Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


Apolo 11
Misión cumplida
El jueves 24 a las 12.49 (hora argentina) amararon en el océano Pacífico los tres astronautas que protagonizaron 3ª histórica misión a la Luna hazaña sin precedentes. Protegidos con trajes especiales para evitar una probable contaminación lunar (derecha) volvieron a la Tierra luego de trascurridos los ocho días más largos en la historia de la humanidad

Lentamente descendió los nueve peldaños de la escalerilla. Cuando llegó al último, 600 millones de seres humanos sintieron en sus gargantas el nudo de la emoción. "Este es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la Humanidad", dijo con voz firme Neil Armstrong en el instante en que su pie izquierdo holló la superficie lunar. Eran las 22.54 (hora argentina) del domingo 20 de julio. Momentos después, cuando la fantasmal superficie de la Luna llenaba a todos los humanos de un pavor genuinamente cósmico, un honrado ciudadano de Houston, Texas, se preguntaba si la frase de Armstrong sería de su propia cosecha o pertenecía, en cambio, a un manual de pensamientos célebres. Era la contracara de la hazaña, un rostro nada solemne, jocoso, familiar y bastante insólito, permanentemente presente en los nueve días que insumió la epopeya espacial. Una gesta que no siempre fue bien mirada: el vetusto pensador racionalista Bertrand Russell se entristeció pensando que "los humanos llevaban a la Luna sus rencillas y enconos terrestres"; Pablo Picasso, por su parte, espetó: "¿Apolo 11? No tiene ningún significado para mí". El sociólogo Lewis Mumford la calificó "de monstruosa hipocresía", refiriéndose a la leyenda pacífica dejada en la Luna por los selenautas.
Eugene Ionesco, en cambio, dijo que los tripulantes de la Apolo "son verdaderos héroes". "Es mucho más heroico hacer viajes espaciales que huelgas u obras teatrales", justipreció. Sin embargo, al margen de los retaceos, los tres conquistadores del espacio se ganaron ¡un importante lugar en la Historia. Algo así le dijeron al hijito de Collins. "¡Oh ... Sí! —respondió—. Papá ya entró en la Historia." Y acto seguido preguntó: "¿Qué es historia?". Su progenitor, desde 200 mil kilómetros de distancia, sentenció: "Díganle a Michael júnior que con o sin historia se porte bien". Así, entre la admiración y la sonrisa, entre el denuesto y el disparate, trascurrieron los ocho días que cambiaron al mundo y cuya crónica sintetiza, desde Houston, un enviado de SIETE DIAS.

NIXONIZACION DE LA LUNA
La aventura más grandiosa de todos los tiempos comenzó a las 9.32 (hora argentina) del miércoles 16, guando el enorme cohete impulsor Saturno 5 fue lanzado al espacio desde Cabo Kennedy, provocando un estruendo que estremeció al millón de personas que se concentró en La Florida para asistir al histórico despegue. Las 3.817 toneladas del cohete, tras vibrar en un mar de fuego durante 9 segundos, se catapultaron al espacio con un retraso de apenas 724 milisegundos y con una fuerza de 4.8 millones de kilos. Es el equivalente del potencial desarrollado por 92 mil locomotoras juntas o por 500 mil automóviles. Cuando la astronave había alcanzado los 64 mil metros el hormigueante mundo de Houston respiró aliviado. Nítidamente llegaba la voz de Armstrong en su primer mensaje en vuelo: "Houston —dijo el comandante—; comunicamos que la observación visual es posible hoy. Me dieron por fin una ventana por donde mirar". A las 11.59, cuando la Apolo había circunvalado la Tierra una vez y media, el Centro de Control ordenó a los astronautas la iniciación del viaje directo a la Luna. "Ese Saturno nos dio un impulso magnífico", comentó Armstrong cuando —diecisiete minutos después— encendió la aún acoplada tercera fase del cohete y la Apolo pudo vencer la fuerza gravitatoria de la Tierra. A las 12.53, cuando la nave lunar se había internado más de 10 mil kilómetros en el espacio desde su órbita inicial, los navegantes desacoplaron el tercer sector del Saturno, obra del coheterólogo alemán Wernher von Braun. Inmediatamente después realizarían una delicadísima maniobra: acopiar el LEM (módulo de excursión lunar) a la parte delantera de la cápsula. Para ello, la Apolo debió girar 180 grados y engancharse al vehículo alunizador, sujeto aún al tercer sector del cohete. En la noche del miércoles 16, día inicial del periplo espacial, los astronautas protagonizaron su primer show televisivo: las primeras imágenes mostraron las tonalidades azul verdosas del océano Pacífico. "Oye, Houston —dijo en ese momento Aldrin—, ¿no podrían hacer girar un poco la Tierra para que podamos mostrarles algo más que agua?" Antes de aprestarse a dormir, en su primera noche espacial, Armstrong ofreció al Centro de Control una descripción de la Tierra, a más de 60 mil kilómetros: "Desde mi ventana veo todo el territorio estadounidense, Alaska y el Polo Norte. También veo hacia el Sur la península de Yucatán, Cuba, la parte septentrional de Sudamérica y ahí se me acaba la escotilla", bromeó.
Momentos antes el presidente Richard Nixon les había dicho: "Llevan ustedes un sentimiento de buena voluntad en esta aventura, la más grande que haya emprendido el hombre". Horas después, tras la euforia del alunizaje, Nixon sería acusado por el New York Time de una pretendida "nixonización de la Luna". Es decir, cosechar dividendos que estrictamente le corresponderían, en opinión del influyente diario, al difunto John Kennedy. La "gente pobre", mientras tanto, hacía oír su voz a través del reverendo Ralph David Abernathy: "Debemos tener el lanzamiento del programa contra la pobreza, contra el racismo y la guerra. Un lanzamiento tan hermoso como el disparo a la Luna", espetó a unos 40 manifestantes que caminaban siguiendo a una carreta tirada por dos mulas que se desplazaba lentamente, como un símbolo sombrío, por la carretera que une el centro espacial con la Ruta Federal Nº 1. En el cielo, la Apolo 11 era un punto de fuego.

LUNA QUE SE QUIEBRA
El jueves 16 fue un día signado por la domesticidad. Los selenautas fueron despertados desde Houston con un boletín que les informó sobre el misterioso navío soviético Luna 15, sobre el reintegro del rugbier Joe Namath a su tradicional equipo y sobre una decisión mexicana: los hippies deberán cortarse el pelo si desean entrar en el país. "En cuanto a ese despacho, puedo decirles que los tres nos rapamos a la salida", dijo Collins, y refirió a continuación su actividad espacial: "He estado trabajando mucho hasta el momento y pienso tomarme la tarde libre. He tenido que cocinar, barrer y casi coser y todas esas tareas domésticas habituales", confió.
El viernes 17 los astronautas sorprendieron a Houston con una sorpresiva traslación de Aldrin —el más lacónico de a bordo— a través del estrecho túnel que conduce al LEM. "¡Qué vista fantástica tengo desde aquí. Veo la escotilla y los pasamanos de la nave de comando!", se entusiasmó. La noche anterior durmieron nueve horas y un miembro del control de Houston se quejó: "El viejo Evans (un astronauta que es locutor desde Houston en turnos de noche) se queja de que ustedes no le dan oportunidad para abrir la boca. Lo llaman el locutor silencioso".
En la tarde del sábado 19 la Apolo 11 se colocó en órbita lunar. Houston informó a la nave que el Pravda de Moscú bautizó a Armstrong como "el zar de la cosmonave". Momentos después, al atender una llamada desde la Tierra, Aldrin acotó: "El zar está lavándose los dientes. ¿Qué puedo hacer por ustedes?". Armstrong, por su parte, describió la imagen de la Luna que llenaba la casi totalidad de la escotilla: "Se trata de una vista que justifica el viaje", dijo. Así llegó el día 20, un día que quizás, en futuras historias, signe el cierre y la apertura de una nueva era para la Humanidad. A pesar de ello, en ningún momento pudo infiltrarse la solemnidad en los emocionados diálogos que se sucedieron entre los tripulantes del Águila (vehículo al que Armstrong y Aldrin se trasladaron a las 13.47) y el Centro de Control de Houston. "El Águila tiene alas", explotó Armstrong cuando el LEM iniciaba el descenso hacia la Luna. Cuando las dos naves se separaron, Collins comentó jocosamente: "Tienen un buen aparato, aunque vuelen patas arriba". Y añadió: "Los veré luego", con un tono que sonó a displicente, por cuanto ese "luego" implicaba una separación de 30 horas y un reencuentro improbable y una soledad terrible y silenciosa. Sin embargo, en momentos en que la nave madre se perdía por encima del módulo espacial, Armstrong, a manera de saludo, dijo: "Navegas muy bien".

TRANQUILIDAD Y CRISIS
"Aquí Base Tranquilidad. El Águila ha descendido", dijo Armstrong con una voz en la que no se pudo advertir la más mínima emoción. Tras eludir un cráter erizado de rocas, "grande como una cancha de fútbol", según el propio Armstrong, el Águila contactó la superficie lunar a las 16.18 hora argentina, mientras Collins cumplía su órbita número 15 en torno del satélite. Cuando se mencionó desde Houston las caras sonrientes del equipo de control, Armstrong dijo: "Aquí también hay dos". Una voz jocosa llegó a la base: "No olviden a la tercera aquí arriba". "A ustedes, en la Base Tranquilidad, les digo que han realizado una tarea magnífica", terció Collins. La respuesta de Armstrong no se hizo esperar: "Tú limítate a mantener en órbita esa base, por nuestro bien", espetó. Luego sugirió al Centro de Control: "Recomiendo comenzar la caminata a las 21". Poco después los astronautas comenzaban su primera cena en la Luna, un refrigerio cuyas características no describieron: pudieron optar por un desayuno o algo más suculento. Siguieron entonces los minutos que mantendrían en vilo a la Humanidad: una espera que se postergó hasta las 22.54, momento en que Armstrong, un estadounidense de 39 años que —al igual que los hermanos Wright— es nativo de Ohio, posó su pie izquierdo en el satélite terrestre, desechando arraigadas supersticiones al respecto.
La gesta tuvo imprevisibles consecuencias, algunas de índole moral: los ladrones de casi todo el mundo permanecieron esa noche inactivos, con excepción de los recluidos en la prisión de Savannah, Georgia: aprovechando la distracción originada por la televisación de la epopeya se escaparon 17. Y un apostador londinense perdió —por culpa del éxito de la Apolo— 9.200 libras esterlinas. "Para la expedición a Marte seré más cauto en la aceptación de apuestas", anticipó. El mundo de la frivolidad también acusó el impacto: en la Costa Azul prospera una danza titulada LEM, que se ejecuta con acordeón electrónico y cuya coreografía exige imitaciones del movimiento de traslación y rotación terrestre. El mundo de los distraídos tuvo su colmo en una baby-sitter de Boston que cuidaba un bebé en una calle sugestivamente llamada Luna (Moon). Cuando los periodistas le preguntaron qué se sentía viviendo en la calle Luna el día en que se protagonizaba la gran hazaña, contestó, impávida: "¿Qué gran hazaña?". Al explicarle que los astronautas habían llegado a la Luna, respondió, jugosamente: "bien hecho". Y las incidencias hicieron que el vuelo capitaneado por Armstrong fuera el número vigésimo primero propulsado por cohete Saturno y también el vigésimo primer vuelo tripulado.
El lunes 21, a las 13.54, el Águila despegó de la Luna, buscando al Columbia —la nave madre—, donde Collins sobrellevaba 30 horas de soledad. Y a las cinco de la tarde las dos naves se hacían una, comenzando un vertiginoso viaje de retorno que culminó el jueves 24 de julio, a las 12.53, cuando los paracaídas se abrieron apaciblemente sobre una bola enrojecida donde estaban encerrados los tres selenautas, que comenzaron una cuarentena que se extenderá hasta el 12 de agosto, en previsión de una eventual —e inquietante— contaminación por gérmenes selenitas. Por ello no hubo ni abrazos ni apretones de mano para los héroes de la Luna, izados a bordo del portaaviones Hornet y enclaustrados en un cubículo móvil, donde los saludó Nixon, poco antes de iniciar su gira por diversos países del mundo: se lo veía muy satisfecho de haber ganado la carrera espacial. Una competencia cuyos dos exponentes —Apolo 11 y Luna 15— protagonizaban una humorística comparación. "La Luna 15 se estrelló en el Mar de la Crisis y la Apolo 11 llegó con éxito al Mar de la Tranquilidad. Cualquier similitud con Los países respectivos es pura coincidencia", ironizan en Houston los afectos a la política internacional, en tanto prosigue la gritería universalista derivada de la hazaña científica.

PIE DE FOTOS
-Aplausos en el Centro Espacial de Cabo Kennedy (arriba), festejando el exitoso lanzamiento de la Apolo 11. Cuatro días más tarde, Armstrong (extremo derecha) pisaba la superficie de la Luna. En ese instante, los principales cerebros del proyecto (abajo), George Trimble, Christopher Kraft, George Low y Robert Gilruth contuvieron la respiración. Los astronautas Aldrin, Armstrong y Collins (der.) antes de la hazaña.
-Varios días antes del lanzamiento, densas caravanas de automovilistas atosigaron las rutas de acceso a Cabo Kennedy. Los visitantes (arriba y abajo) convirtieron las playas adyacentes a la base en un gigantesco campamento de veraneo. Curiosidad.
-Nunca la Historia había registrado un hecho semejante: por un lado, 600 millones de humanos asistiendo al mismo ritual, a idéntica ceremonia: el descenso del hombre en la Luna, el domingo 20 a las 22.54; por otro, la significación de ese hecho: ¿o acaso Neil Armstrong, al posar los pies en suelo selenita no vaciló en soltar sus manos de la escalerilla del módulo? Era dejar la Tierra y lanzarse a vivir en un munido desconocido (una vivencia que el niño siente cuando deja el regazo de su madre). Estas dos cosas sintieron 600 millones de habitantes (arriba, las portadas de un puñado de periódicos; en las fotos, las expectativas en Buenos Aires y en Moscú —abajo, izquierda—). Sin embargo, en esa liturgia cósmica estuvieron ausentes 800 millones de hombres: los de China comunista, Corea del Norte, Vietnam del Norte, y Albania. En ejercicio de suprema idiotez, sus gobernantes negaron al pueblo el derecho a la noticia.
Revista Siete Días Ilustrados
28/07/1969

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