Se sabía que el
personaje era difícil. Dos visitas anteriores a la
Argentina habían servido para evidenciar su
extraordinario talento y su carácter
reconcentrado: una mezcla a menudo explosiva. Joan
Manuel Serrat abre él mismo la puerta de su suite
en el Alvear Palace, está soñoliento, despeinado y
descalzo. ¿Cuántos años, cuántas experiencias lo
separan de aquel muchachito taciturno que
sorprendió a España con su estilo sobrio, poético,
personalísimo? Joan Manuel Serrat nació en Poble
Sec, Barcelona, el 27 de diciembre de 1943.
Capricornio en el cielo y guerra en la tierra: dos
circunstancias que tal vez lo sigan. Hace diversos
estudios: bachillerato en el instituto Milá y
Fontanals de Barcelona; especialización de tornero
fresador en la Universidad Laboral de Tarragona.
También sigue con buen éxito cursos de peritaje
agrícola y estudios de ciencias biológicas. Cumple
su servicio militar en el Pirineo, precisamente en
el Centro Pirenaico de Biología Experimental. No
guarda mal recuerdo de aquella época: "El servicio
militar no fue duro para mí porque tuve la suerte
de que mis compañeros fueran buenos amigos y mis
oficiales grandes personas. Pero a pesar de todo
me sentía mal, poco ser humano".
El regreso a casa le
resulta grato. Serrat juzga objetivamente a sus
padres: "Tengo una familia que nunca se desubicó,
afortunadamente. Mis padres siempre fueron obreros
y lo seguirán siendo". También tiene un hermano
mayor, Carlos, que ahora ha cumplido 34 años, está
casado y es padre de tres niñas. Joan Manuel se
lleva bien con él, aunque necesitó "tiempo para
comprender sus puntos de vista". La reacción de
los padres ante el enorme triunfo de su hijo es
sencilla: "Ellos prefieren ser mis padres a ser
los padres de un señor que sale a un escenario
para que lo aplaudan. . ."
Tiene apenas veinte
años cuando se anima a hacer escuchar sus
canciones, acompañándose con su guitarra. Sin
embargo, no le cuesta imponer su naciente talento
en las primeras pruebas a que es sometido.
Comienzan a fluir, entonces, canciones tiernas,
adolescentes, que tienen sin embargo una visión
amarga de la vida. La tieta describe a una tía
solterona y abnegada; 'Tengo veinte años' es una
desgarradora afirmación. Hay canciones que hablan
de las viejas manos de los ancianos, otras cantan
esperanzas de amor. En la admirable Marta late la
vena melódica que Serrat hará inconfundible; en
'Como el viento' ya está la raíz de toda su
temática. Por supuesto, todas estas obras están
escritas en catalán, como la célebre T'estim moit
("Te quiero mucho"), que adquiere en ese idioma un
acento más dulce y más profundo.
—¿Nunca oiremos esas
canciones en castellano?
—No traduzco jamás mis
temas. Lo más, hago dos letras contemporáneas para
una misma melodía.
En Cataluña todos los
jóvenes tienen sus discos, cantan sus canciones en
rueda de amigos. Por su temática crítica y su
obstinación en cantar en catalán —actitud de signo
separatista—, los medios difusores de España lo
observan con desconfianza. Sin embargo, no pueden
desconocer que, junto al espectacular Raphael,
sólo Serrat tiene talla de gran figura. Y el joven
catalán es elegido en 1968 para representar a la
Televisión Española en el festival de Eurovisión,
el más importante de todos los festivales europeos
de la canción, que se difunde en directo en todos
los países participantes. La canción del Dúo
Dinámico (el famoso La, la, la) era bastante buena
y pegadiza (Serrat frunce el ceño cuando oye decir
eso) y tenía muchas probabilidades de ganar, como
luego se demostró. Pero días antes de concretarse
el viaje a Londres, sede del festival de 1968,
comenzó a cundir un extraño rumor: Serrat quería
cantar la canción en catalán, aduciendo que este
idioma era tan español como el castellano. Nunca
se supo bien si el cantante tomó esa determinación
cediendo a la presión de sus coprovincianos. El
caso es que la canción fue defendida por Massiel,
quien obtuvo el primer premio, y el nombre de
Serrat fue tachado para siempre de los programas
de Televisión Española. Sus discos dejaron de ser
difundidos por las emisoras radiales y cayó una
lápida temporaria sobre su popularidad. Según la
opinión general, Serrat había roto su carrera con
sus propias manos.
—¿Cómo pasaste aquella
noche, Joan Manuel? ¿Dónde estabas mientras
Massiel se llevaba en tu lugar el primer premio y
la ovación de toda Europa?
—Estaba en Mallorca,
en Cala d'Or, donde mis padres tienen una casa.
—¿Sentías amargura,
rencor, remordimiento?
—Fue un momento muy
amargo, desde luego. Pensé incluso que nunca más
podría trabajar. Pero aquella noche me sentía
feliz de estar solo, tranquilo, alejado de todo
aquello...
—Fue un momento
crucial en tu carrera, pero, ¿qué otros ha habido
en tu vida? ¿Recuerdas alguno en el plano de las
emociones, de la amistad, del amor?
—En ese plano hubo
muchos, pero siempre los guardo para mí.
Se calla hermético y
definitivo. Está al borde de hacerse tan
antipático como cuando, en una conferencia de
prensa, le dijo a un periodista: "La imagen que
usted tenga de mí me importa muy poco". O bien
cuando alguien, para llamar su atención, le puso
la mano sobre el hombro y obtuvo esta observación:
"Le agradezco que se muestre tan amistoso, pero le
oigo muy bien sin
necesidad de que me
toque". O cuando, casi insolente, contestó a
ciertas preguntas con un "porque me apetece" o
"porque me da la gana".
—Hablemos de momentos
cruciales compartidos: ¿en qué forma te afectó tu
reclusión en el convento de Montserrat, junto con
otros artistas e intelectuales españoles, mientras
se juzgaba en Burgos a los guerrilleros vascos?
—Entre otras cosas, me
quitaron mi pasaporte, con lo cual me impidieron
viajar y cumplir contratos. Ahora he obtenido uno
por cuatro años y lo pienso conservar como oro en
polvo.
—Se dijo en aquel
momento que entre los recluidos voluntariamente
había mucha gente conocida, pero no se le dio
demasiada publicidad a tu nombre.
Sonríe con cierta
suficiencia:
—No les gustaría tener
a Serrat en aquella lista, pero los diarios dieron
la noticia de todos modos.
Coloca los pies
desnudos en el borde de la mesa que tiene ante sí.
Es una actitud entre juvenil y desenfadada, que
también puede trasuntar falta de seguridad en sí
mismo o cierta petulancia.
—Cambiando de tema,
¿cómo re accionas ante la crítica adversa? Por
ejemplo, se ha dicho que tu long play Mediterráneo
es inferior a tu anterior producción.
—Esa opinión demuestra
que mi anterior producción es muy poco conocida
por algunos críticos. Mediterráneo incluye varios
temas intimistas, casi diría tristes, y no
románticos, como se les ha calificado. Son los
temas que me interesaba hacer en el momento en que
los hice. Pero están absolutamente en mi línea,
para ilustración de los que sólo conocen mi disco
dedicado a Machado.
—También se ha dicho
aquí que tienes influencias de Alberto Cortez, de
Paco Ibáñez y de María Ostiz ... ¿Qué opinas de
los imitadores?
—Cuando los hay es
buena señal, pero los míos no me preocupan.
Hace una pausa para
pedir café. Cuando le preguntan si lo quiere doble
o simple, se impacienta: "¡Como sea, hombre, como
sea! ¡Yo sólo he pedido un poco de café!" Se lo
sirve él mismo, con poco azúcar. También pide agua
y surge otra pequeña discusión: ¿Con burbujas o
sin ellas? "¡Qué más da, la que venga!"
Súbitamente, está de
pésimo humor. Y la explicación de ese estado de
ánimo no tarda en aparecer:
—Oye, eso que has
dicho antes es delirante. ¿Que yo tengo
influencias de Alberto Cortez y Paco Ibáñez? De
admitir que alguien haya influido en mí, yo
nombraría a Brassens, a Brel. . . En cuanto a
María Ostiz, esa niña del Opus Dei, ¡decir que yo
tengo influencias de ella es como decir que
Jacques Brel tiene influencias de la Hermana San
Sulpicio!
Un punto flaco en esa
armadura de indiferencia: Serrat se pica
fácilmente al sentirse menoscabado. Por eso,
cuando se intenta averiguar su estatura y él hace
un gesto displicente, bastará con mencionar una
medida intencionalmente rebajada para que él
replique con instantánea precisión: "Un metro
setenta y siete".
Le hablan por teléfono
varias veces, pero él despacha rápidamente esas
comunicaciones. También llaman a su puerta
personas que han logrado evadir la vigilancia de
los porteros del hotel. El hall está lleno de
preciosas criaturas que sólo esperan una mirada,
un gesto del ídolo.
—¿Qué efecto te causa
esa permanente admiración femenina? ¿Te molesta tu
popularidad?
—Bueno, soy soñador,
pero no tanto. . . A veces me divierte; otras, me
da miedo. Sin embargo, mi vanidad se halaga por
otras cosas.
—¿Qué cosas?
—Por ejemplo, el saber
que no soy mediocre en otros planos, que soy capaz
de hacer bien otra cosa que no sea cantar. Que
puedo realizarme en otra tarea artística, o como
padre de familia, o como amante. . .
—Ya que mencionas al
padre de familia y al amante, ¿por qué no te
casas? ¿Cómo haces para quedar invicto ante ese
perpetuo asedio por parte de las chicas más
lindas?
—¡Me resisto con
enorme valor! Pero la verdad es que el matrimonio
no es una meta para mí. El hogar, los hijos y todo
eso no va conmigo.
—Tal vez ahora no,
pero, ¿y más tarde? ¿Cómo te imaginas a ti mismo a
los cuarenta años?
—No puedo hacerlo. No
hago planes para el futuro lejano. No me interesa
ahora.
—Entonces, si alguien
te ofreciera mostrarte tu futuro, ¿rehusarías?
—Ese alguien me
pondría en un compromiso. Tal vez diría que sí,
pero no; no creo que me la jugaría. Saber lo que a
pasar mañana quema la ilusión de vivir.
—¿Eres, entonces, un
hombre del presente?
—Y del pasado. No
olvido nunca nada, ni siquiera las cosas que
olvido.
—Eso suena muy
psicoanalítico. ¿Te has psicoanalizado alguna vez?
—El psicoanálisis
puede ser interesante para gente que se siente
acorralada en las grandes ciudades, para las
personas solas o que no tienen nada que hacer. Si
se le preguntara a un labriego quién es su
psicoanalista, él diría que es su huerto.
—¿Y cuál es el tuyo?
¿La música?
Se le van los ojos
hacia una imagen que está en casi todas sus
canciones:
—No, el mar. Es verdad
que tengo alma de marinero.
—¿Qué haces en el mar?
¿Te gusta nadar?
—Me gusta el mar para
mirarlo, para pescar, para jugar con él, para
tenerle miedo. . .
—Entonces, ¿no sabes
nadar?
Previsiblemente,
reacciona ante esa mínima herida que sufre su
vanidad de nadador:
—¡Yo nado muy bien! Lo
que quiero decir es que no voy al mar a tomar sol
o a hacer deporte. Es más que eso.
—Ya lo dijiste: es tu
psicoanalista. Y volviendo a ese tema, ¿padeciste
alguna vez una obsesión? ¿Has tenido uno de esos
sueños que se repiten noche a noche?
—Sí, por cierto. Hace
unos diez años me pasé una semana entera soñando
que un señor me sacaba de la cama, me llevaba por
un pasillo muy largo y me daba una paliza. El
problema no era que el señor viniera todas las
noches, sino que al acostarme no me podía dormir
pensando que iba a aparecer. . . Hasta que un día
dejó de venir. No sé por qué.
—¿Qué explicación le
das a lo que no comprendés ¿tiene un espíritu
religioso?
—Tengo muchas dudas.
Pienso que la religión es una forma de
espiritualidad, pero no la única. Yo creería en
algo que no estoy preparado aún para explicarme.
Sé que somos animales en evolución y que no hemos
colmado ni mucho menos nuestra capacidad cerebral.
Todavía falta mucho para el verdadero
conocimiento.
—Uniendo esto que
dices con tus estudios de biología, ¿dirías que
tienes una mente científica? ¿Cómo la conciliarías
con tus sueños de poeta?
—No hay nada que esté
tan cerca de la poesía como la ciencia. Siempre
recordaré a un catedrático, profesor mío: era un
gran histólogo y el poeta más inspirado que he
conocido.
Enciende un cigarrillo
negro.
—¿Fumas mucho?
—La cantidad que me
apetece. . .
—¿Y no te afecta la
voz?
—Peor para la voz.
—En muchas de tus
canciones está la palabra "vino". ¿Sueles beber?
—Sí, si el vino es
bueno. En realidad, bebo normalmente de todo,
menos champán. Me parece una bebida ridícula, con
sus burbujitas y todo eso. Es una bebida de
alternadoras viejas. . .
—¿Qué otras cosas te
gustan o te disgustan?
—Depende del momento,
de la edad. A los veinte años me enloquecía
Bécquer; luego me pareció que era cursi y ahora me
vuelve a enloquecer.
—Eres un tanto
desconcertante: ¿qué piensan tus amigos de ti?
—Casi todos son un
poco locos. En general estamos demasiado ocupados
en comunicarnos como para perder tiempo en
definirnos...
—¿Vives solo o con tus
padres?
—Según las épocas.
Tengo mi propio departamento —un dúplex—
en Barcelona, en la
falda de la montaña. Yo mismo lo construí, no como
albañil, por supuesto, porque desgraciadamente no
sabría hacerlo. Está decorado a mi gusto. Supongo
que mucha gente lo consideraría un lugar extraño,
pero a mí me resulta cómodo y normal.
—¿Qué cosas tienes en
él? ¿Discos, recuerdos, algún objeto raro?
—No sé lo que a ti te
parecerá raro. Quizá te sorprendiera mi futbolín
—se refiere a un metegol—. Es un sedante
estupendo. Con él te sacas los nervios del trabajo
y el mal humor, en vez de ir a molestar al vecino.
En realidad, en lugar
de "mal humor" y "molestar", Serrat ha usado
expresiones irreproducibles. No padece
inhibiciones verbales y habla a menudo con cierta
brutalidad, aunque su estilo es culto, con frases
largas y referencias que revelan una buena
información en todos los órdenes.
—¿Estás ahora con...
mal humor?
—Estoy cansado, pero
ése es un estado normal en mí. En general, no
suelo darme cuenta de cuándo estoy neurótico. Lo
advierto sólo después de que ha pasado la crisis.
. .
—¿Eres nervioso?
—Me siento nervioso
antes de cada función, y que me dure.
—¿Qué otras cosas te
ponen nervioso? ¿La idea de la muerte, por
ejemplo?
—La muerte, como la
vejez, me da una sensación de impotencia. Son
cosas contra las que no puedo actuar, luchar. Me
parecen humillantes.
—Entonces no te
gustaría arriesgar tu vida viajando en un cohete
lunar, por ejemplo. . .
—Tengo la costumbre de
hacer cosas que me dan mucho miedo. ¿Has corrido
alguna vez en una moto de gran cilindrada? Ahí te
arriesgas casi tanto como en un cohete espacial.
—¿Te gusta manejar?
—Si, cualquier tipo de
vehículo, mecánico o animal. Esto último es más
difícil porque tengo que conversar mucho con el
caballo para convencerlo de que no me tire. . .
Aflora en él, muy de
vez en cuando, un humor ácido que se parece al de
Gila. Cuando en la conferencia de prensa —el lunes
31— alguien le preguntó, en tono trascendental,
qué cosa le preocupaba en ese momento, Serrat miró
el "sunlight" que tenía delante y contestó con voz
grave: "Ese foco que me está derritiendo el
cerebro".
—Veamos si es posible
reconstruir un día de tu vida en Barcelona; un día
en el que no tengas que viajar o trabajar. . .
—Me levanto tarde
porque me acuesto tarde. Desayuno cualquier cosa,
lo que haya en el frigidaire. Sé que te estoy
complicando la vida, que tendría que decir
"desayuno dos huevos fritos y hago esto o
aquello", pero no es así. Hago lo que me place en
ese momento, y eso es imprevisible. Hojeo los
diarios por avidez de información tan sólo. Si hay
algún programa especial que me interese en la
televisión, lo miro. Como cualquier cosa, no sigo
ningún régimen. Si voy al cine, voy a ver lo que
sea, sin prejuicios. . . Si tengo ganas de bailar,
bailo hasta con las manos. Si me tengo que cortar
el pelo, voy a que me lo haga Pascual, un amigo
mío. Toco mi guitarra, la misma que saco al
escenario, para no interrumpir el contacto.
Escribo mucho sin rumbo fijo: lo que me interesa
es emborronar papel y lo que sale me da igual. . .
—¿Lees mucho? ¿Qué
libros?
—Leo cuando puedo y lo
que me viene en mano.
—¿Pero lo haces para
modificar tu pensamiento o para distraerte?
—¡Si uno leyera para
distraerse, la literatura se acabaría en Zane
Grey! En cuanto a eso de modificarme, no creo que
un libro tenga ese poder. Es uno quien reacciona
ante cada hecho, ante cada idea, y el mérito de
eso no está ni en el hecho ni en la idea, sino en
la mente receptora . . .
—Si eres tan
individualista y solitario como te pintas, ¿por
qué fuiste al Chocón a cantar gratis para los
obreros?
—Buscaba un contacto
humano, una experiencia interesante. Fui porque
quise ir, y nadie más que yo tuvo algo que ver en
esta decisión, que ni es demagógica ni es
paternalista, como algunos han dicho. Tampoco me
patrocinó el gobierno: yo no canto en la fiesta de
nadie, y menos en la que no quiero cantar.
—Tu posición política
es bastante clara, pero interesa tu opinión sobre
la violencia. ¿Te parece lícita en determinados
momentos históricos?
—No sé si "lícita" es
la palabra adecuada. Diría más bien que es una
respuesta coherente a otra violencia que se ejerce
desde arriba y que no siempre es la de las armas,
precisamente.
—¿Has padecido alguna
forma de violencia en carne propia?
—En mi familia hay
bastantes ejemplos de ella. En cuanto a mí. . .
Hace un gesto evasivo.
Ya tuvo varios y conocidos encontronazos con lo
que él llama, sintomáticamente, "el sistema".
—¿Grabas en Milán por
razones técnicas o porque tienes problemas con la
censura española?
—Grabo en Milán porque
allí hay un ingeniero de sonido sensacional que me
conoce muy bien y con el que trabajo totalmente a
gusto.
—¿Podrías vivir fuera
de España, componer en el extranjero?
—Como buen
provinciano, añoro mi lugar, aunque si tuviera que
irme lo soportaría mejor ahora que hace cuatro
años. A España la necesito, no precisamente para
vivir, sino para volver a ella.
—¿Cuánto te pagan por
tus presentaciones en Argentina?
—Decir la cifra sería
hacer demagogia. . .
—¿Gastas mucho en
ropa? ¿le das importancia a ese tema?
—Por supuesto. La ropa
es fundamental para exteriorizar la personalidad,
para sentirse cómodo.
Serrat tiene toda una
colección de atuendos "mod": estrechas camisas,
pantalones de amplia botamanga y ostentosos
botones, prendas de terciopelo. . . Nunca se le ha
visto con un traje de calle tradicional y una
corbata.
—¿Te sientes tan
cómodo dentro de tu piel como dentro de tu ropa?
—Pues sí. . . —se echa
encima una mirada apreciativa—. Estoy bastante
bien con este individuo que me ha caído en suerte.
Ese instante de
complacencia con su físico trae a la mente una
constante de sus canciones de amor: el erotismo.
—¿Te consideras un ser
erótico?
—Diría más bien que
soy un ser sensible al erotismo. Todo lo que se
relacione con el sexo me parece muy importante. El
sexo debe expresarse con libertad: una represión
en ese terreno puede ser fatal. Puede quemar a un
ser humano. . .
—A ti te deben
encantar esas largas películas minuciosamente
eróticas de Kon Ichikawa. . . ¿no es cierto?
—A mí me encanta
cualquier película japonesa que no me obligue a
estar sentado siete horas y media en un cine.
—¿Qué has visto
últimamente que te haya impresionado?
—Me gustaron mucho las
películas de Ken Russell.
La realización
cinematográfica es uno de los proyectos más
queridos de Serrat. Desde que filmó como
intérprete dos películas en España, fue atacado
por el virus de la dirección.
—Pienso hacer un film
barato económicamente. Cine testimonial, al estilo
de las nuevas tendencias en Estados Unidos. Yo
mismo hice el guión, que gira alrededor de dos
muchachos de doce y diecinueve años, para escapar
a la tentación de actuar como intérprete. . .
—Y siempre en el plano
de los proyectos, ¿qué harás después de esta gira
sudamericana?
—Otra gira, esta vez
por los países socialistas de Europa, a los que
nunca fui, pero que deben ser formidables si se
parecen a su literatura y su música.
—¿Siempre concretas
todos tus proyectos? ¿Hay alguna cosa que quisiste
hacer en su momento y que no lograrte realizar?
—Supongo que hay
muchas cosas a las que llegué tarde, pero yo creo
más en los pequeños momentos de la vida que en los
grandes, los espectaculares. Sí, pienso que hay
mil pequeñas cosas que dejé de hacer, y lo siento.
—¿Cómo harás para
remediar eso en el futuro, con esta vida
desordenada que llevas?
—En mi vida nada
parece estar en su sitio, pero yo siempre
encuentro cada cosa. . .
ENRIQUETA MUÑIZ Fotos
de
MARIOLINO CASTELLAZZO
*Recuadro en la
crónica*
EL FENOMENO SERRAT
Cuenta la leyenda que
Palito Ortega lo escuchó, durante un viaje a
España, y que su ágil mente de empresario se puso
en marcha. Joan Manuel Serrat, vapuleado por una
reciente crisis en su país, se presentó así por
primera vez ante el público argentino en julio de
1970. Siempre displicente, en aquella ocasión
llegó tarde a su primera conferencia de prensa y
eso casi le resultó fatal. Pero sus discos
comenzaron a caminar por sí solos y, cuando vuelve
por segunda vez en el invierno de 1971, es el
delirio. Además, se ha dejado crecer el cabello y
eso le da un atractivo físico nada desdeñable.
También ha crecido en la admiración de muchos
gracias a su long play dedicado a Antonio Machado.
• Las chicas lo
encuentran irresistible. Cuando en el teatro
Opera, el viernes 4, pregunta en determinada
canción quién leerá sus poemas cuando se muera y
quién ocupará su cama, el griterío es unánime:
"¡Yo, yo!"
• Algunos de sus
gestos despiertan el frenesí: por ejemplo, cuando
cierra los ojos, en un doble guiño que es
característico en él, casi no se le puede oír,
tapado por aullidos de admiración.
• Parece indispensable
regalar a quien se quiere un disco de Serrat: la
moda cunde y por eso se hace tan difícil encontrar
determinados temas. Desde Los Beatles, su sello
grabador —Odeón— no ha tenido en la Argentina un
"boom" semejante: el año pasado Serrat obtuvo un
disco de platino, premio que sólo ganan los
intérpretes más vendedores entre los que
merecieron un disco de oro, es decir, los que
sobrepasaron el millón de placas.
• Sus presentaciones
en el Opera provocaron colas que alcanzaron
inusitada longitud. Los que saben de su éxito
compran las localidades por centenares, seguros de
la reventa a pesar del precio original: 2.500
pesos moneda nacional.
• Dos chicas
suplicaban, llorando, el último día de su serie de
recitales: "¡Aunque sea de pie! ¡Hemos venido del
Uruguay para verlo!" Las que no han podido entrar
montan una guardia estéril y conmovedora frente al
Alvear Palace Hotel.
• ¿Por qué te gusta
tanto?, pregunta SIETE DIAS a Patricia Losada
(17), una admiradora al borde del desmayo. "¡Es
maravilloso, único, lo amo!" ¿Tienes novio? "Sí."
Y si Serrat te pidiera que te casaras con él,
¿dejarías a tu novio? "¡Claro que sí! El es más
que un hombre... él es como Dios..."
• Se hace complicado
encontrar Mediterráneo: el arreglo de este long
play, más rítmico y vibrante, ha conquistado a la
juventud. En la larga cola, delante del Opera, los
comentarios de la gente asombrarían a los
mesurados críticos por su total parcialidad: "El
no puede hacer nada que no sea genial".
• Saluda, doblado en
dos. En el instante anterior, un clavel arrojado
con pasión casi le saca un ojo. Y la avalancha
humana, al terminar el recital, es como para
asustar a cualquiera. Por repetido, el fenómeno no
deja de sorprender: además de arte, tiene
"knack'', quién lo duda.
Revisa Siete Días
Ilustrados
14.02.1972
|