MAURICE Thorez es el Secretario general del
partido comunista francés desde hace veinte años
aproximadamente y una de las figuras
internacionales de ese movimiento. Su categoría no
es menor que la de Tito en Yugoslavia, Ana Pauker
en Rumania, Dimitrof —hoy fallecido— en Bulgaria,
Togliatti en Italia, etc. En 1950 se puso enfermo
de hemiplejía del lado derecho y, aunque en París
hay excelentes médicos, los comunistas de Rusia lo
arrebataron por el aire y se lo llevaron en un
avión, con su mujer y un secretario, a Moscú,
desde donde lo expidieron a una casa de reposo
especializada en esa clase de enfermedades.
Cuando Thorez fué llevado muchos creyeron que no
retornaría. Cuando se enfermó Dimitrof lo llevaron
también y no regresó sino muerto. ¿Qué culpas
podía haber cometido Thorez para merecer suerte
tan cruel? Únicamente que la revolución se le
había deslizado de las manos. Pero para ello
habría de partir del supuesto, harto discutible de
que la hubiera tenido al alcance de su acción. Es
verdad que Francia salió casi comunista de la
guerra, por la participación que tomó el comunismo
en la resistencia y la ninguna desconfianza que
los europeos victoriosos sentían hacia Rusia, que
había desempeñado en el triunfo tan notable papel.
Era el tiempo en que lo soviético inspiraba
simpatía en todas partes, especialmente en los
Estados Unidos. Muy pronto esa simpatía fué
mitigándose según iba advirtiéndose la insolaridad
de Rusia con sus compañeros de lucha y los audaces
golpes de mano con que pretendía y lograba
extender su poder. Francia, país liberal y
democrático, con una tradición de bienestar que el
"paraíso soviético" no podría igualar, estaba
destinada a alejarse de sus amores comunistas no
bien el estado social permitiera al país no caer
en la desesperación, lo que sus recursos
naturales, ayudados por el plan Marshall, pudieron
conseguir. Probablemente, ni Thorez ni nadie
habría podido meter a Francia dentro del sistema
comunista ni hacer de tan gran nación un mero
satélite al estilo balcánico. La propia Yugoslavia
logró, en condicionen más difíciles, soltar la
cadena. Pero el estado del partido comunista
francés inspiraba muchas críticas y últimamente
pasó por una crisis que determinó la salida de
Marty y Dillon. Es de recordar que Marty era en el
partido un personaje de prestigio más antiguo que
el de Thorez. Cuando, prófugos los dos en Rusia
durante la guerra, Thorez quiso ir a Argel para
sumarse al movimiento de liberación que encabezaban De Gaulle y Giraud, las autoridades del
Kremlin no le autorizaron a abandonar su
asilo-cautiverio; y en cambio fué autorizado
Marty. Al cabo de treinta meses de
convalecencia, Thorez regresa aparentemente mejor,
y en la estación de Saint-Quentin, donde se apeó,
dio unos pasos espectaculares sin ayuda de nadie,
como para acreditar, ante fotógrafos y cronistas,
la eficacia de los dos años y pico de cuidados en
la tierra de Lenin y de Trotsky. Un solícito
médico ruso lo acompaña, lo que indica que el
líder comunista francés no está dado de alta por
completo. Y, por supuesto, lo acompaña su
intrépida esposa Juliette, combatiente diputado
del mismo partido. Esta mujer no es primera
sino la segunda de Thorez, sin que se haya quedado
viudo de aquélla, sino separado. Thorez se casó
primero con Aurora Momboeuf, de su mismo pueblo,
en el Noroeste de Francia, tierra de mineros y
labradores, oficios que Thorez desempeñó en su
mocedad. Thorez y Aurora eran dos muchachos de
formación tradicional y religiosa, de la que se
apartaron para ir al comunismo revolucionario.
Ese matrimonio duró poco, no porque no se llevasen
bien los esposos, ni porque hubiera carecido de
fruto, pues tuvieron al hijo Maurice, que hoy debe
de ser ingeniero, sino porque Thorez se enamoró
súbita y perdidamente en un mitin en Lila, de una
muchacha, fanática del partido, muy joven, ardida,
entusiasta, con la que desde entonces se unió, con
la que tuvo tres hijos, huyó a Rusia durante la
guerra, y se casó oficialmente en 1947, entre el
asombro de muchos que ignoraban que no estuvieran
casados. Thorez es un intelectual, aunque su
condición primordial no sea ésa. Su éxito se debe
a su popularidad natural, al atractivo que ejerce
sobre las masas francesas, que lo aclaman por su
nombre con arrobo. Pero es hombre de estudio, de
ideas, de cultura. Claro que no falta quien diga
que él no escribió su difundido libro "Hijo del
pueblo" y hasta se señala al "negro" en la persona
de Tristán Rémy. Pero es muy posible que sea obra
de Thorez. De Thorez es por de pronto, la
propiedad y a él van los pingües derechos de
autor, apenas igualados en las ventas actuales de
libros en Francia. Hasta hace poco se calculaban
en tres millones de francos al año los que
percibía por ese concepto este apóstol de la
expropiación y el colectivismo. Este personaje
va ahora a dar que hablar de nuevo. Tarea ardua se
le ofrece, pues su partido está de hecho acéfalo,
a consecuencia, primero de su ausencia, y luego de
las depuraciones recientes. El segundo de a bordo.
Jacques Duclos, diminuto cabañero que concentra
sus actividades en la jefatura parlamentaria, no
podía reemplazar eficazmente a Thorez. Antiguo
trotskista, el popular Mauricio llega sin mengua,
a pesar de las inculpaciones de flojo o de
tolerante, en un momento especialmente expectante
del mundo, en que los nuevos señores de Rusia
parecen empeñados en querer dar la sensación de
que han abolido los procedimientos terribles y se
abren al diálogo y a la convivencia. Veremos a ver
qué clase de rama de olivo trae en el pico el
enfermo licenciado que recobra la tibieza de su
hogar nacional. Revista PBT 17.04.1953
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