Nosotros también
padecemos de francofilia. Una vieja pasión por los
intelectuales galos. Así que fuimos a Chile a
buscar al francés Regis Debray y descubrimos al
argentino Ciro Roberto Bustos, el otro liberado de
Camiri. Esa es también nuestra culpa, no haber
buscado a Bustos de entrada.
Cuando llegamos a
Santiago los liberados estaban en Iquique, una
población del norte de Chile adonde habían sido
llevados desde Bolivia. Allí solamente estaba el
corresponsal de France Presse y un enviado del
Canal 7 de Santiago. Allí hubo unas pocas fotos y
algunas declaraciones sueltas.
Pero pronto se hizo el
anuncio de que bajarían a Santiago y nos decidimos
a abordarlos allí; pensamos que no sería fácil
pero estábamos lejos de suponer toda la operación
"jamesbondesca" que se iba a montar para despistar
a periodistas locales y extranjeros.
Todo comenzó con el
arribo. Nadie sabía a qué aeropuerto de los varios
que hay en Santiago y sus alrededores iba a llegar
el avión de carabineros que trasladaba a los
hombres que habían participado con Ernesto "Che"
Guevara en la guerrilla boliviana.
Nosotros recibimos un
dato "en firme" y nos fuimos al aeropuerto de
Tobalaba que es, precisamente, base de los
Carabineros. Otros fueron a Los Cerrillos y hasta
algún incauto creyó que podía ser en Pudahuel.
Naturalmente el avión bajó en El Bosque, un
aeródromo militar, y consecuentemente no hubo ni
una foto de la llegada de Debray y Bustos a
Santiago de Chile.
Nosotros, en Tobalaba,
nos tuvimos que conformar con divisar al avión que
aterrizaba sin su preciosa carga periodística.
Pero eso no fue nada.
Lo grave de la operación despiste empezó con la
reclusión de Regís Debray en una ignota casa de
Santiago solamente conocida por un selectísimo
grupo de personas. Y hasta hubo, claro, notas
cómicas, como la que protagonizó el diario
oficialista "La Nación" que llegó a dar la crónica
minuciosa del descenso de Debray... en Los
Cerrillos.
Esa no sería por
cierto la única metida de pata. En cuanto se
instaló en Santiago el autor de "Revolución en la
revolución" comenzó a circular insistentemente el
rumor de que pasaría una temporada de descanso en
Isla Negra, en la residencia del poeta Pablo
Neruda.
Los diarios, "El
Mercurio" incluido, lo dieron por hecho. Nosotros
también y así fue como en la Nochebuena nos
largamos para allá con una fabulosa carta de
recomendación para Don Pablo.
Llegamos a la hermosa
residencia, justo sobre la última campanada de las
doce. De adentro de la casa sólo venía el rumor
del mar y no se veía un alma. Eso nos dio mala
espina. Un criadito de unos quince años vino a ver
quién era el temerario que venía a interrumpir la
cena de Neruda y un grupo de amigos. Le dimos la
carta y para nuestra sorpresa el poeta de
"Residencia en la Tierra" no se dignó a venir a
saludarnos, o hacernos pasar siquiera a un
vestíbulo. Sólo se limitó a decir por el mensajero
"que ese señor que ustedes buscan no ha venido.
Que ha dejado recado que va a venir pero que
todavía no vino, le deseamos a Neruda felices
pascuas y nos volvimos a Santiago. Al día
siguiente comprobamos que la "mufa" no era sólo
nuestra: el "misterio en torno a Debray" (como
titularía el diario comunista "El Siglo")
comenzaba a indignar a la propia prensa chilena.
A tal punto que en su
edición del 25 "Puro Chile" titulaba: "A DEBRAY LO
DEJARON LIBRE EN BOLIVIA Y LO RAPTARON EN CHILE".
La respuesta
gubernamental no se hizo esperar, pero llegó a
través de un comunicado del propio Regis Debray.
Tomó la forma de una carta al ministro del
Interior, José Tohá, en la que Regis agradecía al
gobierno "por haber accedido a mi solicitud de
residir en Santiago con la mayor discreción
posible. He preferido evitar todo movimiento
excesivo en torno a mi situación, para descansar y
estudiar". Señala después que ha limitado sus
contactos periodísticos a unos pocos amigos
personales y que los ampliará más adelante:
"cuando el interés de La opinión pública tenga
otros focos de atención más importantes". Era
evidente que el Gobierno, sensible a los reclamos
de la prensa, quería —muy comprensiblemente—
limitar su responsabilidad en el operativo
ocultamiento. El creciente despecho del periodismo
nacional y mundial iba en aumento. Así fue como
Radio Portales llegó a insinuar en un comentario
que el revolucionario francés temía la
requisitoria periodística. Ese temor —según Radio
Portales— radicaría en la necesidad de tener que
explicar su confesión acerca de la presencia de
Guevara en Bolivia.
Por nuestra parte, en
un momento determinado, logramos establecer
contacto con algunos de esos pocos amigos
personales del francés y tratamos de establecer el
paradero de Ciro Roberto Bustos y de enviarle una
carta y un cuestionario a Debray. En la carta que
precedía al cuestionario le señalábamos que éramos
una revista comercial y no política, pero no menos
comercial que el "Nouvel Observateur" y
"L'Europeo" medios para los que no había vacilado
en hacer declaraciones. También le dijimos que no
queríamos que el público argentino, como
importante fracción del gran público
latinoamericano, se quedara con la idea de que él
sólo hablaba para medios europeos.
Pero ni polémicas ni
dulzuras dieron resultado.
Y entonces se hizo
justicia. Nosotros empezamos a proceder justamente
dirigiendo nuestro interés hacia nuestro
compatriota Ciro Roberto Bustos, que había estado
preso en Camiri y vivido iguales peripecias que el
francés y de quien muchos se habían olvidado.
Comentando la actitud de Debray con otros colegas,
un periodista chileno apuntó con impiadosa ironía:
—¿Sabés la impresión
que tengo viejo?... Que este chico procede como un
niño mimado. Que se sabe en el fondo muy
protegido. Por su gobierno, por la intelectualidad
y por el aparato cultural francés. En suma, bah,
es un poco el "regalón" de la Revolución.
De pronto alguien
largó el chimento: Bustos está en "El
Conquistador" y para allí partí, sin Dulitzky que
aguardaba en el "Carrera" completamente
desesperanzado. Mientras caminaba bajo el solazo
del mediodía santiaguino repasaba mi información
sobre tan controvertido personaje de la guerrilla
boliviana.
Varias razones me lo
hacían terriblemente atractivo para un intenso
buceo psicológico. Bustos no había recibido ningún
pedido internacional en su favor. No hubo
escritores argentinos que imitaran a Malraux,
Mauriac y Sartre en sus rogativas por Regis
Debray. No hubo funcionarios de nuestro país que,
olvidando diferencias ideológicas como hizo De
Gaulle, interpusieran su influencia ante las
autoridades bolivianas. No hubo periodistas que
recordaran que él también estuvo en Camiri. No
hubo comisión de ayuda. No hubo fondos. No hubo
nada. Sólo sospechas que se contabilizan
fácilmente.
Sospechas que
arrancaban de sus famosos dibujos entregados a los
investigadores de la CIA, dibujos del Che y de
otros guerrilleros que, según algunos,
equivalieron a una confesión.
Pensaba si Bustos
querría hablar conmigo o no, cuando lo descubrí en
el hall del hotel. En ese momento lo estaba
reporteando el Canal 7, único medio de prensa del
mundo que lo había ubicado hasta ese momento.
Mientras él hablaba,
con voz baja y grave, su esposa Ana María
conversaba con una amiga porteña y sus dos
hijitas, Paula y Andrea, correteaban entre los
sillones.
Yo escuchaba sin oír,
pensando en llamar urgentemente a Carlos y
temiendo hacerlo por la posibilidad de abortar la
entrevista antes de que se produjese. Al cabo de
unos instantes Bustos me fue presentado. Accedió
rápidamente a la entrevista y utilizó el tuteo
como el mejor puente para acortar distancias.
Llamé a Carlos y nos
fuimos al bar.
Las nenas seguían
jugando entre retos de la madre y ternezas del
padre ("es un sobreprotector —me dijo, sonriendo,
su esposa Ana María—, me va a echar a perder todos
los esfuerzos hechos para educarlas") y en una de
esas Dulitzky les pescó una expresión reveladora:
"Es una familia —dijo Paula, la mayor—, toda una
familia".
Se comprendía entonces
la sobreprotección como compensación. Como si me
escuchara pensar, Ana María volvió a decirme: "Es
que las que han pasado estas niñas. La menor no
tanto porque era muy chiquita cuando se fue el
padre, pero la mayor ya tenia dos años".
Y luego me dijo
rápidamente:
—Pero no pongas todas
estas cosas. No nos gustan esta clase de
reportajes. No queremos aparecer llorones ni
declamatorios.
Ciro, mientras tanto,
hablaba con fervor del pueblo boliviano.
—Yo no quisiera decir
nada que resulte una agresión para ellos. Ni que
la cárcel era pestilente, ni miserable, ni
acusarlos de cosas de las que no tienen la culpa.
Tampoco es cierto que hubiera esa reacción popular
en contra de los "extranjeros". Al contrario,
siempre recibimos expresiones de solidaridad de
campesinos y gentes humildes que se acercaban a
preguntar: "Ciro, ¿cómo vas?" o "Hazme un dibujo",
o que cuando no tenia nada que leer (porque nadie
mandaba nada) se acercaban con regalos increíbles
y conmovedores. ¡Hasta con una revistita del "Pato
Donald"!
Así que no puedo decir
nada que los hiera. Incluso quiero agradecer a los
que hicieron el "rescate", porque nuestra
liberación fue un verdadero rescate, ya que
corríamos peligro de ser asesinados. A los que
superando obstáculos y haciéndose eco de las
organizaciones obreras y estudiantiles, nos
liberaron y nos mandaron para acá.
—¿O sea el grupo
Torres?
—Sí, claro.
Paula y Andrea, que
estaban sin almorzar y bajo los efectos de la
tremenda tensión vivida con el reencuentro de su
papá, hicieron oír su protesta.
Los colegas chilenos
ya se habían ido en pos de Regis Debray que seguía
siendo un fantasma bien guardado. Ciro nos invitó
a subir a su habitación.
Mientras íbamos en el
ascensor experimenté bastante vergüenza por
nuestra profesión: allí estábamos de pronto, una
tarde de Navidad, interfiriendo en la intimidad de
una familia que volvía a reunirse después de
tremendas contingencias y que quería estar como
cualquier familia del mundo, sea de
revolucionarios o de empleados públicos.
De entrada no más Ciro
se excusó por la calidad del departamento:
—No me gusta vivir
así. Nos vamos a ir volando de este hotel tan
caro.
—Además no tenemos un
centavo —acotó Ana María.
En realidad Bustos
había sido depositado allí sin más trámites a su
llegada con Debray a la capital chilena.
—¿Te vas a quedar en
Santiago? —le pregunté.
—Por ahora no tengo
otra alternativa. Después veremos. Pero te diré
que me place estar en Chile. En Iquique fue
emocionante la actitud de la gente. Todos se
acercaban para decirnos lo contentos que estaban
por nuestra liberación. Todos; mirá, tanto el
alcalde y el intendente, un empleado de la
telefónica y toda la gentes del pueblo que se
acercó solidaria.
—A propósito, ¿cómo
ves el proceso chileno desde tu perspectiva
revolucionaria que presupone como única
posibilidad la realización del socialismo a la
toma del poder por la fuerza? ¿Cómo ves esta
variante original que es el proceso chileno?
Bueno, creo que es la
primera vez que sucede una cosa así, ¿no? Pienso
que ahora deberán esperar, trabajar y defender lo
que han logrado.
Y tratar de que no
sea...
—...¿Desvirtuado?
—Desvirtuado, sí...
pero no por las fuerzas de la Unidad Popular, sino
por la conspiración de los reaccionarios.
Y aquí se interrumpió
la primera parte de la charla, Bustos fue
solicitado por su amigo, el periodista George
Andrew Roth que estuvo detenido con ellos en
Bolivia y Dulitzky y yo nos fuimos a la pieza de
al lado a jugar con las nenas.
Yo sé que a Bustos no
le va a hacer ni pizca de gracia que cuente esto
pero tengo que contarlo: en un costado de la
habitación había un arbolito de Navidad, como los
que se arman en cualquier casa burguesa.
Y me gustó que
estuviera. Y que hubiera sido el propio padre el
que lo hubiera armado para las chicas la noche
anterior.
Sobre las camas, Paula
y Andrea habían dispuesto unas muñecas con las que
jugaban al sanatorio. Una se puso unos anteojitos
de doctor y la otra una toca de enfermera. De
pronto entró Ana María y retó tiernamente a sus
hijas: "¿Qué hacen?, sáquense esas cosas... No me
gusta que se disfracen para el show".
El diálogo surgió
rápidamente con ella: me contó cómo se conocieron,
cómo pese al riesgo que presuponía la vocación
revolucionaria de su esposo "no quisimos negarnos
la posibilidad de tener hijos", cómo habían sido
esos tres años en los que tan pocas veces pudo
verlo a Ciro a quien sus hijas sólo habían
visitado en tres oportunidades.
La situación era
abrumadoramente insólita: estaba en el centro
mismo de la cotidianidad de un revolucionario.
La esposa de Bustos me
descubría esa cotidianidad al evocar, suavemente,
todo lo que hay más acá del enfrentamiento con la
muerte: la separación, las penurias económicas, la
aceptación de la ayuda de los padres que viven
horrorizados la experiencia de sus hijos, toda la
marginalidad que conlleva la actividad
clandestina.
Y entonces Paula, que
lógicamente reclamaba la atención de su mamá abrió
la boca y le mostró hasta la campanilla.
—Ajá ... ¡Qué lindas
anginas estás por tener! —dijo Ana María y me
explicó las reacciones clásicas que la chica había
hecho al encontrarse con su padre.
Las somatizaciones
reinaban por doquier y en ella misma la angustia
había florecido en forma de erupción en el rostro.
No quise seguir ahondando en el tema de la
dualidad entre el compromiso con la revolución y
el compromiso con los hijos. Le hablé entonces de
otra dualidad de Bustos: la que supuestamente
podía existir entre pintura y revolución.
Ana María se rió mucho
y me dijo:
—Mirá, mejor se lo
preguntás a él. Pero ya sé lo que te va a decir:
la pintura es una cosa que quedó atrás. A él le
interesa esencialmente la revolución. Y hace
muchos años que no pinta. Aunque fijate, tiene una
gran facilidad, dibuja estupendamente bien y creo
que como oficio eso va a servir para que se gane
la vida si nos quedamos por aquí. Porque a
nosotros no nos gusta vivir de upa.
Se lo pregunté después
a él, cuando mediaba la tarde y seguíamos
desovillando esos cuatro años que van de la
guerrilla en Ñancahuazu hasta el exilio chileno.
Ciro también se sonrió y me dijo:
—Creo que es una
tontería eso de andar pintando mientras se muere
tanta gente. Además estoy completamente
desactualizado; me hablan de acrílico y yo
pregunto: "¿qué es eso?". No, realmente no me
imagino haciendo las macanas de la Minujin.
Y luego acotó
sorpresivamente mientras miraba las cámaras de
Dulitzky:
—¿Sabés lo que me
gustaría?: el oficio de él. Creo que la fotografía
sí es moderna y revolucionaria. Una foto buena y
veraz vale por cien proclamas. Tiene la potencia
de una ametralladora 50.
Cuando Bustos concluyó
su charla con Roth propuso que nos fuéramos todos
a almorzar. Salimos. Santiago empezaba a bostezar
su siesta navideña. Caminamos por la ciudad ante
las discretas miradas de reojo de algunos pocos
curiosos.
Ya en el restaurante
mientras la madre trataba de mantener a las
niñas en caja,
justamente para restituirles un clima de
normalidad, el padre se mostraba un juez muy
benigno.
Mirándolas me dijo en
voz baja:
—Tú me preguntabas
antes por mi futuro. Como verás mi futuro ahora
son ellas. Me debo por ahora a las tres. —Y agregó
rápidamente:
—Pero ojo... lo que no
significa que haya renunciado a la revolución,
¿eh? Simplemente es... Bueno, podría decirse
—sonrió— que me estoy tomando unas vacaciones.
Yo recorría la mesa,
Bustos, Ana María, Carlos, Roth, las chicas y me
invadía una profunda sensación de irrealidad. Una
sensación de irrealidad, o de realidad increíble,
que pocos minutos después haría crisis con un
acontecimiento espectacular. Una increíble
coincidencia que estaba directamente vinculada
conmigo mismo. Todo comenzó cuando reconstruimos
los difíciles momentos de la detención y el
proceso.
—¿Cómo se encadenaron
las cosas para que llegaras a desembocar en la
guerrilla boliviana?
Bustos pasó entonces
revista a sus años como agitador, a su experiencia
cubana, a su primer encuentro con el Che allá por
1961, a su participación en la guerrilla salteña
hasta...
—Hasta que un día el
Che me ordenó ir a Ñacahuazo a unirme a su
guerrilla boliviana. Y digo me ordenó porque él
era mi ¡efe. Lo fue desde que lo conocí en Cuba.
Era un hombre sensacional. En la guerrilla cuando
teníamos hambre nos alimentaba a p. ... Y cuando
uno que había estado cinco días con la panza
vacía, macheteando para abrir un camino, cometía
un error, él lo mandaba a gritos a repararlo.
Y el que había sido
reprendido se iba volando a hacer las cosas bien.
Y hasta había algunos
que lloraban de vergüenza porque el Che los había
regañado. Y cuando luego de hacer las cosas como
es debido, el que había sido retado volvía, el Che
no le pasaba la mano por el lomo. Simplemente le
volvía a hablar con naturalidad, como antes...
La charla sobre
Guevara fue extensa y Ciro reveló:
—Están equivocados los
que creen que su objetivo era Bolivia, su objetivo
era la Argentina. Es más: en una entrevista
secreta a la cual me convocó especialmente me
reveló que el objetivo estratégico era la toma del
poder político en la Argentina.
Introduciendo otro
elemento novedoso, Bustos negó que el Che hubiera
sido altanero frente a la muerte.
—Mire. Yo no sé muy
bien como pasaron las cosas. Pero por conocerlo
muy bien no creo en todo eso que se dijo de las
escupidas y los insultos. No lo creo. Que habrá
tenido enorme entereza, no me cabe la menor duda,
pero con naturalidad, sin ostentaciones.
Y ahí llegamos al
punto álgido de la charla. Después de varios
rodeos le pregunté:
—¿Vos leíste lo que
dice de vos Oriana Fallaci en el reportaje a la
mujer de Regis Debray?
El negó con la cabeza.
—Lo publicó en la
Argentina nuestra revista. ¿Querés verlo. Tengo
aquí el ejemplar.
Asintió y yo saqué la
revista que llevaba en mi portafolios con esa
finalidad. Le marqué el párrafo donde dice: "El
único que habló fue Ciro Bustos que, atemorizado
por la amenaza de muerte contra su mujer y sus
hijos, el 23 de abril dibujó el retrato de doce
guerrilleros entre los que se encontraba el Che".
Cuando terminó de
leerlo levantó la vista y me dijo:
Es totalmente falso lo
que dice Oriana Fallaci ahí. De cabo a rabo y debe
haberse inspirado en el libro que escribieron dos
bolivianos con materiales suministrados por la
CIA.
Mirá si querés que te
cuente prestá mucha atención porque explicar esto
es muy importante para mí.
Después de casi tres
meses de estar detenido e incomunicado yo aparecí,
ante los ojos de los demás, como un simple
engañado. Un inocente que estaba totalmente
desinteresado de la guerrilla. Lo que era
complemente falso.
Ahora bien, es cierto
que debí asumir ese papel ingrato y falso que
lastimaba a mi orgullo por dos razones esenciales:
primero, para preservar a todos mis contactos en
la acción clandestina de mi país.
Y también para poder
romper la incomunicación y lograr enviar un
mensaje que era fundamental para la suerte de la
guerrilla. Cuando advierto que me interroga un
funcionario de ¡a CIA y no un policía boliviano
decido ganar tiempo a toda costa. Recuerdo lo
aprendido durante mi preparación: que ellos tienen
medios sutiles cuando quieren arrancar las cosas.
Métodos que a veces no son la tortura física. Que
pueden estar en una inocente taza de café o en una
inyección que no se puede evitar.
Así, trato de
convencerlos a toda costa que yo no tengo ninguna
importancia en ese proceso, que no comparto las
ideas de los guerrilleros; trato de que piensen
que no hay necesidad de utilizar esos medios
sutiles conmigo.
—¿De qué manera?
—Bueno, desde el 22 de
abril hasta mediados de mayo trato de que crean
que soy el dueño auténtico del pasaporte que
llevaba. Juro que vine a Bolivia Invitado como
periodista para participar en una reunión de
izquierda que iba a hacerse en La Paz. Que luego
esa reunión se hizo en un campamento guerrillero
de Ñancahuazu. Juro que yo protesté por eso pero
que una vez allí, pese a mi protesta la cosas se
desencadenaron de tal manera que aparecí
implicado.
Dije, claro, que
desconocía la estructura de esa organización
porque había entrado y salido de noche. Que no
había visto al Che. Qué no había visto cubanos.
Que el jefe era uno llamado Inti (cosa que
el Che me había dicho
qué debía decir llegado el momento), que había
oído hablar de un tal Ramón, que los guerrilleros
serían 80 o 100 (o sea un dato falso) y de varios
seudónimos de guerra, que para eso son seudónimos
precisamente.
—¿Y esa historia fue
creída?
—Me aferré a ella y
hasta llegué a reclamar con ingenuidad un abogado
argentino. Siempre en el afán de ganar tiempo y
lograr que me levantaran ¡a incomunicación. Es por
eso que termino haciendo los dibujos que tantas
críticas me han valido.
—¿Cómo ocurre eso,
concretamente?
—A mediados de mayo la
CIA, el ministerio de Gobierno y la II Sección del
Ejército demuestran que yo no soy el que dice el
pasaporte, que Ramón es el Che Guevara. Que hay en
la guerrilla 17 cubanos. E infinidad de detalles
más, reveladores de todo lo que saben, como la
destitución de Marcos y otros que figuran en el
diario de Braulio que encontraron en el
campamento.
Además no te olvides
que se había producido la involuntaria confesión
del "Loro" Vázquez, el guerrillero que estaba
herido y al que Eduardo González de la CIA le
montó toda una "mise en scene" para que creyera
que un periodista enviado por Castro quería saber
noticias del Che. Noticias que te dio a ese falso
periodista. Además, a mi me hicieron escuchar la
cinta en donde Debray, ante la evidencia de lo del
"Loro", también admitía que había venido a hacerle
un reportaje al Che y que lo había conseguido.
Así que la presencia
del Che ya era innegable.
Así pues, les digo
"Empecemos de nuevo". Doy entonces mi nombre
verdadero, mi verdadera dirección. Reconozco que
mi verdadera profesión no es periodista, sino
pintor...
Y ¿cómo justificás tu
presencia en la guerrilla?
—Bueno, ahí cambió la
cosa. Pero sigo negando mi vinculación con la
guerrilla. Por eso invento un personaje ficticio:
Isaac Rutman. Él me ha dado el pasaporte, él me
invitó a viajar a Bolivia para, participar en una
reunión de izquierda y hasta me dio el dinero para
viajar. El me puso en vinculación con la mujer
enviada por la guerrilla para invitar gente. Y yo
al venir he sido engañado y me he encontrado con
que la reunión no es en La Paz sino en el interior
y finalmente me encuentro llevado al seno de un
grupo armado.
Digo que Rutman me ha
elegido porque creyó que yo había estado vinculado
con la experiencia guerrillera en Argentina de los
años 63 y 64, pero "aclaro" que mi única relación
verdadera era con un comité de solidaridad y
finanzas para defensa de los presos políticos.
Claro que todo esto no lo digo de entrada sino que
me lo voy haciendo "arrancar' de a poco.
—¿Y esta nueva versión
es creída?
—Hay dudas, claro. Me
llevan a la granja "Rinconcito" donde también me
interroga un funcionario argentino. de
Coordinación Federal. El me dice que en el país
hay solamente dos Isaac Rutman y que ninguno es el
hombre que yo digo. Yo me planto en mi nueva
versión y de ahí no me arrancan. Por su parte
Gabriel García, de la CIA (que había venido en
reemplazo de González), insiste en Andrés, otro
personaje imaginario que habíamos creado con
Debray para cubrir sus pasos en La Paz anteriores
a la guerrilla.
Ambos investigadores
dudan del nuevo "paquete" y dudan de mi profesión
de pintor y es ahí donde me piden que lo demuestre
dibujando al Che. Al comienzo me niego (siguiendo
la comedia) pero en mi fuero íntimo veo que es una
excelente oportunidad para llegar a convencerlos
de la existencia real de Andrés y Rutman como
enlaces claves. También veo que no debo
apresurarme con esto; que debo esperar que ellos
me exijan estos dibujos y seguir ganándome su
confianza. Dibujo pues al Che cuya presencia en
Bolivia ya era conocida y él mismo me había
autorizado a revelarla si me daban evidencias y
dibujo a otros guerrilleros que me consta han sido
vistos por oficiales y soldados que la guerrilla
ha tomado prisioneros. Esa gente está identificada
y por unos dibujos con parecido más aparente que
real no van a capturarlos. Además no tienen nada
que ver con los combatientes cubanos cuyas fichas
la CIA presentó incluidos los que estaban con el
Che, que figuraban afeitados, con pelo corto, con
su peso normal y su traje. La identificación vino
luego en Agosto cuando encontraron las cuevas
repletas de documentos de identificación y miles
de fotografías. Como yo había supuesto estos
dibujos los alentaron a tratar de obtener los
rostros de Andrés e Isaac Rutman. ..
Respecto del físico de
Andrés ya nos habíamos puesto de acuerdo con
Debray; en cuanto a Rutman le imaginé los rasgos
de un viejo amigo que no veía hace muchísimos
años. Un muchacho judío que trabajaba como
marinero...
(Hasta aquí yo seguí
escuchando con lógico interés pero muy lejos de lo
que se venía...)
—Era un muchacho
macanudo —asegura Ciro—. Un gran tipo aunque no
tenía nada que ver políticamente conmigo. Creo que
era socialista de los de Ghioldi o algo así. Bueno
este hombre tenía unos rasgos judíos muy
pronunciados y yo me puse a recordarlos para darle
más realismo a mi personaje imaginario ...
Cuando Bustos llegó a
ese punto de su relato me empezó a acosar una
intuición imposible.
—Perdón—. Dije sin
creer lo que yo mismo iba a preguntar.
... Pero ese Isaac
Rutman de tu relato.. ¿se llamaba Isaac
Shusterman? Ciro pegó un respingo, mientras Ana
María exclamaba: "¡Pero esto es magia!".
Era tan grande el
estupor de los tres que ninguno atinó a decir la
estúpida frase: "pero que chico es el mundo".
¡Isaac Shusterman! Un
montón de imágenes de mi infancia se arremolinaron
sobre esa mesa de un restaurante chileno.
Lo había conocido allá
por mis ocho años y era amigo de mis padres. Les
confesé entonces que yo también me había inspirado
en él para un tipo más pacífico de ficción: había
sido uno de los personajes centrales de una novela
que nunca llegué a terminar.
Todos estábamos
fascinados por la increíble casualidad que acababa
de producirse. Llegó el café, Ana María estaba
agotada, tenía un monstruoso dolor de cabeza, pero
las nenas insistieron en cruzar a un parque de
diversiones que había enfrente.
Mientras las chicas
daban vuelta en el "gusano", Bustos concluyó su
relato:
—Y bueno, el retrato
de Isaquito dio resultado. A partir de entonces,
contentos con mi "colaboración", me autorizan a
escribir a mi mujer, se rompe la incomunicación y
puedo transmitir el mensaje. Esta es la única
alternativa que yo tenia y debía elegir entre
quedar como un héroe o cumplir con mi misión. Los
hechos demostraron que tenía razón y, además, ¿a
quién he perjudicado con mi actitud?
Se hizo tarde.
Volvimos al hotel. Pero ya no quisimos seguir
haciendo el papel de convidados de piedra.
Ciro Roberto Bustos
alcanzó a pedirme:
—Te ruego que pongas
todo lo que dije de mi reconocimiento por el
pueblo boliviano. —Y luego mirándome, mientras se
pasaba la mano por la barbilla, dijo:
—Bueno, ya tenés tu
reportaje. Confío en que lo vas a reproducir sin
tergiversaciones.
Gracias. Eso creo
haber hecho.
Revista Semana Gráfica
01.01.1968
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