El secreto de Martin Bormann
¿Cuál es el paradero del hombre que personaliza el mayor enigma de la posguerra? Centenares de hipótesis abonaron las páginas periodísticas de la última década, pero ninguna sirvió para despejar definitivamente el misterio. Aun cuando es evidente que a partir de 1945 Bormann adoptó identidades disímiles para escurrirse de la justicia, también es cierto que una literatura fantasiosa frecuentó su muerte y lo volvió a resucitar. La verdad y la fábula enhebran, sin embargo, algunas coincidencias: el principal lugarteniente de Hitler vive o vivió en América del Sur, transitó la Argentina, Chile, Brasil y Paraguay; por lo menos, sus perseguidores más tenaces enfatizaron su búsqueda en esas áreas. Durante un mes, dos hombres de SIETE DIAS revisaron la documentación más seria sobre el caso Bormann y viajaron a los sitios en donde, presumiblemente, había dejado su huella. Lo que sigue es el resultado final de esa prolija investigación, una historia despojada de fantasías y por lo mismo más inquietante

El 22 de abril de 1945 un manso aguacero enfangaba las calles de Berlín. Velando por debajo de las nubes de agua, centenares, miles de bombarderos, arrasaban el centro de la ciudad. Era primavera, llovía, y los ejércitos nazis —a los que Hitler llamara "mis Inmortales"— habían sido barridos del mapa de Europa. El Tercer Reich ya no existía y Alemania comenzaba, definitivamente, su año cero. Ese mismo día, mientras el Führer —en su bunker— se suicidaba, su lugarteniente Martin Bormann —culpable directo del más atroz genocidio de la historia, el asesinato de millones de judíos— ponía en marcha un plan de emergencia para salvar su vida y la de otros jerarcas del régimen. Adolf Eichmann y Josef Menguele, dos de sus más directos sicarios, figuraban entre ellos. Comentaba, de esa manera, la diáspora de los asesinos.
Desde entonces, Bormann se convirtió en la presa preferida del más obstinado perseguidor de nazis fugitivos: el arquitecto polaco Simón Wiesenthal, director del Centro de Documentación Judío de Viena y gestor de la captura de Eichmann y Franz Stangl, el ex comandante del campo de concentración de Treblinka, en Polonia. Según Wiesenthal, Bormann aún está con vida y residiría, al igual que lo hizo Eichmann, en algún país de América del Sur.
Esa tesis, abonada con farragosa documentación, fue el punto de partida para que SIETE DIAS encarara una laboriosa investigación: seguir las pistas dejadas por Bormann e hilvanar la historia de su insólito peregrinaje. Durante un mes, un equipo de redactores y corresponsales recorrió un largo itinerario, que abarcó el sur de Chile, la Patagonia argentina, el sur de Paraguay y parte del Mato Grosso brasileño. El informe que sigue es el resultado de ese apasionante, casi imposible rastreo.

EL APACIBLE SEÑOR HAJEK
El primer paso que dio Bormann para eludir a sus perseguidores fue el de ordenar a su secretario privado —el doctor Helmut von Hummel— que fraguara un acta de defunción y la registrara como si fuera verdadera. Así, en los archivos berlineses de esa época puede leerse (bajo el número 29.233) el siguiente certificado: "Martin Bormann, nacido el 17 de junio de 1900 en Halberstadt, murió en Berlín a las 24 horas del 2 de mayo de 1945". Nadie lo creyó: poco después, en Nuremberg, los tribunales aliados condenaban a Bormann a la pena máxima, pero en ausencia.
Tenían razón, en efecto, para sospechar que el documento exhibido por Hummel era falso. Posteriores declaraciones de Artur Axmann —miembro de las juventudes nazis— probaron que Bormann seguía viviendo: "El Reichsleiter Bormann —confesó el joven camisa parda ante los jueces— fue herido en la estación ferroviaria de Stettino, el 29 de mayo de 1945, por una bomba arrojada por aviones norteamericanos". Era verdad: con el rostro maquillado, el pelo teñido, anteojos y un incipiente bigote, Bormann logró burlar el acoso de varios agentes internacionales y arribar a la ciudad austríaca de Innsbruck. Desde allí, con un pasaporte a nombre de Esteban Hajek, consiguió que la Cruz Roja lo alojara en un campamento de refugiados y que más tarde lo trasladara a Roma.
Una vez en la capital italiana, el jerarca nazi tomó contacto con el prelado croata Krunoslav Draganovic, quien le consiguió refugio en un convento capuchino de la calle Buoncompagni. Ahí esperó varias semanas hasta que el sacerdote logró autenticar su pasaporte con el propósito de dejar Europa legalmente. Todas las evidencias prueban que Draganovic hizo sellar el documento por la Cruz Roja italiana y por el Vaticano, cosa que autorizaba a Bormann a marcharse tranquilamente y cuando él quisiera. Recientes investigaciones demostraron, además, que el pasaporte de Bormann fue visto —posteriormente— por Líbano, Egipto y Argentina.
También se sabe, con bastante certeza —y así lo declararon comandos israelíes—, que el ex ayudante de Hitler arribó al puerto de Buenos Aires a principios de 1946. Junto a él, e ignorando por quién estaban acompañados, desembarcaron centenares de inmigrantes europeos, víctimas del terror nazi. Eran campesinos, obreros, artesanos e intelectuales cuyas familias habían sido diezmadas por las diabólicas invenciones del apacible señor Hajek, un disfraz que permitió a Bormann pasear por la calle Florida, tomar uno que otro chopp estilo Munich y alternar con la colectividad alemana de la capital argentina. Con todo, Buenos Aires no iba a ser más que una escala fugaz; ayudado por funcionarios peronistas simpatizantes de la causa nazi, o valiéndose de la protección que le prestaron algunos amigos, Bormann se trasladó a Chile. Hasta allí llegó SIETE DIAS para inventariar otra de las identidades de Esteban Hajek.

EL CIUDADANO JUAN KELLER
El 18 de noviembre de 1950 un antiguo diputado alemán que reside en Chile desde la caída de Hitler, afirmó haberse encontrado con Martin Bormann: "En los primeros meses de 1948 —precisa el ex parlamentario Pablo Hesslein— me encontraba en la estancia del conde Hans Ultier Reichenbach, distante dos horas de la orilla meridional del lago Raneo. Eran las primeras horas da la tarde cuando vi a tres hombres a caballo transitando por la ruta que conduce a la frontera argentina. Inmediatamente reconocí que uno de ellos era Martin Bormann. El también me conoció en el acto, pues oí que le decía a uno de sus acompañantes: Das war doch Hesslein —aquél es Hesslein—, alejándose rápidamente de mi vista, antes de que yo pudiera acercarme".
Pero ¿vivió realmente Bormann en Chile? Todo parece confirmarlo. El 25 de abril de 1946 el juez Manuel Ramírez Tamayo autorizó en Río Negro, Chile, la inscripción de Juan Keller como ciudadano chileno. El trámite, que se efectuó a pedido del propio interesado, se realizó con la presencia de dos vecinos del lugar: José Feliciano Mallicheo Lefián y Humberto Montiel, quienes actuaron como testigos.
Para que el magistrado pudiera entregarle el documento de identidad número 32.965, Keller afirmó ser hijo de padres desconocidos, de profesión agricultor y haber nacido en el pueblo de Riachuelo, provincia de Osorno, Chile, el 31 de marzo de 1904. Ningún papel con validez legal apoyaba su declaración; sólo Lefián y Montiel testificaron que lo dicho por Keller era verdad.
El periodista chileno Patricio Amigo —redactor de la revista Lea, de Santiago— asegura que "Juan Keller era propietario de la hacienda Las Trancas, un sitio cercano a la ciudad de La Unión. Keller —certifica Amigo— viajaba frecuentemente a la Argentina y solían visitarlo muchos alemanes". En 1952, sin dar explicaciones, Keller abandonó todas sus pertenencias y desapareció sin dejar huellas.
Pero ¿existe alguna relación entre la desaparición de Keller y el asesinato de Humberto Valdez Fernández, jefe del gabinete de identificación de La Unión? Las sospechas se confunden con la certidumbre cuando se averigua que el funcionario Fernández fue asesinado por un tal Fernando Mancilla González, que a la sazón era empleado de Keller.
En rigor, ese hecho no es el único acontecimiento llamativo en torno del caso Keller. Muchos se formulan, ahora, una pregunta urticante: ¿es válido para la justicia chilena, cuando se trata de establecer una identificación, el testimonio formulado por dos testigos analfabetos que, además, son empleados del declarante? Eso, sin embargo, es lo que ocurrió durante la ceremonia que convirtió a un desconocido, al menos legalmente, en el agricultor Juan Keller, ciudadano chileno. Quizá no sorprenda, entonces, esta otra incógnita: ¿por qué el juez Ramírez Tamayo, luego de otorgar el documentó a Keller, fue ascendido a ministro de la Corte de Apelaciones de Chillán? Algunas de las personas consultadas por SIETE DIAS infirieron que la promoción podía explicar se por dos motivos: primero, porque el juez había acumulado suficientes méritos para ello y, segundo, por que algunos amigos de Keller habrían movido influencias para gratificar la poca curiosidad del juez.
De cualquier manera, algo suscita poderosamente la atención: las fotografías que tomara el periodista Amigo del rostro de Keller tienen un asombroso parecido con los retratos de Martin Bormann publicitados profusamente en la Alemania de Hitler. Además, en un reciente reportaje concedido a la revista española Cosmópolis, el arquitecto Wiesenthal sostuvo que "Bormann residió desde 1946 hasta 1952 en Chile. En ese país —asevera— vivió junto a una mujer que era empleada en una empresa alemana con filiales en todo si mundo. Desapareció sin dejar rastros, para reaparecer posteriormente en Brasil".
Por otra parte, Tivian Friedman —integrante del comando israelí que capturó a Eichmann en Buenos Aires— aseguró, hace poco, que "existen fotografías y huellas digitales que prueban, sin ninguna duda, que Bormann vivió en Chile". Juan Keller, ¿era Martin Bormann?

OTRA VEZ LA MUERTE
Las pistas dejadas por el jefe nazi se pierden, vuelven a aparecer, se entrecruzan y se complican como un verdadero laberinto. Para desbrozarlas quizá convenga volar de Chile a Paraguay, pegando —a la par— un pequeño salto en el tiempo: diez años, después de todo, no constituyen un abismo infranqueable. El 7 de diciembre de 1962, las agencias noticiosas internacionales difundieron una noticia restallante: Bormann —se dijo— habría muerto de cáncer el 15 de febrero de 1959 en la casa de un individuo llamado Werner Jung, vecino de la ciudad de Asunción, Paraguay. La información agregaba que el perseguido criminal de guerra había trabajado una larga temporada, como empleado administrativo, en las pequeñas y activas colonias alemanas de Obligado y Bella Vista, en el Alto Paraná.
Según las versiones de esa época, el certificado de defunción —el segundo en la historia de Bormann— había sido firmado por el médico austríaco Otto Bliss, quien adjudicó el deceso a un avanzado cáncer de estómago. El sepelio, agregaba el cable periodístico de 1962, se efectuó dos días después, en el cementerio de la pequeña población de Ita, situada a 30 kilómetros de la capital paraguaya.
"Cuando investigamos el caso —aseguró a SIETE DIAS un veterano detective del caso Bormann— nos encontramos con que la fosa estaba ocupada' por el cadáver de un nativo del lugar: el de Emilio Hermosilla, un indio fallecido de muerte natural."
Tanto en Asunción como en Ita todos parecen coincidir en que la segunda muerte de Bormann fue una maniobra psicológica urdida por sus amigos nazis: "No hay que olvidar —memoró el asunceño Osvaldo Sieguer, miembro de una organización sionista paraguaya— que por esa época fue detenido Eichmann y que por razones de seguridad convenía dar por muerto a Bormann". Era, desde luego, una manera —aunque ingenua— de despistar a los comandos encargados de localizar a jerarcas nazis prófugos.
Con todo, la propia muerte, falsa, repetida, parece ser una constante cortina de humo que se obstina en ocultar el verdadero escondite de Bormann. Al menos eso es lo que suele ocurrir en el relato de Guillermo Cordier, un nuevo personaje que obligó a SIETE DIAS a trasladarse a Colonia Paso Flores, de Río Negro, Argentina, donde 80 alemanes —armados de un vacilante castellano— cultivan una tierra árida y comunitaria.
"Ya no estoy en Alemania. Mi estadía es en la Argentina. La ruta que pasa cerca de mi chacra termina a 15 kilómetros. Esto, aquí, es el fin del país —murmura Cordier en una parla confusa, que casi tras forma el español en un dialecto—. Al regresar a mi casa, un día, encontré un visitante. Era un alemán desconocido que estaba sentado en la puerta de casa y me estaba esperando. Me dijo que quería encontrar un lugar en el mundo para huir del pasado. Yo le expliqué, como dice la sagrada Biblia, que de cualquier manera el fin le llegaría por gracia del Señor. El visitante se quedó con nosotros diez días. Luego lo despedimos. Era un hombre autoritario, sólo creyente en los mensajes de los astros y no en la Biblia. Hace cuatro años se fue. Huyó de este mundo. Está muerto." Guillermo Cordier no oculta que habla de Martin Bormann.
Luego, casi con fastidio, pone fin al reportaje con una frase cortante: "Lo atropelló un vagón de ferrocarril. Tiene sepultura en nuestro terreno", después se aleja, torturando con sus manos terrosas la Biblia ajada por el uso y el tiempo. "Más que un campesino, este hombre parece un penitente —confió a SIETE DIAS un comerciante de la zona—. ¿Se fijó, además, cómo mueve el ojo derecho y cómo golpea los tacos cuando saluda? Para mí que este tipo oculta un pasado extraño", concluyó. Algo, al menos, era cierto: un tic en el párpado y la ceja derecha delatan al hombre habituado a usar monóculo. De cualquier manera, parece justo señalar que no todos los alemanes de Paso Flores conocen la verdadera identidad de aquel visitante. Por otra parte: ¿Quién es Guillermo Cordier? ¿Dice la verdad o sus palabras sólo constituyen otra cortina de humo? ¿Será definitiva esta tercera muerte de Bormann?

ENIGMA PARA COMANDOS
Recientemente, el diario brasileño 0 Estado do Paraná denunció que en la colonia alemana de Marechal Rondon —un pueblito del sudoeste del Brasil— vivían escondidos varios criminales de guerra. El articulo, redactado por el periodista Germán Erpstein, informaba que "Bormann, Mengüele y otros fugitivos nazis, transitaban impunemente por las calles del pueblo". Dos enviados de SIETE DIAS, con el pretexto de estudiar el área de influencia de la futura central hidroeléctrica de Sete Quedas, vivieron durante una semana en Marechal Rondon, sitio al que también menciona Wiesenthal como posible escondite de Martin Bormann.
Con sus calles de tierra colorada, los brillantes barnices de las tiendas y el tránsito de carretones de tipo europeo, el lugar parece trasplantado al Brasil desde el centro de Alemania. Los automóviles, en su mayoría Volkswagen, acercan mucho más el parecido. Las estadísticas oficiales dan cuenta del que el "80 por ciento de los 68 mil habitantes del municipio son de ascendencia alemana y el 10 por ciento italiana". De esa manera, el idioma, la cultura y por supuesto las tradiciones, son predominantemente germanos.
"Antes, todo este terreno era selva virgen —se maravilla Dealmo Poersch (39, intendente del pueblo)—; recién el 21 de abril de 1951 se tiró abajo el primer árbol. En estos pocos años Marechal Rondon se ha convertido en el principal productor de cerdos del estado de Paraná. Todo lo conseguimos porque tenemos la fuerza de voluntad y la disciplina de los alemanes, junto con la alegría natural del pueblo brasileño. Buena mezcla, ¿no?", interroga el edil.
Florisbelho Batista Nuñes (35) parece no compartir, sin embargo, tanto alborozo: "Los alemanes desprecian a los brasileños —se quejó ante SIETE DIAS—: hace un año que llegué a este pueblo pero ya he sentido el rechazo en más de una oportunidad. Para ellos nosotros no somos más que unos pobres negros haraganes e inservibles. Además, en este sitio hay nazis por todos lados".
Por cierto no sorprendió que el 7 de septiembre pasado (fecha patria del Brasil), escolares de Marechal Rondon desfilaran por la calle principal marcando el clásico paso de ganso de las huestes hitleristas. Cosa que escandalizó al nativo Nuñes y lo llevó a profundizar aún más las confidencias: "Hace unos quince días corrió el rumor, entre los no alemanes, que había muerto un viejo que fue general nazi en la guerra. No sé si eso será verdad —dudó—, pero el entierro resultó imponente y asistió toda la colectividad. Hace un tiempo aquí era posible encontrar símbolos de la Alemania de Hitler: cruces gamadas, retratos del Führer y chicos saludando con el brazo en alto, al estilo nazi.
Una cosa es indudable: 0 Estado do Paraná publicó su informe acerca de Marechal Rondon, el pueblo se conmovió como si padeciera un terremoto. Es que el artículo culpaba al doctor Alfredo von Seibolt —uno de los ciudadanos más respetados del pueblo— de "pretender instaurar en Brasil el Cuarto Reich desde su fortaleza ubicada a orillas del Paraná, rodeada de pirañas y fuertemente custodiada por feroces mastines y centinelas armados". Arrojaba también una sospecha: ¿sería el doctor Von Seibolt una de las identidades del codiciado Martin Bormann? Cuando SIETE DIAS intentó comprobar la veracidad de la sugerencia deslizada por el diario brasileño, chocó con la firme negativa del médico, quien en varias oportunidades, por medio de una secretaria, hizo saber que estaba "muy ocupado con el hospital y que toda entrevista era por el momento imposible". Ese hombre tan atareado, ¿sería el propio Martin Bormann?

EL MISTERIO DEL LEON RAMPANTE
Cuando los enviados de SIETE DIAS cenaban en el pequeño comedor del hotel Avenida, en Marechal Rondon, un muchacho de rostro moreno y ojos expresivos les descerrajó una inesperada pregunta: "¿Ustedes saben algo de escudos heráldicos? Yo tengo que pintar uno para el médico del pueblo y no sé cómo hacerlo". Valdir Ribeiro (23, pintor trashumante que Nevaba diez días de permanencia en esa ciudad no resistió tres vasos de aguardiente y relató: "Los otros días, la chica que trabaja en la estación de servicio de Ipiranga me recomendó al doctor Seibolt, ese alemán que tiene un hospital, ¿lo conocen? Cuando lo visité me dijo que revolviendo en unos viejos papeles había encontrado un escudo de su familia, inconcluso, sin pintar, y que quería que yo se lo terminara, pero la verdad es, que no sé cómo hacerlo". Gracias a esta valiosa información suministrada por Ribeiro —el interés del médico por la heráldica—, la última intentona para entrevistar al doctor Seibolt tuvo éxito. Haciéndole llegar el rumor de que uno de los periodistas argentinos era especialista en heráldica (cosa que después lo obligó a improvisar sobre leones rampantes, águilas encadenadas flotando en un campo de gualda y cosas por el estilo) los enviados de SIETE DIAS fueron, al fin, recibidos por el presunto Bormann.
Poco a poco, matizando la charla con ramificaciones del árbol genealógico de su familia, el doctor Von Seibolt fue contando su vida: "Nací aquí en el Brasil, en el estado de Rio Grande. Cuando tenía 6 años mis padres me llevaron a Alemania; estudié medicina en Berlín. Durante la guerra me incorporé a los ejércitos de Rommel, con quien hice la campaña de África. Después, en 1948, regresé junto con mi mujer y mis hijos. Por ese entonces sólo había cinco médicos en un radio de 300 kilómetros cuadrados. Pero vine aquí pensando que en este sitio se puede originar una raza distinta. En la medida en que se mezclen genéticamente con los alemanes, los brasileños lograrán ser superiores. No les quepa ninguna duda: de aquí a cien años este pueblo dará origen a una nueva raza", delira Herr Seibolt, sin bajar la guardia del todo. En efecto, ante cada pregunta titubea y piensa largamente, como si le costara decidirse a hablar.
Cuando se, le recuerdan las acusaciones del artículo publicado en O Estado do Paraná, se encrespa: "Son todas supercherías. ¿Ustedes creen que si yo fuera Martin Bormann estaría aquí conversando cara a cara con ustedes? El autor de esa nota es un judío resentido que ya afrontó varios procesos policiales. Hasta el mismo Wiesenthal lo acusó de falsario, lo cual es como si me hubiera absuelto de todo cargo. Claro que igualmente ese artículo me hizo mucho mal".
Apelando siempre al pretexto de la heráldica, los enviados de SIETE DIAS huronearon en la intimidad familiar de Seibolt: la conexión más estrecha con el régimen nazi puede acreditarse a la esposa del médico, quien no dudó en declarar que su padre fue un alto funcionario del Partido Nacionalsocialista. En su carácter de gobernador de una provincia alemana, fue estrecho colaborador de Hitler, confianza que le valió diez años de cárcel por el tribunal de Nuremberg. Ya en libertad, dos veces se trasladó al Brasil para visitar a sus familiares.
Con todo, el más contundente testimonio que demuestra que las afirmaciones del diario de Paraná no son exactas, provino de Antonio Maximiliano Ceretta (54, tres hijos), director de Radio Marechal Rondon: "Son puras imaginerías eso de que aquí se pretende formar un Cuarto Reich. Cuando el periodista Erpstein vino a recoger información para su diario, ocurrió un hecho que demuestra su mala intención: un día, mientras estaba recorriendo la región acompañado por un empleado de la radio, a quien le había alquilado el coche, Erpstein le ofreció una buena suma de dinero a cambio de que dijera que habían sido asaltados por fuerzas de choque nazis. Por supuesto, mi colega se negó a representar esa comedia".
Sin embargo, el más tenaz cazador de nazis, Wiesenthal, insiste en que Bormann vivió en esa zona donde confluyen las fronteras de Paraguay, Brasil y Argentina. Según el obstinado arquitecto polaco, los comandos israelíes no sólo habrían encontrado las trazas de Bormann en Marechal Rondon, sino también en la vecina ciudad de Guaira, en el límite con Mato Grosso. SIETE DIAS también siguió esa pista.
En Guaira, Ernesto Mann (48, casado), ex oficial del ejército germano y actual propietario de la agencia turística Americatur, sostuvo que esa tesis es "una pura invención de Wiesenthal para obtener más dólares de los judíos que lo mantienen". Si algo parece válido es que en un área tan reducida los expertos comandos israelíes no hayan aún identificado y capturado a Bormann. Sin embargo, el tema de los criminales nazis refugiados en Brasil es un tema presente en todas las sobremesas de la región. ¿Vivió alguna vez Bormann en el sudoeste brasileño?

EL EXTRAÑO PADRE WEIS
"Era el 20 de febrero de 1962. Mi esposa y yo nos habíamos acostado cuando escuchamos varios disparos de revólver frente a la iglesia. Cuando salí a ver qué pasaba, advertí que ya otros vecinos se dirigían al sitio", relata Miguel Nadasdy, un sastre vegetariano nacido en Lugoj, Rumania, el 15 de febrero de 1907. Nadasdy vive en San Ignacio, provincia de Misiones, Argentina, en una pequeña casita vecina a la iglesia del pueblo.
"La noche del 20 de febrero —continúa el sastre—, después de los disparos, me acerqué a la puerta de la iglesia; allí conversé con Aurora, la mujer que se ocupaba de los trabajos domésticos en casa del padre José Weis, quien el día anterior se había marchado a Posadas. La pobre estaba muy asustada y no pudo aclarar quién había sido el autor de los disparos."
La doméstica volvió al interior de la sacristía y Nadasdy se retiró a dormir: eran las 3 de la mañana. Al día siguiente todo el pueblo comentaba el tiroteo contra la iglesia. ¿Quién había disparado un arma de fuego contra la casa del cura Weis? Una explicación general satisfizo a los menos curiosos: "Debió ser algún borracho". Pero en el pequeño destacamento policial de San Ignacio, según pudo comprobar SIETE DIAS, había quedado registrado el nombre de Rudolf Eichmann —hijo de Adolf—, detenido por promover desorden en la vía pública; se le secuestró un revólver calibre 38 largo con tres cápsulas servidas. El nombre de Rudolf Eichmann no llamó la atención de nadie y el episodio se olvidó en una semana. El hecho, no obstante, había logrado inquietar a dos hombres: al padre José y al sastre Nadasdy.
La fámula del sacerdote, que aún vive en Misiones, todavía recuerda la noche del 20 de febrero de 1962: "Sí, fueron tiros. Cuando el padre José volvió de Posadas y le conté lo que había pasado, se puso furioso y me interrogó sobre una serie de cosas que yo ignoraba: si alguien había preguntado por él en las últimas horas de1 ese día, si yo había visto al autor de los tiros, si el hombre estaba solo o acompañado y un montón de detalles de los cuales yo no sabía nada. Después se marchó a su habitación y estuvo todo un día sin hablar una palabra. Desde entonces me di cuenta de que tenía miedo de algo. Cerraba la iglesia temprano y no bien oscurecía se refugiaba en su habitación y siempre ponía doble llave. Al poco tiempo, cuando le pregunté qué era lo que le estaba pasando, me dijo que se sentía cansado de vivir en San Ignacio y que se ¡ría a otra parte. Fue por ese tiempo que encontré, mientras hacía la limpieza en su cuarto, un revólver que nunca había visto. Su conducta era de lo más extraña: se pasaba todo el día sentado en su escritorio, mirando la puerta de calle, como si tuviera miedo de que alguien entrara de golpe", supone Aurora.
Un día de 1965, cuando la doméstica cumplía cuatro años de servicio en la iglesia parroquial, el padre José Weis se despidió de unos pocos amigos diciéndoles que se marchaba a Buenos Aires. Aún hoy, muchos habitantes de San Ignacio recuerdan al padre José, nacido en Francia —como solía remarcar— y miembro de la orden del Verbo Divino, una congregación religiosa que nuclea, en su mayoría, a sacerdotes de origen alemán. Casi todo San Ignacio memora, además, la extraña conducta del cura; cuentan —los más habladores— que una noche (después de aquélla) el sacerdote descargó su revólver contra el chancho de un vecino porque los ruidos nocturnos del animal lo desvelaban. Por ese mismo motivo, dicen, el párroco inmoló a su propio perro de dos balazos. "Cuando algún turista visitaba la parroquia —evoca Aurora—, el padre se encerraba en su pieza y no salía hasta que se marchaba, ¿no le parece una conducta muy extraña para un cura?"
Lo que para ella resultaba inexplicable, no lo fue para el sastre Nadasdy. Un día, hojeando una revista de actualidades, encontró una fotografía que le llamó la atención. Con tono ingenuo le preguntó a su mujer: "¿A quién te hace recordar este hombre?". La respuesta de Eu-logia Suárez —así se llama la esposa del sastre vegetariano— fue inmediata: "al padre José", contestó. Una sonrisa plegó los labios de Nadasdy: la foto de la revista era del Reichsleiter Martin Bormann.
La coincidencia entre los hechos ocurridos en San Ignacio y algunos otros acontecimientos vuelve a ser curiosa: hace poco, Wiesenthal afirmó que Bormann, viejo de 70 años y acaso todavía muy enfermo del estómago, "aún vive en una zona selvática de la Argentina; allí fue tomada la foto de un hombre que se parece extraordinariamente a Bormann y que está acompañado por una joven secretaria y por la mujer que lo cuida".

MARTHA DIAZ, CATEQUISTA
"El padre Weis estuvo varios años en San Ignacio —recuerda Modesto Aquiles, cuidador de las ruinas jesuíticas—. Era un hombre muy humilde y callado. Cuando no daba misa solía encerrarse en su casa para oír música, tenía una asombrosa colección de discos clásicos. Creo que era buena persona, lástima que a pesar de ser cura estaba encandilado por una joven catequista llamada Martha Díaz. Cuando se fue de aquí estaba muy enfermo, creo que tenía una úlcera en el estómago."
Afirma Wiesenthal que la salud de Bormann —que era un melómano apasionado— se resintió alrededor de los años 1965 o 1966 (fecha en que curiosamente se marchó Weis a Buenos Aires) y tuvo que ser sometido a una intervención quirúrgica para curarse de cierto problema intestinal. ¿Sería el, padre Weis, Martin Bormann? Por otra parte, en esa fotografía que posee Wiesenthal de un "hombre que tiene un parecido asombroso con Bormann", ¿estarán también las imágenes de la parlanchina Aurora y de la catequista Martha Díaz? ¿Quién era, por último, esta enigmática y atractiva damisela?
"Durante dos años —insiste el sastre Nadasdy—, el padre José vivió con una muchacha que se hacía llamar Martha Díaz. Mientras Aurora se ocupaba de la casa, la chica, que era muy bonita, debía ocuparse de preparar religiosamente a los chicos del pueblo, pero nunca lo hizo. El cura decía que Martha era su secretaria, pero yo, de lo que estoy seguro, es de que la jovencita ésa tenía ideas nazis. Cuando llegó a San Ignacio dijo que venía de la ciudad de La Plata: eso es lo único que contó de su pasado", se lamenta el sastre.
Pero él no es el único que sintió curiosidad por las actividades de Martha Díaz. También el actual párroco de San Ignacio, el padre José Marx, intentó rastrear algunos detalles sobre la insólita catequista: "El hermano José —definió el .padre Marx ante SIETE DIAS— era un verdadero músico; tocaba muy bien el órgano y se ocupó de organizar el coro de la parroquia". Después de una larga charla sobre discos y melodías, accedió a revelar más información acerca de su colega y de la Díaz.
"Nadie sabe qué misterio se ocultaba detrás de Martha Díaz —asevera—; lo único seguro es que ella se marchó de aquí con el padre Weis, quien estuvo pocos años en Misiones y que vino a la Argentina desde Chile. En verdad —reconoce—, la actitud de esa muchacha resulta muy curiosa: yo quise indagar su historia por medio de la organización Hijas de María, pero no logré sacar nada en limpio."
Iguales intenciones mostró el teniente cura Alfonso Heck (33, residente en San Ignacio): "Yo previne al padre Weis que esa mujer tenía oscuras intenciones respecto a él, pero no me hizo caso. Ella, no sé cómo, se enteró de ese hecho y se puso furiosa, nos insultó a todos empleando un lenguaje impropio para una catequista. Era un arpía, si se fue con el padre José obedecería a un designio extraño. Quizá fuera una espía sionista y estemos ante la presencia de un nuevo caso Eichmann", especula.

EL CIRCULO SE CIERRA
Un balance de la investigación realizada por SIETE DIAS, y confrontando los datos recogidos con una declaración efectuada por Klaus Eichmann —hijo mayor del ajusticiado criminal de guerra—, permiten hilvanar nuevas conjeturas: "Mi padre sabía que Bormann estaba con vida —secreteó Klaus a un periodista berlinés de la revista Quick—: él y otros líderes nazis le prometieron ayuda en caso de que pasara algo, pero cuando lo capturaron fue abandonado completamente y no nos proporcionaron el menor auxilio". Quizá sea ese resentimiento de los hijos de Eichmann lo que impulsó a Rudolf —otro de sus vástagos— a descargar su revólver, la noche del 20 de febrero de 1962, contra el frente de la sacristía de San Ignacio. ¿Por qué eligió Rudolf Eichmann la casa de José Weis como blanco de sus disparos? ¿Qué tenía que ver un anciano sacerdote francés (como Weis declaraba que era) con el ajusticiamiento, en Israel, de un criminal nazi?
Quizá esa pregunta pueda; ser contestada con sólo trasladarse a la ciudad de Tandil, en la provincia de Buenos Aires. Allí vive un sacerdote que frecuentó asiduamente al padre Weis: "Hablaba únicamente alemán y muy mal el castellano —sostiene el sacerdote Ricardo Novodka—: yo le enseñé a hablar el francés". Si
José Weis era alemán, ¿por qué sostenía haber nacido y crecido en Francia?
Otro hecho curioso se agrega a la impenetrable historia del padre Weis: todos los testimonios anteriores —obtenidos directamente por SIETE DIAS y conservados en cinta magnética— coinciden en señalar que el sacerdote José Weis se alejó definitivamente de la orden del Verbo Divino hace ya varios años. Por otra parte, el religioso John Musinsky (52, superior general de la Orden) sostuvo ignorar la actual existencia de José Weis: "No tengo ninguna referencia de él. No lo conozco", declaró. A su vez, el rector del colegio del Verbo Divino, entrevistado en su despacho de Villa Calzada, provincia: de Buenos Aires, consideró que "irse del clero no es ningún delito. Nosotros ignoramos el paradero del padre Weis, ya que él hace varios años que se fue de nuestra congregación". Sin embargo, la edición 1969 del Catalogus Sodalium Societatis Verbi Divini, un libro donde se consigna el nombre de todos los miembros de la orden, certifica que José Weis aún pertenece a ella; en la página 166 se lee: "José Weis es miembro extra regional de la Orden —es decir, que carece de residencia fija en una determinada diócesis—. Nació en Saint Ingbert en 1909; ingresó a la Orden en 1921 y tomó sus votos primarios en 1933. Sus votos perpetuos los recibió en 1938, año en que fue ordenado sacerdote". En suma, una trama confusa que bien puede ser producto de meras coincidencias y de tantas subrepticias interpretaciones de la realidad.
Sólo resta, entonces, hilvanar algunos detalles: Bormann no murió en Berlín en el año 1945, ni tampoco en la pequeña localidad paraguaya de Ita —como se aseguró en 1962—. Se sabe que estuvo en' Chile y que transitó —según afirma Wiesenthal— por la colonia alemana de Marechal Rondon. Es probable, entonces, que aún esté con vida. En forma obstinada, casi insidiosa, todas las pistas se desvanecen y vuelven a aflorar y se diluyen de nuevo, tragadas misteriosamente por una enmarañada geografía de selvas, conjeturas y contradicciones.
ROBERTO VACCA — HUGO PEREZ CAMPOS
Revista Siete Días Ilustrados
18.01.1971

Nota M.R.: "...el 7 de diciembre de 1972 unos trabajadores de la construcción encontraron restos humanos junto a la Estación Lehrter, en el Berlín Oeste, a tan solo doce metros del lugar donde Krumnow había afirmado que estaban enterrados.​ Tras la autopsia, los fragmentos de cristal que se encontraron en la dentadura de los dos esqueletos sugirieron que se habían suicidado mordiendo cápsulas de cianuro para evitar su captura."
"(...) Los restos fueron definitivamente identificados como los de Bormann en 1998, cuando las autoridades alemanas ordenaron llevar a cabo exámenes genéticos a los huesos. Las pruebas, utilizando ADN de uno de sus familiares, identificaron el cráneo como el perteneciente a Bormann. Las pruebas fueron dirigidas por Wolfgang Eisenmenger, profesor de ciencias forenses en la Universidad Ludwig Maximilians de Múnich.​ Los restos de Bormann fueron definitivamente incinerados y sus cenizas fueron arrojadas sobre el mar Báltico el 16 de agosto de 1999." (FUENTE: Wikipedia)


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