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conflictos Argentina y Chile
Argentina - Chile, Tres veranos violentos

"Primero ocupo, después discuto..." Esta desgastante teoría chilena sobre fronteras, pagó su sangre. Izar el pabellón chileno 30 km dentro de nuestro territorio y rechazar las advertencias que día tras día se hicieron llegar, tenía que producir el desenlace no querido. Sólo sin SABOR NACIONAL, se puede permanecer en la impavidez. Nos duele, no lo hubiéramos querido, pero es una de las pocas actitudes ARGENTINAS que hemos vivido en los últimos tiempos. Esto no a nivel de machismo. Sí en cambio de PRESENCIA NACIONAL. De país. Por sobre el pequeño pero agrandado drama vivido en la frontera, EXTRA le encargó al minucioso Pablo Giussani una recorrida por el litigioso mundo que siempre transitamos con los duros y bravos chilenos. Aquí está...
por Pablo Giussani
ACLARACIÓN
Presentamos aquí tres momentos decisivos en lo historio de las relaciones argentino-chilenos. Mientras se elaboraba la nota, estallaba el nuevo conflicto fronterizo que hoy mantiene en vilo a la opinión pública. Los hechos que aquí relatamos han tenido, sin duda, contornos y motivaciones muy distintos de los que presiden el conflicto actual, pero ilustran cabalmente el clima histórico en que el misma se ha venido gestando. Los sucesos de Laguna del Desierto, con todo, reeditan un aspecto que era ya visible en aquellos antecedentes. Los roces fronterizos son frecuentes y raramente trascienden el ámbito lugareño. Cuando cobran proyecciones, hay casi siempre intereses ajenos al problema fronterizo en sí que se encargan de echarle combustible. En 1930 los dos países casi llegan a la guerra, empujados por manejos internacionales que tienen un claro sabor a petróleo. Hoy, el incidente de Laguna del Desierto viene sirviendo de soporte a un juego político que tampoco tiene puestas sus miras en el específico problema de la frontera.
Es evidente que las fuerzas de seguridad de uno y otro bando han actuado con arreglo a una dinámica propia y al margen de la política oficial de los respectivos gobiernos. A nivel presidencial, se advierte, de uno y otro lado, un ostensible interés en echar tierra al asunto. Y sobre este trasfondo, cobra significativo relieve una línea política de inspiración militar que tiende a desorbitar el incidente. ¿Por qué? ¿Qué fines se persigue? ¿Qué hay en verdad detrás de todo esto? Las teorías sobran en estos días. Cada observador tiene una. De todas, hay tres que sobre la marcha han cobrado cierta verosimilitud:
a) Frei alienta una política exterior dibujada sobre la tesis de la revolución pacífica y que tiende a buscar formas de unidad continental en la que tengan prioridad las consignas de desarrollo económico por encima de las de una eventual integración militar con miras a la lucha anticomunista. Las inclinaciones íntimas de Illia orientan en igual sentido, aun cuando factores internos le hayan impedido plasmar una política internacional coherente sobre esa base. La reciente entrevista entre ambos mandatarios abría la perspectiva de una acción conjunta de los dos países en la Conferencia de Río, en contradicción con los intentos de inspiración militar orientados a constituir una fuerza multilateral en el hemisferio. La leña que se echa al fuego fronterizo apuntaría, en consecuencia, a quebrar esta perspectiva, y a cerrar toda vía de comunicación y entendimiento entre la Argentina y Chile mientras dure la conferencia.
b) Diversos países han opuesto reparos a la perspectiva de celebrar en Río la conferencia de cancilleres, después de las medidas dictatoriales adoptadas recientemente por Castello Branco. En el caso de que tales reparos se convirtieran en una seria amenaza al buen éxito de la reunión, los países que, como los EE. UU., ven con agrado la actual política internacional de Itamaraty, no desean que una eventual suspensión de la conferencia se funde en motivos agraviantes para el Brasil. El conflicto argentino - chileno suministraría en tal caso una excusa elegante, y existiría el propósito de mantenerlo vivo como recurso de reserva.
Es evidente que el proceso nacional está tan distorsionado, que la duda es un estado de ánimo en comentaristas, en políticos y en sectores que se califican pomposamente de izquierda y que pueden terminar tratando de probar que el incidente fronterizo fue maquiavélicamente planeado por Onganía para conseguir la unidad militar que supuestamente no tiene. En fin, hemos arribado al límite de la capacidad de análisis, siempre con criterio destructivo. Aquí, tratamos de escapar a esta desgraciada tendencia nacional que no ayuda a nadie, salvo a los arquitectos del miedo y del caos.

UN siglo atrás, la América del Sur hundía su cono meridional en una vasta nebulosa político - geográfica que los mapas de la época registraban con el enigmático nombre de PATAGONS. Algunos ahondaban su misterio aclarando, entre paréntesis, que era res nullius, tierra de nadie. La expresión parecía designar una realidad para todo el mundo, menos para argentinos y chilenos, que a ratos proyectaban sobre la zona esforzados actos de soberanía que no alcanzaban a revestir continuidad ni a plasmarse en una posesión efectiva. Chile, con todo, fue más decidida en encarar la incorporación de su propio sur, mientras la Argentina sólo recordaba el suyo cuando debía defender posiciones de principio frente a los avances de su vecino. Al promediar el siglo XIX Chile ya ha fundado Punta Arenas, tiene instalado un penal en Puerto Hambre y controla de hecho, con guarniciones permanentes, custodia naval y municipios, todo el estrecho de Magallanes y el territorio meridional trasandino.
La Argentina, en cambio, deberá esperar hasta la expedición de Roca para tomar posesión militar y administrativa de sus tierras sureñas, en las que la única expresión concreta y pasajera de soberanía nacional ha sido, hasta entonces, la batida emprendida contra los indios por Facundo Quiroga, en 1833.
Y así, desde que Chile se afianza tempranamente en sus tierras del sur, hasta que la Argentina logra hacer otro tanto en las suyas, pasa un largo periodo que cubre holgadamente dos generaciones. Durante el mismo, la discreta organización alcanzada por Chile en su extremo meridional contrasta con el gran desierto que se extiende más allá de la Cordillera sin el menor indicio concreto de la soberanía que nominalmente se reivindica sobre él desde Buenos Aires. Es la época en que más de una vez Chile alarga su mano sobre ese gran vacío de poder y, por diversas vías, va dejando señales de su presencia en la Patagonia. La primera es el araucano, un araucano muy distinto del viejo indio sedentario que poblaba las faldas cordilleranas un siglo antes. El crecimiento del ganado cimarrón en la Patagonia le ha dado un estímulo para extenderse por la gran llanura del Este; y Chile le ha dado un medio para movilizarse: el caballo.

UNA CENTRAL ANARQUISTA
Cuando Roca extiende hacia el sur el poder de Buenos Aires y el tratado chileno - argentino de 1881 fija por fin la frontera en la línea de las altas cumbres andinas, la Patagonia que así queda incorporada al país, tiene ya un definido sabor chileno. Chilenas son buena parte de sus haciendas, y chilena es, en su mayoría, la peonada que la sirve. Chile no ha de olvidar esta presencia de su propia sangre en las tierras sureñas que bajan al Atlántico, y más de una vez ha de apoyarse en ella pese al tratado de 1881, para hacer valer derechos y pretensiones sobre la Patagonia.
Aquellas haciendas, entretanto, van convirtiéndose en verdaderas expresiones de poder, que suplen la debilidad aún visible del control central. La administración nacional que surge de Caseros, por otra parte, no ve con malos ojos la perspectiva de que el dominio del país sobre sus tierras del sur quede delegado en aquellos grandes estancieros que de hecho rigen ya la política lugareña y tienen comisarías a su exclusivo servicio.
Otro poder va creciendo, entretanto, a la vera de las haciendas. La Central anarquista FORA ha ido extendiéndose por la costa atlántica, creando organizaciones sindicales en cada uno de sus puertos, y termina por hacer pie en la peonada de las estancias. Es, por otra parte, la gran época de la inmigración, y a la vieja raza araucana en la que han elegido los hacendados sus primeros peones, se arrima un aluvión de trabajadores extranjeros, en su mayoría alemanes y polacos, hombres que ya tienen acumulada una experiencia sindical y un explosivo bagaje de ideas.
Pero no sólo las ideas han de convertir a esos peones en seguros reclutas de la FORA. Buenos Aires ya ha conocido el horror de la Semana Trágica, pero ignora las condiciones que allá en el lejano sur vienen incubando uh estallido similar. Son pocos los que, el 7 de diciembre de 1920, atinan a percibir el pequeño recuadro con que la prensa porteña informa sobre un dramático telegrama remitido al P.E. por los hacendados de Santa Cruz. En el mismo se pide el urgente envío de fuerzas militares para "garantizar la libertad de trabajo" Pocos días después, otro de aquellos recuadros da cuenta de una huelga general estallada en el sur. Lo que se publica no es el testimonio de un cronista, lujo excesivo para aquellas lejanías, sino un comunicado suscripto por los propios hacendados. Por él venimos a saber que ya en octubre, una primera huelga general motivada por la detención de varios obreros había ''degenerado en peticiones imperativas de mejoras y concesiones de todo orden para los gremios, a los cuales los patrones se vieron obligados a ceder". Y ahora sobrevenía un segundo paro con un nuevo pliego de reivindicaciones. Los hacendados aclaran que "no todos los obreros están de acuerdo con estos procederes y son muchos los que de buena gana volverían a desempeñarse en sus tareas, aun sin las mejoras solicitadas, puesto que los trabajadores de la región patagónica son mejor tratados y más bien remunerados sus servicios que en cualquier otra zona del país".

"COMER CARNE DOS VECES AL DIA"
El mejor testimonio de este buen trato es el pliego de reclamos. Fundamentalmente, los obreros piden: a) que se les permita comer carne dos veces por día; b) que las instrucciones de los botiquines estén redactadas en castellano; c) que se dé a cada obrero una piel de oveja para taparse; d) que se les suministre velas para iluminar los dormitorios; e) que durante la noche no se les cierre los dormitorios con llave.
Contra estas demasías se urge la intervención del ejército, y es precisamente esta perspectiva la que a la postre ha de imprimir al movimiento obrero un estilo de lucha que desbordará el marco de la huelga. El Presidente de la República, Hipólito Yrigoyen, no quiere reprimir. La respuesta del P. E. a los hacendados es ambigua y se limita o vagas expresiones sobre el interés oficial en velar por el orden. Con fines de prevención, va acercándose at foco del movimiento el teniente coronel Varela, a la cabeza del 10º de Infantería, mientras corre hacia el sur, el Dr. Ismael Viñas, que bajo su investidura de juez federal lleva precisas directivas del Presidente; pacificar sin reprimir. Varela no es exactamente de este parecer, pero aún él advierte luego que la magnitud del conflicto responde a causas más profundas que la mera presencia de agitadores, y acaba coincidiendo con la actitud contemporizadora de Viñas.
Los hacendados, así, han agitado una amenaza de represión que vacila en concretarse, pero que basta para desencajar el movimiento obrero de su originario molde sindical para empujarlo hacia la lucha armada. Porque pronto, en efecto, aparecen fusiles en las manos de los huelguistas. Y no teniendo soldados a tiro, las armas tuercen sus miras hacia los cascos de estancia y muchos hacendados corren una suerte que ningún empresario ha conocido en Buenos Aires durante la Semana Trágica. El 10º de Infantería podía abstenerse de reprimir frente a las condiciones previas a su avance, pero su propia presencia en la región ha creado condiciones nuevas. La Patagonia ya es escenario de episodios de la prensa pequeña recogerá luego como actos de bandolerismo. Varela se inquieta: ahora sí, es el momento de reprimir. Y los días que siguen han de registrar una dramática carrera entre los apremios represivos del comandante y la desesperación de Viñas por lograr una paz pactada antes de la masacre que ya parece inminente.

UN CLAMOR DE INDIGNACION
Por último, es Viñas el que se sale con la suya. Los chilenos Facón Grande y Facón Chico, líderes del movimiento, se avienen a una negociación. Varela baja las armas ya engatilladas y de nuevo su subordina a la conducta conciliadora de Viñas. Entre los cuatro se llega a un acuerdo por el que los huelguistas prometen entregar las armas y reciben garantías de que no habrá detenciones ni represalia alguna. Días después, en el lugar convenido para la entrega de las armas, aparecen dos mulas de tiro cargadas de winchesters viejos.
—¿Y éstas son las armas? —pregunta atónito un sargento.
—Toditas —le responde uno de los peones.
Luego, peones y mulas se alejan y ya se pierden en el llano cuando un último grito sale al encuentro de la tropa.
—¡Hasta el verano que viene!
La siguiente noticia que llega de los hacendados de Buenos Aires es un clamor de indignación, y queda en claro entonces que, si el poder del gobierno llega sólo a gatas a las estancias del sur, el poder de las estancias no tiene dificultad en llegar hasta el gobierno. Una conmoción estremece al Congreso Nacional, y Viñas es sometido a juicio político.
Chile, entretanto, no ha dejado de observar, con especial interés, el proceso verificado en el codiciado marco patagónico. No es difícil entrever los contornos que revistió aquella huelga ante el enfoque trasandino. Un movimiento armado, con mayoría de chilenos en su base y con chilenos a su cabeza, había alcanzado allí la envergadura suficiente como para imponer un pacto a las fuerzas de represión argentinas. No era extraño que Santiago interpretara como signo de debilidad una conducta que, en Viñas y Varela, sólo cumplía consignas de la política social-Yrigoyenista.
Aquel "verano que viene" habría de llegar, pues, con perfiles muy distintos de los de 1920-21. Los hacendados mantienen su ceguera ante las condiciones reales que habían determinado aquella huelga y siguen firmes en su convicción de que la misma no ha tenido otro origen que la coacción de hábiles agitadores sobre una masa de peones íntimamente satisfechos de su suerte. El remedio para eventuales reediciones de la huelga no debía hallarse, pues, en mejoras, sino en una mayor decisión represiva. La ola de protestas en el Congreso, el juicio político a Ismael Viñas y el indignado lenguaje de la prensa articulaban una tenaz campaña de presiones sobre los medios militares en los que el dedo acusador de la mejor sociedad argentina iba despertando una avergonzada sensación de culpa por las vacilaciones de aquel verano. Se comprende así que, al estallar la nueva huelga en diciembre de 1921, el teniente coronel Varela solicitara vivamente ser enviado al sur, con el tono de quien ha tenido un desliz y pide una segunda oportunidad. Viñas advierte lo que se viene y, aunque inhibido de actuar por el juicio político aún en curso, resuelve igualmente bajar a Santa Cruz en un desesperado intento de repetir la gestión apaciguadora del año anterior. Incalculables presiones, empero, se oponen a este viaje. En diversos medios políticos se emplean todos los recursos posibles para disuadirlo y, cuando supera esta barrera, Viñas tropieza con una negativa del Ejército a ofrecerle medios de transporte. Esta vez, Varela quiere asegurarse libertad de acción, sin trabas políticas a su alrededor. El mismo gobernador del territorio, el Dr. Iza, halla dificultades en llegar al foco de la huelga y acaba muriendo sospechosamente en el trayecto.
No sólo las presiones patronales, empero, determinan esta nueva tónica de la conducta militar. Aun Yrigoyen debe ceder por fin ante inquietantes informes que llegan desde el sur y que delatan una amenaza a la seguridad nacional injertada en el drama social que vive la Patagonia. Una inusitada concentración de carabineros chilenos se ciñe sobre la frontera del sur, y el propio Director Nacional del Cuerpo de Carabineros, coronel Carlos Ibañez del Campo, ha trasladado su cuartel general a Puerto Natales, justo frente a Río Gallegos.

REAPARECEN LAS ARMAS
Dentro de este cuadro, la dinámica que el año anterior imprimiera rumbos subversivos a la huelga actúa con mayor rapidez. Las armas reaparecen multiplicadas en poder de los peones y empiezan a cobrar vidas en los cascos devastados de las haciendas.
Varela lleva entre sus oficiales a los capitanes Viñas Ibarra y Eusebio Anaya, que vienen de la expedición al Chaco. Y ha de ser Viñas Ibarra el primero en atestiguar el significado y las proyecciones que tienen sobre la huelga aquella presencia de carabineros chilenos en la frontera. Su escuadrón desembarca en Río Gallegos, sin otro medio de movilidad que diez caballos y dos camiones. Unos días más, y el desembarco quizás habría resultado imposible. Todos los demás puntos ce la costa están ocupados ya por los peones, y sólo Río Gallegos sobrevive hasta ese momento, con escasas posibilidades de resistir sin refuerzos. Viñas Ibarra Consigue avanzar, no obstante, sin mayores contactos con los sublevados y establece su campamento en las fuentes del río Coyle. Allí tiene su primer encuentro serio con los huelguistas y recoge la primera experiencia de un proceso que servirá a Viñas, años más tarde, para afirmar que en la Patagonia se había librado una "guerra de posiciones". El comportamiento de los sublevados, en efecto, no respondía ya al esquema de una huelga, ni tenía, como podría sospecharse, la menor semejanza con las tácticas guerrilleras. Era una guerra convencional la que allí se desarrollaba, con el más ortodoxo criterio militar. Viñas
atribuiría esta rara circunstancia la presencia de ex oficiales del ejército alemán dentro del movimiento anarquista. Viñas Ibarra, en cambio, descubre ese día que el hecho tiene también otras razones. Porque son hombres de uniforme los que le salen al paso en las fuentes del Coyle encabezando a los peones. Y el uniforme es, inconfundiblemente, el de los carabineros chilenos.
Doce de estos hombres son tomados prisioneros con su armamento completo. Y Viñas Ibarra no termina de arrancarles una declaración sobre su presencia en el lugar cuando un sorpresivo mensaje de Ibáñez lo invita cordialmente a una conferencia en Puerto Natales. Viñas Ibarra vacila, pero opta finalmente por concurrir. El improvisado cuartel general de carabineros lo recibe con singular afabilidad y, en medio de un clima casi festivo, Ibáñez le pide que "le devuelva esos carabineros desertores que han cruzado la frontera" Y aclara: "Para fusilarlos".

"¡VIVA CHILE, M...!"
Viñas Ibarra accede y, a la mañana siguiente los prisioneros son entregados, sobre la frontera a las autoridades chilenas.
Días después, un nuevo combate se entabla entre las tropas de Viñas Ibarra y las fuerzas sublevadas que se repliegan, muy cerca de la frontera, en la región conocida como Cancha Carrera. Una sorpresiva resistencia frena allí el avance del capitán argentino, y éste no cabe en su asombro al advertir que quienes han abierto el fuego contra él y su tropa son los carabineros "fusilados" por Ibáñez.
La vieja siembra araucana hecha por Chile en la Patagonia aflora ahora a borbotones en el calor de la lucha, y el grito de "¡Viva Chile m...! enardece por momentos a la peonada que combate encarnizadamente contra la tropa argentina. Las armas de Ibáñez van inyectando a la huelga un móvil separatista, y Varela no tarda en convencerse de que está librando, lisa
y llanamente, una guerra con Chile. Sobre todo cuando sabe que un entero regimiento del ejército trasandino acampa en la estancia de los Braum Menéndez. Y este vago sabor nacional que ha cobrado ahora el combate suministra a Varela el estímulo que le falta para acceder de lleno a presiones patronales que claman por un escarmiento. La represión es atroz. Viñas solo llega al escenario del drama a tiempo para recoger el tenebroso testimonio de las fosas comunes. Las tierras de las haciendas han sido regadas por la sangre de 1.200 muertos que la memoria popular recordará luego como "fusilados", pero que en los hechos han corrido una suerte menos digna que la formalidad de los pelotones.
El veraneo se va extinguiendo, y el coronel Ibánez levanta en silencio el cuartel general que tenía establecido en Puerto Natales. Tiene por delante una larga carrera, cuesta arriba hacia la presidencia. Mientras la recorre, Mussolini marcha sobre Roma y construye un Estado marcial y legionario que pronto ha de funcionar de arquetipo para un proyecto como éste, extendido entre un cuartel de carabineros y el supremo poder de Chile. Inspirado en Mussolini, precisamente, Ibañez funda la Línea Recta, un fascismo huaso que en el 30 es ya la doctrina de una dictadura que pesa sobre Chile, con Ibañez en su cúspide. Nueve años ha tardado este recorrido entre Puerto Natales y la presidencia, una presidencia con buena memoria, que recuerda con ira aquellos días del sur, como una cuenta pendiente.
Yrigoyen lleva transitado un año y dos meses de su segundo gobierno. Ha dejado atrás la vaga plataforma constitucionalista del 16, y esta vez ocupa el poder con intenciones más programáticas. Ahora sueña con nacionalizar la producción y la comercialización de petróleo, y un proyecto de ley en tal sentido se este gestando en la presidencia, cuando un sorpresivo mensaje de Hindemburg llega a Yrigoyen por vía diplomática. El jefe del Estado alemán solicita a su colega argentino que sin demora envíe a Berlín un hombre de su máxima confianza para recibir una grave información confidencial.
Yrigoyen encomienda la misión al Inspector General del Ejército (hoy diríamos Comandante en Jefe), general Severo Toranzo, quien parte enseguida hacia Berlín en compañía de su hijo Carlos Severo Toranzo Montero. No hay antesalas ni otras esperas que habitualmente jalonan los pedidos de audiencia a un jefe de estado. El viejo mariscal recibe de inmediato al militar argentino, hace a un lado los acostumbrados circunloquios y sólo menciona brevemente la gratitud alemana por la esforzada neutralidad observada por Yrigoyen durante la Gran Guerra. Ahora ha llegado el momento de devolver atenciones. Los servicios de inteligencia alemana han detectado un plan de invasión a la Argentina que viene preparando Ibañez.

¡HAY QUE DESENMASCARAR A IBANEZ!
—Organiza la operación —aclara Hindenburg— nuestro general Kunz, quien se halla actualmente, según tengo entendido, al servicio del presidente de Chile. Los preparativos están muy avanzados y la guerra puede estallar en cualquier momento.
Kunz es, en verdad, un extraño personaje cuyo papel real en la historia latinoamericana de aquellos tiempos sigue siendo una enigma. Se lo vincula con intereses petroleros europeos. Tiempo después, Kunz aparece al frente del comando militar boliviano en la Guerra con el Paraguay.
Toranzo transmite a Yrigoyen la grave revelación, y solo una frase marca la reacción del silencioso caudillo.
—¡Hay que desenmascarar a Ibáñez!
Debe aclararse que los datos ofrecidos por Hindenburg sólo añaden dramaticidad a un
vasto material informativo ya recogido por el gobierno argentino, que desde meses
atrás evidenciaba una creciente alarma. A partir de enero de 1929, la escuadra chilena viene maniobrando con inusitada intensidad en las aguas del sur y su aviación naval ha multiplicado hasta extremos preocupantes los vuelos de reconocimiento sobre los lagos linderos con la Cordillera. En Chile acaba de instalarse, por otra parte, una fábrica norteamericana de aviones Curtis, considerados en esos días como los mejores del mundo, todo el continente ha podido admirarlos pocos meses atrás gracias a un vuelo de exhibición dirigido por el coronel Doolittle, el mismo que años más tarde alcanzaría renombre por ser el primero en bombardear Tokio durante la Segunda Guerra Mundial.

Para completar el cuadro, llega a saberse que el gobierno de Chile ha establecido con fines difíciles de explicar, sin una perspectiva de agresión a la Argentina, un correo aéreo entre Puerto Mont y el Aissen, frente a Comodoro Rivadavia.
La consigna de "desenmascarar a Ibáñez" ha de recaer sobre un brillante piloto naval que en Puerto Belgrano tiene ya fama de temerario: el alférez de navío Alberto Santú Riestra. Con precisas instrucciones de Yrigoyen, Toranzo parte hacia esa base y allí traza con el jefe de la misma, el capitán Jensen, la difícil misión que han de conferir a Santú Riestra horas después. Este deberá sobrevolar en misión de reconocimiento, con dos hidroaviones y ocho hombres, la encrespada frontera del sur.
Se sabe ya que una verdadera boca de lobo aguarda allí a los hidros. Temuco y Puerto Mont se han convertido en dos fuertes bases aéreas chilenas, poderosamente pertrechadas, y era seguro que desde ellas se trataría de interceptar el vuelo de Sautú Riestra. Y estos intentos de interrupción se producen, en efecto, pero el piloto argentino logra eludirlos cambiando constantemente de ruta o acuatizando en los lagos, donde mantiene escondidos los aparatos bajo los árboles de las orillas mientras los aviones chilenos consumen su nafta batiendo la zona. Es ésa la primera vez que, con gran asombro de los lugareños, se posa un hidroavión sobre las aguas del Nahuel Huapí.
Sautú Riestra retorna a su base con un gran acopio de material. Todos los pasos de la cordillera han sido fotografiados y, al revelarse las placas, queda consumado el "desenmascaramiento". Grandes concentraciones de tropas aparecen agolpadas sobre esos pasos. Sumados a las fotos, un cúmulo de datos ya obtenidos por otra vía permiten calcular la presencia de 30.000 hombres distribuidos en dos fuerzas de invasión: una al norte, orientada hacia una línea de penetración cuyo rumbo previsible era Zapala-Neuquén-Bahía Blanca; y otra, al sur, enderezada a seguir la línea de los ríos Senguer y Mayo, con destino en Comodoro Rivadavia.
El plan de invasión sólo era viable sí se apoyaba en el factor sorpresa. Chile ya sabe que la misión de Sautú Riestra ha tenido éxito y que rápidas medidas militares vienen armando defensas más allá de la cordillera. Ibáñez ha perdido su segunda oportunidad y ordena el desmantelamiento del aparato invasor. Quince años después, en las postrimerías de su segunda presidencia, deberá defenderse, irónicamente, de una oposición iracunda que ha de acusarle de "entreguista" frente a pretensiones hegemónicas de la Argentina.
Yrigoyen no ha de vivir otro verano en el poder. Pocas semanas después de desbaratarse la invasión chilena, el proyecto de nacionalización del petróleo ingresa a Diputados. Obtiene allí una media sanción y se estrella contra un senado que el radicalismo no controla. La situación promete cambiar con los comicios del 7 de setiembre, en los que el gobierno aspira a ganar cuatro senadores por San Juan y Mendoza. El 6 de setiembre estalla la revolución. Y es entonces Uriburu el encargado de imponer desde adentro la solución que no había alcanzado Kunz desde Chile.
Revista Redacción
12/1965

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