HARTO YA DE ESTAR HARTO...
Diferente en su expresión artística e indiferente en su actitud humana, Joan Manuel Serrat tiene la frecuente ambivalencia de las grandes figuras. ¿Cuál de las versiones que da de sí mismo se parece más a la verdadera? En su encuentro con SIETE DIAS irá descubriendo que es "un soñador, pero no tanto", que siempre acepta las cosas que le dan miedo, que se psicoanaliza frente al mar, que le resulta humillante la muerte, que su vanidad suele traicionarlo, y que, por si fuera poco, es bastante sensible al erotismo

Se sabía que el personaje era difícil. Dos visitas anteriores a la Argentina habían servido para evidenciar su extraordinario talento y su carácter reconcentrado: una mezcla a menudo explosiva. Joan Manuel Serrat abre él mismo la puerta de su suite en el Alvear Palace, está soñoliento, despeinado y descalzo. ¿Cuántos años, cuántas experiencias lo separan de aquel muchachito taciturno que sorprendió a España con su estilo sobrio, poético, personalísimo? Joan Manuel Serrat nació en Poble Sec, Barcelona, el 27 de diciembre de 1943. Capricornio en el cielo y guerra en la tierra: dos circunstancias que tal vez lo sigan. Hace diversos estudios: bachillerato en el instituto Milá y Fontanals de Barcelona; especialización de tornero fresador en la Universidad Laboral de Tarragona. También sigue con buen éxito cursos de peritaje agrícola y estudios de ciencias biológicas. Cumple su servicio militar en el Pirineo, precisamente en el Centro Pirenaico de Biología Experimental. No guarda mal recuerdo de aquella época: "El servicio militar no fue duro para mí porque tuve la suerte de que mis compañeros fueran buenos amigos y mis oficiales grandes personas. Pero a pesar de todo me sentía mal, poco ser humano".
El regreso a casa le resulta grato. Serrat juzga objetivamente a sus padres: "Tengo una familia que nunca se desubicó, afortunadamente. Mis padres siempre fueron obreros y lo seguirán siendo". También tiene un hermano mayor, Carlos, que ahora ha cumplido 34 años, está casado y es padre de tres niñas. Joan Manuel se lleva bien con él, aunque necesitó "tiempo para comprender sus puntos de vista". La reacción de los padres ante el enorme triunfo de su hijo es sencilla: "Ellos prefieren ser mis padres a ser los padres de un señor que sale a un escenario para que lo aplaudan. . ."
Tiene apenas veinte años cuando se anima a hacer escuchar sus canciones, acompañándose con su guitarra. Sin embargo, no le cuesta imponer su naciente talento en las primeras pruebas a que es sometido. Comienzan a fluir, entonces, canciones tiernas, adolescentes, que tienen sin embargo una visión amarga de la vida. La tieta describe a una tía solterona y abnegada; 'Tengo veinte años' es una desgarradora afirmación. Hay canciones que hablan de las viejas manos de los ancianos, otras cantan esperanzas de amor. En la admirable Marta late la vena melódica que Serrat hará inconfundible; en 'Como el viento' ya está la raíz de toda su temática. Por supuesto, todas estas obras están escritas en catalán, como la célebre T'estim moit ("Te quiero mucho"), que adquiere en ese idioma un acento más dulce y más profundo.
—¿Nunca oiremos esas canciones en castellano?
—No traduzco jamás mis temas. Lo más, hago dos letras contemporáneas para una misma melodía.
En Cataluña todos los jóvenes tienen sus discos, cantan sus canciones en rueda de amigos. Por su temática crítica y su obstinación en cantar en catalán —actitud de signo separatista—, los medios difusores de España lo observan con desconfianza. Sin embargo, no pueden desconocer que, junto al espectacular Raphael, sólo Serrat tiene talla de gran figura. Y el joven catalán es elegido en 1968 para representar a la Televisión Española en el festival de Eurovisión, el más importante de todos los festivales europeos de la canción, que se difunde en directo en todos los países participantes. La canción del Dúo Dinámico (el famoso La, la, la) era bastante buena y pegadiza (Serrat frunce el ceño cuando oye decir eso) y tenía muchas probabilidades de ganar, como luego se demostró. Pero días antes de concretarse el viaje a Londres, sede del festival de 1968, comenzó a cundir un extraño rumor: Serrat quería cantar la canción en catalán, aduciendo que este idioma era tan español como el castellano. Nunca se supo bien si el cantante tomó esa determinación cediendo a la presión de sus coprovincianos. El caso es que la canción fue defendida por Massiel, quien obtuvo el primer premio, y el nombre de Serrat fue tachado para siempre de los programas de Televisión Española. Sus discos dejaron de ser difundidos por las emisoras radiales y cayó una lápida temporaria sobre su popularidad. Según la opinión general, Serrat había roto su carrera con sus propias manos.
—¿Cómo pasaste aquella noche, Joan Manuel? ¿Dónde estabas mientras Massiel se llevaba en tu lugar el primer premio y la ovación de toda Europa?
—Estaba en Mallorca, en Cala d'Or, donde mis padres tienen una casa.
—¿Sentías amargura, rencor, remordimiento?
—Fue un momento muy amargo, desde luego. Pensé incluso que nunca más podría trabajar. Pero aquella noche me sentía feliz de estar solo, tranquilo, alejado de todo aquello...
—Fue un momento crucial en tu carrera, pero, ¿qué otros ha habido en tu vida? ¿Recuerdas alguno en el plano de las emociones, de la amistad, del amor?
—En ese plano hubo muchos, pero siempre los guardo para mí.
Se calla hermético y definitivo. Está al borde de hacerse tan antipático como cuando, en una conferencia de prensa, le dijo a un periodista: "La imagen que usted tenga de mí me importa muy poco". O bien cuando alguien, para llamar su atención, le puso la mano sobre el hombro y obtuvo esta observación: "Le agradezco que se muestre tan amistoso, pero le oigo muy bien sin
necesidad de que me toque". O cuando, casi insolente, contestó a ciertas preguntas con un "porque me apetece" o "porque me da la gana".
—Hablemos de momentos cruciales compartidos: ¿en qué forma te afectó tu reclusión en el convento de Montserrat, junto con otros artistas e intelectuales españoles, mientras se juzgaba en Burgos a los guerrilleros vascos?
—Entre otras cosas, me quitaron mi pasaporte, con lo cual me impidieron viajar y cumplir contratos. Ahora he obtenido uno por cuatro años y lo pienso conservar como oro en polvo.
—Se dijo en aquel momento que entre los recluidos voluntariamente había mucha gente conocida, pero no se le dio demasiada publicidad a tu nombre.
Sonríe con cierta suficiencia:
—No les gustaría tener a Serrat en aquella lista, pero los diarios dieron la noticia de todos modos.
Coloca los pies desnudos en el borde de la mesa que tiene ante sí. Es una actitud entre juvenil y desenfadada, que también puede trasuntar falta de seguridad en sí mismo o cierta petulancia.
—Cambiando de tema, ¿cómo re accionas ante la crítica adversa? Por ejemplo, se ha dicho que tu long play Mediterráneo es inferior a tu anterior producción.
—Esa opinión demuestra que mi anterior producción es muy poco conocida por algunos críticos. Mediterráneo incluye varios temas intimistas, casi diría tristes, y no románticos, como se les ha calificado. Son los temas que me interesaba hacer en el momento en que los hice. Pero están absolutamente en mi línea, para ilustración de los que sólo conocen mi disco dedicado a Machado.
—También se ha dicho aquí que tienes influencias de Alberto Cortez, de Paco Ibáñez y de María Ostiz ... ¿Qué opinas de los imitadores?
—Cuando los hay es buena señal, pero los míos no me preocupan.
Hace una pausa para pedir café. Cuando le preguntan si lo quiere doble o simple, se impacienta: "¡Como sea, hombre, como sea! ¡Yo sólo he pedido un poco de café!" Se lo sirve él mismo, con poco azúcar. También pide agua y surge otra pequeña discusión: ¿Con burbujas o sin ellas? "¡Qué más da, la que venga!"
Súbitamente, está de pésimo humor. Y la explicación de ese estado de ánimo no tarda en aparecer:
—Oye, eso que has dicho antes es delirante. ¿Que yo tengo influencias de Alberto Cortez y Paco Ibáñez? De admitir que alguien haya influido en mí, yo nombraría a Brassens, a Brel. . . En cuanto a María Ostiz, esa niña del Opus Dei, ¡decir que yo tengo influencias de ella es como decir que Jacques Brel tiene influencias de la Hermana San Sulpicio!
Un punto flaco en esa armadura de indiferencia: Serrat se pica fácilmente al sentirse menoscabado. Por eso, cuando se intenta averiguar su estatura y él hace un gesto displicente, bastará con mencionar una medida intencionalmente rebajada para que él replique con instantánea precisión: "Un metro setenta y siete".
Le hablan por teléfono varias veces, pero él despacha rápidamente esas comunicaciones. También llaman a su puerta personas que han logrado evadir la vigilancia de los porteros del hotel. El hall está lleno de preciosas criaturas que sólo esperan una mirada, un gesto del ídolo.
—¿Qué efecto te causa esa permanente admiración femenina? ¿Te molesta tu popularidad?
—Bueno, soy soñador, pero no tanto. . . A veces me divierte; otras, me da miedo. Sin embargo, mi vanidad se halaga por otras cosas.
—¿Qué cosas?
—Por ejemplo, el saber que no soy mediocre en otros planos, que soy capaz de hacer bien otra cosa que no sea cantar. Que puedo realizarme en otra tarea artística, o como padre de familia, o como amante. . .
—Ya que mencionas al padre de familia y al amante, ¿por qué no te casas? ¿Cómo haces para quedar invicto ante ese perpetuo asedio por parte de las chicas más lindas?
—¡Me resisto con enorme valor! Pero la verdad es que el matrimonio no es una meta para mí. El hogar, los hijos y todo eso no va conmigo.
—Tal vez ahora no, pero, ¿y más tarde? ¿Cómo te imaginas a ti mismo a los cuarenta años?
—No puedo hacerlo. No hago planes para el futuro lejano. No me interesa ahora.
—Entonces, si alguien te ofreciera mostrarte tu futuro, ¿rehusarías?
—Ese alguien me pondría en un compromiso. Tal vez diría que sí, pero no; no creo que me la jugaría. Saber lo que a pasar mañana quema la ilusión de vivir.
—¿Eres, entonces, un hombre del presente?
—Y del pasado. No olvido nunca nada, ni siquiera las cosas que olvido.
—Eso suena muy psicoanalítico. ¿Te has psicoanalizado alguna vez?
—El psicoanálisis puede ser interesante para gente que se siente acorralada en las grandes ciudades, para las personas solas o que no tienen nada que hacer. Si se le preguntara a un labriego quién es su psicoanalista, él diría que es su huerto.
—¿Y cuál es el tuyo? ¿La música?
Se le van los ojos hacia una imagen que está en casi todas sus canciones:
—No, el mar. Es verdad que tengo alma de marinero.
—¿Qué haces en el mar? ¿Te gusta nadar?
—Me gusta el mar para mirarlo, para pescar, para jugar con él, para tenerle miedo. . .
—Entonces, ¿no sabes nadar?
Previsiblemente, reacciona ante esa mínima herida que sufre su vanidad de nadador:
—¡Yo nado muy bien! Lo que quiero decir es que no voy al mar a tomar sol o a hacer deporte. Es más que eso.
—Ya lo dijiste: es tu psicoanalista. Y volviendo a ese tema, ¿padeciste alguna vez una obsesión? ¿Has tenido uno de esos sueños que se repiten noche a noche?
—Sí, por cierto. Hace unos diez años me pasé una semana entera soñando que un señor me sacaba de la cama, me llevaba por un pasillo muy largo y me daba una paliza. El problema no era que el señor viniera todas las noches, sino que al acostarme no me podía dormir pensando que iba a aparecer. . . Hasta que un día dejó de venir. No sé por qué.
—¿Qué explicación le das a lo que no comprendés ¿tiene un espíritu religioso?
—Tengo muchas dudas. Pienso que la religión es una forma de espiritualidad, pero no la única. Yo creería en algo que no estoy preparado aún para explicarme. Sé que somos animales en evolución y que no hemos colmado ni mucho menos nuestra capacidad cerebral. Todavía falta mucho para el verdadero conocimiento.
—Uniendo esto que dices con tus estudios de biología, ¿dirías que tienes una mente científica? ¿Cómo la conciliarías con tus sueños de poeta?
—No hay nada que esté tan cerca de la poesía como la ciencia. Siempre recordaré a un catedrático, profesor mío: era un gran histólogo y el poeta más inspirado que he conocido.
Enciende un cigarrillo negro.
—¿Fumas mucho?
—La cantidad que me apetece. . .
—¿Y no te afecta la voz?
—Peor para la voz.
—En muchas de tus canciones está la palabra "vino". ¿Sueles beber?
—Sí, si el vino es bueno. En realidad, bebo normalmente de todo, menos champán. Me parece una bebida ridícula, con sus burbujitas y todo eso. Es una bebida de alternadoras viejas. . .
—¿Qué otras cosas te gustan o te disgustan?
—Depende del momento, de la edad. A los veinte años me enloquecía Bécquer; luego me pareció que era cursi y ahora me vuelve a enloquecer.
—Eres un tanto desconcertante: ¿qué piensan tus amigos de ti?
—Casi todos son un poco locos. En general estamos demasiado ocupados en comunicarnos como para perder tiempo en definirnos...
—¿Vives solo o con tus padres?
—Según las épocas. Tengo mi propio departamento —un dúplex—
en Barcelona, en la falda de la montaña. Yo mismo lo construí, no como albañil, por supuesto, porque desgraciadamente no sabría hacerlo. Está decorado a mi gusto. Supongo que mucha gente lo consideraría un lugar extraño, pero a mí me resulta cómodo y normal.
—¿Qué cosas tienes en él? ¿Discos, recuerdos, algún objeto raro?
—No sé lo que a ti te parecerá raro. Quizá te sorprendiera mi futbolín —se refiere a un metegol—. Es un sedante estupendo. Con él te sacas los nervios del trabajo y el mal humor, en vez de ir a molestar al vecino.
En realidad, en lugar de "mal humor" y "molestar", Serrat ha usado expresiones irreproducibles. No padece inhibiciones verbales y habla a menudo con cierta brutalidad, aunque su estilo es culto, con frases largas y referencias que revelan una buena información en todos los órdenes.
—¿Estás ahora con... mal humor?
—Estoy cansado, pero ése es un estado normal en mí. En general, no suelo darme cuenta de cuándo estoy neurótico. Lo advierto sólo después de que ha pasado la crisis. . .
—¿Eres nervioso?
—Me siento nervioso antes de cada función, y que me dure.
—¿Qué otras cosas te ponen nervioso? ¿La idea de la muerte, por ejemplo?
—La muerte, como la vejez, me da una sensación de impotencia. Son cosas contra las que no puedo actuar, luchar. Me parecen humillantes.
—Entonces no te gustaría arriesgar tu vida viajando en un cohete lunar, por ejemplo. . .
—Tengo la costumbre de hacer cosas que me dan mucho miedo. ¿Has corrido alguna vez en una moto de gran cilindrada? Ahí te arriesgas casi tanto como en un cohete espacial.
—¿Te gusta manejar?
—Si, cualquier tipo de vehículo, mecánico o animal. Esto último es más difícil porque tengo que conversar mucho con el caballo para convencerlo de que no me tire. . .
Aflora en él, muy de vez en cuando, un humor ácido que se parece al de Gila. Cuando en la conferencia de prensa —el lunes 31— alguien le preguntó, en tono trascendental, qué cosa le preocupaba en ese momento, Serrat miró el "sunlight" que tenía delante y contestó con voz grave: "Ese foco que me está derritiendo el cerebro".
—Veamos si es posible reconstruir un día de tu vida en Barcelona; un día en el que no tengas que viajar o trabajar. . .
—Me levanto tarde porque me acuesto tarde. Desayuno cualquier cosa, lo que haya en el frigidaire. Sé que te estoy complicando la vida, que tendría que decir "desayuno dos huevos fritos y hago esto o aquello", pero no es así. Hago lo que me place en ese momento, y eso es imprevisible. Hojeo los diarios por avidez de información tan sólo. Si hay algún programa especial que me interese en la televisión, lo miro. Como cualquier cosa, no sigo ningún régimen. Si voy al cine, voy a ver lo que sea, sin prejuicios. . . Si tengo ganas de bailar, bailo hasta con las manos. Si me tengo que cortar el pelo, voy a que me lo haga Pascual, un amigo mío. Toco mi guitarra, la misma que saco al escenario, para no interrumpir el contacto. Escribo mucho sin rumbo fijo: lo que me interesa es emborronar papel y lo que sale me da igual. . .
—¿Lees mucho? ¿Qué libros?
—Leo cuando puedo y lo que me viene en mano.
—¿Pero lo haces para modificar tu pensamiento o para distraerte?
—¡Si uno leyera para distraerse, la literatura se acabaría en Zane Grey! En cuanto a eso de modificarme, no creo que un libro tenga ese poder. Es uno quien reacciona ante cada hecho, ante cada idea, y el mérito de eso no está ni en el hecho ni en la idea, sino en la mente receptora . . .
—Si eres tan individualista y solitario como te pintas, ¿por qué fuiste al Chocón a cantar gratis para los obreros?
—Buscaba un contacto humano, una experiencia interesante. Fui porque quise ir, y nadie más que yo tuvo algo que ver en esta decisión, que ni es demagógica ni es paternalista, como algunos han dicho. Tampoco me patrocinó el gobierno: yo no canto en la fiesta de nadie, y menos en la que no quiero cantar.
—Tu posición política es bastante clara, pero interesa tu opinión sobre la violencia. ¿Te parece lícita en determinados momentos históricos?
—No sé si "lícita" es la palabra adecuada. Diría más bien que es una respuesta coherente a otra violencia que se ejerce desde arriba y que no siempre es la de las armas, precisamente.
—¿Has padecido alguna forma de violencia en carne propia?
—En mi familia hay bastantes ejemplos de ella. En cuanto a mí. . .
Hace un gesto evasivo. Ya tuvo varios y conocidos encontronazos con lo que él llama, sintomáticamente, "el sistema".
—¿Grabas en Milán por razones técnicas o porque tienes problemas con la censura española?
—Grabo en Milán porque allí hay un ingeniero de sonido sensacional que me conoce muy bien y con el que trabajo totalmente a gusto.
—¿Podrías vivir fuera de España, componer en el extranjero?
—Como buen provinciano, añoro mi lugar, aunque si tuviera que irme lo soportaría mejor ahora que hace cuatro años. A España la necesito, no precisamente para vivir, sino para volver a ella.
—¿Cuánto te pagan por tus presentaciones en Argentina?
—Decir la cifra sería hacer demagogia. . .
—¿Gastas mucho en ropa? ¿le das importancia a ese tema?
—Por supuesto. La ropa es fundamental para exteriorizar la personalidad, para sentirse cómodo.
Serrat tiene toda una colección de atuendos "mod": estrechas camisas, pantalones de amplia botamanga y ostentosos botones, prendas de terciopelo. . . Nunca se le ha visto con un traje de calle tradicional y una corbata.
—¿Te sientes tan cómodo dentro de tu piel como dentro de tu ropa?
—Pues sí. . . —se echa encima una mirada apreciativa—. Estoy bastante bien con este individuo que me ha caído en suerte.
Ese instante de complacencia con su físico trae a la mente una constante de sus canciones de amor: el erotismo.
—¿Te consideras un ser erótico?
—Diría más bien que soy un ser sensible al erotismo. Todo lo que se relacione con el sexo me parece muy importante. El sexo debe expresarse con libertad: una represión en ese terreno puede ser fatal. Puede quemar a un ser humano. . .
—A ti te deben encantar esas largas películas minuciosamente eróticas de Kon Ichikawa. . . ¿no es cierto?
—A mí me encanta cualquier película japonesa que no me obligue a estar sentado siete horas y media en un cine.
—¿Qué has visto últimamente que te haya impresionado?
—Me gustaron mucho las películas de Ken Russell.
La realización cinematográfica es uno de los proyectos más queridos de Serrat. Desde que filmó como intérprete dos películas en España, fue atacado por el virus de la dirección.
—Pienso hacer un film barato económicamente. Cine testimonial, al estilo de las nuevas tendencias en Estados Unidos. Yo mismo hice el guión, que gira alrededor de dos muchachos de doce y diecinueve años, para escapar a la tentación de actuar como intérprete. . .
—Y siempre en el plano de los proyectos, ¿qué harás después de esta gira sudamericana?
—Otra gira, esta vez por los países socialistas de Europa, a los que nunca fui, pero que deben ser formidables si se parecen a su literatura y su música.
—¿Siempre concretas todos tus proyectos? ¿Hay alguna cosa que quisiste hacer en su momento y que no lograrte realizar?
—Supongo que hay muchas cosas a las que llegué tarde, pero yo creo más en los pequeños momentos de la vida que en los grandes, los espectaculares. Sí, pienso que hay mil pequeñas cosas que dejé de hacer, y lo siento.
—¿Cómo harás para remediar eso en el futuro, con esta vida desordenada que llevas?
—En mi vida nada parece estar en su sitio, pero yo siempre encuentro cada cosa. . .
ENRIQUETA MUÑIZ Fotos de
MARIOLINO CASTELLAZZO

*Recuadro en la crónica*
EL FENOMENO SERRAT
Cuenta la leyenda que Palito Ortega lo escuchó, durante un viaje a España, y que su ágil mente de empresario se puso en marcha. Joan Manuel Serrat, vapuleado por una reciente crisis en su país, se presentó así por primera vez ante el público argentino en julio de 1970. Siempre displicente, en aquella ocasión llegó tarde a su primera conferencia de prensa y eso casi le resultó fatal. Pero sus discos comenzaron a caminar por sí solos y, cuando vuelve por segunda vez en el invierno de 1971, es el delirio. Además, se ha dejado crecer el cabello y eso le da un atractivo físico nada desdeñable. También ha crecido en la admiración de muchos gracias a su long play dedicado a Antonio Machado.
• Las chicas lo encuentran irresistible. Cuando en el teatro Opera, el viernes 4, pregunta en determinada canción quién leerá sus poemas cuando se muera y quién ocupará su cama, el griterío es unánime: "¡Yo, yo!"
• Algunos de sus gestos despiertan el frenesí: por ejemplo, cuando cierra los ojos, en un doble guiño que es característico en él, casi no se le puede oír, tapado por aullidos de admiración.
• Parece indispensable regalar a quien se quiere un disco de Serrat: la moda cunde y por eso se hace tan difícil encontrar determinados temas. Desde Los Beatles, su sello grabador —Odeón— no ha tenido en la Argentina un "boom" semejante: el año pasado Serrat obtuvo un disco de platino, premio que sólo ganan los intérpretes más vendedores entre los que merecieron un disco de oro, es decir, los que sobrepasaron el millón de placas.
• Sus presentaciones en el Opera provocaron colas que alcanzaron inusitada longitud. Los que saben de su éxito compran las localidades por centenares, seguros de la reventa a pesar del precio original: 2.500 pesos moneda nacional.
• Dos chicas suplicaban, llorando, el último día de su serie de recitales: "¡Aunque sea de pie! ¡Hemos venido del Uruguay para verlo!" Las que no han podido entrar montan una guardia estéril y conmovedora frente al Alvear Palace Hotel.
• ¿Por qué te gusta tanto?, pregunta SIETE DIAS a Patricia Losada (17), una admiradora al borde del desmayo. "¡Es maravilloso, único, lo amo!" ¿Tienes novio? "Sí." Y si Serrat te pidiera que te casaras con él, ¿dejarías a tu novio? "¡Claro que sí! El es más que un hombre... él es como Dios..."
• Se hace complicado encontrar Mediterráneo: el arreglo de este long play, más rítmico y vibrante, ha conquistado a la juventud. En la larga cola, delante del Opera, los comentarios de la gente asombrarían a los mesurados críticos por su total parcialidad: "El no puede hacer nada que no sea genial".
• Saluda, doblado en dos. En el instante anterior, un clavel arrojado con pasión casi le saca un ojo. Y la avalancha humana, al terminar el recital, es como para asustar a cualquiera. Por repetido, el fenómeno no deja de sorprender: además de arte, tiene "knack'', quién lo duda.

Revisa Siete Días Ilustrados
14.02.1972

 

Ir Arriba

Ir al índice del sitio