Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Cuatro Evas hablan de sus hombres
Entre sus personajes de ficción y sus reales historias de amor hay diferencias profundas y sutiles, dicen las Evas que, semanalmente, inquietan a los cuatro hombres de uno de los programas más populares de la televisión. Dora Baret, Irma Roy, María Aurelia Bisutti y Thelma Biral se confiesan: egoísmo, miedo y alegría en sus amores.

Semanalmente desde hace tres años 1.100.000 televidentes siguen las alternativas de un suceso: "Cuatro hombres para Eva". Su autora es Nené Cascallar: combatida, amada, discutida, aceptada. La trama que durante varios ciclos hizo rotar las figuras femeninas, las fija ahora en cada episodio. Sus conflictos se van vivenciando conjuntamente. También las soluciones, que a cada una les vaya otorgando su calidad de ser tan humana. Ahora bien: como siempre son los Adanes quienes opinan sobre las Evas, hemos querido darles la palabra a las últimas. Así, cuatro actrices, Irma Roy, María Aurelia Bisutti, Dora Baret y Thelma Biral hablan de sus hombres en la ficción y en la realidad.

IRMA ROY:
—Yo soy en la ficción Lidia Morelli. Una muchacha de clase media, maestra, con una gran capacidad de ternura. Tiene una relación con Mario Di Bianchi (Rodolfo Bebán), abogado, joven, lleno de vitalidad. Su meta es lograr un alto cargo político. Encuentra en su padre —un hombre multimillonario— todo el apoyo para montar una gran maquinaria publicitaria a su favor. Él la ama profundamente y ella responde a ese cariño. Lidia Morelli perdonó en muchos momentos actitudes de su pareja. Después —ante un caso extremo— se rebeló.
Pienso que el público esperaba esta actitud. Yo confieso que la historia de esos dos seres no me divierte, me conflictúa, me angustia. Cada vez que grabo un capítulo quedo deshecha. Es entonces cuando no sé dónde empieza a vivir Lidia Morelli o dónde termina. Muchas veces me identifico tanto con ella que es como si fuera yo misma, aun hoy, casada con él. Es porque quisiera vivir un amor así: capaz de los mayores sacrificios. Me confieso profundamente egoísta y llevo conmigo la imagen de un hogar sumamente feliz. Soy hija única. Una hija nacida luego de doce años de matrimonio. Fui un poco como el milagro. Un milagro para una pareja que, todavía a los cuarenta años de casados, mi padre le llevaba una flor a mi mamá o se cambiaban las alianzas de compromiso según lo dictara la moda. Quizá esto no sea muy coherente con lo que alegaba sobre mi personaje. Pero la imagen idealizada de Lidia hace que cuando ella llora también lloro yo. ¡Cuántos me preguntan al salir del canal qué me pongo en los ojos para llorar! Y es difícil explicar que nada. Que lloro en serio y que mientras trabajo dejo muchos pedazos de mi vida.
Irma tiene un momento de transición, calla, le cuesta recordar y le duele. Pero esa extrovertida, arbitraria y honesta mujer —que está un poco de vuelta de todo— que se conmociona por la menor cosa que pasa a su alrededor, prosigue confesándose y muestra su otra cara. No la de la mujer fuerte que todos ven, sino ésta:
—No puedo decir que yo me haya realizado como mujer. Me casé muy joven (tenía 20 años) con un hombre que era un poco la imagen de mi padre: Eduardo Cuitiño. No sé si enamorada del amor. Pienso más bien que de su fuerte personalidad; era un gran director, un gran actor. Desde el vamos —con esos mecanismos instintivos— anulé mi personalidad, cosa que descubrí sólo cuando quedé sola. Antes, y así, fui feliz. Luego, al morir mi marido, descubrí un mundo nuevo. El me dio la base para formarse como actriz e individualmente me enseñó todo lo que no me convenía. . . que es también importante. Si uno sabe integrarlo sirve para no equivocarse otra vez. Hoy estoy en una edad en que no soy ni joven ni vieja: pero en la que sí es difícil encontrarse con "la pareja". Después de mi matrimonio tuve una experiencia importante en la que los cánones sociales exigían, al hombre que estaba a mi lado, "jugarse". No sé si no pudo o no quiso, pero también me creó otra frustración. Los encuentros que pude tener luego no fueron importantes ni trascendentes. . . Pasaron, nada más. . . Yo soy una mujer que vive siempre el hoy. . . Cómo voy a conflictuarme por lo de mañana si ignoro si estaré viva. Mi imagen del hombre es que creo es un mal necesario. Si siguen existiendo será por algo. ¿Mi hombre? No espero ninguno determinado. Pienso que cuando llegue bastará que me diga: "—¡Hola!". Si se va hacia el hombre con ideas preconcebidas pienso que se fracasa sistemáticamente. Tampoco siento que los fracasos sean culpa del hombre, nosotras también contribuimos en gran parte. Además, para qué hacer literatura: La vida cobra todo lo que da y no todo debe ser perfecto.
Y si después de todo una puede saber que tiene una madre, amigos importantes, sentido de! humor como para largarse a reír porque a alguien se le vuela un sombrero por la calle, ayudar a alguien de alguna manera, ser útil y sentir que se vive para algo como es la profesión que uno ha elegido. . . y si Dios da ojos, oídos, manos, entonces es pedir mucho. . . y que además uno tenga al lado un tipo sensacional, hijos hermosísimos. . . bueno, eso sería la perfección y a veces no llega. . . Siempre hay que pagar por algo...

MARIA AURELIA BISSUTTI:
—Si tengo que hablar de mí como mujer-actriz debo recordar mis dos personajes. Uno fue Analía que hacía pareja con Hernán (Eduardo Rudy), que tuvo mucha vigencia en el público y el de Nina Barsi, cuya pareja, Jorge (Federico Luppi), es el que vivo. El anterior, para mí fue muy importante. Era el primer amor y todos los conflictos que se planteaban eran por causa de los flirteos de Hernán. En verdad trataba de ignorarlos, y me repetía que nunca le perdonaría una falta. Pero cuando llegó el momento decisivo tuve que perdonar. En este último paso yo no estuve de acuerdo: no sé perdonar. Quizá por eso no me identificaba plenamente con Analía. Pero comprobé —por la reacción del público— que las mujeres perdonan. Cuántas veces a la salida del canal o en cartas me pedían "perdónelo a Rudy". Es que —en la teleaudiencia— se hace carne cada personaje. Y no me pedían por Hernán, sino por Rudy. . .
María Aurelia enciende un cigarrillo; su actitud es la de una muchacha sumamente tímida, con gran temor de ser ella, con una enorme inseguridad. Todo esto difiere con la imagen que el público tiene formada de la actriz: una mujer sexy, fuerte, segura de sí misma. Pero no. Este es el revés de !a medalla. A tal punto que, en determinado momento del diálogo, rompe a llorar como una mujer herida, no tan madura como aparenta serlo y más sensible de lo que disimula cuando toca el tema del hombre que a !o mejor llegará. . .
No sé. . . pienso que el no perdonar puede sonar un poco a cruel. Pero siento que el querer a alguien no lo puede hacer tan omnipotente como para que se deba aceptar la mentira. El hombre que arriesga un amor por una equivocación banal. . . no me sirve. Hoy, frente al personaje de Nina, me encuentro confusa. Es muy cambiante: frívola o profunda. Pero sé que cuando interpreto a Nina soy Nina y que ojalá esta vez encuentre el verdadero amor. Es muy raro lo que le ocurre. Un encuentro la acerca a ese hombre y casi sin conocerse se abrazan. No oculto que esto tiene más que ver con la soledad de ambos que con el amor. . .
—Si tengo que hablar de María Aurelia, en cambio, pienso que es una mujer que tiene mucho miedo al amor. Esperaba mucho de su matrimonio. El fracaso le hizo mucho daño. Creo que he podido superar muchas cosas ya que el saldo positivo es mi hija —Transición y María prenda otro cigarrillo. Luego María Aurelia Bisutti se vuelve a enamorar y tiene otro fracaso. Entonces hoy tiene mucho miedo—. Sí, lo que quiero es muy difícil de conseguir. Soy muy leal y siento que los hombres no lo son. Quizá porque le dan menos importancia a cosas que yo sí le doy. ¿Por ejemplo?. . . Bueno, a la fidelidad. Cuando amo soy tan íntegra que no podría mentir. Y compruebo que día a día los hombres mienten más. Le tengo miedo a una nueva relación. No sé cómo veo al hombre. Los de mi vida fueron pocos. Me casé bastante grande. Siempre le he dado mucha importancia a mi trabajo. No sé por qué, pero me parece que a ellos les cuesta mucho aceptar una mujer con una carrera como la nuestra. Antes de casarme ya le tenía miedo al matrimonio. Hoy le tengo más miedo. . . No sé si reincidiría. No tanto por mí, sino por mi hija. Hasta qué punto uno puede soportar otro fracaso, tampoco lo sé. Pero preferiría que no pase por eso mi hija. A lo mejor es una gran inseguridad mía y todo lo anterior no es nada más que una excusa que me pongo. . . En verdad trato de decirme que vivo bien así. . . La idealizada visión de la pareja en que una mujer se siente apoyada por un hombre. . . la desconozco. . . He tenido que luchar sola. . . Siempre. Desde muy jovencita (María Aurelia trata de cambiar el tono de sus respuestas y encuentra una veta risueña).
—Miren, el otro día leía un libro. . . Era un estudio de ciencia ficción en donde se demostraba que ese hombre que uno busca, está flotando en el espacio. . . Luego añadía que alguna vez se iba a reencarnar en un ser terreno. Alguien me dijo riendo que, a lo mejor, ese es mi caso. . . Y puedo confesar que me pareció gravísimo que así sucediera. Esa es parte de las contradicciones a las que una se ve enfrentada. Pero. . . a veces, cuando estoy sola y pienso en todo, quiero volver a enamorarme. . . ¿Otro matrimonio? Eso me parece grave. En fin, todo esto lo pienso ahora y hoy. ¿Mañana?. . . Bueno, mañana no sé qué puede pasar. ..

DORA BARET:
—Mi personaje Elina es el de una mujer que vive una relación conflictiva con Ricardo (Jorge Barreiro). Él no la quiere pero la necesita. Ella a su vez cree amar por los dos. Ricardo ha quedado viudo de una mujer que para él era el ideal. Está muy fijado a su memoria y no creo que —tal como están planteadas las cosas— pueda enamorarse de nadie. Es más bien el tipo de hombre que necesita tener alguien al lado, porque no puede vivir solo. La posición de Elina no la comparto. Y digo más, yo, Dora Baret, hasta la critico. No tomaría esa actitud. En la relación hombre-mujer, las cosas no pueden ser de un solo lado, sino de ambas partes. Si no, no camina. . . No creo auténtica a una mujer que diga: "mi marido no está enamorado de mí, pero mi cariño vale por los dos". No sé qué curso tendrá la historia de mi personaje, pero me arriesgo a decir que, tal como están planteadas las cosas, Ricardo no se enamorará de otra mujer. . .
—¿Cómo veo yo la figura del hombre? Tan solo puedo decir algo a través de mi matrimonio. La relación de la pareja es tan difícil de explicar, definir o poder darle forma en palabras. . . Pienso que de alguna manera hay cosas muy confundidas en dicha relación. Supongo que todo es un arrastre de educación. Cuando conocí a mi marido yo era muy joven: 18 años. Mi formación fue en un hogar de padres muy cerrados, con una serie de prejuicios, o sea: "la mujer debe estar al lado del hombre, atenderlo" y otro tipo de esquemas que yo manejaba muy mal. . . Hasta que entendí que lo importante era compartir con ese hombre todas esas cosas, pero a un mismo nivel: ya sea mi trabajo, mi casa, mi carrera y los problemas que se presentaran. . . Reconozco que ms costó mucho superar y salir de la idea que la mujer debe ser una sometida, hasta conseguir lo que, en verdad, debe ser una relación. Supongo que me costó más, dadas las características del hombre que tenía y tengo a mi lado. Lúcido y fuerte, artística e intelectualmente. Yo tendía a la dependencia total. . . Cuando éramos novios nos separamos cinco meses. Durante ese tiempo aprendí muchas cosas positivas. Acepté haber dependido de él y que yo debía comenzar a realizarme individualmente. Sólo entonces me di cuenta de la cantidad de cosas que había confundido.
Dora Baret está casada con el director y actor Carlos Gandolfo. Sus características son las de una muchacha que sabe escuchar, necesita continuamente aprender para perfeccionarse, que cree conocer la palabra amistad por cuanto "da y no espera siempre recibir". Su carácter es muy introvertido y describirse y hablar de sí la conmueve profundamente.
—Por ejemplo, mi imagen de la mujer era un poco "entre comillas". Esto era tan sólo la consecuencia de conflictos míos, personales, los que me daban la tónica de la mujer ideal. No como compañera del hombre. Por suerte he podido superar mucho todo eso. Veo a mi marido con realidad. No como quien debe tomar las iniciativas, sino con el que debo compartir sentimientos, angustias, carrera, ideas. . . Es mi igual.. . Los dos podemos pensar y luchar, pero a un mismo nivel. Puedo decir que soy feliz, aunque es muy difícil decir si se es feliz o no.

THELMA BIRAL:
Para Thelma Biral su personaje es muy dulce y tierno porque encarna en la historia el papel de médica ginecóloga. Durante una operación difícil, Alicia Molina Palmer conoce a Eduardo Aguilar (José María Langlais). El encuentro es un poco el ''amor a primera vista" y terminan casándose. Supone la actriz que su matrimonio va a ser muy normal.
Thelma Biral quizá compone una máscara de muchacha que recita una lección de memoria. Lleva en su rostro un gesto de asombro permanente, pero que no traduce emoción. También, en su vida real, parece estar componiendo un personaje: el de la mejor alumna.
Cuando habla de su hombre habla de ella misma:
—Creo mucho en el amor. . . Creo mucho en los hombres porque la experiencia me hace creer en ellos. Estoy casada con Oscar Pedemonte. Ambos ingresamos a la Comedia Nacional Uruguaya y allí nos conocimos. Un día lo beca ron a España —por causas externas— y al regresar, no pudo seguir trabajando. Mi marido es o fue actor. Montevideo tiene otro tipo de vida artística a la de acá. Él quiso ir a España nuevamente y yo no estaba decidida. Por lo mismo, un, día decidimos como meta Buenos Aires. Aquí hubo que empezar de nuevo. Ya llevábamos cuatro años trabajando en Uruguay. Yo tuve más suerte que él. Pienso que para una mujer las cosas son más fáciles. . . Él ocupa hoy un cargo en comisión en la Secretaría de Cultura de la Comisión de Turismo Uruguaya. No está resentido. Piensa que si las puertas no se abrieron para él, por algo será. . . Sé que ha renunciado a su carrera por mí. . . Hay quien nos conoce y me decía, vez pasada, si me daba cuenta lo que eso significa para una mujer: que su hombre deje todo por ella. Creo que es lo más grande que puede hacer. Es un poco un personaje de novela... Yo no lo hubiera hecho. El es feliz, me ayuda mucho, me alienta. . . El hombre para mí —en estos momentos que estoy pasando— debe ser dadivoso y con gran ternura. Los dos estamos en la lucha, hemos pasado momentos malos en la relación pero los hemos superado. Nuestra vida sentimental fue tocada por una cantidad de cosas. . . Qué sé yo. . . creo que soy más egoísta. . .
Cuatro Evas han tratado de integrar su ficción y su realidad. Cada uno de los relatos es copia fiel: han sido grabados. (Nada distorsiona el camino que hay entre la verdad y la mentira. Las cuatro máscaras teatrales caen en el difícil juego de la verdad. Esa que nos ha demostrado también que una actriz es una mujer y que un personaje de ficción no es un invento. Lo difícil es aceptar todo y comprender que las "estrellas" también son seres humanos.
Revista Siete Días Ilustrados
03.10.1967

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