Fidel Castro: marxismo a la cubana
El hombre fuerte de La Habana, atrapado en el cepo de la dura realidad: en el conflicto ideológico chino-soviético, su corazón está al lado de Mao Tse-tung, pero la economía cubana depende de los rublos de Nikita Kruschev

La antorcha de la revolución pierde fulgor
"Desde el frente guerrillero venezolano enviamos un mensaje al heroico pueblo de Cuba y a su jefe, el camarada Fidel Castro, en el quinto aniversario de la liberación cubana. Libertaremos a nuestra patria o moriremos por Venezuela. Revolución o muerte. Fabricio Ojeda. Sierra Libertadora", rezaba el mensaje transmitido por el jefe de las guerrillas comunistas de Venezuela al líder cubano, que para propios y extraños asume el papel de representante del marxismo-leninismo en este continente.
"Revolución o muerte" es, por supuesto, un mero recurso retórico de Ojeda, un hombrecillo de menguada estatura y luengas barbas —a semejanza de su maestro y mentor— evadido de las prisiones del dictador Trujillo. Ya que ni los guerrilleros tienen por ahora fuerza suficiente como para desencadenar la revolución, ni las tropas de represión del coronel Monsalve disponen de los elementos necesarios para destruir a las guerrillas.

Todos los caminos pasan por La Habana
En el mensaje se omite cualquier alusión a las armas y material bélico que Ojeda y sus hombres reciben de Cuba. Sin embargo, hay pruebas abrumadoras de que los fusiles, metralletas y explosivos afluyen a Venezuela desde las fábricas rusas y checoslovacas vía La Habana. Es tal vez la colaboración —y, al mismo tiempo, una pequeña trampa— de Fidel Castro al cumplimiento de la profecía que él mismo hizo al día siguiente de su victoria sobre Batista, el anterior dictador cubano: "En cinco o diez años más toda Latinoamérica estará madura para la revolución, que se extenderá como un mar de llamas desde los Andes al Atlántico".
Desde ese mismo momento, la "revolución" se convirtió en el más importante de los productos de exportación cubanos. Para mucha gente, el "primer país socialista de América" es revolucionario por necesidad: predica constantemente la revolución, sopla sobre los rescoldos dispersos aquí y allá en el continente porque de lo contrario corre peligro de desinflarse, enredado en los intrincados vericuetos de sus problemas económicos todavía no resueltos, que solo el masivo aporte de los rublos rusos permite disimular.
Es dudoso, sin embargo, que pueda mantenerse por mucho tiempo el actual estado de cosas, y muy probable, en cambio, que Fidel Castro tenga que poner sordina a su fervor de catecúmeno de la religión marxista. Se diría que los dos países rectores del mundo de hoy, la Unión Soviética y los Estados Unidos, están aprendiendo en carne propia lo costoso que resulta crear regímenes a su imagen y semejanza. En todo caso, Rusia parece muy poco dispuesta a abandonar las ventajas que la actual distensión internacional le reporta internamente para correr la aventura de financiar una nueva revolución triunfante en América del Sur. Los recientes acontecimientos del Brasil constituyen una buena prueba de este aserto. Se trata de una sencilla regla He tres: "si Cuba, con 6 millones de habitantes, cuesta a Rusia x millones de rublos al año, el Brasil, con casi 70, costaría 13 veces x millones". Dudoso negocio, como se ve, para un régimen comunista como el ruso, que se ha "ablandado" bajo la dirección de Nikita Kruschev: heladeras y lavarropas en lugar de tanques y aviones; fertilizantes para la agricultura en vez de la conquista de la luna.

A media luz los tres
Fidel Castro soñaba con poder convertir a Cuba en la antorcha de la revolución latinoamericana. Hoy esa antorcha sufre frecuentes apagones, según que La Habana se oriente hacia Moscú —escasa ortodoxia marxista, pero que paga, aunque mal, el azúcar cubano en rublos contantes y sonantes— o hacia Pekín —fervor ideológico, mas sin respaldo bancario.
Esta es la dramática encrucijada en que se encuentra el régimen castrista. Está atrapado en las redes del realismo político. Su corazón estaría siempre dispuesto a escuchar los cantos de sirena revolucionarios de Mao. Pero la razón, la sensatez —y el estómago, que tiene también sus derechos— le obligan a escuchar las casi burguesas admoniciones de Nikita. Y en el conflicto ideológico chino-soviético, mientras en espíritu acompaña al dúo China-Albania, Castro tiene que ejecutar mansamente su partitura bajo la batuta soviética.
A su vez, esta política de sumisión a Rusia comporta un riesgo que Fidel Castro si tiene buena memoria, no puede ignorar. El riesgo de que en cualquier momento su revolución pueda ser sacrificada en aras de la paz mundial (o de la guerra; en cualquier caso, de las conveniencias soviéticas). A nadie le parece imposible que, llegado el momento, Cuba se convierta en manos de Rusia en "objeto negociable" en la mesa de conferencias: Cuba a cambio del sureste asiático o de la neutralización de Alemania, por ejemplo.

Un amargo recuerdo
"Con amigos como estos, la verdad es que no necesitamos enemigos", protestaba un ministro cubano después de la crisis de octubre de 1962, cuando bajo la presión norteamericana los rusos se vieron obligados a retirar precipitadamente de la isla sus cohetes (y sin ninguna contrapartida estratégica, ya que los Estados Unidos se negaron rotundamente a retirar un solo cohete de Turquía). En aquellos momentos, la popularidad de Kruschev anduvo rondando el cero absoluto. A los cubanos les dolió vivamente que sus aliados negociaran sin tener en cuenta para nada la soberanía cubana sobre las bases. Y Mikoyan, que acudió en carácter de amigable componedor. tuvo Que pagar los platos rotos. Finalmente, las aguas volvieron a su
cauce porque Rusia aceptó multiplicar su ayuda económica a Cuba.
Hoy, en la isla, los rusos constituyen un factor de estabilidad; son técnicos que aparentemente se interesan muy poco por la política. Cumplen con su misión de instruir a sus colegas cubanos en el manejo y mantenimiento de maquinarias y equipos industriales y enseñan a planificar la producción. Vestidos de un modo algo extravagante, con la cámara fotográfica siempre colgada al cuello, repartiendo chocolates y cigarrillos a los niños que los rodean por las calles, recuerdan vagamente a los ricos turistas norteamericanos de otrora. Y esto los hace particularmente simpáticos a los ojos de los cubanos, que conocen perfectamente el valor del turismo y que, en medio de las privaciones actuales, recuerdan todavía con nostalgia la belle époque en que La Habana era apenas un suburbio de Miami.

Sin sabor caribe
Para quien haya conocido Cuba como turista, a principios de la década del 50, La Habana de hoy resultará una copia monótona y gris de la ciudad que conoció, pero la isla, convertida en laboratorio experimental de las revoluciones marxistas, es el sitio donde se combinan la rígida disciplina comunista y el temperamento exaltado y quijotesco de Fidel Castro.
La Habana, que era uno de los principales centros turísticos de América latina, se encuentra en un período de letárgico receso. La gente ha perdido esa alegría desbordante que la caracterizaba, los edificios se han cubierto de una pátina de suciedad. Los lujosos taxímetros, que en otra época paseaban a los turistas norteamericanos por la ciudad, han desaparecido casi completamente.
Hasta hace poco más de un año, los quioscos de revistas de La Habana ostentaban todavía algunos ejemplares atrasados de revistas norteamericanas, que han desaparecido lentamente; completando el bloqueo informativo, un zumbido constante anula las emisiones de Miami en castellano. En La Floridita, una confitería en la cual Ernest Hemingway tenía su cuartel general, el hermoso espejo que cubría la pared posterior del bar ha sido reemplazado por un mural revolucionario cuyo "realismo socialista" es bastante horrible como para espantar a todos los posibles bebedores.
Todavía son muchos los automóviles que circulan por las calles de La Habana, pero la falta de importación de coches norteamericanos y la aguda escasez de repuestos (se utilizan los que puedan encontrarse buscando en los "cementerios", previa autorización del gobierno), hacen que su número se reduzca cada vez más. El mismo problema existe en las industrias equipadas con maquinarias estadounidenses, como el caso de los ingenios azucareros. Algunos repuestos simples se fabrican en el país, en forma rudimentaria. Pero si es posible se importan, en particular de la Unión Soviética, Checoslovaquia, Alemania Oriental y Japón.
El bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos (exitoso, según Dean Rusk; un desastre, según el senador Fullbright) y la tentativa de invasión en Playa Girón han provocado la fuga de casi medio millón de personas, sobre todo técnicos y profesionales.

El lema actual: "Trabajar"
Castro pretende buscar el renacimiento de la economía en la agricultura. Pero para ello debería contar con el auxilio de cientos de técnicos (han llegado muchos de los países socialistas) y con la cooperación entusiasta de los cubanos. Para sacudir la supuesta indolencia de los trabajadores, Fidel recurre a la fórmula, ya conocida en los países marxistas, de la "emulación socialista". Aunque, según se afirma, contra la opinión del "Che" Guevara.
Algunos resultados positivos de la campaña económica comienzan a hacerse visibles, pero el racionamiento es todavía muy estricto, como resultado del caos que siguió a las confiscaciones (en muchos casos, se han devuelto las tierras a sus anteriores propietarios, tácita confesión de lo inadecuado de aquella medida). El sistema de distribución no ha logrado organizarse eficazmente: una semana el mercado está abarrotado de pescado y a la semana siguiente es imposible encontrar uno. La actitud de los dirigentes cubanos ante los resultados de la planificación ha cambiado en los últimos dos años. En la primera época de la revolución, las quejas y críticas al régimen eran consideradas crímenes contra el pueblo; hoy, siguiendo la moda impuesta por Kruschev en Moscú, los sufrimientos de los obreros y campesinos están en boca de todos. Y las promesas se multiplican.
Fidel Castro sigue atacando a los Estados Unidos en sus discursos, pero el temor de otra invasión ha desaparecido. El lema "Patria o Muerte", que hasta hace un año cubría los paredones de La Habana, ha sido reemplazado por el enérgico "Al trabajo". Los comunistas cubanos se han plegado a la política de coexistencia pacífica practicada por Moscú. No hace mucho, un estudiante de la Universidad de La Habana preguntó: "¿Por qué si los Estados Unidos pueden ser amigos de Rusia no quieren serlo de Cuba? Al fin y al cabo, ¿no son ambos países comunistas?".
El régimen mira esperanzado hacia Europa Occidental. La corriente de importación ya ha comenzado, partiendo de Gran Bretaña, Francia, España, Japón e Italia (por ejemplo, Gran Bretaña les vendió autobuses, indispensables para un Dais sin buenas comunicaciones ferroviarias, desatando las airadas protestas de los Estados Unidos; la televisión cubana adquirió programas filmados por la BBC; técnicos italianos dirigen en La Habana la construcción de barcos pesqueros).
La economía cubana está en estado de emergencia, ya que si bien la agricultura progresa, aunque lentamente, la vida industrial se ha estancado o retrasado.

La mujer ante el marxismo-leninismo
"Es increíble lo que han cambiado. No parecen las mismas. Ha sido una transformación radical", suelen contestar los cubanos apenas se alude al tema de la mujer cubana de hoy.
Y algo tiene que haber de cierto en tales afirmaciones, porque a primera vista se aprecia la desaparición de un tipo de mujer que en otros tiempos era una verdadera fiesta para los turistas que visitaban La Habana: las elegantes de la clase media y de la "buena sociedad" cubana.
Después del triunfo de Fidel Castro, la mujer cubana permaneció durante algún tiempo como indecisa, sin saber muy bien qué actitud tomar ante el hecho revolucionario. Casi todas habían sido partidarias del nuevo héroe, pero más obedeciendo a un impulso romántico que a un razonamiento de corte ideológico. Luego las posiciones se fueron delimitando: muchas huyeron de la isla (hay cerca de medio millón de cubanos en el exilio), pero muchas más se quedaron.
Y, de pronto, volvieron a aparecer por las calles y plazas de toda Cuba. Comenzaron, como la cosa más natural del mundo, a portar armas, a hablar de "comprensión revolucionaria", a llamarse a sí mismas alegremente 'sandías' —refiriéndose al verde exterior de sus uniformes y al rojo interior de sus recién estrenadas convicciones políticas— y a adoptar, sin demasiadas lamentaciones, imprevistos y radicales cambios en las costumbres. Que este cambio se haya producido de un modo tan rápido, que de unas costumbres casi españolas se haya podido pasar sin excesivos traumas a las costumbres de una sociedad socialista, es un fenómeno que asombra a propios y extraños.

Genio y figura
Cierto que a veces se superponen ambos estilos de vida, el nuevo y el viejo. Cuando visten el uniforme, las negras cabelleras se escapan del quepis para flotar al viento; el cinturón, ceñido más allá de las necesidades castrenses, resalta sus flancos anchos y ondulantes que se desplazan con contoneos dudosamente marciales.
Pero, en conjunto, el aporte de las cubanas a la revolución no es nada desdeñable. De tres millones y medio de mujeres, más de medio millón pertenecen al Comité de Defensa, encargado de la seguridad interna. Más de cuatrocientas mil militan en la Federación de Mujeres Cubanas, cuya misión es ejecutar las reformas propiciadas por el gobierno, como la lucha contra el analfabetismo (más de setenta mil mujeres actúan como maestras voluntarias).
Las cubanas han logrado el milagro de trasplantar el marxismo a su isla, pero adaptado a la mentalidad caribe. Los slogans revolucionarios pierden agresividad en labios de estas mujeres; se convierten en benévolos proverbios: "Mejor un riesgo franco que una espera incierta". Por su naturaleza tierna y afectiva, la cubana ha despojado a la revolución de mucha de su dureza primera y, al menos por ahora, está logrando mantener una cordialidad de fondo y un amor por las cosas de la vida que van más allá de cualquier estrecha ideología.

Revista Panorama
06/1964



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