Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

FRANK SINATRA «YO NO SOY UN MAFIOSO»
Al desoír el llamado de la Corte de Nueva Jersey, que lo acusa de relación con Cosa Nostra, La Voz corre el riesgo de ser sometido a extradición, un escándalo que puede costarle caro

Desde hace dos semanas el gobierno de los Estados Unidos parece estar empeñado en acabar con las actividades delictivas de la más poderosa organización criminal del mundo: la mafia. El operativo, que forma parte de una campaña iniciada por la administración Nixon a fines del año pasado, intenta poner fin a la prostitución en gran escala, al juego clandestino, a la protección ilegal, al tráfico de drogas, a la usura y al asesinato organizado. Decenas de testigos fueron citados, ya, por las cortes de justicia estatales para declarar en contra de la Cosa Nostra —nombre de la filial norteamericana de la mafia—, ese sindicato internacional del crimen que se hizo célebre —hace algunas décadas— bajo la férula de Al Capone. Pero incriminar a los cofrades de la mafia en los Estados Unidos suele ser —para la justicia de ese país— una difícil tarea: amparados por la Constitución federal, los ciudadanos que no quieren servir de testigos pueden eludir la citación de los tribunales mediante un simple recurso. Basta, para ello, que traspongan los límites de un estado y fijen su residencia en alguna otra parte de la Unión. Claro que al hacerlo corren un riesgo: si retornan al territorio abandonado la policía provincial puede detenerlos por desacato a las órdenes de un juez estatal. Un delito, este último, en el cual ha incurrido el actor Frank Sinatra, la semana pasada, cuando resolvió no acatar el llamado de un magistrado de Nueva Jersey para que declarara en el proceso orquestado en contra de las actividades de la Cosa Nostra. Una decisión del juez federal James Coolshan, sin embargo, desbarató el lunes 12 la aparente impunidad del testigo rebelde: si no se presenta por las buenas, podría ser sometido a extradicción.

SINATRA: ¿ENCUBRIDOR DEL HAMPA?
Las sospechas de que Frank Sinatra está ligado íntimamente a la mafia datan de 1963. Ese año las autoridades de la ciudad de Lake Tahore, cerca de Reno, Nevada, lo privaron de la autorización para seguir regenteando el Cal-Nevada Lodge, un suntuoso casino para millonarios. El permiso la fue revocado a Sinatra cuando el inspector de policía Patric Olsen lo acusó formalmente de violar la "lista negra del estado de Nevada al dar asilo en su casino al mafioso Sam Gianncana, líder de la Cosa Nostra de Chicago".
La lista negra de Nevada es un libro en el cual están anotados los más conocidos delincuentes y criminales del país, a quienes está vedado el ingreso en las casas de juego de ese estado: el nombre de Gianncana figuraba en el primer renglón de la lista. El cantante se defendió aduciendo que la medida era "una violación arbitraria a sus sentimientos de amistad": una delgada justificación que no intentaba ocultar, sin embargo, un hecho notorio. Sam Momo Gianncana era, por aquella época, el "enemigo número uno de la decencia, la moral y las leyes de los Estados Unidos": así, al menos, lo había catalogado el FBI.
La ascendente espiral de Gianncana recibió un impulso inesperado cuando los jefes máximos de la delincuencia de aquella época —Paul Ricca y Tonny Accardo, alias El gran Tonno— fueron apresados por agentes del FBI. Entonces, un concilio de los capos de la Cosa Nostra de Chicago (Sam Hunt, Jake Guzik y Murray Humphrey, herederos del imperio de Al Capone) decidió poner a Gianncana al frente de la organización, aunque Ricca y Accardo fueran dejados en libertad.
El nuevo pope del crimen no sólo conservó el reino que había sido confiado a sus manos, sino que extendió su nefasta influencia por todo el medio oeste norteamericano. No parece extraño —entonces— que el pistolero revistara al tope de la lista negra del estado de Nevada. "Gianncana y Sinatra están unidos por un lazo más estrecho que la simple amistad —supuso el detective Olsen—: su relación es tanto en el terreno comercial como en el criminal. El Cal-Nevada Lodge es sólo una pantalla detrás de la cual se oculta una verdadera organización delictiva —acusó, aunque sin presentar las pruebas incriminatorias—: desde allí se maneja la trata de blancas, el comercio de alcaloides y las apuestas ilegales que azotan nuestro Estado."
Aunque nada de eso pudo ser probado, la sola presencia de Gianncana en los dominios de Sinatra sirvió para que la justicia privara al cantante del permiso para operar una sala de juego en el Estado de Nevada. Una circunstancia que, con todo, no habría de afectar el vasto imperio económico manejado por el popular Frankie: un hijo de humildes inmigrantes sicilianos, quien a los 55 años, no sólo sigue siendo uno de los favoritos del público norteamericano sino que, además, figura en la nómina de los hombres más ricos de los Estados Unidos.

EL OCASO DE UNA ESTRELLA
"Frank es un típico sagitariano —decretó la astróloga ítalo-norteamericana Cecil Demaría, la semana pasada, cuando trascendió la negativa de Sinatra de comparecer ante la corte de Nueva Jersey—: su vida está signada por grandes contradicciones y su carácter tiene profundos altibajos. Nació bajo la influencia de Saturno —el 12 de diciembre de 1915, a las 9.30 de la mañana—, lo cual hace que su rasgo característico sea una ambición desmedida, agregada a una insaciable sed de poder: seguramente —pronosticó la conocida astróloga— tendrá un fin trágico. Morirá de modo violento en la primera o tercera semana, del mes de noviembre de 1970; pero antes se derrumbará su imperio y será abandonado por sus amigos."
Sammy Davis Jr. —uno de los más fieles acólitos de Sinatra— sonrió al conocer el vaticinio de la hacedora de horóscopos: "Admito que Frank no es un ángel, pero las acusaciones de que forma parte de la Cosa Nostra me parecen ridículas y mal intencionadas. Lo mismo ocurre con las agorerías de los falsos adivinos —atacó—: se basan en generalidades y sólo pueden mover a risa. Por otra parte —mistificó Davis Jr.—, Sinatra es eterno y no morirá nunca".
Se refería, claro está, a la obstinada persistencia del mito Sinatra: un fenómeno que no reconoce semejanzas ni paralelos en el gusto del público norteamericano. "Quizá lo que más atraiga a la gente —historió recientemente el sociólogo Walter Minuit, profesor de la Universidad de Columbia, durante una mesa redonda organizada en el Estado de Nueva Jersey— sean las circunstancias que componen la vida azarosa de Sinatra: cantante en la banda de Harry James —en 1939— y en la de Tommy Dorsey —1940— saltó de un sueldo de cien dólares por semana a la increíble suma de 250 mil por una sola noche de actuación en el Festival de Música de Forest Hills —Nueva York, 1942—. Magnate y play boy internacional, Sinatra encarna las aspiraciones del norteamericano medio: es liberal, generoso defensor de los derechos civiles, afiliado al partido Demócrata, es amigo de gente poderosa y él mismo tiene considerable poder. Reúne todo lo que un individuo de la clase media de este país desea tener: es probable que buena parte de su popularidad —finalizó Minuit— se deba a sus aptitudes de vencedor: un hombre tesonero que jamás se declara derrotado."
Algo, al menos, era cierto: en 1952 —ya divorciado de Nancy Barbato, su primera mujer, y casado con la despampanante Ava Gardner— la estrella de Sinatra pareció eclipsarse. Los años de la Segunda Guerra Mundial habían pasado, y con ellos la moda de las baladas melancólicas entonadas por él. Las bobby soxers ya no se desmayaban cuando La Voz (como lo llamaron sus fans) musitaba con registro de barítono las almibaradas estrofas de There are such things. La marea estaba en contra de él: la juventud de posguerra había desarrollado una personalidad vigorosa, más inclinada al áspero sonido de la trompeta que a las lamentaciones frágiles de los violines. Sinatra dejó de ser atractivo.
Si no desapareció del todo fue gracias a su espíritu de luchador nato: en 1953 se ofreció para trabajar gratis en un film protagonizado por Montgomery Cliff y Burt Lancaster, que se estaba rodando en los estudios de la Columbia Pictures. En los mismos escenarios en los cuales, algunos años antes, el popular Sinatra había rechazado ofertas de 150 mil dólares para entonar un puñado de canciones frente a una cámara no siempre demasiado imaginativa.
La Columbia accedió a darle el papel que Sinatra solicitaba —el del soldado Maggio— y le fijó un salario simbólico: mil dólares semanales por el término de un mes y medio. El resultado fue que Sinatra ganó el Oscar de la Academia y el film se convirtió en uno de los mayores éxitos de la época: se llamaba De aquí a la eternidad.
Después, otra vez el vértigo hacia arriba, acumulando fama, dinero y romances tempestuosos: Lana Turner, Marylin Maxwell, Kim Novak, Laureen Bacall, Shirley MacLaine, Mia Farrow. Ahora, a los 55 años de edad, dueño de una vasta fortuna, tenorio legendario, actor, director, cantante, astuto hombre de negocios y rebelde confeso, parece que ya no tuviera más cumbres que escalar: su sitial es tan alto —en efecto— que de él sólo es posible descender. Una abdicación que el affaire de Nueva Jersey, al desempolvar sus viejos contactos con la Cosa Nostra, está casi a punto de obtener.

EL CLAN SINATRA Y LA MAFIA
Días pasados, al rechazar la acusación de que aún mantiene estrechos vínculos con el hampa estadounidense, Frank Sinatra pasó a la ofensiva: "Mi fortuna es muy grande y mis inversiones son estrictamente legales: hoteles, fábricas, compañías grabadoras de discos, productoras de films, inversoras financieras y establecimientos ganaderos en Texas y Arizona me dan suficientes ganancias como para que no tenga necesidad de apelar a recursos que están fuera de la ley para acrecentar mis dividendos", declaró el zar de la canción estadounidense.
Claro que en esa rendición de cuentas se olvida de algunos ítems: es cierto que posee una cadena de empresas bien montadas (una de sus fábricas elabora piezas de satélites artificiales bajo contrato con la NASA), pero también es verdad que junto con Sammy Davis Jr., Dean Martin y algunos otros miembros de su clan —como Peter Lawford— posee incalculables intereses en una serie de turbios casinos de Las Vegas, capital del juego de los EE. UU.
Según los cargos formulados a Sinatra por los fiscales del Estado de Nueva Jersey, el mitológico crooner estuvo ligado a la mafia desde los comienzos de su carrera. "En los primeros años en que actuó como cantante —asegura Albert Barren, principal acusador— su protector económico fue el gángster Willie Moretti, un conspicuo integrante de la organización de la Cosa Nostra en Nueva York. Este pistolero, al ser detenido —recuerda Barren—, confesó que en esa época Sinatra estaba al servicio de la mafia y que desempeñaba el papel de mensajero entre las oficinas de Brooklyn y La Habana, cuartel general del deportado Lucky Luciano. En varios viajes Sinatra habría llevado más de medio millón de dólares de Nueva York a Cuba. Pero eso no es todo —se ensaña el fiscal sin mostrar del todo sus barajas—: sus vinculaciones con Mickey Cohen —otro mortífero capo del hampa neoyorquina— están probadas hace tiempo. Tenemos en nuestro poder numerosas evidencias de que Sinatra fue durante años un simple testaferro de Cohen y que, a su muerte, heredó su fortuna y su puesto en la Cosa Nostra".
Algunos, como el periodista Lee Mortimer, insisten en aportar datos un poco más modernos: "En poder de Samuel Decavalcante, jefe de los mafiosos de Nueva Jersey, se encontró, hace poco, una serie de boletas de las mejores joyerías y peleterías de la Quinta Avenida por valor de 250 mil dólares: eran regalos para su amiga Anna Coppola. Pero lo curioso —destapona Mortimer— es que algunos de esos recibos estaban a nombre de Frank Sinatra".
En verdad, ni el cantante ni su asociado Dean Martin niegan su amistad con Decavalcante, un desalmado hampón con apariencia de burgués de provincia a quien sus cofrades bautizaron con el apodo de Sam el Plomero, una clara referencia a sus inclinaciones de matarife: "Nosotros conocemos a mucha gente en Nueva York —se defendió Dean Martin, incluyendo en el plural a su jefe y compinche—. El hecho de que seamos amigos de Nelson Rockefeller, por ejemplo —ironizó el actor—, no significa que estemos en el negocio del petróleo. Lo mismo puede afirmarse en el caso de Decavalcante: ¿qué hay de malo si yo tengo su número de teléfono en mi libreta de direcciones o si él registró en la suya el número de Frank?", se interrogó Martin.
Algo es verdad: ninguno de los cargos formulados contra Sinatra y los suyos —un cerrado clan que se reúne periódicamente en casa de Shirley MacLaine, que se comunican entre ellos usando un argot propio, que invierten en conjunto su dinero — no ha sido probado jamás. Con todo, la vida del paladín del show bussines dista mucho de ser recatada o monacal: escoltado eternamente por su guardaespaldas Hank Sanicola, no pasa semana sin que su nombre figure en la crónica policial de los diarios. Quizás una anécdota sirva para caracterizar mejor el círculo de sus amistades: hace un tiempo, con el apoyo del alto comando de su grupo, Sinatra resolvió dar una fiesta privada en Miami: "Si se hubiese oído la sirena de la policía —apuntó un periodista del Florida Star—, la mitad de los invitados se habría escapado por la ventana".
Jaqueado por la justicia de su estado natal, Frank Sinatra enfrenta el momento más difícil de su vida: si la Corte Federal interviene se verá en la obligación de testimoniar o emigrar al extranjero. Si opta por viajar perderá el control de sus numerosos negocios; pero si cede a la tentación de declarar en contra de la Cosa Nostra (ya que el silencio o la defensa le depararían la cárcel), su vida corre serio peligro: el código de la mafia sólo reconoce a la vendetta como ley suprema.
Siete Días Ilustrados
26.01.1970

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