Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LA INMORTALIDAD DE LOS SANATAS
Aunque la policía y los hoteleros expulsaron a los hippies, Villa Gesell sigue siendo un dislocado refugio para la gente joven, con poca plata pero muchas ganas de divertirse. Para ello, los turistas cuentan con un puñado de locales donde sirven un solo ingrediente: el ruido

"Si usted es hippie, le gusta el bochinche y veranea en Villa Gesell, ¡cuídese! Cuando vea aparecer un Renault 4L celeste, chapa 316.785, no lo piense dos veces: salga corriendo". El perentorio consejo de un viejo vecino del balneario tiene su explicación: en ese coche viaja habitualmente un hombre de bigotitos cortos y cara de pocos amigos: es el oficial inspector Juan Alberto Rincón, principal causante del desbande hippie en la zona, a quien se reprocha la manía de rapar a los náufragos con filos de vidrio; es además el líder de hoteleros y comerciantes. Porque desde que Gesell es Gesell, la lucha despiadada entre "vagabundos" y "respetables" tuvo su juez en el propio policía Rincón, el único que se anima a prohibir campamentos mochileros en otros lugares que no sean los campings oficialmente reconocidos, el único que rastrea día y noche los más insólitos escondrijos de la Villa "para convertir —según dijo— a este punto de la costa en un límpido paraíso veraniego". Precisamente, para convertir a Villa Gesell en todo lo contrario de lo que sus turísticos veraneantes querían: un informal refugio marítimo, en donde, a diferencia de Mar del Plata, todos pueden andar descalzos, barbudos, sin plata, viviendo a salto de mata, cantando y haciendo una peña de cada día de playa.

¿QUIEN DA MAS? ¡YO ME VOY!
—El 90 por ciento de los hoteleros tiene en venta su residencial. Si pueden, lo dejan a mitad de precio con tal de irse de Gesell. Yo. . . me voy a España.
Quien habla es el dueño del hotel "Le Pinguin". Su cara europea denuncia indignación:
—Aquí ya no se puede vivir. Con la invasión de esos zaparrastrosos se acabó el turismo y se trasformó a la Villa: ahora parece el balneario de Quilmes.
Las protestas menudean. Otro comerciante, que eludió dar su nombre, esboza los motivos de esa indignación:
—La cosa empezó hace 5 años, cuando se filmó la película "Los inconstantes", dirigida por Rodolfo Khun. Como el director no le pagó a nadie, toda la gente del elenco anduvo vagabundeando, pidiendo comida y cama. Se escaparon de la Villa sin pagar. La película no hizo más que documentar cómo se habían portado ellos. Pero; la gente comenzó a copiarlos y, desde entonces, son mayoría los que aspiran a pasarse un mes de vacaciones con diez mil pesos. ¿Cómo puede subsistir el comercio de esta manera?
Marcelo, el dueño de "Le Pinguin" coincidió con su colega y, encima, acusó a la nutrida clase de comerciantes improvisados: "Esos mocosos —espetó— también se quisieron llenar de plata y entonces pusieron sus propios boliches. Resultado: los que hicimos Gesell, los que luchamos por un centro de turismo ideal, morimos aplastados...
Al parecer, la realidad también está de acuerdo con Marcelo: Villa Gesell sólo se atosiga los fines de semana, sobre todo ahora que el verano decae. Sometida a los caprichos del turismo "golondrina", llena de policías (el año pasado había solo dos; este año son 35, la mayoría de los cuales pertenece a la famosa Brigada de San Martín de la provincia de Buenos Aires) y sin caminos de acceso ("porque Mar del Plata presiona para que Gesell no progrese", se oye a cada momento), la Villa especula con su propio "ruido", ese que le dio tanta fama y que aún la mantiene al tope de los centros juveniles de turismo.

LA SANATA QUE INVENTO EL GATO LOCO
—Yo soy el Gato Loco. Donde voy explota 'la sanata'. Donde paro rugen los petardos. Al que quiera reventaje... que me siga.
Es cubano. Habla un lenguaje insólito. Sanata quiere decir música, ruido, swing, movimiento, ritmo. Petardo y reventaje son otros tantos sinónimos de sanata. Cuando llega la noche, Letulio, el Gato Loco, hace su magia. Para eso, ya tiene 14 botellas de cerveza encima: con la boca y las manos, utilizando papeles y mostradores de bar imita a una orquesta de jazz. Si alguien lo escucha sin verlo puede creer que en Villa Gesell resucitó Charlie Parker o que Louis Armstrong se mudó con su banda. A los 31 años, Letulio es un maestro de la "sanatería". Va de boliche en boliche, de mesa en mesa, con su arte y su borrachera, húmedo y triste, peleador y mal hablado. Pero nadie le dice nada. El cubano Letulio es un personaje del Gesell veraniego, un patriarca de la noche que, verdaderamente, explota en las sombras como un inagotable buscapiés. Ya a las 5 de la mañana no da más y, filosóficamente, recuesta su delirio entre las matas del primer médano. Pero, antes de eso, a medianoche, se le puede seguir la pista para detectar qué "ruido" está listo para el "reventaje".

UN GRIEGO EN CHAGANAKY
El recorrido empieza siempre en la Jirafa Roja, un bastión social en donde es posible estrechar cualquier tipo de amistad. Un café (50 pesos) o un whisky (200 pesos) sirven, ante todo, para "hacer mostrador" y elegir pareja. Alguien toca la guitarra, otros cantan. Todos se apiñan, se codean, se susurran, se evitan, se empecinan y, finalmente, se hacen de compañía. "¿Dónde naufragamos hoy?", pregunta alguien con el sofisticado lenguaje de Gesell; y alguien responde: "Chaganaky". Y se van todos de golpe, haciendo dedo o en sus coches, a una nueva boite de la Villa donde un griego sirve copas, es disc-jockey, baila Zorba sobre mesas y mostradores y anima a su público con la ayuda del ex nuevaolero Piero, que ahora canta ritmos de moda. Pero llegan las tres de la mañana y la ordenanza municipal se cumple: "Chaganaky", como todas las boîtes, cierra sus pintarrajeadas puertas. Durante cinco horas seguidas fue centro del "ruido" y puso en evidencia un fenómeno que puede detectarse fácilmente en la comarca: cuando un night club está repleto, el resto permanece desierto.
Y como apenas son dos los "boliches" de éxito (Chaganaky y Zákate) sobre el total de diez que hay en Gesell, muchos lamentan la irremediable agonía de "La Mosca Verde", local que durante dos años había acaparado la atención de estos "intelectuales del divertimiento" o "hippies en potencia" que merodean sin cansancio por la Villa.
Pero, pese al policía Rincón y a la ordenanza municipal, no todo está perdido: hay reductos que organizan "ruidos" clandestinos y —el caso de "La Bota Rota", un localcito acurrucado al lado del cine "Quick"— en donde se puede cantar, tomar y bailar hasta las 10 de la mañana. Cuando el sol pica y fueron holgadamente superadas las horas de sueño (porque siempre hay una carpa en la playa donde dormir) la alegría sigue en la arena. Juan es un geselino que las tiene todas y consiguió para sus amigos un carrier de guerra del año 47, al que le rebanó la parte superior. Allí se sube todo el mundo, incluido un perro, y continúa la "sanatería". Hay señores gordos que miran azorados, guardavidas que persiguen a los nocheros empedernidos, y un rugido de mar que tapa al ronroneo del carrier... Así, con sueño pintado en ojos ojerosos, los jóvenes siguen divirtiéndose a gusto. Si los hoteleros se quejan y buscan el exilio es porque han fracasado: echaron a los hippies, es cierto, pero Gesell sigue siendo un lugar para gente joven, que no tiene demasiada plata pero sí derecho al veraneo. Y la policía no puede controlar tanta vitalidad. Todos saben, en el fondo, que mientras haya un Letulio en Gesell, con su cara borracha y su arte extraño, la Villa va a seguir, empecinada, surtiendo de "sanatería" al verano.
Revista Siete Días Ilustrados
05.03.1968

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