SEXOLOGIA
Cambiar el cuerpo, cambiar la vida
El pequeño se trepa a la silla y, frente al espejo, aprisiona en la peineta un mechón de su melena rubia. Luego, se bambolea, gesticula y, con la muñeca entre sus brazos, canta el mismo arroró con que su hermanita mayor suele jugar a la mamá. La madre, que lo sorprende, sonríe. A la noche, el padre da el visto bueno al informativo hogareño. "Carlitos —opina— está en un momento de transición". Esa es una noche más, igual que todas, que baja el telón sobre una cotidianeidad casi perfecta. Sin embargo, cualquier día, la casa amanecerá erizada de conflictos.

LA MAGIA DEL BISTURI. Algunos psicólogos referirán la conducta sexual de Carlitos a una relación demasiado estrecha —"papá nunca está en casa"— entre él y su madre. La hermanita, en todo caso, será el sustituto más accesible de la imagen materna. En el consultorio, la elección entre la pelota de fútbol o la muñeca será un indicio, a título de un paciente inventario, para determinar ras tendencias afeminadas —circunstanciales o de estructura— del pequeño.
Los biólogos, por su lado, prefieren hablar del origen prenatal de dicha desviación: la causa radica en un desarrollo incorrecto del cerebro fetal. Este enfoque, experimentado sobre animales, alega que, durante el período intrauterino, el nonato puede desarrollarle, potencialmente, hacia cualquiera de los dos sexos: la presencia de
las hormonas andrógenas o su ausencia deciden que nazca un hombre o una mujer. A veces, la psicología y la biología rompen lanzas; otras, se cierran en un mismo circuito: agudas angustias que ciertas madres padecen durante el embarazo, se somatizan hasta el punto de originar esteroides que, peligrosamente, compiten con las hormonas masculinas.
En la última década, la cirugía —originariamente nada más que plástica— se adentró, con éxito, en el terreno de los transexuales: individuos que, normalmente adscriptos a un determinado sexo desde el ángulo biológico, están identificados psíquicamente con el opuesto. Mientras los travestís gozan con emoción al vestir ropas del otro sexo y los homosexuales, sin dejar de sentirse miembros de su sexo biológico, no toman en cuenta sus contenidos femeninos o masculinos, los transexuales —hombres o mujeres— repudian el propio sexo. Por todos los medios —el prejuicio les tiende trampas fatales— tratan de pasarse al opuesto. La ciencia, ahora, ha ensanchado las fronteras siempre cuestionables de la normalidad y les ofrece salidas más claras.
En el historial quirúrgico, los transexuales masculinos que se transforman en femeninos son los casos más fáciles y comunes. La operación incluye la extracción del pene y los testículos, la elaboración de una vagina artificial en base a la piel sensible del miembro extirpado y, en ciertos pacientes, el desarrollo del busto. En el caso contrario —de femenino a masculino—, los pechos son extraídos, se conforma un pene con el clítoris y otros tejidos, y los testículos se logran mediante implante de una prótesis por debajo de la piel. De todas maneras, el pene carece de toda posibilidad de erección. Un tratamiento de hormonas —testorenona, para los nuevos hombres, y estrógeno, para las nuevas mujeres— estimula las características sexuales secundarias: la barba, la distribución del vello en el cuerpo o el crecimiento del busto.

DESENREDAR LOS PREJUICIOS. Los especialistas insisten en la necesidad de complementar la intervención quirúrgica con el tratamiento psicológico donde arraigadas pautas culturales resisten más que la carne al bisturí. El encuadre psíquico correcto ayudó a que muchos pacientes contraigan matrimonio luego de ser operados. En algunos casos, inclusive, han llegado a criar hijos obtenidos por inseminación artificial o adopción. La gran mayoría de las parejas transexuales sometidos a cambio de sexo resultan ser individuos heterosexuales normales. Física y emocionalmente plenos, muchos alcanzan, tras toda una vida de íntima tortura, el orgasmo.
Los preconceptos sociales, sin embargo, constituyen una trama enmarañada. Numerosos pacientes lacran su pasado con el anonimato y, en otra ciudad, en otro país, se plantean haber nacido nuevamente. Otros transforman la vieja humillación en éxito y, desde el trampolín publicitario, se consagran en las tablas del cabaret. En 1962, la rutilante Jacqueline Charlotte Dufresney, alias Coccinelle, paseó por Buenos Aires su irónica seducción: la otra cara de esa misma moneda, tan manoseada y sexy.
La Universidad de Minnesota (Estados Unidos) es el primer centro donde estas intervenciones quirúrgicas son cargadas en la cuenta del estado. Este decidió que operaciones tan costosas —los gastos hospitalarios ascienden a 10 mil dólares por paciente— no pueden estar sujetas al pago de impuestos. Sin embargo, las compañías de seguros se niegan a contribuir. Su argumento es que, más que intervenciones quirúrgicas vitales, se trata de mera cosmética. Para ellas, a menudo, la salud se extiende hasta donde el lápiz de labios traza su mohín.
Revista Panorama
01.02.1973

 

Ir Arriba