Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

China: aquel enigma llamado Revolución Cultural
Hace ahora ocho años despuntaron en China los primeros indicios de una convulsión gigantesca: la Revolución Cultural.
Cuáles fueron sus causas reales y sus verdaderas proyecciones

Es posible que el mundo occidental aún no se haya formado una idea completa acerca de la llamada, por los chinos, Gran Revolución Cultural Proletaria. ¿Qué fue lo que pasó exactamente en China, entre 1964 y 1968? En aquel momento las agencias informativas desparramaron por el mundo todo tipo de suposiciones y noticias, generalmente fragmentarias, muchas veces erróneas. Pocas veces, sin embargo, se intentó una indagación racional, que descartara lo accesorio en beneficio de lo principal. ¿Cuáles fueron, por ejemplo, las causas reales de esa convulsión social inédita, que por haberse producido dentro de un país comunista y haber sido impulsada por un sector del propio gobierno, no tiene antecedentes en la historia? ¿La explicación debe ser rastreada en un supuestamente "misterioso" ancestro chino, impenetrable para los occidentales?. ¿O acaso se trató de una mera lucha de facciones, de un "golpe de Estado", como dicen los soviéticos, la mayoría de los trotskistas y todos los líderes del mundo capitalista? ¿Qué significado preciso tuvieron los ataques de Mao contra el Partido Comunista y, en general, contra casi todas las instituciones estatales y políticas existentes en el momento del estallido? ¿Qué pasó, en fin, luego del vendaval y de esas "manifestaciones de barbarie", como se motejó el accionar de los Guardias Rojos, tanto en Washington como en Moscú, en Londres y en Bonn, en Buenos Aires e —incluso— en La Habana?
Las diversas respuestas que se han esgrimido para disipar estas preguntas podrían formar kilómetros de letra impresa. En medio de ese fárrago, entre ideológico y sensacionalista, lo cierto es que hoy, a ocho años de su detonación, la Revolución Cultural china sigue inquietando a los observadores, que procuran eslabonar cada uno de sus afluentes y aislar r elementos esenciales, para formular una explicación global del suceso y sopesar sus proyecciones, Lo que sigue, pues, constituye una prieta síntesis, sólo una aproximación periodística a ese esfuerzo interpretativo. Algo sin duda imprescindible para quien aspire a comprender las implicancias de una época como la presente, colmada de "sorpresas", de profundos cataclismos sociales y de aparentemente neblinosos sucesos políticos, en los cuales está en juego el futuro de millones de seres humanos.

LA REVOLUCION QUE NO CESA
La universalidad o carácter absoluto de la contradicción
significa, primero, que la contradicción existe en el proceso de desarrollo de toda cosa y, segundo, que el movimiento de los contrarios se presenta desde el comienzo hasta el fin del proceso de desarrollo de cada cosa.
Mao, Sobre la contradicción, agosto de 1937.
Es inútil, naturalmente, intentar una aproximación a la Revolución Cultural ignorando las postulaciones teóricas del marxismo y la experiencia concreta de los países en los cuales triunfaron revoluciones socialistas. En ese sentido, toda la historia del maoísmo, desde que tomó el control del comunismo chino (después del fracaso de la insurrección de Cantón, en 1927), hasta el desarrollo de la guerra civil, la toma del poder en 1949 y la lucha de tendencias posterior, aparece —en muchos aspectos esenciales— como la contracara del modelo adoptado por José Stalin en la Unión Soviética.
En rigor, Mao fue una especie de "hereje" desde los inicios, cuando defendió para China el método de la guerra rural como vía de acceso al poder, posición que lo diferenció tanto de Stalin como de Trotski, que postulaban la insurrección urbana. A partir de 1927, cuando Chiang Kai-shek ahogó en sangre el alzamiento de Cantón (la novela La condición humana, de André Malraux, refiere patéticamente aquel suceso) Mao logró desplazar del Partido Comunista chino a las tendencias stalinistas y trotskistas, impuso su línea de guerra campesina e inició con Moscú una relación compleja que, en lo fundamental, se caracterizó por su independencia respecto de las directivas soviéticas.
Así, la ruptura chino-rusa producida a comienzos de la década del 60 tuvo sus raíces muchos años antes. Sin embargo, cuando Pekín cayó en manos de los comunistas, en 1949, el grupo dirigente adoptó un "modelo de construcción socialista" de algún modo parecido al ejecutado en la URSS stalinista. Es decir que, con las diferencias propias de la realidad china, se intentaron resolver los problemas emergentes del atraso semifeudal, mediante una estrategia cuyo eje era la industrialización forzosa y la alianza económica y militar con Moscú. En lo político eso implicó, como en Rusia, que los objetivos económicos predominaran absolutamente sobre toda la sociedad, lo cual alentó el nacimiento de un estrato técnico-burocrático que manejó autoritariamente el Estado, generando, según juzgó Mao después, intereses y privilegios propios de una capa social diferenciada, inmune al control de la población y responsable sólo ante sí misma.
Este fenómeno, nuevo en la historia, empalmó con una concepción tradicional en el marxismo: la de que la "lucha de clases" no queda abrogada luego de la toma del poder por los comunistas, sino que continúa, bajo nuevas formas, durante todo el período de la "transición socialista". Mao desarrolló esta noción hasta las últimas consecuencias en varios escritos (entre ellos, uno "clásico" de tintes filosóficos: Sobre la contradicción) y de hecho enfrentó a los soviéticos, quienes, sobre todo a partir de Nikita Kruschev, consideraron a la URSS como un "Estado de todo el pueblo", vale decir, representante de la totalidad de un cuerpo social en el cual habían desaparecido los antagonismos de clase. Frente a ese concepto, Mao desenterró las tesis de Lenin sobre la "revolución ininterrumpida", planteó la defensa ortodoxa de la "dictadura del proletariado" y, al mismo tiempo, atacó a la burocracia que, según él, ejercía el poder en nombre de los obreros, pero sin que éstos tuvieran una participación real en la dirección de los asuntos políticos y económicos.
Como es fácil deducir, la aplicación estricta de estos principios en China no podía llevarse a cabo por otro método que no fuera el de la "revolucionarización" de toda la sociedad. Es que tanto en el Estado como en los sindicatos y en el propio Partido Comunista, las tendencias opuestas a Mao habían conquistado puestos importantes y controlaban aparatos enteros. En setiembre de 1965, un dirigente llamado Teng Tuo publicó una serie de crónicas bajo el título de "Charlas nocturnas en Yenán" en las cuales critica'ba abiertamente a Mao, ridiculizando al "hombre desquiciado que sustituye la realidad por la ilusión y hace planes para obtener en diez años la prosperidad, empezando por un huevo como única fuente riqueza". Teng no estaba solo en sus críticas: en realidad, integraba un triunvirato de ideólogos (que completaban Wu Han Chian Po-tsan y Liao Mo-sha) irónicamente llamado "El pueblo de los tres" por los maoístas y cuyo mentor era el propio presidente de la República, Liu Shao-shi.
En general, esta tendencia había aceptado a regañadientes la ruptura con Moscú. De hecho, propiciaba un modelo de acumulación económica basado exclusivamente en el desarrollo gradual de las fuerzas productivas, privilegiando a la industria y supeditando a ese desarrollo cualquier tipo de consideración política. De tal modo, consideraba que los objetivos sociales se habían alcanzado al eliminarse la propiedad privada, que la estructura de toda la sociedad ya había sido trastrocada por ese hecho y que, en consecuencia, sólo cabía motorizar el crecimiento económico, adoptando, incluso, las pautas de la "sociedad de consumo" occidental y soviética, los "estímulos materiales", el aliento a la competencia y el predominio de la técnica sobre la política, incluso en el campo militar.
El grupo de Mao resistió esa línea desde antes de 'la Revolución Cultural. En ese sentido, la intentona más audaz fue el lanzamiento del llamado Gran Salto Adelante, de 1957, cuyo eje fue la creación de comunas agroindustriales en el campo, económicamente autosuficientes y controladas por los propios obreros. Posteriormente, el propio Mao criticó algunos aspectos de esa experiencia (motejada de "utópica" por sus adversarios) pero reivindicó sus principios fundamentales, condensados en la consigna de "basarnos en nuestras propias fuerzas". Es que, para Mao, la supresión de la propiedad privada era un punto de partida necesario pero no suficiente para edificar una sociedad socialista: según él, si la gestión —ya no la propiedad— de los asuntos económicos caía en manos de una burocracia, si además se privilegiaban ciertos rubros sobre otros, si los motores del crecimiento económico eran los mismos que los de la "sociedad de consumo", si se suponía la "independencia" de la economía, la ciencia y la técnica, respecto de la política, y si se alentaba el "apoliticismo" de la población, estaban dándose las condiciones para una "restauración capitalista" acaudillada por un nuevo tipo de burguesía: la burocracia tecnocrática y partidaria.

LA GRAN CONVULSION
Hay que confiar en las masas, apoyarse en ellas y respetar su iniciativa. No se debe temer que se den casos de desorden. El presidente Mao nos ha dicho frecuentemente que la Revolución no puede ser tan fina, tan apacible, tan moderada, amable, cortés, restringida y magnánima.
De la declaración del PC chino sobre la Revolución Cultural, aprobada en agosto de 1966 y conocida como "La declaración de los 16 puntos".

De tal modo, frente al modelo de acumulación económica de Liu Shao-shi, y sus derivados institucionales, los maoístas retrucaron ubicando en primer lugar el principio de la "voluntad política" como factor del crecimiento económico y de erradicación de las costumbres, tendencias y privilegios heredados de la sociedad anterior. El énfasis pasaba de la frialdad de los números, del gélido empirismo "economicista", al principio de que "'las masas" debían ser las protagonistas del cambio y las que, en virtud de "estímulos políticos", impulsaran el desarrollo económico e impidieran la estratificación de sectores privilegiados y autoritarios. En el campo de la seguridad militar, la tesis de Mao consistía en fincarla en la "moralización política" de los 800 millones de chinos, antes que en el desarrollo técnico de un Ejército rígidamente profesional.
Mao, pues, decide ventilar en las calles la polémica que hasta la RC se había desarrollado casi exclusivamente en el seno del grupo dirigente. No sólo alienta la discusión en la base del Partido, sino que incluso la lanza fuera de éste, considerando que también las estructuras del PC estaban burocratizadas. Así, tal vez no sea exagerado decir que la consigna más original y profundamente revulsiva de la literatura de esa época sea la que el propio Mao lanzó en 1966: Bombardead el cuartel general. Este slogan, que alude claramente al PC, revela que, en la teoría maoísta, el Partido Comunista no es un organismo que pueda erigirse por encima de la sociedad y autorregularse, sino que, para ejercer eficientemente su papel rector, debe estar sometido al control permanente de la población, debe dirigir y ser dirigido mediante una compleja articulación que, por supuesto, desecha de entrada la "canonización" del Partido como ente infalible, inmutable y único depositario de la verdad.
El corazón de la Revolución Cultural fue, en consecuencia, "el cuestionamiento de todo". La superpolitización, el aliento al accionar tumultuoso de vastos sectores de la población lanzados a destituir dirigentes, destrozar instituciones, fundar otras, y objetar desde las modas, los hábitos de vida cotidianos y toda la cultura heredada hasta las más sofisticadas teorías políticas, conmocionó a China y dejó perplejo a un mundo que no entendía lo que estaba pasando. Si a eso se añade el violento endiosamiento de Mao (un culto lanzado como factor de cohesión en virtud del prestigio del líder chino) y sus grotescas derivaciones, se comprende que, en un primer momento, la opinión de casi todo el mundo coincidiera en rechazar a la RC y en calificarla como un exabrupto salvaje e irracional, producto del "atraso milenario" de China.
Ahora que han pasado ocho años, no sólo en Occidente sino también en China los juicios han variado. Es que lo que bullía en el fondo de la RC no era otra cosa que una polémica que existió siempre en el campo comunista y que, con otras formas, también detonó en la URSS (antes de la consolidación de Stalin) y en todos los partidos marxistas del mundo. En lo que respecta a los propios chinos, Pekín corrigió prontamente los excesos cometidos, desplazó a los "ultras", despromovió al Ejército del rol preponderante que había alcanzado la convulsión, purgó al mariscal Lin Piao, privilegió, nuevamente el papel de un Partido fundado sobre nuevas bases y aminoró notoriamente el culto a Mao. Por lo que se sabe, el maoísmo juzga que el sacudón ha culminado con éxito y que ha encontrado la forma de resolver los problemas derivados del atraso económico y la defensa militar, sin recurrir al verticalismo y a la burocratización. La apertura diplomática china, su "reingreso al mundo" con personalidad propia, y el evidente propósito de Pekín de conquistar el liderazgo de las revoluciones en el llamado Tercer Mundo, son indicios de que la situación dentro de China se ha asentado. Lo cual no debe llamar a engaño: cada tanto, la prensa maoísta desempolva los viejos fulgores y recuerda que "hay que poner a la política en el puesto de mando", uno de los slogans principales da la Revolución Cultural.

Recuadro en la crónica_________________
LA CRONOLOGIA DE LOS GUARDIAS ROJOS

1964. 30 de junio. El periódico del Ejército, Bandera Roja, publica un editorial sobre la reforma de la Opera de Pekín, titulado "La Revolución Cultural"; en él se dice que China había hecho su revolución nacional en tiempos de la lucha antijaponesa; su revolución política, aún inacabada, inmediatamente después; luego, su revolución económica, uno de cuyos mayores logros era la instalación de las comunas populares, pero que faltaba hacer la Revolución Cultural. Fue la primera vez que, oficialmente, se habló en China de revolución cultural.
1965. Octubre. Más de la mitad de los alumnos de la Universidad de Peita, de Pekín, salen al campo para inaugurar el sistema "mitad trabajo, mitad estudio" y dedicarse a la educación y formación de las capas rurales.
Septiembre. Publicación de una serie de leves ataques contra Mao Tsé-tung, en los cuales Teng-Tuo lo calificaba de "hombre que sustituye la realidad por la ilusión".
1966. 25 de mayo. Aparecen los primeros ta tsi pao, carteles murales, fijados en las paredes del comedor de la Universidad de Pekín, firmados por siete profesores; acusaban, y violentamente, al rector Lu Ping. Similares acciones se realizaban en el Comité Municipal de Pekín.
1º de Junio. Una de las firmantes del primer cartel mural, la señora Nie Yuan-tsi, organiza una quermese revolucionaria en el parque de la Universidad; esa madrugada, y todo el día siguiente, los estudiantes realizan manifestaciones en Pekín.
3 de junio. Cae por la presión estudiantil el rector, Lu Ping, acusado por una multitud de cargos. Fue obligado a llevar, durante muchos días, orejas de asno y un cartel infamante colgado al cuello. Fue destituido tras haber sido obligado a barrer los senderos del parque de la Universidad.
1º de agosto. Se reúne en sesión plenaria el Comité Central del Partido Comunista chino. Se admitió en las deliberaciones a un representante de los estudiantes.
12 de agosto. Triunfa en las deliberaciones iniciadas el 1º —en lo que era, oficialmente, la XI Sesión Plenaria del VIII Comité Central del Partido Comunista— la postura de Mao, cuyos lineamientos constituyen el documento llamado "Los 16 puntos".
14 de agosto. Aparecen en Pekín los primeros Guardias Rojos: en su brazo izquierdo lucen un brazalete en caracteres amarillos: Hung wei pin (guardia rojo).
18 de agosto. Miles de Guardias Rojos encolumnan una gigantesca manifestación: habla Lin Piao. Mao asiste en silencio; con su brazalete, como un guardia rojo más, se limita a escuchar junto a los jóvenes.
20 de agosto. Grupos de Guardias Rojos recorren las calles de Pekín —y de otras ciudades de China— exigiendo a los comerciantes que retiren de sus vidrieras los productos "de lujo". Se rompen estatuas tradicionales; se castiga en las calles a las mujeres que llevan el pelo rizado, a la manera occidental. En toda China son renovadas las autoridades, formándose comunas con representación de obreros, campesinos, estudiantes y militares afectos a la línea de Mao. La producción decae notablemente, y no se alcanzan los mínimos establecidos por los planes.
13 de septiembre. Instrucciones de Mao: "Los estudiantes realmente provocaron un gran alboroto en las calles. A medida que me enteraba de los hechos, crecía mi contento. No hay que temer los líos. Si hacéis líos, y los hacéis durar, habréis hecho bien. La confusión y los alborotos son siempre dignos de interés; ellos pueden aclarar las cosas. Sin embargo, no descarguen sus fusiles. Nunca es bueno abrir el fuego".
1967. Durante todo el año, paulatinamente, los equipos gobernantes deciden la vuelta al orden.
1968. Comienza el desplazamiento de los principales dirigentes de la ultraizquierda, que sostenían la necesidad de una permanente Revolución Cultural. Se reabren algunos museos y templos, clausurados durante los momentos más exasperados de la Revolución Cultural.
1969. Septiembre. Se realiza el Noveno Congreso del PC chino: se observa, tras él, la preeminencia de militares en la alta conducción china, unas 25 personas en ese momento.
1970. Enero. Es defenestrado Chen Po-ta, ex secretarlo de Mao y uno de los principales líderes "ultra" de la Revolución Cultural.
1971. Septiembre. Desaparece Lin Piao, el poderoso delfín de Mao, con todo su equipo: su esposa Yeh-con, y los altos jefes militares Huang Yong-Sheng, Wu Fa-hsien, Li So-peng y Chiu Hui-tso. Se dice que Lin Piao, con su equipo, se habría estrellado con su avión en Mongolia, tras intentar un golpe de Estado contra Mao. Sin embargo, hasta ahora no pudo saberse con precisión absolutamente nada sobre esa evidente depuración.
1972. Se publica la nómina de integrantes de la suprema conducción sínica, reducida a 16 personas y ya sin preeminencia militar: Mao Tsé-tung, su esposa Chiang Ching; los jefes partidarios de Shanghai, Yao Wen-yaan y Chan Chun-chia; los mariscales Chu Teh y Liu Po-cheng; el primer ministro Chu En-lai y el viceprimer ministro Li Hsien-nlen; una especie de ministro de provincias, Chi Teng-kui; el jefe de Estado interino, Tong Pi-wu; los jefes de las Fuerzas Armadas, Yeh Chien-ylng, Hsu Hi-yu, Chen Hi-lien y Li The-sheng, y los responsables de la seguridad, Wang Tong-hsing y Kang Sheng.

Revista Siete Días Ilustrados
3/7/1972


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