LA BATALLA DE LOS JOVENES IRACUNDOS

Por todos los lugares de diversión del barrio londinense de Soho, donde acostumbran a pasar sus momentos libres (que son muchos) los adolescentes "nueva ola", la señal corrió de boca en boca. "¡Vamos a Clacton!" Como una bandada de urracas chillonas cayeron sobre el tranquilo pueblecito de la costa del Mar del Norte. El tiempo era terrible —y la gente de Clacton pensó lo mismo de la horda visitante. La mayoría de los invasores durmieron en la playa, bien abrigados al calor brindado por sus birds ("pájaros", así llaman a sus novias) y por respetables dosis de purple hearts ("corazones púrpura", píldoras estimulantes que ellos ingieren en cantidades monstruosas y los llevan a un estado de brutal excitación).
La paz bucólica duró poco, porque estos invasores de la tranquila Clacton pertenecían a dos grupos rivales en que se dividen en Inglaterra los adolescentes "quemados": los mods (modernos), jovencitos de rebuscada vestimenta que se exhiben al volante de motonetas que parecen un muestrario de cromados, y los rockers, que usan botas negras y chaquetas de cuero de igual color, conducen poderosas motocicletas y tildan de "maricas" a los mods.
La iracundia en marcha. El desastre se produjo al segundo día de la llegada a Clacton. Estrepitosas bandas de jovencitos fríos y aburridos recorrieron las calles de la ciudad, rompiendo escaparates, volcando automóviles, robando bebidas alcohólicas. Pistola en mano, uno de los "chicos" utilizó como blanco para sus prácticas de tiro la vidriera de una gran tienda. Cuando uno de los habitantes de la ciudad se arriesgó a enrostrarles su conducta, los muchachos lo tiraron al río desde un puente de seis metros de altura. La policía de Clacton pidió refuerzos a una ciudad vecina y se trabó en reñida batalla con los "turistas", muchos de los cuales estaban armados con mangos de hachas y patas de sillas. Finalmente, los agentes pudieron restablecer el orden, y arrestaron a unos sesenta jóvenes, a los que se acusa de una serie de delitos, que van desde el hurto hasta la agresión.
Los disturbios de Clacton son apenas un ejemplo dramático de la enconada rivalidad entre los llamativos mods y los sombríos rockers. Un sociólogo británico sostiene que tal hostilidad arranca de una distinta ubicación social. Los mods son artesanos o empleados de oficina, según afirma este especialista, y desprecian a los rockers, que en su mayoría son obreros no calificados y peones. Decía un mod londinense : "A los rockers lo único que les interesa son sus motocicletas. Esto los aísla. Los mods somos más despierto, más dinámicos, más evolucionados. Constituimos- una especie de club. Basta que alguien vista como un mod para que nosotros lo aceptemos".

La rivalidad en sus detalles.
A los rockers no les interesa ser aceptados
o no. Ellos viven su vida. Se sientan durante horas en las paradas de camiones de las afueras de Londres, arman cigarrillos y charlan sin cesar de su tema predilecto y único: las motos. Solo cuando otro grupo de motociclista llega al lugar de estacionamiento haciendo tronar las máquinas, levantan la vista para mirar a los recién llegados. Los rockers no ocultan su desprecio por los mods. "El dinero que nosotros gastamos en viajes y en conocer lugares, ellos lo tiran en ropa", dice uno, despectivamente. Para los rockers, sus atuendos son estrictamente funcionales: "La gente no se da cuenta de lo abrigada que es una chaqueta de cuero cuando hay que manejar una motocicleta."
Un mod, por el contrario, antes iría desnudo que con una chaqueta de cuero. El estilo mod tiene predilección por el terciopelo y los tonos pastel, las remeras sin cuello con rayas horizontales y las zapatillas blancas de suela muy gruesa. Las chicas mods no usan alhajas ni fantasías; tampoco se maquillan, y solo usan un sombreado marrón para los párpados y pestañas postizas. Llevan el cabello corto y zapatos de taco bajo; el largo de las faldas varía entre el tobillo y la mitad de la pantorrilla.
Para los mods, la Meca de la moda es la calle Carnaby, en Soho, donde una cadena de tiendas ofrece rosadas camisas de denim, chalecos de cuero bermellón y centelleantes pantalones de tela escocesa para los "ultrachics". Los negocios pertenecen en su mayoría a un joven empresario que ha llevado a la práctica (y al extremo) el principio de que la moda no puede enmohecerse. Un mes los pantalones son angostos; al mes siguiente, con botoncitos a la cintura. "Para quienes pueden permitírselo —dice uno de los vendedores—, «lo que se usa» puede cambiar todas las semanas. Pero algunos trajes están de moda durante meses."

Un club de paredes negras.
El principal lugar de reunión de los mods en Londres, es un club de negras paredes, apenas iluminado, llamado The Scene, que se jacta de tener 7.000 miembros; todas las noches se puede ver allí, por lo menos, 600 que bailan con música de discos. Los mods cambian de baile con la misma frecuencia con que cambian de anchura del pantalón. Únicamente los rockers —esa especie de trogloditas— siguen bailando el twist. El último éxito es una danza enloquecida que llaman face twist, uno de cuyos pasos es una rara mezcla de ondulante huía hawaiano y los ademanes de un pistolero durante un atraco. Si bien los mods siguen fieles a los Beatles, han sacado del ostracismo a Bill Haley, uno de los creadores del rock'n'roll y lo convirtieron en un ídolo.
Los mods llaman a sus héroes faces (rostros). Actualmente, los "rostros" que están en el vértice de la popularidad son Patrick Kerr y Theresa Confrey, una joven pareja que realiza exhibiciones de baile por televisión. Cuando se casaron, hace poco, Patrick, consciente siempre de su responsabilidad de elegante, llevaba sombrero hongo gris con ala curva, chaqueta larga hasta el muslo, con cuello de terciopelo y chaleco gris del mismo género. La novia llevaba un vestido de noche, sin breteles, y muy pegado al cuerpo. "En realidad, no nos gusta pelear —explicaba un mod—; nuestra ropa cuesta demasiado cara."

Revista Panorama
06/1964



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