LA MAGIA DEL BISTURI.
Algunos psicólogos referirán la conducta sexual de
Carlitos a una relación demasiado estrecha —"papá
nunca está en casa"— entre él y su madre. La
hermanita, en todo caso, será el sustituto más
accesible de la imagen materna. En el consultorio,
la elección entre la pelota de fútbol o la muñeca
será un indicio, a título de un paciente
inventario, para determinar ras tendencias
afeminadas —circunstanciales o de estructura— del
pequeño.
Los biólogos, por su
lado, prefieren hablar del origen prenatal de
dicha desviación: la causa radica en un desarrollo
incorrecto del cerebro fetal. Este enfoque,
experimentado sobre animales, alega que, durante
el período intrauterino, el nonato puede
desarrollarle, potencialmente, hacia cualquiera de
los dos sexos: la presencia de
las hormonas
andrógenas o su ausencia deciden que nazca un
hombre o una mujer. A veces, la psicología y la
biología rompen lanzas; otras, se cierran en un
mismo circuito: agudas angustias que ciertas
madres padecen durante el embarazo, se somatizan
hasta el punto de originar esteroides que,
peligrosamente, compiten con las hormonas
masculinas.
En la última década,
la cirugía —originariamente nada más que plástica—
se adentró, con éxito, en el terreno de los
transexuales: individuos que, normalmente
adscriptos a un determinado sexo desde el ángulo
biológico, están identificados psíquicamente con
el opuesto. Mientras los travestís gozan con
emoción al vestir ropas del otro sexo y los
homosexuales, sin dejar de sentirse miembros de su
sexo biológico, no toman en cuenta sus contenidos
femeninos o masculinos, los transexuales —hombres
o mujeres— repudian el propio sexo. Por todos los
medios —el prejuicio les tiende trampas fatales—
tratan de pasarse al opuesto. La ciencia, ahora,
ha ensanchado las fronteras siempre cuestionables
de la normalidad y les ofrece salidas más claras.
En el historial
quirúrgico, los transexuales masculinos que se
transforman en femeninos son los casos más fáciles
y comunes. La operación incluye la extracción del
pene y los testículos, la elaboración de una
vagina artificial en base a la piel sensible del
miembro extirpado y, en ciertos pacientes, el
desarrollo del busto. En el caso contrario —de
femenino a masculino—, los pechos son extraídos,
se conforma un pene con el clítoris y otros
tejidos, y los testículos se logran mediante
implante de una prótesis por debajo de la piel. De
todas maneras, el pene carece de toda posibilidad
de erección. Un tratamiento de hormonas
—testorenona, para los nuevos hombres, y
estrógeno, para las nuevas mujeres— estimula las
características sexuales secundarias: la barba, la
distribución del vello en el cuerpo o el
crecimiento del busto.
DESENREDAR LOS
PREJUICIOS. Los especialistas insisten en la
necesidad de complementar la intervención
quirúrgica con el tratamiento psicológico donde
arraigadas pautas culturales resisten más que la
carne al bisturí. El encuadre psíquico correcto
ayudó a que muchos pacientes contraigan matrimonio
luego de ser operados. En algunos casos,
inclusive, han llegado a criar hijos obtenidos por
inseminación artificial o adopción. La gran
mayoría de las parejas transexuales sometidos a
cambio de sexo resultan ser individuos
heterosexuales normales. Física y emocionalmente
plenos, muchos alcanzan, tras toda una vida de
íntima tortura, el orgasmo.
Los preconceptos
sociales, sin embargo, constituyen una trama
enmarañada. Numerosos pacientes lacran su pasado
con el anonimato y, en otra ciudad, en otro país,
se plantean haber nacido nuevamente. Otros
transforman la vieja humillación en éxito y, desde
el trampolín publicitario, se consagran en las
tablas del cabaret. En 1962, la rutilante
Jacqueline Charlotte Dufresney, alias Coccinelle,
paseó por Buenos Aires su irónica seducción: la
otra cara de esa misma moneda, tan manoseada y
sexy.
La Universidad de
Minnesota (Estados Unidos) es el primer centro
donde estas intervenciones quirúrgicas son
cargadas en la cuenta del estado. Este decidió que
operaciones tan costosas —los gastos hospitalarios
ascienden a 10 mil dólares por paciente— no pueden
estar sujetas al pago de impuestos. Sin embargo,
las compañías de seguros se niegan a contribuir.
Su argumento es que, más que intervenciones
quirúrgicas vitales, se trata de mera cosmética.
Para ellas, a menudo, la salud se extiende hasta
donde el lápiz de labios traza su mohín.
Revista Panorama
01.02.1973
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