Ciro Roberto Bustos
38 años, dos hijas, lugarteniente de Ernesto Guevara en la guerrilla boliviana, condenado a treinta años de prisión, liberado por amnistía del gobierno del general Torres
Un guerrillero en familia

Estuvimos en Chile. No hablamos con Regís Debray porque se mantuvo totalmente alejado de la prensa local y mundial. Pero sí vivimos con Ciro Roberto Bustos los momentos de su encuentro con su familia. Estuvimos varias horas con ellos. Asistimos sin pensarlo a la vida cotidiana del célebre guerrillero que fuera lugarteniente de Ernesto Guevara. Se produjo mientras almorzábamos un suceso totalmente insólito que nos tocaba muy de cerca. Bustos habló y habló explicando los entretelones de los interrogatorios a que fuera sometido. Se explayó largamente sobre los motivos por los que realizó los célebres dibujos en los que se veía al Che y a otros guerrilleros. El enviado de SEMANA lo indagó en todos los niveles y obtuvo más de una revelación inesperada por nuestros enviadas a Chile, MIGUEL BONASSO y el fotógrafo CARLOS DULITZKY

Nosotros también padecemos de francofilia. Una vieja pasión por los intelectuales galos. Así que fuimos a Chile a buscar al francés Regis Debray y descubrimos al argentino Ciro Roberto Bustos, el otro liberado de Camiri. Esa es también nuestra culpa, no haber buscado a Bustos de entrada.
Cuando llegamos a Santiago los liberados estaban en Iquique, una población del norte de Chile adonde habían sido llevados desde Bolivia. Allí solamente estaba el corresponsal de France Presse y un enviado del Canal 7 de Santiago. Allí hubo unas pocas fotos y algunas declaraciones sueltas.
Pero pronto se hizo el anuncio de que bajarían a Santiago y nos decidimos a abordarlos allí; pensamos que no sería fácil pero estábamos lejos de suponer toda la operación "jamesbondesca" que se iba a montar para despistar a periodistas locales y extranjeros.
Todo comenzó con el arribo. Nadie sabía a qué aeropuerto de los varios que hay en Santiago y sus alrededores iba a llegar el avión de carabineros que trasladaba a los hombres que habían participado con Ernesto "Che" Guevara en la guerrilla boliviana.
Nosotros recibimos un dato "en firme" y nos fuimos al aeropuerto de Tobalaba que es, precisamente, base de los Carabineros. Otros fueron a Los Cerrillos y hasta algún incauto creyó que podía ser en Pudahuel. Naturalmente el avión bajó en El Bosque, un aeródromo militar, y consecuentemente no hubo ni una foto de la llegada de Debray y Bustos a Santiago de Chile.
Nosotros, en Tobalaba, nos tuvimos que conformar con divisar al avión que aterrizaba sin su preciosa carga periodística.
Pero eso no fue nada. Lo grave de la operación despiste empezó con la reclusión de Regís Debray en una ignota casa de Santiago solamente conocida por un selectísimo grupo de personas. Y hasta hubo, claro, notas cómicas, como la que protagonizó el diario oficialista "La Nación" que llegó a dar la crónica minuciosa del descenso de Debray... en Los Cerrillos.
Esa no sería por cierto la única metida de pata. En cuanto se instaló en Santiago el autor de "Revolución en la revolución" comenzó a circular insistentemente el rumor de que pasaría una temporada de descanso en Isla Negra, en la residencia del poeta Pablo Neruda.
Los diarios, "El Mercurio" incluido, lo dieron por hecho. Nosotros también y así fue como en la Nochebuena nos largamos para allá con una fabulosa carta de recomendación para Don Pablo.
Llegamos a la hermosa residencia, justo sobre la última campanada de las doce. De adentro de la casa sólo venía el rumor del mar y no se veía un alma. Eso nos dio mala espina. Un criadito de unos quince años vino a ver quién era el temerario que venía a interrumpir la cena de Neruda y un grupo de amigos. Le dimos la carta y para nuestra sorpresa el poeta de "Residencia en la Tierra" no se dignó a venir a saludarnos, o hacernos pasar siquiera a un vestíbulo. Sólo se limitó a decir por el mensajero "que ese señor que ustedes buscan no ha venido. Que ha dejado recado que va a venir pero que todavía no vino, le deseamos a Neruda felices pascuas y nos volvimos a Santiago. Al día siguiente comprobamos que la "mufa" no era sólo nuestra: el "misterio en torno a Debray" (como titularía el diario comunista "El Siglo") comenzaba a indignar a la propia prensa chilena.
A tal punto que en su edición del 25 "Puro Chile" titulaba: "A DEBRAY LO DEJARON LIBRE EN BOLIVIA Y LO RAPTARON EN CHILE".
La respuesta gubernamental no se hizo esperar, pero llegó a través de un comunicado del propio Regis Debray. Tomó la forma de una carta al ministro del Interior, José Tohá, en la que Regis agradecía al gobierno "por haber accedido a mi solicitud de residir en Santiago con la mayor discreción posible. He preferido evitar todo movimiento excesivo en torno a mi situación, para descansar y estudiar". Señala después que ha limitado sus contactos periodísticos a unos pocos amigos personales y que los ampliará más adelante: "cuando el interés de La opinión pública tenga otros focos de atención más importantes". Era evidente que el Gobierno, sensible a los reclamos de la prensa, quería —muy comprensiblemente— limitar su responsabilidad en el operativo ocultamiento. El creciente despecho del periodismo nacional y mundial iba en aumento. Así fue como Radio Portales llegó a insinuar en un comentario que el revolucionario francés temía la requisitoria periodística. Ese temor —según Radio Portales— radicaría en la necesidad de tener que explicar su confesión acerca de la presencia de Guevara en Bolivia.
Por nuestra parte, en un momento determinado, logramos establecer contacto con algunos de esos pocos amigos personales del francés y tratamos de establecer el paradero de Ciro Roberto Bustos y de enviarle una carta y un cuestionario a Debray. En la carta que precedía al cuestionario le señalábamos que éramos una revista comercial y no política, pero no menos comercial que el "Nouvel Observateur" y "L'Europeo" medios para los que no había vacilado en hacer declaraciones. También le dijimos que no queríamos que el público argentino, como importante fracción del gran público latinoamericano, se quedara con la idea de que él sólo hablaba para medios europeos.
Pero ni polémicas ni dulzuras dieron resultado.
Y entonces se hizo justicia. Nosotros empezamos a proceder justamente dirigiendo nuestro interés hacia nuestro compatriota Ciro Roberto Bustos, que había estado preso en Camiri y vivido iguales peripecias que el francés y de quien muchos se habían olvidado. Comentando la actitud de Debray con otros colegas, un periodista chileno apuntó con impiadosa ironía:
—¿Sabés la impresión que tengo viejo?... Que este chico procede como un niño mimado. Que se sabe en el fondo muy protegido. Por su gobierno, por la intelectualidad y por el aparato cultural francés. En suma, bah, es un poco el "regalón" de la Revolución.

De pronto alguien largó el chimento: Bustos está en "El Conquistador" y para allí partí, sin Dulitzky que aguardaba en el "Carrera" completamente desesperanzado. Mientras caminaba bajo el solazo del mediodía santiaguino repasaba mi información sobre tan controvertido personaje de la guerrilla boliviana.
Varias razones me lo hacían terriblemente atractivo para un intenso buceo psicológico. Bustos no había recibido ningún pedido internacional en su favor. No hubo escritores argentinos que imitaran a Malraux, Mauriac y Sartre en sus rogativas por Regis Debray. No hubo funcionarios de nuestro país que, olvidando diferencias ideológicas como hizo De Gaulle, interpusieran su influencia ante las autoridades bolivianas. No hubo periodistas que recordaran que él también estuvo en Camiri. No hubo comisión de ayuda. No hubo fondos. No hubo nada. Sólo sospechas que se contabilizan fácilmente.
Sospechas que arrancaban de sus famosos dibujos entregados a los investigadores de la CIA, dibujos del Che y de otros guerrilleros que, según algunos, equivalieron a una confesión.
Pensaba si Bustos querría hablar conmigo o no, cuando lo descubrí en el hall del hotel. En ese momento lo estaba reporteando el Canal 7, único medio de prensa del mundo que lo había ubicado hasta ese momento.
Mientras él hablaba, con voz baja y grave, su esposa Ana María conversaba con una amiga porteña y sus dos hijitas, Paula y Andrea, correteaban entre los sillones.
Yo escuchaba sin oír, pensando en llamar urgentemente a Carlos y temiendo hacerlo por la posibilidad de abortar la entrevista antes de que se produjese. Al cabo de unos instantes Bustos me fue presentado. Accedió rápidamente a la entrevista y utilizó el tuteo como el mejor puente para acortar distancias.
Llamé a Carlos y nos fuimos al bar.
Las nenas seguían jugando entre retos de la madre y ternezas del padre ("es un sobreprotector —me dijo, sonriendo, su esposa Ana María—, me va a echar a perder todos los esfuerzos hechos para educarlas") y en una de esas Dulitzky les pescó una expresión reveladora: "Es una familia —dijo Paula, la mayor—, toda una familia".
Se comprendía entonces la sobreprotección como compensación. Como si me escuchara pensar, Ana María volvió a decirme: "Es que las que han pasado estas niñas. La menor no tanto porque era muy chiquita cuando se fue el padre, pero la mayor ya tenia dos años".
Y luego me dijo rápidamente:
—Pero no pongas todas estas cosas. No nos gustan esta clase de reportajes. No queremos aparecer llorones ni declamatorios.
Ciro, mientras tanto, hablaba con fervor del pueblo boliviano.
—Yo no quisiera decir nada que resulte una agresión para ellos. Ni que la cárcel era pestilente, ni miserable, ni acusarlos de cosas de las que no tienen la culpa. Tampoco es cierto que hubiera esa reacción popular en contra de los "extranjeros". Al contrario, siempre recibimos expresiones de solidaridad de campesinos y gentes humildes que se acercaban a preguntar: "Ciro, ¿cómo vas?" o "Hazme un dibujo", o que cuando no tenia nada que leer (porque nadie mandaba nada) se acercaban con regalos increíbles y conmovedores. ¡Hasta con una revistita del "Pato Donald"!
Así que no puedo decir nada que los hiera. Incluso quiero agradecer a los que hicieron el "rescate", porque nuestra liberación fue un verdadero rescate, ya que corríamos peligro de ser asesinados. A los que superando obstáculos y haciéndose eco de las organizaciones obreras y estudiantiles, nos liberaron y nos mandaron para acá.
—¿O sea el grupo Torres?
—Sí, claro.

Paula y Andrea, que estaban sin almorzar y bajo los efectos de la tremenda tensión vivida con el reencuentro de su papá, hicieron oír su protesta.
Los colegas chilenos ya se habían ido en pos de Regis Debray que seguía siendo un fantasma bien guardado. Ciro nos invitó a subir a su habitación.
Mientras íbamos en el ascensor experimenté bastante vergüenza por nuestra profesión: allí estábamos de pronto, una tarde de Navidad, interfiriendo en la intimidad de una familia que volvía a reunirse después de tremendas contingencias y que quería estar como cualquier familia del mundo, sea de revolucionarios o de empleados públicos.
De entrada no más Ciro se excusó por la calidad del departamento:
—No me gusta vivir así. Nos vamos a ir volando de este hotel tan caro.
—Además no tenemos un centavo —acotó Ana María.
En realidad Bustos había sido depositado allí sin más trámites a su llegada con Debray a la capital chilena.
—¿Te vas a quedar en Santiago? —le pregunté.
—Por ahora no tengo otra alternativa. Después veremos. Pero te diré que me place estar en Chile. En Iquique fue emocionante la actitud de la gente. Todos se acercaban para decirnos lo contentos que estaban por nuestra liberación. Todos; mirá, tanto el alcalde y el intendente, un empleado de la telefónica y toda la gentes del pueblo que se acercó solidaria.
—A propósito, ¿cómo ves el proceso chileno desde tu perspectiva revolucionaria que presupone como única posibilidad la realización del socialismo a la toma del poder por la fuerza? ¿Cómo ves esta variante original que es el proceso chileno?
Bueno, creo que es la primera vez que sucede una cosa así, ¿no? Pienso que ahora deberán esperar, trabajar y defender lo que han logrado.
Y tratar de que no sea...
—...¿Desvirtuado?
—Desvirtuado, sí... pero no por las fuerzas de la Unidad Popular, sino por la conspiración de los reaccionarios.
Y aquí se interrumpió la primera parte de la charla, Bustos fue solicitado por su amigo, el periodista George Andrew Roth que estuvo detenido con ellos en Bolivia y Dulitzky y yo nos fuimos a la pieza de al lado a jugar con las nenas.
Yo sé que a Bustos no le va a hacer ni pizca de gracia que cuente esto pero tengo que contarlo: en un costado de la habitación había un arbolito de Navidad, como los que se arman en cualquier casa burguesa.
Y me gustó que estuviera. Y que hubiera sido el propio padre el que lo hubiera armado para las chicas la noche anterior.
Sobre las camas, Paula y Andrea habían dispuesto unas muñecas con las que jugaban al sanatorio. Una se puso unos anteojitos de doctor y la otra una toca de enfermera. De pronto entró Ana María y retó tiernamente a sus hijas: "¿Qué hacen?, sáquense esas cosas... No me gusta que se disfracen para el show".

El diálogo surgió rápidamente con ella: me contó cómo se conocieron, cómo pese al riesgo que presuponía la vocación revolucionaria de su esposo "no quisimos negarnos la posibilidad de tener hijos", cómo habían sido esos tres años en los que tan pocas veces pudo verlo a Ciro a quien sus hijas sólo habían visitado en tres oportunidades.
La situación era abrumadoramente insólita: estaba en el centro mismo de la cotidianidad de un revolucionario.
La esposa de Bustos me descubría esa cotidianidad al evocar, suavemente, todo lo que hay más acá del enfrentamiento con la muerte: la separación, las penurias económicas, la aceptación de la ayuda de los padres que viven horrorizados la experiencia de sus hijos, toda la marginalidad que conlleva la actividad clandestina.
Y entonces Paula, que lógicamente reclamaba la atención de su mamá abrió la boca y le mostró hasta la campanilla.
—Ajá ... ¡Qué lindas anginas estás por tener! —dijo Ana María y me explicó las reacciones clásicas que la chica había hecho al encontrarse con su padre.
Las somatizaciones reinaban por doquier y en ella misma la angustia había florecido en forma de erupción en el rostro. No quise seguir ahondando en el tema de la dualidad entre el compromiso con la revolución y el compromiso con los hijos. Le hablé entonces de otra dualidad de Bustos: la que supuestamente podía existir entre pintura y revolución.
Ana María se rió mucho y me dijo:
—Mirá, mejor se lo preguntás a él. Pero ya sé lo que te va a decir: la pintura es una cosa que quedó atrás. A él le interesa esencialmente la revolución. Y hace muchos años que no pinta. Aunque fijate, tiene una gran facilidad, dibuja estupendamente bien y creo que como oficio eso va a servir para que se gane la vida si nos quedamos por aquí. Porque a nosotros no nos gusta vivir de upa.
Se lo pregunté después a él, cuando mediaba la tarde y seguíamos desovillando esos cuatro años que van de la guerrilla en Ñancahuazu hasta el exilio chileno. Ciro también se sonrió y me dijo:
—Creo que es una tontería eso de andar pintando mientras se muere tanta gente. Además estoy completamente desactualizado; me hablan de acrílico y yo pregunto: "¿qué es eso?". No, realmente no me imagino haciendo las macanas de la Minujin.

Y luego acotó sorpresivamente mientras miraba las cámaras de Dulitzky:
—¿Sabés lo que me gustaría?: el oficio de él. Creo que la fotografía sí es moderna y revolucionaria. Una foto buena y veraz vale por cien proclamas. Tiene la potencia de una ametralladora 50.
Cuando Bustos concluyó su charla con Roth propuso que nos fuéramos todos a almorzar. Salimos. Santiago empezaba a bostezar su siesta navideña. Caminamos por la ciudad ante las discretas miradas de reojo de algunos pocos curiosos.
Ya en el restaurante mientras la madre trataba de mantener a las
niñas en caja, justamente para restituirles un clima de normalidad, el padre se mostraba un juez muy benigno.
Mirándolas me dijo en voz baja:
—Tú me preguntabas antes por mi futuro. Como verás mi futuro ahora son ellas. Me debo por ahora a las tres. —Y agregó rápidamente:
—Pero ojo... lo que no significa que haya renunciado a la revolución, ¿eh? Simplemente es... Bueno, podría decirse —sonrió— que me estoy tomando unas vacaciones.
Yo recorría la mesa, Bustos, Ana María, Carlos, Roth, las chicas y me invadía una profunda sensación de irrealidad. Una sensación de irrealidad, o de realidad increíble, que pocos minutos después haría crisis con un acontecimiento espectacular. Una increíble coincidencia que estaba directamente vinculada conmigo mismo. Todo comenzó cuando reconstruimos los difíciles momentos de la detención y el proceso.
—¿Cómo se encadenaron las cosas para que llegaras a desembocar en la guerrilla boliviana?
Bustos pasó entonces revista a sus años como agitador, a su experiencia cubana, a su primer encuentro con el Che allá por 1961, a su participación en la guerrilla salteña hasta...
—Hasta que un día el Che me ordenó ir a Ñacahuazo a unirme a su guerrilla boliviana. Y digo me ordenó porque él era mi ¡efe. Lo fue desde que lo conocí en Cuba. Era un hombre sensacional. En la guerrilla cuando teníamos hambre nos alimentaba a p. ... Y cuando uno que había estado cinco días con la panza vacía, macheteando para abrir un camino, cometía un error, él lo mandaba a gritos a repararlo.
Y el que había sido reprendido se iba volando a hacer las cosas bien.
Y hasta había algunos que lloraban de vergüenza porque el Che los había regañado. Y cuando luego de hacer las cosas como es debido, el que había sido retado volvía, el Che no le pasaba la mano por el lomo. Simplemente le volvía a hablar con naturalidad, como antes...
La charla sobre Guevara fue extensa y Ciro reveló:
—Están equivocados los que creen que su objetivo era Bolivia, su objetivo era la Argentina. Es más: en una entrevista secreta a la cual me convocó especialmente me reveló que el objetivo estratégico era la toma del poder político en la Argentina.
Introduciendo otro elemento novedoso, Bustos negó que el Che hubiera sido altanero frente a la muerte.
—Mire. Yo no sé muy bien como pasaron las cosas. Pero por conocerlo muy bien no creo en todo eso que se dijo de las escupidas y los insultos. No lo creo. Que habrá tenido enorme entereza, no me cabe la menor duda, pero con naturalidad, sin ostentaciones.
Y ahí llegamos al punto álgido de la charla. Después de varios rodeos le pregunté:
—¿Vos leíste lo que dice de vos Oriana Fallaci en el reportaje a la mujer de Regis Debray?
El negó con la cabeza.
—Lo publicó en la Argentina nuestra revista. ¿Querés verlo. Tengo aquí el ejemplar.
Asintió y yo saqué la revista que llevaba en mi portafolios con esa finalidad. Le marqué el párrafo donde dice: "El único que habló fue Ciro Bustos que, atemorizado por la amenaza de muerte contra su mujer y sus hijos, el 23 de abril dibujó el retrato de doce guerrilleros entre los que se encontraba el Che".
Cuando terminó de leerlo levantó la vista y me dijo:
Es totalmente falso lo que dice Oriana Fallaci ahí. De cabo a rabo y debe haberse inspirado en el libro que escribieron dos bolivianos con materiales suministrados por la CIA.
Mirá si querés que te cuente prestá mucha atención porque explicar esto es muy importante para mí.
Después de casi tres meses de estar detenido e incomunicado yo aparecí, ante los ojos de los demás, como un simple engañado. Un inocente que estaba totalmente desinteresado de la guerrilla. Lo que era complemente falso.
Ahora bien, es cierto que debí asumir ese papel ingrato y falso que lastimaba a mi orgullo por dos razones esenciales: primero, para preservar a todos mis contactos en la acción clandestina de mi país.
Y también para poder romper la incomunicación y lograr enviar un mensaje que era fundamental para la suerte de la guerrilla. Cuando advierto que me interroga un funcionario de ¡a CIA y no un policía boliviano decido ganar tiempo a toda costa. Recuerdo lo aprendido durante mi preparación: que ellos tienen medios sutiles cuando quieren arrancar las cosas. Métodos que a veces no son la tortura física. Que pueden estar en una inocente taza de café o en una inyección que no se puede evitar.
Así, trato de convencerlos a toda costa que yo no tengo ninguna importancia en ese proceso, que no comparto las ideas de los guerrilleros; trato de que piensen que no hay necesidad de utilizar esos medios sutiles conmigo.
—¿De qué manera?
—Bueno, desde el 22 de abril hasta mediados de mayo trato de que crean que soy el dueño auténtico del pasaporte que llevaba. Juro que vine a Bolivia Invitado como periodista para participar en una reunión de izquierda que iba a hacerse en La Paz. Que luego esa reunión se hizo en un campamento guerrillero de Ñancahuazu. Juro que yo protesté por eso pero que una vez allí, pese a mi protesta la cosas se desencadenaron de tal manera que aparecí implicado.
Dije, claro, que desconocía la estructura de esa organización porque había entrado y salido de noche. Que no había visto al Che. Qué no había visto cubanos. Que el jefe era uno llamado Inti (cosa que
el Che me había dicho qué debía decir llegado el momento), que había oído hablar de un tal Ramón, que los guerrilleros serían 80 o 100 (o sea un dato falso) y de varios seudónimos de guerra, que para eso son seudónimos precisamente.
—¿Y esa historia fue creída?
—Me aferré a ella y hasta llegué a reclamar con ingenuidad un abogado argentino. Siempre en el afán de ganar tiempo y lograr que me levantaran ¡a incomunicación. Es por eso que termino haciendo los dibujos que tantas críticas me han valido.
—¿Cómo ocurre eso, concretamente?
—A mediados de mayo la CIA, el ministerio de Gobierno y la II Sección del Ejército demuestran que yo no soy el que dice el pasaporte, que Ramón es el Che Guevara. Que hay en la guerrilla 17 cubanos. E infinidad de detalles más, reveladores de todo lo que saben, como la destitución de Marcos y otros que figuran en el diario de Braulio que encontraron en el campamento.
Además no te olvides que se había producido la involuntaria confesión del "Loro" Vázquez, el guerrillero que estaba herido y al que Eduardo González de la CIA le montó toda una "mise en scene" para que creyera que un periodista enviado por Castro quería saber noticias del Che. Noticias que te dio a ese falso periodista. Además, a mi me hicieron escuchar la cinta en donde Debray, ante la evidencia de lo del "Loro", también admitía que había venido a hacerle un reportaje al Che y que lo había conseguido.
Así que la presencia del Che ya era innegable.
Así pues, les digo "Empecemos de nuevo". Doy entonces mi nombre verdadero, mi verdadera dirección. Reconozco que mi verdadera profesión no es periodista, sino pintor...

Y ¿cómo justificás tu presencia en la guerrilla?
—Bueno, ahí cambió la cosa. Pero sigo negando mi vinculación con la guerrilla. Por eso invento un personaje ficticio: Isaac Rutman. Él me ha dado el pasaporte, él me invitó a viajar a Bolivia para, participar en una reunión de izquierda y hasta me dio el dinero para viajar. El me puso en vinculación con la mujer enviada por la guerrilla para invitar gente. Y yo al venir he sido engañado y me he encontrado con que la reunión no es en La Paz sino en el interior y finalmente me encuentro llevado al seno de un grupo armado.
Digo que Rutman me ha elegido porque creyó que yo había estado vinculado con la experiencia guerrillera en Argentina de los años 63 y 64, pero "aclaro" que mi única relación verdadera era con un comité de solidaridad y finanzas para defensa de los presos políticos. Claro que todo esto no lo digo de entrada sino que me lo voy haciendo "arrancar' de a poco.
—¿Y esta nueva versión es creída?
—Hay dudas, claro. Me llevan a la granja "Rinconcito" donde también me interroga un funcionario argentino. de Coordinación Federal. El me dice que en el país hay solamente dos Isaac Rutman y que ninguno es el hombre que yo digo. Yo me planto en mi nueva versión y de ahí no me arrancan. Por su parte Gabriel García, de la CIA (que había venido en reemplazo de González), insiste en Andrés, otro personaje imaginario que habíamos creado con Debray para cubrir sus pasos en La Paz anteriores a la guerrilla.
Ambos investigadores dudan del nuevo "paquete" y dudan de mi profesión de pintor y es ahí donde me piden que lo demuestre dibujando al Che. Al comienzo me niego (siguiendo la comedia) pero en mi fuero íntimo veo que es una excelente oportunidad para llegar a convencerlos de la existencia real de Andrés y Rutman como enlaces claves. También veo que no debo apresurarme con esto; que debo esperar que ellos me exijan estos dibujos y seguir ganándome su confianza. Dibujo pues al Che cuya presencia en Bolivia ya era conocida y él mismo me había autorizado a revelarla si me daban evidencias y dibujo a otros guerrilleros que me consta han sido vistos por oficiales y soldados que la guerrilla ha tomado prisioneros. Esa gente está identificada y por unos dibujos con parecido más aparente que real no van a capturarlos. Además no tienen nada que ver con los combatientes cubanos cuyas fichas la CIA presentó incluidos los que estaban con el Che, que figuraban afeitados, con pelo corto, con su peso normal y su traje. La identificación vino luego en Agosto cuando encontraron las cuevas repletas de documentos de identificación y miles de fotografías. Como yo había supuesto estos dibujos los alentaron a tratar de obtener los rostros de Andrés e Isaac Rutman. ..
Respecto del físico de Andrés ya nos habíamos puesto de acuerdo con Debray; en cuanto a Rutman le imaginé los rasgos de un viejo amigo que no veía hace muchísimos años. Un muchacho judío que trabajaba como marinero...
(Hasta aquí yo seguí escuchando con lógico interés pero muy lejos de lo que se venía...)
—Era un muchacho macanudo —asegura Ciro—. Un gran tipo aunque no tenía nada que ver políticamente conmigo. Creo que era socialista de los de Ghioldi o algo así. Bueno este hombre tenía unos rasgos judíos muy pronunciados y yo me puse a recordarlos para darle más realismo a mi personaje imaginario ...
Cuando Bustos llegó a ese punto de su relato me empezó a acosar una intuición imposible.
—Perdón—. Dije sin creer lo que yo mismo iba a preguntar.
... Pero ese Isaac Rutman de tu relato.. ¿se llamaba Isaac Shusterman? Ciro pegó un respingo, mientras Ana María exclamaba: "¡Pero esto es magia!".
Era tan grande el estupor de los tres que ninguno atinó a decir la estúpida frase: "pero que chico es el mundo".
¡Isaac Shusterman! Un montón de imágenes de mi infancia se arremolinaron sobre esa mesa de un restaurante chileno.
Lo había conocido allá por mis ocho años y era amigo de mis padres. Les confesé entonces que yo también me había inspirado en él para un tipo más pacífico de ficción: había sido uno de los personajes centrales de una novela que nunca llegué a terminar.
Todos estábamos fascinados por la increíble casualidad que acababa de producirse. Llegó el café, Ana María estaba agotada, tenía un monstruoso dolor de cabeza, pero las nenas insistieron en cruzar a un parque de diversiones que había enfrente.
Mientras las chicas daban vuelta en el "gusano", Bustos concluyó su relato:
—Y bueno, el retrato de Isaquito dio resultado. A partir de entonces, contentos con mi "colaboración", me autorizan a escribir a mi mujer, se rompe la incomunicación y puedo transmitir el mensaje. Esta es la única alternativa que yo tenia y debía elegir entre quedar como un héroe o cumplir con mi misión. Los hechos demostraron que tenía razón y, además, ¿a quién he perjudicado con mi actitud?
Se hizo tarde. Volvimos al hotel. Pero ya no quisimos seguir haciendo el papel de convidados de piedra.
Ciro Roberto Bustos alcanzó a pedirme:
—Te ruego que pongas todo lo que dije de mi reconocimiento por el pueblo boliviano. —Y luego mirándome, mientras se pasaba la mano por la barbilla, dijo:
—Bueno, ya tenés tu reportaje. Confío en que lo vas a reproducir sin tergiversaciones.
Gracias. Eso creo haber hecho.
Revista Semana Gráfica
01.01.1968

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