Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Olivia Hussey
La tercera Julieta del cine es argentina y está en Buenos Aires. Voló desde Los Angeles para reunirse con su Romeo -Leonard Whiting- frente a las cámaras de Canal 9. El galán faltó a la cita. Ella habló con SEMANA
por DIEGO BARACCHINI
Fotos: EDUARDO COMESAÑA

Leslie Howard, el primer Romeo del cine (George Cukor, 1935), desapareció durante la Segunda Guerra Mundial: era agente secreto. Su Julieta, Norma Shearer, forma parte hoy de la historia viva del arte cinematográfico universal. La segunda Julieta de celuloide, Susan Shentall (Renato Castellana, 1953), se casó con un farmacéutico y tiene tres hijos. Laurence Harvey, su adorado Romeo, se dedica actualmente a filmar comedias de corte frívolo. La más flamante de las Julietas, Olivia Hussey, está en este momento de pie, frente a mí, en medio del hall del hotel Presidente como injertada en un mundo extraño al que no pertenece. Su imagen recuerda a una figura escapada de un lienzo de El Giotto. Con su serenidad antigua y su aspecto de aspirante a madona, hubiera encajado, más bien, en el decorado del castillo de Fontainebleau, en pleno siglo XVI. Nada contradice su apariencia: su voz grave, de extraña musicalidad, responde a mis preguntas con monosílabos tímidos, graciosos; los gestos medidos componen esa dulzura tenue que se volatiliza en los cuadros del pintor italiano; la sonrisa larga divide constantemente su rostro de óvalo purísimo como para pedir que se acabe el interrogatorio y nos hagamos amigos. Mientras la miro, sus perfiles se superponen con las imágenes de la versión de Franco Zeffirelli de Romeo y Julieta. Veo al director italiano sorprendido, extasiado, mientras esa pequeña actriz de ojos asiáticos recita el texto de la prueba, asomada a un balcón de utilería ¡Oh, Romeo, Romeo. . .! ¿Por qué causa te llamaste Romeo? De tu padre olvídate. Reniega de tu nombre. . . Oigo sus palabras mientras me cuenta que ella renunció al apellido paterno —Osuna— por el materno —Hussey—; que nació en Buenos Aires, en el Hospital Británico (porque su abuela y su madre eran inglesas) y que vivió en el barrio de Belgrano hasta que sus padres decidieron irse a Europa. ¿A Verona? Olivia sonríe complacida: No, a Londres. Entonces yo tenía sólo siete años. Desde aquel día no volví a la Argentina.
Ahora se desplaza por la calle y, otra vez, el decorado la traiciona. El brazo de Rudy Altobelli —mi manager, mi amigo, mi más querido amigo— parece ayudarla a soportar la visión: Buenos Aires era para mí como un fantasma: sólo recordaba aquel edificio blanco que se ve en el fondo. Su pequeña mano, de dedos afilados, señala el obelisco y nuevamente pide disculpas con una sonrisa mientras se defiende del sol: Me hace daño, no me gusta. Su blancura transparente resalta en el marco de su larga cabellera; sus ojos se ponen más claros con la luz. Tengo muy pocos recuerdos de mi infancia. Su inglés se mezcla con el italiano y con el español y Olivia ríe de sus propias dificultades para expresarse: Cuando era chica, en casa se hablaba la lengua de mi abuela: solamente hablaba el castellano con mis compañeras de colegio. En Europa me olvidé del español casi por completo. ¡Me gustaría volver a aprenderlo!.
Ahora es Altobelli el que trata de hablar de Olivia sin demostrar entusiasmo, pero no lo consigue: Es comprensiva, dúctil, sensible. Es ese tipo de persona a quien todo puede serte propicio. Es una chica que estudia, reflexiona, que trata de perfeccionarse. No fue nunca una de esas actrices que surgen de la oportunidad.
A Olivia le gusta Buenos Aires: Es moderna, pero al mismo tiempo tradicional. Tiene mucho encanto. Rudy trata, enseguida, de ayudarla a componer su imagen de actriz: Antes de que la eligieran para Romeo y Julieta, hacía ya teatro y televisión. También había filmado dos películas.
Olivia recuerda el día en que, luego de haber recitado las primeras estrofas de la escena del balcón, Zeffirelli le gritó: ¡Olvídate de Shakespeare! ¡Piensa que estás diciendo una canción de Los Beatles!: Estuve a punto de llorar, pero volví a empezar. Sí, volvió a comenzar sin ninguna solemnidad. Su enojo con el director se transformó en una leve entonación de reproche contenido. Entonces la cara del italiano se abrió en una ancha sonrisa. Delante de él estaba Julieta; ante sus ojos la inmortal Niña de Verona volvía a quejarse del absurdo mundo inventado por los adultos mientras que ochocientas jovencitas inglesas regresaban resignadas a sus hogares para esperar otra oportunidad que les permitiese alivianar la carga de sus anonimatos.
A pesar de que a Olivia le molestan las afirmaciones que como la de Rossano Brazzi —tienes una cara que hubieses constituido las delicias de Leonardo— tienden a ubicarla dentro de los cánones de las clásicas heroínas renacentistas, candorosas y lánguidas, reacciona, sin embargo, cuando se menciona su film posterior a. Romeo y Julieta, The battle of de Villa Fiorita, en el que su personaje rompía aquellos moldes: ¡No quiero ni acordarme de eso, por favor! ¡Es un trabajo que detesto! Reacciona tanto como cuando se le pregunta por su padre, Ribo, uno de los antiguos cantantes de la orquesta de Tanturi: Hace doce años que no lo veo. Y no me importa. Si lo encuentra bien, y si no. . .
Los lagos de Palermo componen una ambientación mejor para esta Julieta de la que aún espero otras aproximaciones al personaje del bardo isabelino cuando de pregunto: ¿Qué pensás del matrimonio? Me parece aún oírla contestar a su madre: Es un honor en el cual no he pensado todavía. Pero es Olivia la que ahora responde, aferrada al brazo de Altobelli: No pienso casarme: odio la vida burguesa y sus formalidades. Me gusta el ruido: las carreras de autos, la música beat, las minifaldas y las maxifaldas escandalosas. Me encanta reír en voz alta y gritar cuando no me entienden. Sus diecinueve años ahora se han encendido: Soy una mujer actual. Me gusta todo o casi todo lo que le guste a las chicas de mi edad y de mi tiempo. Aspiro a que nadie me confunda con Julieta. Tengo muy pocos puntos de contacto con ella. Confiesa que el afán, de sus promotores por relacionarla con la angustiada criatura del Shakespeare le hace daño, le molesta: Yo soy Olivia Hussey y no aspiro al amor de Romeo, ni vivo en Verona en el siglo XVI. Atravieso el siglo XX y tengo mi casa, con Rudy, en Beverly Hills, California.
Su tema preferido es, sin duda, Zeffirelli: Es un dios, un hombre maravilloso, un gran director. Quizás porque era demasiado jovencita no me di cuenta de la gran responsabilidad que significaba encarar a Julieta. Pero, desde el principio, Franco me inspiró confianza. Lo mismo que Leonard Whiting. Él venía de actuar junto a Laurence Olivier con "Love for love" y me contaba cosas maravillosas sobre él. Cada momento me decía: Olivier lo hubiese hecho de tal o cual manera. Fue el compañero, el amigo ideal para mi primera gran experiencia.
Olivia está ahora frente a las cámaras de Canal 9 y espera a su Romeo: Sábados de la Bondad quería reunirlos en su última emisión. Pero no pudo. Leonard Whiting faltó a la cita. Ella soslaya la ausencia de su compañero con un: ¿Por qué no vino? Nadie le contesta. Pero ya no le importa: ha decidido seguir viviendo para recibir la admiración del mundo y esperar que una buena proposición llegue hasta ella: No me interesa el dinero. Pretendo sólo un buen tema, un tema donde Olivia Hussey pueda demostrar que ya Julieta se desprendió de mí y dejó como herencia una buena actriz.
Revista Semana Gráfica
22.01.1971

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