Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

1963
1964
Kennedy: después de Dallas, una pesada corona

Los balazos que suprimieron a John Kennedy, hace un año, condicionaron la primera declaración de Lyndon Johnson: "Seguiremos la línea del presidente" fueron, básicamente, sus palabras. Las elecciones que aplastaron a Barry Goldwater hace una semana, condicionaron la primera declaración presidencial de Johnson: "Triunfamos con la memoria de Kennedy."
A un año del crimen de Dallas, los observadores analizan el panorama norteamericano y mundial con dos lentes: unos, ahumados, buscan la sombra de la presencia de Kennedy; otros, de aumento, escrutan los movimientos de Lyndon Johnson, que enfrenta dos tareas: asimilar la herencia del presidente asesinado y desarrollar su estilo, su modo de ser presidente de los Estados Unidos. Ayer. John Kennedy llegó a
la presidencia a través de una extraordinaria movilización psicológica. Puede decirse que JK triunfó escasamente sobre el paternalismo (desgastado) de Eisenhower y sobre la limitada atracción que suscitó la figura de Nixon.
¿Cuál era la situación norteamericana en los últimos días de Eisenhower? Era una situación opaca, pesadamente gris, aunque no peligrosa desde el punto de vista de los intereses generales norteamericanos.
La política exterior de los Estados Unidos ha respondido tercamente a una paradoja: los conservadores, aislacionistas republicanos, nunca desembocaron en un conflicto internacional. Los liberales, a veces avanzados demócratas, interpolaron a los Estados Unidos en las dos guerras mundiales.
Dentro del aislacionismo republicano, Eisenhower se mantuvo en la guerra fría que significaba un status, un equilibrio entre el mundo socialista y el mundo occidental encabezado por Washington. Sin embargo, dentro de ese convenio tácito, que la Unión Soviética respetó al máximo, sucedía otro fenómeno: se independizaban los pueblos coloniales que luchaban —forzosamente— contra sus metrópolis occidentales.
A pesar de la reticencia del Kremlin —particularmente visible en el Congo—, las nuevas naciones eran naturalmente pro soviéticas; a la vez, la URSS no podía rechazarlas abiertamente. Más aún: la presencia de un Pekín que ya no respondía a Moscú, aumentaba la ambigüedad de la actitud soviética.
De ese modo, se deterioraba la imagen del mundo occidental en su conjunto, y en la dinámica de situación, Washington perdía fuerzas. Esa sensación de angustia fue exacerbada por otro fenómeno: los éxitos espaciales soviéticos. Y el remache fue la revolución cubana, es decir, un estado socialista prácticamente en la nariz del país jefe de la coalición anticomunista.
Una especie de asfixia progresiva y lenta rodeaba a la administración republicana. Casi inexplicablemente, la situación económica también era opaca. Los especialistas se rompían la cabeza: no había razones verdaderas para la retracción, pero la retracción estaba allí, inconmoviblemente sentada.
Eisenhower no podía romper esa atonía general extremando el conservatismo republicano; ese procedimiento ya lo había empleado el senador McCarthy sin otro éxito que el de facilitar la
redacción de Las Brujas de Salem. Richard Nixon quedaba envuelto en la misma alternativa y era incapaz de producir otra.
El lúcido y audaz John Kennedy vio claramente la forma de romper el frente republicano. Los éxitos espaciales soviéticos fueron convertidos en una derrota de la administración republicana. Se acuñó el slogan "missile gap" (la brecha de los misiles) que exacerbaba la cuestión: según esta fórmula, los soviéticos están en condiciones de superioridad atómica con respecto a los Estados Unidos (lo que no era cierto). Mientras durante la administración de Eisenhower el norteamericano medio pensó que era realmente útil que su casa tuviera su refugio antiatómico propio, Kennedy organizó una amplia movilización: gran eficiencia técnica, mayor autonomía a los investigadores, mayor presupuesto militar.
Con respecto a Europa y América latina, mayor cooperación, programas de intercambio y/o ayuda más amplios. Con respecto a Rusia, más conversaciones. El signo más, aplicado masivamente, comenzó a convertirse en otra cosa. La ruptura de la atonía republicana dio un extraordinario colorido a la administración Kennedy, que gozó de dos beneficios: en la URSS, el deshielo kruschevista conducía forzosamente al endurecimiento con Pekín y, en consecuencia, al mejor entendimiento con Washington; la personalidad de Juan XXIII consolidaba la línea mayor flexibilidad posible que empalmaba con dos situaciones: por una parte, la buena situación económica europea en general evitaba los enfrentamientos sociales y permitía notable margen de movimiento a las tendencias progresistas de la democracia cristiana; por otra parte, el movimiento de emancipación de los pueblos coloniales conducía a innovar —dentro de la línea Juan XXIII— también en ese terreno.
La Iglesia tenía forzosamente que diferenciarse del antiguo colonizador blanco en esas turbulentas regiones. Todos esos elementos, que individualmente no eran deslumbrantes, reunidos y bien administrados fueron luminosos.
Al mismo tiempo, Kennedy trasladó esa imagen al plano nacional: se rodeó de un equipo brillante (la hermosa máquina), aumentó el presupuesto militar, de unos 47.000 millones de dólares, a 53.000, con lo que estimuló y modificó en parte la perspectiva industrial norteamericana (ya no se podía pensar en otra guerra en Corea; pero sí se podía estimular la producción bélica en el plano cohetería y carrera espacial, con lo que se acentuaba la perspectiva científica).
El secretario de Defensa, McNamara, manejó correctamente al Pentágono y poco después dio la imagen verdadera con respecto al missile gap: Estados Unidos retenía tal superioridad atómica sobre la URSS que, en caso de conflicto, podía asimilar un primer ataque, responder devastadoramente y quedar con poder para un segundo exterminio.
La confianza reapareció por todas partes. Los economistas, por fin, encontraron la razón subjetiva de la depresión norteamericana: a partir de la guerra de Corea estaban dadas las condiciones objetivas para un florecimiento económico pero se mantenía una actitud espiritual negativa, reticente. Casualmente —o estimulada por Kennedy— cambió la actitud norteamericana y entonces empalmaron —bajo la administración demócrata— los dos factores y se produjo el boom económico (43 meses de continua expansión, excelentes dividendos de las empresas radicadas en el exterior —desde Gillette a Carterpillar—, por ejemplo).
El fracaso de Kennedy en Playa Girón fue largamente compensado con el éxito posterior frente a Kruschev en la isla. De allí en adelante todo fue posible para Kennedy: instalar teléfonos directos con la URSS y firmar un pacto antinuclear que lo recompensaba de sus diferencias con los europeos en la NATO.
Obviamente, en su enfrentamiento con la URSS, Washington obtenía sus primeros triunfos. A la vez, con acuerdo tácito de la URSS, se mantenía en Asia, como contrapeso de los chinos.
En lo interno, se reproducía el fenómeno: el viejo y glorioso general Eisenhower no era necesariamente antinegro. Pero estaba francamente inhibido para desarrollar una política integracionista. Kennedy empalmó su política en el caso negro con toda su política internacional.
La conjunción de la política exterior norteamericana demócrata
coincidía naturalmente con el intento de política integracionista interna. Junto con sus convicciones personales, Kennedy, para ser consecuente con toda su política, debía ser integracionista. A la inversa, el aislacionismo exterior republicano coincidía perfectamente con la inhibición integracionista de Eisenhower.
A un año de la muerte de Kennedy es visible su resonancia. Luego de titubeos, Johnson tuvo que aceptar esa línea. A la vez, todos los signos más reunidos por Kennedy forzaron cierta polarización entre los norteamericanos: el conglomerado republicano se quebró, permitiendo la libre expresión de la extrema derecha a través de Goldwater. Esta extrema derecha es, en realidad, la nueva fuerza que tiene que enfrentar Lyndon Johnson.

Ahora. A la sombra del dinámico Kennedy —y amenazado por la definida contrafigura de Goldwater—, Johnson necesitó apelar a todos los apoyos construidos por Kennedy. El sólido Le Monde preguntaba editorialmente después de las elecciones: Johnson, elegido por una coalición que comprende los sindicatos obreros, la gran industria y la comunidad negra, ¿será capaz de conciliar iodos estos intereses que, frecuentemente, se han manifestado irreconciliables? ¿Podrá, por ejemplo, imponer a la nación Id integración racial sin provocar gravísimas reacciones? Las medidas sociales y económicas que surgen de tal política, ¿serán aceptadas por los industriales y por los blancos pobres?
Ya se ha notado que la cuestión negra es el mayor problema que enfrentará Johnson. Tal como está planteado —y como fue admitido
por Kennedy—, el movimiento negro no puede retroceder. Colocar a los negros en situación de igualdad, de total competencia con el blanco, significa una batalla en todos los planos, incluido el sindical, donde el trabajador blanco discrimina al negro; en el racial, donde los portorriqueños comienzan a cerrar su sociedad; en el político, donde los blancos pobres exigen una representación distinta de la del negro pobre; en lo social, donde se repite el problema político.
Es decir, la presión pro negra de Kennedy obliga a Johnson al salto decisivo; de modo consecuente, conduce al nucleamiento derechista en torno a Goldwater que —también apunta Le Monde— ha logrado seducir a un norteamericano de cada tres.
• En el plano internacional, la situación también ha variado. Hoy McNamara informa que puede mantener el presupuesto militar en cerca de 50.000 millones de dólares, o sea el nivel de las reducciones últimas de Kennedy. Pero es lícito preguntar: ¿el cambio producido en la URSS asegura la existencia del muy flexible pacto de la época kruschevista? Es obvio que si bien la tirantez Moscú-Washington no regresará a los tiempos del "borde del abismo", la renegociación Pekín-Moscú limitará la buena voluntad soviética hacia Washington. A la vez, los Estados Unidos ya anunciaron que prolongarán su permanencia en Asia. Es decir, que Johnson tendrá menos margen de movimientos en ese plano.
La perspectiva de un posible ordenamiento del mundo comunista —menos laxo que al final del kruschevismo— también ha acentuado eventuales diferencias entre Juan XXIII y su sucesor. El Episcopado italiano, en vista de la próxima elección peninsular, ha tomado posición directa versus el poderoso y negociador partido comunista italiano.

Conclusiones. A un año después de la muerte de Kennedy —mientras el informe Warren convino en que es más útil ordenar la confusión que contribuir al esclarecimiento—, los expertos convienen en que:
•La situación general que hizo posible el kennedismo comienza a modificarse, (liquidación de Kruschev, presión china).
•La situación interna norteamericana tiende a polarizarse (apoyo conservador liberal a Johnson; a la inversa, nucleamiento en torno a Goldwater que aún retiene la dirección del partido).
•La economía norteamericana comienza a preocupar a los expertos. Como antes no se veían razones verdaderas para la retracción, ahora no se ven las que sostienen el boom. Aplicando el método subjetivo, el cuadro sería este: durante Eisenhower se mantuvo una actitud reticente, que no coincidía con la realidad. Hoy se mantiene una actitud optimista que tampoco concuerda con una realidad que muestra otros síntomas. Vale decir, el cambio mental es más lento que el proceso económico. Se produce después y perdura. Es posible que Johnson enfrente una súbita retracción que sería nefasta para su programa.
•En el plano europeo, donde Kennedy viera crecer su dificultades con de Gaulle, son posibles avances de Johnson-Erhart a expensas de de Gaulle. La bomba china tiende a reforzar, por lo menos eventualmente, las alianzas atómicas euro-norteamericanas.
Para expertos, la conclusión es esta: el luminoso Kennedy administró brillantemente una situación general favorable. El práctico Johnson encuentra esa situación conducida hasta el extremo por su antecesor y, posiblemente, un comienzo de reflujo. Johnson, que además de rey (presidente) es su primer ministro y hombre fuerte (indiscutido jefe político del partido), debe calzarse una corona muy pesada en un momento que puede no ser el más oportuno.
TODO Nº8
19/11/1964

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