Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LA NOCHE QUE MARILYN QUISO VIVIR
"Ha muerto Marilyn Monroe". La noticia que conmovió al
mundo en 1962 insinuó que "la diosa" se había suicidado. Un escritor acusa ahora: la mató un error médico, la soledad, la falta de amor

La ropa de la cama está deshecha; por la mesa y el suelo se derraman papeles, cajas vacías, alguna blusa de entre casa y un gastado par de zapatos. Toda la habitación delata un desorden tremendo, incontrolable. Allí mismo, hace pocos minutos, el ama de llaves Eunice Murray halló el cuerpo sin vida de la bella Norma Jean Baker. Una de sus manos aferraba aún con desesperación el teléfono: antes del espasmo final, Norma quiso llamar a alguien. Comunicarse. Barrer esa espesa frontera de hielo que, paradójicamente, envolvió siempre a la "diosa de fuego" negándole el apoyo de un amigo, o del amor que tanto reclamó.
La trágica desaparición de Norma Jean Baker, el 5 de agosto de 1962 , fue una de las más espectaculares del siglo. Caía abatida desde la cumbre de su mito, donde se llamó Marilyn Monroe. "Tenía carne que fotografiaba como carne", dijo de ella en cierta oportunidad el director Billy Wilder; pero ahora su carne se vestía con la insobornable rigidez de la muerte. ¿Suicidio, asesinato? ¿Quién había aniquilado a "la que no quería morir"? Un libro de próxima aparición desnuda una certeza dramática: Marilyn Monroe no se mató. Para explicar su fin, el escritor norteamericano Fred Lawrence Guiles llevó a cabo arduas investigaciones. Recogió confesiones inéditas de los amigos íntimos de la diosa y de quienes estuvieron junto a ella en sus últimos días. Los testimonios provocaron aún antes de ser dados a la imprenta, reacciones apasionadas. ¿Cuál es la verdad? ¿Qué ocurrió la noche en que murió Marilyn, aprisionando un teléfono ya definitivamente inútil?

"EL UNICO HOMBRE"
La respuesta debe partir de una figura que en todas las reseñas aparece inexplicablemente desdibujada: la del padre. Los insolubles problemas interiores de la vedette, que le impedían una existencia normal y feliz, nacieron en el mundo sombrío de su vida familiar.
La mujer cuyo pulso se apagó en agosto de 1962 era también la chiquilla temblorosa que huía de la gente, que tartamudeada y pedía perdón a su madre "por ser tan mala y darte tanto trabajo". Cuando nació, el 26 de junio de 1926 los registros médicos señalaron: Norma Jean; madre: Gladys Baker, enferma mental; padre desconocido. Luego vino la internación de su madre en un hospicio y el intento (¿consumado?) de violación por parte de su padrastro. Su psicoanalista personal, el doctor Ralph Greenson, explicó años más tarde que allí se originó la relación anormal de Norma-Marilyn con los hombres: los utilizaba, aceptaba que la castigaran físicamente (como en el caso de Joe Di Maggio) o buscaba en ellos el padre que nunca tuvo y que era un recuerdo cargado de culpa. Fue justamente el cantante Yves Montand quien definió así el casamiento de la estrella con el dramaturgo Arthur Miller: "No; la pobre Marilyn tampoco hallará ahora al único hombre que necesitaría encontrar".
La actriz muerta a los 36 años de edad estaba casi segura de ser hija de Stanley Gifford, empleado de una fuerte compañía cinematográfica que había abandonado la casa antes de nacer Norma Jean. Hasta que en 1951 ocurrió algo decisivo: Marilyn consiguió ubicar el domicilio del señor Gifford, casado desde mucho tiempo atrás y que vivía en el distrito de Palm Spring. Le telefoneó. Atendió la esposa, que luego de una consulta le transmitió la cruel respuesta del "único hombre que Marilyn necesitaba encontrar". Mi marido dice que no quiere verla; si usted tiene algún reclamo contra él puede dirigirse a su abogado. ¿Desea la dirección ...?
No, no la quería, y el episodio la marcó con huellas imborrables. Durante una década no volvió a pronunciar el nombre de su padre, pero en la Navidad de 1961 recibió una tarjeta de buenos augurios que en lugar de la firma traía trece palabras: "Soy el hombre que tú quisiste ver hace diez años. Dios me perdone". Marilyn se sintió tan conmovida que llamó urgentemente a su amiga y agente de prensa Patricia Newcomb: "Por favor, ven enseguida". Pat le aconsejó escapar a esa situación enormemente conflictiva, que podía dañar su carrera; y meses después, cuando Stanley Gifford derrumbado en un hospital por un ataque cardíaco rogaba que le trajeran a su hija, fueron los remordimientos los que llevaron a Marilyn a vengársele aquel rechazo de 1951: —"Díganle a ese señor que no lo conozco, y que si tiene alguna queja contra mí puede comunicarse con mi abogado"—. Instantáneamente fue atacada por un intenso sentimiento de culpa: ¿no habría provocado así la muerte de su padre? Jamás quiso averiguarlo. No supo que mister Gifford superó ese colapso y viviría un año más que la propia Marilyn.

UNA VOZ DE OTRO MUNDO
El "símbolo vivo del amor", como se la llamó en Hollywood, no encontró apoyo paterno y nunca tuvo a su lado un marido. Pese a que estuvo casada ya a los 16 años, para divorciarse a los 20. Cuando concluyó la filmación de 'Los inadaptados' supo que su matrimonio con Arthur Miller —guionista del film— estaba ya muerto; la película misma fue un fracaso estrepitoso. Ella se sintió utilizaba por Miller, se hundía en continuas crisis depresivas, la aterrorizaban los cada vez más frecuentes síntomas de enajenación mental. Y sucedió algo peor todavía: en las páginas de una revista, la viuda de Clark Gable se quejó amargamente afirmando que la causa directa de la muerte del astro fue Marilyn, con sus constantes desbordes histéricos durante el rodaje de 'Los inadaptados'. En ese momento, la golpeada M. M. estaba sola en su habitación y se precipitó hacia una ventana: sólo la presencia casual de una mucama la hizo desistir de arrojarse al pavimento, trece pisos más abajo. Confesó ese episodio a Joe Di Maggio, su marido durante nueve meses de 1954 y luego su confidente y amigo.
Allí comenzó para la atribulada Norma Jean Baker un tardío tratamiento psicoanalítico; se mudó a una tranquila casa de Brentwood donde se rodeó de discos, de libros y del perrito Moff, al que sacaba a pasear todas las mañanas. El analista Ralph Greenson la veía continuamente; pareció abrirse un período de serenidad. Pero el 8 de junio de 1962 la 20th Century-Fox, irritada por sus ausencias, la separó de su elenco iniciándole juicio por daños y perjuicios. Era más de lo que podía soportar. Ahora sobrevivía hospitalizándose frecuentemente (como su madre), recurriendo al masajista para relajar tensiones, escribiendo y reescribiendo su testamento ("Sólo el maquillador White Snyder podrá tocar mi cadáver"), llenándose de píldoras para dormir, para calmarse, para estimularse. El 2 de agosto exigió a su médico, el doctor Engelberg, un somnífero más potente. El Nembutal no fue más eficaz que los otros, y Marilyn siguió agitándose en su cama sin poder dormir por noches y noches.
Cinco de agosto de 1962: su amiga Pat Newcomb la deja sola, tras un almuerzo triste en el que la diva destroza su vajilla en un arranque de histeria. El doctor Greenson le recomienda descansar, y pasear al atardecer por la costa del Pacífico.
Anochece; el ama de llaves oye un fuerte golpe en el dormitorio de Marilyn. "¿Necesita algo, señora?". —"No, no, gracias..." En realidad Marilyn tropezó y cayó, ya casi sin control cerebral a causa de los barbitúricos prescriptos por el médico contra la opinión del psicoanalista, y con evidente imprudencia.
Miss Murray le ruega que deje la puerta entreabierta y no cesa de observar el hilo de luz que proviene de la otra habitación: Marilyn no duerme. A las 21.30, la diosa de fuego toma el aparato telefónico, vacila, ya sin fuerzas. Por fin disca un número: el de Ralph Roberts, el masajista. La secretaria de éste diría después: "Era una voz terrible, como de otro mundo. ..". Roberts no está. Marilyn Monroe se duerme con el teléfono entre sus manos. Recién ahora se sabe que cayó destrozada por las pastillas y calmantes (esa tarde había ingerido una dosis cuádruple de Nembutal) pero que no intentó suicidarse. Esta afirmación se ve confirmada por todos los testimonios. El polémico libro de Fred Lawrence Guiles demuestra que Marilyn murió dormida: había hallado por fin el sueño reparador, el descanso físico; pero quiso el destino que ese sueño sereno, el primero de su vida, fuera también el último.
Una trágica sucesión de errores y frustraciones terminó con Norma Jean Baker. La ¡mítica Marilyn Monroe había jurado esa misma mañana: "Quiero rehacer mi vida". Fue un sueño imposible. Era muy tarde ya...
Revista Siete Días Ilustrados
2/1/1968

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