Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

ABRAHAM GUILLEN
¿CHARLATAN O VISIONARIO?
Desde que Abraham Guillén se evadió de la cárcel de Carabanchel (Madrid) en 1944, y abandonó España disfrazado de gitano, se transformó en una especie de judío errante de ambigua fama: puede ser un mistificador o un visionario. Lo cierto es que desde entonces sólo escribe como un profeta empedernido: cuando publicó 'Estrategia de la guerrilla urbana', en el continente percutía la sedición rural. Pero hoy, los cañones de su estrategia parecen regir el tipo de acción que azota a más de una capital latinoamericana y hasta a los fanáticos del Black Power que actúan en los Estados Unidos.

Guillén arribó a Buenos Aires en 1948 y tuvo que abandonar sus orillas al ser acusado de instruir a los Uturuncos que operaron en Tucumán durante 1961. Ahora vive en el Uruguay, donde publicó no menos de una docena de ensayos y es responsable de la columna que dedica a los temas económicos el diario Acción de Montevideo, propiedad del doctor Jorge Batlle, líder de una importante fracción del coloradismo que respalda al presidente Pacheco Areco. AG firma su columna con el seudónimo de Arapey, y su presencia en un vespertino oficialista levanta los más encontrados comentarios: los que critican al ex comisario rojo que actuó en la Guerra Civil Española por brindar su aporte a ese diario, y los que atacan a Batlle por acoger en sus páginas "a uno de los más conspicuos teóricos de la subversión internacional". Tanto uno como otro hacen caso omiso de esos golpes. El propio Guillén refirma que "en siete años, jamás me censuraron un artículo", mientras Batlle guarda riguroso silencio.
Algo parecido sucedió en 1960 cuando el senador Roberto García, desde la presidencia de la UCRI, postuló a Guillén como asesor económico del Senado. El entonces presidente Frondizi prestó su acuerdo y AG desempeñó el cargo bajo el fuego graneado de la oposición derechista. Toda su historia personal está repleta de paradojas semejantes; antiguo militante anarquista, se mantuvo siempre junto a los capitostes de su enemigo declarado: el poder político. Pero desde que en 1939 concluyó la Guerra Civil, AG cambió las balas por los libros. Estudioso del arte militar, economista catalogado más de una vez como "anarco-marxista", analista político y autodidacta, discurre ahora, a los 57 años, a veces al borde de la charlatanería. Junto a un enviado de SIETE DIAS que comenzó su entrevista en la casa de AG y terminó siguiéndolo por cuanto vericueto montevideano se le ocurrió hurgar, satisfaciendo su pasión de caminante, el veterano comisario rojo narró su ancha peripecia personal. Y concluyó formulando dos pronósticos, dignos de lo que el extinto sociólogo norteamericano Wright Mills denominaba "metafísica militar": la sustitución del conflicto nuclear por la guerrilla y la extensión de la subversión urbana a los EE. UU., "el primer país del mundo que puede llegar al socialismo integral". Es posible, entonces, que sus palabras ayuden a encontrar maneras para hacer frente al fantasma de la subversión.
—Recientemente, un diario de Montevideo lo calificó como inspirador de Carlos Marighela y como autor moral del célebre Mínimanual de guerrilla urbana escrito por el guerrillero brasileño antes de su muerte y editado ahora en París. ¿Acepta estos cargos?
—En 1965, siguiendo el modelo de Cuba, menudeaban las guerrillas rurales en América latina. Por esa época, planteé la inadecuación de esa táctica y un año después publiqué en Montevideo Estrategia de la guerrilla urbana, donde adapté la teoría foquista a nuestra realidad. Desde entonces, mis libros se venden en todo el Cono Sur; en Brasil, fueron traducidos clandestinamente por estudiantes. No seré yo quien cuantifique las influencias que recibió Marighela, quien fue, técnicamente, un experiente guerrillero.
—De usted se dice que es el más hábil teórico de la guerrilla urbana.
—Hay mucha fantasía en lo que se dice. Para la prensa europea soy ahora un cultor de lo que llaman "metafísica militar"; para otros, el estratega de cuanto movimiento anda suelto por ahí y el mayor opositor que tuvo el Che en su planteo ruralista...
—También se dijo que fue el instructor político-militar de los guerrilleros Uturuncos que probaron suerte en Tucumán, Argentina.
—Se dijo, es cierto, y eso me costó una detención de tres meses en Buenos Aires a disposición de los tribunales militares del plan Conintes. No me probaron nada, pero finalmente debí abandonar la Argentina.
—¿Cuál es la base de su teoría sobre la guerrilla urbana?
—Hay una ley demográfico-económica que no tiene fisuras: el 80 por ciento de la población de América latina vive a unos 500 kilómetros de las riberas marítimas: el continente está vacío en su interior, ya que su civilización es urbana. Clausewitz escribió que la guerra es la continuación —por otros medios— de la política. Si organizo una guerrilla en la selva del Amazonas puedo eternizarme allí porque nadie se entera; si me instalo en San Pablo, ¡cuidado! Hay un axioma: donde está la población, está la revolución.
—Entonces, ¿traslada la "teoría del foco" desde el campo a la ciudad?
—La teoría del foco fue expuesta por Regís Debray, quien desarrolló un postulado del Che: a partir de la acción puede llegarse a la revolución; es decir, la acción misma va generando condiciones revolucionarias. Pero, ¿dónde comienza la acción? Ahí, el modelo de Sierra Maestra les jugó una mala pasada. La historia demuestra que ningún movimiento campesino triunfa sin el apoyo de la ciudad: como en la revolución francesa.
—¿Cómo se aplica la "teoría del foco" en una ciudad?
—Parte de una pequeña minoría que le otorga cobertura armada al pueblo y lo interpreta a través de un planteo político eficaz. Al actuar, crea condiciones revolucionarias y gana población adicta, objetivo esencial de toda guerrilla.
—¿No se requieren otras condiciones para que una guerrilla se mueva con éxito?
—Claro. Siempre se necesitan condiciones políticas. El terreno mejor abonado es el de un país donde funciona una dictadura implacable, donde estén abolidas todas las libertades burguesas, no haya elecciones regulares y se clausure el libre juego de la democracia. Donde hay un régimen que desencadena la violencia, por un fenómeno dialéctico, surge la violencia como respuesta natural, porque a esa altura ya no sirve la retórica. Como decía el dictador Machado, de Cuba: "A mí con papelitos no me van a echar".
(Abraham Guillén se remueve en su silla. A su espalda, la pared tapizada de libros. Al frente, un banderín con los colores de la bandera española y un dedo acusador dibujado junto a esta pregunta: "¿Qué haces tú por liberar a España?" Su departamento de la Ciudad Vieja, a corta distancia del puerto de Montevideo, es pequeño, apenas decoroso. Mientras habla, apura una taza de té, un rito que reitera cada treinta minutos.)
—¿Qué opina de los guerrilleros uruguayos?
—Esa opinión me la reservo.
—¿Y de otros grupos sediciosos de América latina?
—Las diversas variantes impiden generalizar.
—¿El asesinato de Aramburu fue un golpe con sentido táctico?
—No. Cualquier atentado realizado sobre una persona que pueda tener ascendiente político y sea solución para una salida democrática, reporta una pérdida de población favorable. Y sin población, ninguna guerrilla triunfa. Los guerrilleros deben ahorrar vidas humanas porque los extremos alejan al pueblo.
—¿Qué país de América latina presenta mejores condiciones para ir a guerra revolucionaria?
—Brasil. Posee todas las formas de civilización que tuvo la humanidad: desde el paleolítico en la selva amazónica hasta la ultramoderna, en San Pablo. En el nordeste se padece tanta hambre como en la India. Con tales contrastes, si se mantiene una dictadura férrea que prive de status político a la burguesía, acumule presos políticos y acentúe la represión, la guerrilla estallará en las ciudades para propagarse después al campo brasileño.
—Tal como usted plantea las cosas, parecería que basta con tomar las armas. Aparte del afán de destruir un sistema, ¿no es preciso elaborar un planteo sustitutivo?
—Claro que sí. Ciertos revolucionarios me recuerdan a Espartaco cuando iba liberando esclavos sin plantearse una reforma total del régimen. Naturalmente, Craso lo aplastó porque Espartaco no supo sustituir el sistema político-económico que odiaba. Más aún: jamás se lo propuso.
—¿Sólo la violencia sirve para producir cambios?
—Nunca dije eso. La historia abunda en excepciones. Dracón impuso en Grecia una tiranía sin resultados; Solón, en cambio, introdujo grandes reformas y evitó la revolución. Lo que en América latina no pueden lograr los militares gorilas lo obtienen a veces los nacionalistas: pienso en el caso de Perú. La violencia es sólo una de las vías para llegar al socialismo como puede serlo también la vía electoral que transita Salvador Allende en Chile.
—Si admitimos que sus libros influyeron en ciertos grupos revolucionarios de América latina, usted tiene su cuota de responsabilidad en este proceso. ¿Nunca tuvo problemas de conciencia al pensar que sus lectores pueden tomar un fusil después de aceptar sus teorías?
—Yo no incito a nadie a tomar un fusil. El estudio de la guerrilla compone sólo un capítulo de mi obra dedicada especialmente a la política y la economía. La guerra es una ciencia: yo la analizo científicamente y planteo sus alternativas haciendo una síntesis de la economía, la política y la estrategia.
—Una cosa es la guerra y otra la guerrilla.
—Eso era antes. Terminaron los ciclos de grandes guerras cada dos décadas porque todos saben que la próxima puede ser la última. Aquí entra en escena la guerra revolucionaria; la guerra nuclear no existe.
—¿Qué papel juega Estados Unidos en ese proceso?
—Norteamérica vive en una permanente contradicción con América latina: si sube el precio de nuestras materias primas, ellos bajan su nivel de vida y viceversa. Ese juego no durará eternamente. Intervenciones como la de 1965 en Santo Domingo se repetirán, Si los yanquis se meten en América latina en una guerra al estilo Vietnam, no tendrán salida; además, provocarán el descontento y el levantamiento de sectores antibelicistas en su propio país. Al atender su retaguardia, al distraerse el Pentágono "en muchos Vietnam", como decía el Che, pueden perder la batalla en América latina y al mismo tiempo sus mercados y sus materias primas baratas. Si eso ocurre habrá diez millones de norteamericanos desocupados. No se olvide que el gobierno norteamericano es muy reaccionario mientras que su régimen económico es muy revolucionario.
—Al revés de China.
—¡Eso es! Con las estructuras de Estados Unidos se puede lograr un socialismo superior al de la Unión Soviética. Más aún: Norteamérica puede ser el primer país que llegue al socialismo integral. Bastará un cambio en la concepción económica, la sustitución de los trust por los consejos económicos o la autogestión, por ejemplo. Su adelanto tecnológico le permite llegar a un socialismo que no es posible alcanzar en una economía subdesarrollada.
—¿No exagera?
—Pero, dígame: ¿usted cree que en países de economías poco desarrolladas como Cuba o China puede instalarse un socialismo integral? Lo único que se logra allí es sustituir un régimen feudal por una revolución feudal o un socialismo de Estado. Los norteamericanos están preparados para cualquier cambio. Recuerde que ellos predican el imperialismo hacia afuera y la democracia hacia adentro. Esa contradicción es demasiado peligrosa.
(Bajo su tranquila apariencia de burócrata, Abraham Guillén esconde el antiguo fuego del comisario rojo que actuó en los combates decisivos de la guerra española. Basta poner en duda sus tesis, hacerle sentir que discursea en el vacío, para que explote en un torrente de cifras y argumentos.)
—¿Por qué no vuelve a España al amparo de la ley de indulto para los ex combatientes republicanos?
—No me dejan por mi labor de periodista y escritor que continúa trabajando contra el régimen de Franco.
—¿Cómo abandonó España?
—Compañeros de la resistencia antifranquista me dieron un salvoconducto para llegar a la frontera. En julio de 1945 llegué disfrazado de gitano a los Pirineos. Debía salir por Dancharinea. Me mezclé con un grupo de franceses que debían pasar el control fronterizo y mientras un compañero distraía a los gendarmes, enfilé por una avenida de álamos. Al final estaba Francia.
Cuando llegué, me detuve a mirar a los tricornios que paseaban junto a las barreras. Es la última imagen que tengo de España. Desde entonces, cuando escribo no pienso más que en una cosa: volver a España y derrocar a Franco.
Revista Siete Días Ilustrados
2/11/1970

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