Para
una historia de espías
Por el CAMARADA X
AXIS SALLY, LA SONRIENTE TRAIDORA
Como la Rosa de Tokio, pero desde Berlín,
decía cosas bonitas a los soldados americanos que luchaban en el frente.
LA semana anterior
contamos en estas páginas dedicadas a los profesionales del espionaje,
la trayectoria poco feliz de Iva Toguri d'Aquino, la Rosa de Tokio, que
si bien no fué del todo espía, llegó a ser bastante traidora y por ello
se ganó un merecido lugar entre rejas. Hoy vamos a dedicar este espacio
a otra inteligente y no menos eficaz traidora de los Estados Unidos,
norteamericana de origen y antiyanqui por temperamento, radicada en
Berlín desde los días de la primavera de 1934 y empleada, no se sabe
bien desde cuándo, en el servicio de contrapropaganda de los alemanes.
Mildred E. Gillards, que así se llamó la que
ahora interesa estos párrafos, fué en vida, aunque no se tuvieron
noticias ciertas sobre su muerte, solamente traidora. Traidora porque,
como la bella Iva Toguri, dedicaba algunos minutos de la noche en decir,
desde los micrófonos de Radio Berlín, cosas bonitas para los soldados
norteamericanos que luchaban en los frentes próximos.
En estos momentos, en que los traidores
terroristas, tirabombas, saboteadores y dinamiteros están a la orden del
día entre nosotros, ahora que sabemos cómo proceden estos miserables
amamantados por la loba del dólar, el más vil y astuto de los dineros,
no nos extraña que entre ellos los hayan tenido, y menos de los
caracteres poco envidiables de esta Mildred de la historia, que no
sabemos bien si fué perdonada para aprovechar en beneficio propio los
conocimientos profesionales, o si, como merecía, la justicia llevó sus
posaderas a la poco cómoda silla eléctrica, meta de la gran carrera
democrática que sigue el grande y culto país del norte.
Porque si alguna vez nos ha llegado la
noticia de su prisión o de su muerte, no debemos creer mucho en estas
noticias. Sabemos que hubo casos ejemplares en este tema de espionaje y
traición, en los que, como Yoshito Kawajima, hubo quien murió tres veces
en diferentes lugares, para aparecer algún día dispuesto a morir por
cuarta vez, o como en el caso de aquellos espías rusos que se ahorcaron
en una carretera mientras pagaban bajo su vista las tropas del enemigo,
para soltarse luego que terminó el desfile, y dar un detalle exacto de
los pertrechos observados desde la incómoda posición.
La técnica de la traición encontró en la
desgraciada Mildred uno de sus más útiles elementos. Ella fué la
creadora y ejecutora de un sistema de infiltración en el campo enemigo
por medio de las palabras dulces, de los recuerdos amables o de los
consejos que perseguían desintegrar la moral de los rubios muchachos de
Texas o de los negros sacrificados de Harlem. Bajo el nombre de Axis
Sally popularizó una audición que llegaba misteriosamente a los oídos
desesperanzaos de los hombres ansiosos.
Todas las conjeturas posibles, relatadas
graciosamente por Axis Sally, se filtraban cabalgando en las ondas
sonoras de Radio Berlín para darle al soldado un motivo de
disconformidad por su situación hasta crear en su ánimo la idea de
rebelión, su deseo de regresar al continente natal, su expectativa por
un final incierto, su dolor por el desamparo de los suyos, su rencor, su
indisciplina.
El valor que puedan haber tenido las charlas
nocturnas de Axis Sally como factor bélico, puede ser pesado por
nosotros ahora. Los norteamericanos se cuidaron bien de guardar la
reacción de sus muchachos, tanto en el caso de Mildred como el ya
comentado en estas notas de la Rosa de Tokio. Eso sí, y sobre todo en el
caso de Mildred E. Gillard, se ocuparon de dar un precio alto por su
cabeza. Tras ella salieron los hombres infalibles del F B I, institución
donde ningún expediente se archiva antes de ser concluido, pero
regresaron sin la cabeza de Axis Sally y el expediente fué archivado, ya
que Mildred estaba detenida en Marruecos por una contravención, pasando
a manos allí del U. S. Connter Intelligence Corps. Ellos descubrieron
entonces que la interesante Mildred fumaba alrededor de 42 cigarrillos
diarios, que había nacido en Portland en 1909, que tenía pasaporte
visado por las autoridades de varios países, que sus piernas eran
demasiado largas a la altura de la pantorrilla y los muslos
elegantemente angostos.
Como de costumbre, informaron sobre una
serie de detalles que poco o nada interesan. Alguna agencia inventó la
novela de Mildred, que circuló por entregas y con carácter de
exclusividad para los más afamados periódicos. Hasta se le creó una
aureola dramática, que rodeaba un amor de juventud con final trágico,
con lo que se pretendía justificar en algún modo la traición en el campo
enemigo. La
verdad de las cosas es que la desgarbada y poco elegante Axis Sally
había cobrado sus buenos reichmarks por aquel trabajito de traición, y
si las cosas de la historia se repitieran desde la tumba, si es que en
ella está, su traición también habría de repetirse.
Su sonrisa, adivinada noche a noche a través
de los auriculares de campaña, tuvo sin duda un valor. El valor, un
tanto delincuente, que era toda ella en su locución invariable bajo los
bombardeos de la R.A.F., cuando las mujeres v los niños caían entre el
ensordecedor zumbido de las bombas. Su palabra era, seguramente, la de
una mujer que pudo haber querido mucho a su patria, pero que también,
seguramente, odiaba la guerra.
Y porque odiaba ese desordenado ruido de la
destrucción prefirió ser traidora y morir en la silla eléctrica, o
venderse, esta vez a su patria, ya que esto último también es posible.
Seguirá fumando 42 cigarrillos diarios, y ése será el detalle que algún
día revele su identidad de ahora, cuando, como Yoshito Kawajima, deba
morir un par de veces más para justificar esta profesión de los espías.
Revista PBT
22.05.1953
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