Tato Bores
Cuando no es domingo

Frente a las cámaras de televisión es una ametralladora, un vértigo de palabras. Sus monólogos son graciosos, corrosivos, punzantes. Basta que Tato Bores (una síntesis más contundente de Mauricio Borestein) abandone su peluca y anteojos para que la ametralladora se aplaque y su diálogo sea pausado, muchas veces nostálgico.

Descubrir que Tato Bores vive desplazándose entre dos realidades no llega a ser un mérito. Si hay un ser paradojal, ése es Tato: brillante y divertido para el público; reflexivo y angustiado en la charla íntima. "¡Tendría que ser un cascabel y soy un tonto. . . No sé vivir. . . No disfruto de las cosas. . .!"
Psicoanálisis aparte, Tato tiene varios motivos para ser más que un cascabel: es un profesional realizado que tiene conciencia de la jerarquía de su trabajo. Pocos como él desechan prolongar su contrato de televisión (sólo seis meses por año y siempre acuciado por el canal para que renueve el acuerdo), en la idea "de que al público hay que dejarlo descansar". No es fácil negarse cuando se es uno de los actores mejor pagados de Buenos Aires: cerca de 150.000 pesos por programa. Aunque lo calle, se sabe que por lo menos tuvo tres ofertas para hacer teatro, y que si ahora se niega a retornar a la revista musical es porque estima que el género ha perdido todo ingenio y humor inteligente. Los que han traspuesto el muro de intimidad que rodea su vida hogareña (defendida siempre con vehemencia) saben que su matrimonio es normal, tranquilo. Sus amigos no son muchos (Alberto Olmedo, Carlos Warnes, Rodolfo Crespi), pero mantiene con ellos una relación importante, continuada. ¿Qué le pasa entonces a este hombre? "No sé... Tengo la caña de pescar más cara del mundo y nunca salgo a pescar... Con mis hijos juego menos de lo que debiera. . .". Y Tato vuelve a estallar: "¡Soy un triste... No sé vivir. . . !"
Hay que retroceder mucho para encontrar algunas pistas. Detenerse en una modesta casa de inquilinato en Tucumán y Carlos Pellegrini; es el primer paso. Allí, el 27 de abril de 1927 nacía Tato. No oculta que era una época de limitaciones económicas, a la que su padre debía enfrentar con un pequeño negocio de peletería. La calle lo hizo despierto, prevenido. Hasta le enseñó a hablar. Es imposible que Tato construya ahora una frase sin incluir algún término del lunfardo. De esos años recuerda las experiencias más vitales: pedir monedas en la entrada de Las Victorias; abrir la puerta de los coches en el Cervantes; bañarse un día por semana en los baños públicos porque en su casa no tenían ducha; largas caminatas por la costanera ¡unto a los linyeras; escapadas al puerto y la desesperación de la madre inquiriendo al vigilante de la esquina por su paradero.
A los 36 años Tato Bores tiene las cejas caídas, una mirada lejana, la voz ronca. Bajo los efectos de la peluca y los anteojos, en cambio, esa imagen desaparece. ¿Cómo nació el personaje? "En Tabarís trabajaba a cara limpia, de smoking. Es difícil actuar en un cabaret. A veces el pan se vuelve amargo, porque nunca falta algún tipo con copas de más que se mete con uno. Pensé que con esa ropa no podía contestar si alguien me decía una grosería. Le pedí un traje viejo a Charola, el sombrero roto, y comprobé que la gente se reía más y no se metía conmigo. Una noche un borracho me gritó no sé que cosa desde un palco, le contesté: "Si no te callás subo, te doy un golpe y te saco la cabeza. .." Nunca más nadie me molestó. Con esa ropa podía hacer lo que quería..." Fue el comienzo de una dualidad que aún persiste. Aunque lo niegue y asegure que puede decir su monólogo por televisión sin apelar a la peluca y a los anteojos Tato sabe que el mínimo disfraz que utiliza le permite ser más desenfadado, más seguro de sí mismo. "Este personaje me ha hecho serio en la vida privada. Para poder hacer el programa leo detenidamente todos los diarios. . . La gente en realidad no lee los diarios. De lo contrario no podría estar tan tranquila. Yo vivo la actualidad para poder hacer chistes, aunque íntimamente me angustie". Basta haberlo escuchado alguna vez para saber lo quemante que es su humor.
La carrera de Tato en televisión no es reciente: cuatro años le escribió César Bruto, 2 Landrú y uno él mismo. "Ahora no puedo hacer cualquier cosa... Con la televisión puedo vivir bien. Además, no ansío ser demasiado millonario. Necesito siempre un texto inteligente y el programa saldrá bien".
Al margen del favor que el público le otorga hay hechos que enorgullecen su carrera profesional. Es un fenómeno comprobado que su programa se ve en los círculos de mayor gravitación política y económica. Dos presidentes, Frondizi y Guido, lo llamaron por teléfono para felicitarlo, y Alsogaray lo invitó a una reunión familiar. Una revista de tirada internacional le dedicó cuatro páginas, calificándolo como el cómico que se ríe del país y que no despierta resistencia por la altura de la sátira. Todo esto importa para Tato: jerarquiza su trabajo. Más aún: acrecienta el respeto a su persona. Y este punto es fundamental. Si hay algo que Bores no perdona al público es la excesiva confianza que a veces se toma. En la calle, de la manera menos elegante, le reprochan el dinero que gana, su gordura: "¡ lo dicen de una forma. . .!" Son los pocos momentos en que Tato pierde la calma, como cuando en el canal, aunque sin proponérselo, son poco gentiles, reticentes a la cordialidad.
Para Tato es fundamental el éxito, mucho más necesario que para cualquier actor. Hay razones: las secretas tensiones que lo agobian, esa confesada torpeza para vivir, esa falta de alegría, serían insoportables si al menos no fuese un profesional realizado. "Pocos saben que en dos o tres oportunidades he grabado de nuevo el programa. Sucede cuando no estoy conforme, cuando llego a casa y pienso que las cosas no salieron bien. Trato de dormir y no puedo. A la mañana siguiente llamo al canal y pido una nueva grabación. Todo es por mí: cuando el programa no es bueno el libreto no tiene la culpa. ¡No sé cómo pensarán otros cómicos, pero yo siento que hay miles de personas del otro lado del televisor que me están mirando. . .! ¡Tiemblo cada vez que pienso que alguien pueda decir: "pamplinas". . .!" Es curioso que un hombre que teme tanto el comentario de la gente se ponga a prueba todas las semanas.
Tato Bores piensa que el artista debe ser misterioso. "No hay que verlo mucho por la calle, no salir tanto en las revistas. Las notas que me han hecho este año las puedo contar con los dedos de la mano. Si uno está demasiado en las conversaciones del público se desgasta". Esta idea de aislación ha creado una serie de hábitos en Tato: sale poco, no va seguido al cine; prefiere en cambio reunir en su casa a sus amigos y cocinar a veces él mismo. Su actividad cotidiana no se diferencia en exceso de cualquier ciudadano: duerme poco, no come mucho a pesar de que le gusta (hasta hace poco tuvo problemas de salud). "Por ejemplo, lo que tengo que hacer mañana se puede aplicar a otros días: pagar la cuenta del teléfono, ir al dentista, visitar a mis padres y llevar a Berta (su mujer) a la modista. . ." Una ¡ornada como la de muchos de sus admiradores, tal vez más apacible.
De tanto en tanto hay estallidos de alegría en su vida. "Los otros días me contó Olmedo las cosas que hacen e imaginan en la calle con Coquito... Me hizo reír a carcajadas y le agradezco muchísimo". Aunque no ría a carcajadas hay otros momentos que producen placer a Tato: la conversación. "Me apasiona charlar con gente culta, que me enseñe cosas. Eso es quizás lo que más me divierte. Pasaría horas escuchando hablar a alguien inteligente."
En los últimos años la fama de Tato ha trascendido el ámbito de la revista musical para señalarlo como uno de los intérpretes que maneja el humor más elaborado. La repercusión de su trabajo en círculos de gravitación la logró mediante la televisión y, más aún, por sus monólogos. Importa saber, entonces, cuál es el mecanismo que pone en circulación esa verborragia dominical.
Los libretos tienen habitualmente diez páginas, de las cuales 6 por lo menos son de letra corrida para Tato. Aunque la redacción y el esquema central están dados por Carlos Warnes, el cómico interviene eligiendo temas, aportando situaciones humorísticas. De lunes a viernes se prepara y concluye el guión ("tratando de que los últimos acontecimientos estén incluidos") y el sábado a las 20 se graba en video tape. El domingo Tato y Warnes se instalan frente al televisor en el departamento del actor, en Bulnes y Libertador, y ven el programa. Por la narración cronológica del trabajo semanal se deduce que Bores tiene apenas unas horas en su mano el libreto terminado, antes de salir al aire. En ese tiempo debe memorizar seis carillas de texto sin interrupción. ¿Cómo lo consigue? "Primero lo leo completo; después lo memorizo sin hablar. Repaso la letra mentalmente. Si intento decirlo en los ensayos no puedo. No me sale una palabra y además me equivoco continuamente. En cambio cuando estoy frente a las cámaras me acuerdo de todo". En muchas emisiones Tato hizo demostraciones increíbles de memoria: repitió sin equivocarse ni en una cifra la tabla completa de réditos. "Estoy seguro de que el que la hizo no la podría decir de memoria. Son desafíos que me impongo y me divierte hacerlo. Una vez di 56 nombres de films seguidos, y pensaba en el último programa dedicado a Guido enumerar los 176 ministros y secretarios de estado que pasaron desde hace unos años. Pero me pareció que resultaría aburrido". Tato Bores piensa que su memoria no es asombrosa. "Creo que es natural que un actor sepa lo que tiene que decir". Pero no a esos extremos.
Su dualidad de comportamiento llega también a la memoria. "Prefiero anotar las cosas que tengo que hacer; de lo contrario me olvido. Siempre paso papelones porque no tengo memoria para acordarme de la gente, las confundo y se me mezclan las caras". Ese hombre que puede hablar 15 minutos sin parar (sólo mojándose los labios), debe anotar sus citas como un burócrata. Una nueva contradicción entre el personaje y el actor. Tato cuenta que Warnes ubicó muy bien a su personaje: "Dice lo que usted no puede decir". La definición cuenta tanto para el público como para Tato Bores. Porque es probable que ese cándido de peluca desordenada, grandes anteojos y frac raído hable, vibre, se arriesgue como no lo puede hacer el señor Bores.
Revista Atlántida
12/1963



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