De Emmeline Pankhurst a la primera votación femenina argentina
o los derechos de la mujer en el mundo

Por
JAVIER CACERES

ENTRE 1913 y 1951 median justamente treinta y ocho años. Vale decir que entre los albores de la primera guerra mundial y las vísperas de la primera votación femenina argentina media poco más de un tercio de siglo de evolución y acción de la mujer en el mundo. El universo moral y físico ha experimentado con esa evolución y esa acción un vuelco tan extraordinario que pasará mucho tiempo antes de que los historiadores alcancen a definir sus proyecciones. 1913 señala el año en que Mrs. Emmeline Pankhurst, fatigada de clamar por la justicia, sale a la calle a portarse como un hombre, o sea a procurarse por la violencia lo que el hombre no quería darle por la razón. Las autoridades la dejan hacer en un principio en medio de mal disimuladas risas y pero, a poco, las cosas se ponen serias. Las mujeres empiezan a comprender que pueden sentir y pensar lo mismo que "ellos", y las calles de Londres se llenan de muchedumbres atónitas que siguen con los ojos las manifestaciones femeninas, no siempre plácidas. Entonces las autoridades actúan. Encarcelan a Mrs. Pankhurst, y Mrs. Pankhurst decide no probar bocado durante el lapso que dure su prisión. Cerca de un mes permanece sin comer. Los médicos anuncian que está gravísima, y ante el temor de que se produzca su fallecimiento, se la pone en libertad. Esto ocurre el 30 de mayo de 1913.
Toda la prensa inglesa y la del mundo entero publica largos comentarios sobre el sorprendente suceso. En Londres, las opiniones están divididas, y en ello empieza ya a vislumbrarse el triunfo de aquella mujer valerosa. Un hecho por demás doloroso robustece estos sentimientos. Emily Davidson, muchacha fanática del movimiento sufragista, no puede tolerar más lo que está ocurriendo y resuelve sacrificarse en aras de sus ideales. Aprovecha para ello la celebración del Derby de Epson, que se correrá al día siguiente de la liberación de Mrs. Pankhurst. Y en el momento culminante de la carrera, cuando la muchedumbre entusiasmada aclama el nombre del seguro vencedor, ella se arroja al paso de los caballos, y halla una muerte horrible.
Los sentimientos que causó este sacrificio entrañan, sin duda, el definitivo triunfo del sufragismo británico con su correspondiente repercusión en el mundo. Emily Davidson viene a ser así la heroína y la mártir del feminismo universal. Y su memoria será algún día consagrada en el bronce de la estatua, como lo es ya la de Mrs. Pankhurst.
En 1919 lady Astor entra en el Parlamento, Por primera vez en la historia de Gran Bretaña una mujer forma parte de la Cámara de los Comunes. A partir de ese momento la realidad política de los pueblos se enriquece con conquistas femeninas cada vez mayores. La terrible lección del año catorce ha sido aprendida. Y la mujer se ha lanzado a la calle, y ha alcanzado por legítimo derecho el puesto que le corresponde en el concierto humano.
Llega 1938. Munich acaba de ser celebrada, pero los cielos de Europa se ensombrecen cada vez más. La guerra — una nueva guerra espantosa — es inminente. Nadie podrá evitarla, porque hay políticos e intereses que aspiran a la dominación del mundo. Los gobiernos aceleran sus medidas defensivas o agresivas. La angustia cunde. Se presiente ya el olor del incendio y la matanza. El olor de la bomba atómica. . .
Los campos de batalla se pueblan de mujeres ejemplares que restañan heridas y socorren miserias. Las fábricas, las oficinas, los servicios públicos y de seguridad interna quedan confiados a las manos femeninas. Millones y millones de mujeres con pantalones: institutrices, maestras, farmacéuticas, mecánicas, técnicas en electricidad, conductoras de vehículos, aviadoras, empleadas, obreras. . . Un maravilloso ejército de sorprendente competencia y de disciplina increíble que hace alardes de valor cada vez que el enemigo bombardea las ciudades indefensas. Si Mrs. Pankhurst hubiera vuelto entonces por un momento de la tumba, o si el bronce de su estatua se hubiera animado en su pedestal frente a la Cámara de los Comunes, habría tenido una severa sonrisa, y, señalando a esas mujeres, habría dicho:
— He ahí a mis hijas...
Lo que ha ocurrido después es historia reciente y que todos conocemos. Nada de lo que constituía el "ideal" de la guerra, nada de lo que se dijo que se corregiría con la apocalíptica matanza, fué cumplido. El mundo sigue, por desgracia, empeñado en una sórdida lucha entre el capitalismo y el comunismo. Y una tercera guerra mundial —acaso la última, porque a la humanidad le sería muy difícil resistir la experiencia de las nuevas armas— amenaza desde hace tiempo a los pueblos.
Pero acá, en el sur de este continente de la paz, en la República Argentina, ha nacido la doctrina justicialista de la tercera posición.
El secreto de la felicidad de los pueblos está en esa doctrina, y ya empiezan a reconocerlo así en muchos países dominados hoy por el temor. ¡Justicialismo! Una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana no podía existir sin la plena colaboración de la mujer. Y la mujer argentina está ahora en la plena posesión de sus derechos civiles y políticos, luchando a la par de los hombres, y dispuesta a librar la batalla de las urnas con la mente y el corazón puestas íntegramente en los sagrados intereses de la patria.
El 11 de noviembre de 1951 constituye un hito de trascendencia fundamental para la historia argentina. Esta es una de las realidades más valiosas de la Nueva Argentina, una de las conquistas más nobles del justicialismo. Y ha sido alcanzada sin prólogos de "policemen" que corren a las mujeres en las calles y las apresan y las ridiculizan. Sin asombros "democráticos" de ninguna clase. Ha sido alcanzada, simplemente, por obra de la visión genial de un conductor: Juan Perón, y de los generosos sentimientos de una mujer: Eva Perón.

Revista Caras y Caretas
10/1951
Pie de fotos
A la derecha vemos a Mrs. Emmeline Pankhurst en trance de ser alzada en vilo por un "policeman", rumbo al carro celular, durante una manifestación sufragista frente al Palacio de Buckingham. A la izquierda, la abanderada de la Fundación Eva Perón, una de las expresiones más elevadas de lo que es dable esperar del esfuerzo de la mujer al amparo de la doctrina justicialista.

Revista Caras y Caretas
10/1951


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