. Por unas
"cartas confidenciales" añadidas al convenio, ese
crédito no podrá exceder el 35 por ciento de las
construcciones y compras efectuadas por la
Argentina dentro del marco del acuerdo de
cooperación naval.
Los técnicos formulan
dos críticas esenciales a estos convenios, a pesar
de opinar que son convenientes. En primer lugar,
las tratativas se llevaron a término fuera de la
Comisión Mixta de Intercambio, cuya acción hubiera
rebajado el monto de la comisión que ahora deberá
abonarse a los representantes de los astilleros.
En segundo lugar, el plazo de cinco años
establecido para financiación de 80 por ciento del
monto del convenio de cooperación naval no es
demasiado usual ni conveniente, y se podría haber
alargado a 8 años.
LOS EFECTOS POLITICOS
DEL VIAJE. Los cien mil españoles que asistirán al
cotejo entre el Real Madrid y el Barcelona
conocerán de cerca a Alejandro Lanusse, un militar
argentino cuya figura —quizás por motivos de
política interna, en muchos casos— la prensa
española se empeña en acrecer.
La "compensación de la
presencia de Perón en España" puede producirse.
Para el presidente argentino, fuera del tema de
Perón, la visita significa ampliar su radio de
acción al ámbito europeo, un proyecto de larga
data, que las contingencias políticas impidieron
realizar, y que según algunas fuentes, se habría
ido restringiendo paulatinamente en sus
dimensiones, porque el plan original habría
contemplado, en principio, la presencia de Lanusse
en las principales capitales europeas, e inclusive
Moscú.
Aunque lo breve de la
estadía no permite prever grandes negociaciones,
hay quien afirma que la visita a España tiene una
importancia fundamental, y que Lanusse podría
lograr fuertes apoyos para su política nacional.
Por de pronto, la semana pasada se aseguraba que
José Gelbard había viajado a Madrid, amparándose
en un presunto veraneo en Punta del Este. Lo que
sí pudo corroborarse la noche del sábado 17, entre
el humo y las castañuelas del "tablao" flamenco
"Las Brujas", fue la presencia en Madrid del ex
ministro de Justicia Ismael Bruno Quijano, a quien
otrora se reconocía como amigo de Henry Kissinger
y gestor de las solicitudes financieras argentinas
en medios norteamericanos. Nadie olvida que pocos
días más tarde de su sonada renuncia, a raíz del
caso Deltec, Bruno Quijano recibió del gobierno
español una de las más altas condecoraciones: la
Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
Pero no sólo ciertas
presencias llaman la atención; el retiro de la
comitiva, a último momento, de Conito Sánchez de
Bustamante también produjo algunas reflexiones.
Para algunos, Lanusse se privaba de su mejor
asesor hispánico por la tensa situación castrense.
El viaje del presidente a España está poblado de
incógnitas, grandes o pequeñas; la resolución de
alguna de ellas quizás ayude a revelar la
principal: el futuro político de la Argentina.
Fernando Lascano
Revista Panorama
22.02.1973
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