Y para no
prolongar más esta enumeración, observemos las
dificultades del propio gobierno de un país vecino
para salvar su socialismo de las garras
totalitarias de la extrema izquierda
marxistamaoista.
(Del general argentino
Juan Carlos Sánchez, titular del Cuerpo de
Ejército II, al hablar en Rosario sobre la acción
subversiva.)
¡Momio, gusano,
demócrata cristiano! En Santiago, por la alameda
Bernardo O'Higgins, la noche en que la oposición
festejó su triunfo en las elecciones efectuadas en
dos distritos (domingo 16), las brigadas
izquierdistas coreaban así su disgusto. La réplica
del grupo de choque "Patria y Libertad",
ultraderechista, también era contundente: ¡La
izquierda, unida, nos tiene sin comida! El calor
encendió los ánimos y de los estribillos los
adversarios pasaron a los puñetazos. Fue el único
incidente que se pudo detectar en unos comicios
parciales, que algunos auguraban violentos. Algo
es cierto: pese a lo limitado de la consulta
electoral, resultaron casi decisivos para la
suerte de la original "vía chilena al socialismo".
¿Cómo se explica, en
efecto, que unas elecciones efectuadas en una zona
tradicionalmente conservadora, en la que el
gobierno no podía ganar (no lo consiguió ni
siquiera cuando Salvador Allende fue electo
presidente), hayan obligado al oficialismo a
efectuar "un replanteo" y a modificar, como se
estimaba a mediados de semana, la cúpula
ministerial? ¿Qué fue lo que pasó en los últimos
nueve meses como para que la izquierda haya visto
diluida buena parte de la base de sustentación que
logró en abril, cuando cosechó, en todo el país,
casi el 50 por ciento de los votos?
Más allá de las
anécdotas, los observadores suponen que las causas
del repliegue hay que rastrearlas en la
"originalidad" misma del proceso chileno.
Comentando el revés electoral de Allende (que
califica de "duro"), el sibilino The Times, vocero
de la city londinense, comentó el martes pasado
que el problema real de Chile es la "velocidad de
cambio", o sea el ritmo de implementación del plan
de gobierno de la Unidad Popular. "Los resultados
de estas elecciones secundarias —escribió el
británico editorialista— constituyen una exigencia
de cambiar más pausadamente".
Como cualquiera se
percata, el problema de los ritmos no es, en
política, una cuestión baladí. En rigor, ocurre
que los cursos de acción elegidos para
materializar un proyecto —y más aún si se trata de
un proyecto de "transición al socialismo"— son los
que no sólo definen la suerte de la experiencia
sino los que, en última instancia, desnudan su
verdadero contenido. Y ambas cosas —una sola, en
realidad— son las que desde la semana pasada están
en discusión en Chile. De ahí que la crisis
emergente de unos comicios secundarios derive en
una crisis global, en un "replanteo" que,
camouflado tras la máscara de la "metodología",
entraña la posibilidad de que los sucedáneos
tácticos terminen por convertirse en bancarrota
estratégica para la coalición gobernante.
UN PASO ATRAS, ¿DOS
ADELANTE?
Con todo, hay ciertas
cosas sobre las que nadie duda, entre ellas una
importante: la sofisticada habilidad del doctor
Salvador Allende Gossens. Por lo demás, fue el
mismísimo Lenin quien, en su momento, prohijó
tácticas de repliegue, claro que en un contexto
distinto y sobre la base de la férrea hegemonía
bolchevique.
Lo cierto es que, a
mediados de semana, se sucedían nerviosas
reuniones de ministros en La Moneda. Por primera
vez los colaboradores de Allende eludían a los
periodistas, escapando por puertas laterales. El
único que accedió a encarar el asedio fue el
flamante titular del Interior, Alejandro Ríos
Valdivia (radical), quien hizo una caracterización
sismológica del entuerto: "Ha sido un temblor,
grado 4", sostuvo.
Paralelamente, y
manteniendo el mismo sigilo, ¡os comités centrales
de los partidos Comunista y Socialista realizaban
reuniones a puertas cerradas. "Vamos a reestudiar
toda la situación política —dijo Volodia
Titelboim, jefe de la Comisión Política del PC— y
lo vamos a hacer de una manera descarnada y
cruda." Por último, Allende prometió recibir a los
periodistas el jueves, para someterse a un
interrogatorio a quemarropa y anunciar la línea
que el gobierno seguirá en e| futuro. Casi al
mismo tiempo detonó una arremetida del Partido Nacional (derechista), que exigió a La Moneda la
realización de un plebiscito. Algo sintomático:
hasta hace pocos meses era la izquierda la que
amenazaba a sus opositores con precipitar una
consulta de ese tipo.
Así las cosas, el
gobierno podía optar por dos caminos para repechar
la crisis: radicalizar sus planteos, agudizando
desde el poder todas las contradicciones y
preparándose para dirimir la cuestión mediante
"las masas" (una fórmula extraída de la ortodoxia
leninista, que tarde o temprano quebraría la
"legalidad") o volcarse hacia el centro-izquierda
para descomprimir la caldera (aunque sea
momentáneamente) y así birlarle aliados centristas
a la derecha.
Al parecer, el propio
Allende y el Partido Comunista —el mejor
organizado de la coalición— se inclinaban por el
segundo camino, con el apoyo, claro, de las
fracciones moderadas de la UP: el Partido Radical
y los microbióticos socialdemócratas. En cambio,
era confusa la situación interna en el Partido
Socialista, cuyo secretario general, Carlos
Altamirano, de origen intransigente, trata ahora
de hacer equilibrios entre un poderoso sector afín
al PC y el ala izquierdista que en su momento lo
ungió a la jefatura del partido. En el MAPU,
mientras, se daba un panorama parecido; un grupo
sostenía la tesis de la moderación, otro el de la
"profundización revolucionaria".
En este encuadre, la
frase del general argentino Juan Carlos Sánchez,
que sirve de acápite a esta nota, adquiere densa
relevancia. Mucho más si se tiene en cuenta que es
una ex organización guerrillera, el Movimiento de
Izquierda Revolucionario —MIR—, la que, a pesar de
haber sido derrotada por a Unidad Popular en su
feudo da la Universidad de Concepción, presiona
más intensamente para empujar al gobierno a buscar
un giro a la izquierda. Es decir, todo el Cono Sur
observa atentamente lo que ocurre en Chile y —se
deduce— aguarda que triunfe el partido de los
moderados.
Con todo, ¿qué formas
adquiriría el "ablandamiento" de la UP? El núcleo
de la cuestión parece ser una maniobra de alto
vuelo e impredecibles consecuencias: aprovechar el
giro a la derecha del Partido Demócrata Cristiano
—claramente perceptible en ¡as elecciones del
domingo— para desgajar de esa corporación a sus
fracciones de izquierda. El PC y el propio
Allende están convencidos de que Radomiro Tomic
—amigo personal del jefe de La Moneda y ex
candidato a la presidencia por la DC— es
susceptible de ser atraído hacia la UP a cambio,
claro, de que ésta abandone toda línea "sectaria".
Pocos días antes de la
elección, Chicho enunció así sus ideas en el acto
conmemorativo del 54º aniversario del PC chileno:
"Tenemos que luchar y depurarnos de las tendencias
sectarias y dogmáticas que a veces apuntan en
algunos de nuestros partidos y actitudes —dijo—.
Se dice que yo paralizo, que detengo la acción de
masas, que yo no soy partidario de la movilización
de las masas. Error. Yo soy presidente porque las
masas se movilizaron. Pero esa movilización debe
hacerse en forma consciente, responsable; no en
asonada".
ENEMIGO PRINCIPAL: EL
SECTARISMO
Acaso ese discurso, y
las circunstancias que lo rodearon, den la clave
de lo que está ocurriendo ahora en Chile. El
ataque al sectarismo fue evidentemente motivado
por un episodio ocurrido días antes, durante un
mitin realizado frente a La Moneda, en el cual un
sector de los congregados pidió armas y manifestó
su intención de "marchar sobre el Congreso". El
presidente les respondió: "No van a ir al Congreso
ni hoy, ni mañana, ni pasado mañana. No sólo se
los pido, sino que se los exijo".
En ese momento el
Parlamento discutía una "acusación constitucional"
contra el ex ministro del Interior, José Toha. La
acusación fue aprobada por la Cámara baja y se
descontaba igual resultado en la de senadores, lo
cual iba a implicar la destitución de Toha. Pero
Allende desenfundó nuevamente una solución que
frustró los planes opositores sin quebrar los
marcos legales: mediante un simple trueque envió a
Toha a la cartera de Defensa —vital, dada su
vinculación con las Fuerzas Armadas— e instaló en
la de Interior a Ríos Valdivia, hasta ese instante
titular del anterior ministerio. De ese modo quiso
demostrar que podía resolver la crisis sin apelar
al alboroto callejero.
Exactamente lo mismo
está intentando hacer ahora. Hacia el miércoles
último todos los trascendidos indicaban que el
presidente iba a introducir reformas en el
gabinete, incorporando a representantes del
Partido de Izquierda Radical -PIR-. una escisión
de derecha del PR, que se alejó del gobierno pero
que en el Parlamento continuó apoyando las
iniciativas oficiales. Al mismo tiempo, eran
intensas las tratativas con los democristianos.
A este respecto, la
pregunta que se formulaban todos los observadores
era obvia. ¿Cuál puede ser el costo de esta
alianza de la UP con sectores ubicados a su
derecha? ¿Hasta dónde ello no obligará al
oficialismo a recortar su programa, desembocando
así en una línea ambigua que podría enajenarle el
apoyo de quienes lo votaron en 1970'
Sobre este tema, los
grupos izquierdistas no han cejado en señalar lo
que a su juicio ocurrirá. Según el semanario Punto
Final, "cualquier esfuerzo por separar a la DC de
la derecha tradicional tendría que hacerse a
través de negociaciones con el sector hegemónico
del partido". Como para el semanario ese sector es
el que pilotea Eduardo Frei, ya que después de los
desprendimientos de izquierda ocurridos no existen
casi posibilidades de que se produzcan otros de
importancia ("Tomic —dice— no tiene nada que hacer
en su partido, pues hasta sus hijos emigraron de
él"), fatalmente todo acuerdo UP-DC tendrá que
hacerse con la derecha freísta, que es la que
efectivamente controla el partido. Y en ese caso
el acuerdo "no podrá fructificar sino a costa del
ritmo y profundidad del proceso iniciado por la
UP; sería un precio fatal —agrega—, porque la
ganancia en términos parlamentarios o políticos!
clásicos costaría el apoyo de los sectores
sociales que actualmente apoyan al gobierno".
Más aún: "La táctica
opositora de la DC es evidente. Consiste en
mantener arrinconado al gobierno, sometido a una
horma de acero institucional cuyas palancas y
resortes maneja la burguesía; así espera llevar a
la izquierda, en 1976, a una situación de derrota
electoral. Por ese camino el debilitamiento de la
izquierda será progresivo y acelerado, y el
fascismo ni siquiera se tomará la molestia de
esperar hasta 1976".
El pensamiento de
Allende es diametralmente opuesto. El presidente
y sus aliados están convencidos de que el estricto
respeto a la legalidad juega a su favor, y en
contra de la derecha. La UP, además, considera que
la no violación de las "hormas de acero
institucionales" le asegura la prescindencia de
las Fuerzas Armadas y obligará a la derecha, en
cambio, a recurrir a expedientes extralegales; así
—razona—, es la oposición y no el gobierno quien
ante los ojos de los militares se coloca en una
actitud sediciosa. Por eso Allende ha desarrollado
un intenso trabajo de relaciones públicas con las
FF.AA. y ha enviado una delegación castrense a
visitar Cuba y a otra (compuesta por los cadetes
de la Marina recién egresados) a la Unión
Soviética y China.
Como se ve, el debate
es intenso y para nada gratuito: lo que se
discute, tras la máscara del "ritmo", es la
aceleración o desaceleración da un programa y un
gobierno cuya suerte depende de que sepa acertar
con el camino justo.
Por ahora parece
remota la posibilidad de un golpe de Estado, pero
inminente una ofensiva política de la oposición,
que centrará su accionar en dos terrenos: en el
Parlamento bloqueará toda iniciativa oficial y
procurará impedir que la UP cumpla con su programa
(el presupuesto ya fue considerablemente recortado
por los legisladores); y en las calles,
especialmente en el campo, tratará de movilizar a
los sectores tradicionalistas, para crear
situaciones de violencia que deterioren cada, vez
más al allendismo.
El cálculo de la
derecha es simple: sin la existencia de una
"mística revolucionaria" —ahora más lejana que antes,
dado el giro moderador del gobierno—, el probable
agravamiento de la situación económica trastrocará
las simpatías políticas de los sectores populares,
orientándolos hacia el centrismo populista de la
DC. El cálculo del gobierno también es simple:
replegándose tácticamente conquistará el apoyo de
los sectores medios y del campesinado,
solidificará el desahogo diplomático iniciado a
partir da la entrevista Allende-Lanusse, aislará a
la derecha de las FF.AA. y podrá utilizar los
mecanismos legales a su favor.
Así, pues, a más de un
año del ascenso de Allende al gobierno, la lucha
por el poder recién comienza.
Revista Siete Días
Ilustrados
24/01/1972
|