Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Guillermo Nimo
Teorías, opiniones y berretines del más insólito comentarista deportivo
GUILLERMO NIMO: "Yo no soy ningún charlatán"
El polémico ex referee descubre aspectos de su pintoresca personalidad en un jugoso repaso de su carrera deportiva. Además,
castiga a los dirigentes, cuenta la envidia que campea entre los árbitros y analiza el fenómeno River Plate. "Yo siempre digo la verdad, aunque duela", asegura

Es una de las figuras más estrafalarias del medio futbolístico local. Y no es para menos: usa zapatos con plataforma y tacos de casi cinco centímetros de alto, fuma con una boquilla kilométrica y en todos sus atuendos proliferan los rotundos cuadros y los colores explosivos. Y como si esto fuera poco, fue el primer árbitro de la Asociación del Fútbol Argentino que se animó a entrar a una cancha con un prolijo corte a la navaja. Además, algunos envidiosos dicen que hasta se pinta las uñas. De todas maneras, semejante acicalamiento no le impidió ser uno de los mejores jueces que han desfilado —tratándose de él no es una metáfora— por los estadios sudamericanos. Es que Guillermo José Willy Nimo (36) fue —sin dudas— uno de los árbitros con mayor personalidad del fútbol argentino.
Ahora, a dos años apenas de su alejamiento como referee, no vacila en explicar las causas de su renuncia: "Me fui cuando el interventor Oneto Gaona, que sabría de muchas cosas pero menos de fútbol, ante las presiones de la asociación que nuclea a los jueces, decidió juntar en una sola categoría a los que dirigían primera división A y B, designándose los partidos por sorteo. Como yo tengo mucha mala suerte con las bolillas —sortea— pensé que por ahí me tocaba ir a arbitrar varios cotejos seguidos en la división inferior y se me iba a venir todo el prestigio abajo. Entonces, preferí renunciar". Ahora, el prestigioso ex sopla-pito —como se dice en las tribunas— conjuga su cargo como jefe del Departamento de Relaciones Públicas de Proveeduría Deportiva con su verdadera vocación: la de comentarista de fútbol.
A esta última especialidad arribó casi simultáneamente con su renuncia: "Enseguida que dejé de tocar el pito me llamaron de Crónica para que analizara la actuación de los jueces en los partidos más importantes. Tenía una columna titulada El silbato de América, un apodo que me gané con mis sobresalientes arbitrajes", mensura sin modestia y con razón. A partir de allí fue creciendo su fama de comentarista cáustico ("hay que decir siempre la verdad, aunque duela", alardea) y deambuló por Varios programas, como Tangolerías, con Roberto Galán, hasta recalar definitivamente en Canal 9, donde su imagen destella en Sábados del pueblo y Domingos estudiantiles; simultáneamente su voz puede escucharse en los programas radiales El silbato de América (Radio Mitre), Matinata (El Mundo) y Deportes sin camelo (Antártida).
Su carrera de referee fue tan meteórica como su rauda trayectoria periodística: al año de ascender a primera división alcanzó categoría internacional, dirigiendo en todos los países de Sudamérica. Además, durante tres años seguidos —desde 1965— disfrutó de un lauro casi inaccesible en fútbol: ser considerado el mejor árbitro por el puntaje que otorgaban los clubes y los veedores de la AFA, un sistema que se imaginó durante la intervención de Valentín Suárez. Ahora, no sólo le quedan recuerdos de aquella época: también se jacta de poseer un certificado otorgado por la AFA donde se solfean sus méritos.
Claro que no siempre llovieron rosas a su paso por las canchas: como todos, por supuesto, cosechó también denuestos y blasfemias. En especial de los simpatizantes de River Plate, quienes nunca le perdonaron no haber cobrado un penal favorable a los millonarios que vio todo el mundo menos él. El hecho ocurrió en el último partido de 1958, casi sobre la hora de su finalización, cuando Luis Gregorio Gallo —jugador de Vélez Sarsfield— tocó la pelota con la mano dentro de su propia área. La jugada no hubiera tenido mucha importancia en otras circunstancias, pero en ese momento sirvió para privar al conjunto de Núñez de un campeonato que igualó en puntos pero perdió por un gol. Para colmo de males, ya se sabía que Guillermo Nimo —desde chiquito— era hincha de River Plate.
"Yo creía que me gritaban porque, como se me paró el reloj, finalmente jugué dos minutos menos y todo River estaba metido en el área de Vélez, buscando el triunfo con desesperación. Recién al otro día me enteré por los diarios que me echaban la culpa a mí. Pero, yo no vi el penal. Además, seis meses después, el propio Gallo, me juró que la pelota le pegó en el hombro. Yo en esa jugada —se disculpa Nimo— tenía 14 tipos delante mío, y no vi nada". De todas maneras, entre las mufas que jalonan la historia —en realidad, estos últimos 24 campeonatos— de River Plate tiene un lugar destacado esa supuesta traición de Nimo.
La semana pasada, GN abandonó su céntrico departamento ("vivo en Córdoba y Maipú para estar cerca de todas las cosas que pasan", barrunta) y recaló en la redacción de Siete Días luciendo su atildada y más bien ruidosa vestimenta. Hijo único de padres españoles, se crió en el Barrio Norte de la ciudad, donde jugó a la pelota, siempre como arquero. En ese puesto —precisamente— lució la casaca de Huracán hasta la tercera división profesional, donde alcanzó a ser suplente del longevo Edgardo Vasco Medinabeytía. Ahora, luego de repasar su pintoresco historial, se animó a analizar la actualidad futbolística— sin contemplaciones, como asegura hacerlo en sus programas deportivos—, pero también a proponer algunas que otras modestas soluciones. "A mí la gente me respeta, nadie piensa que soy un charlatán", supuso a guisa de introito a un diálogo incisivo sobre su peculiar estilo periodístico, sazonado siempre con furibundos enojos, juicios a veces arbitrarios y frases célebres.
—Algunos dicen que copiás a Dante Panzeri.
—Yo no me creo ningún imitador de Panzeri ni de nadie, pienso que en esto soy único.
—Se supone eso porque criticás bastante.
—Lo que pasa es muy sencillo: el 30 por ciento de nuestro fútbol es bueno, pero el 70 restante es malo, desastroso. Entonces, uno está obligado a repartir críticas en mayor proporción que elogios.
—¿Te parece que aportas algo con tus juicios?
—¡claro que sí! —se enoja —. No estoy para dar palos solamente. Mis críticas siempre son constructivas porque aportan soluciones.
—¿Nunca sentiste miedo por lo que decís?
—No. Y eso que jamás me lavo las manos. Me juego siempre entero, en el terreno que sea.
—¿Nunca te equivocás?
—Digo lo que siento, pero no soy el dueño de la verdad. Eso sí, hablo de fútbol, que es lo que sé.
—¿Cómo te das cuenta que sabés?
—Porque tengo fundamentos. No soy como otros que hablan de cualquier cosa. Yo los conozco a todos...
—¿A quiénes?
—A jugadores, dirigentes y técnicos. Vos sabés que al fútbol yo lo mamé desde adentro.
—¿Y eso qué importancia tiene para comentar fútbol?
—Fundamental. Se aprende viviéndolo, nunca en los libros.
Dicho lo cual se levanta y empieza a graficar con gestos ampulosos todo lo que conoce en la materia. En apoyo de sus teorías es capaz de recurrir sin temores a una gambeta imaginaria, dibujar en el aire cualquier jugada o soplar un silbato simulado con los dedos. De Nimo se podrán decir muchas cosas, menos que no tiene una pasión por el fútbol y el periodismo.

DE RIVER Y OTROS MENJUNJES
Viste pantalón celeste, saco gris a cuadros y corbata con vivos amarillos. Usa siempre dos anillos, y guarda en su casa una colección de 25 boquillas Asegura que nunca bebe menos de quince cafés por día y se entusiasma con la organización del Campeonato Mundial de fútbol a realizarse en Argentina en 1978. "Por primera vez se está trabajando en serio —mensura—, a pesar de lo que digan muchas opiniones en contra". Desecha que estos juicios estén sustentados en un falso patriotismo y —paternal— aconseja: "La única manera de triunfar es que nos hagamos carne de las palabras de nuestro líder, el general Perón: "Unidos, somos más". Enseguida previene: "Si cada uno tira el carro para su lado, fracasamos".
Haciendo un balance de lo actuado, supone que "no hay problemas con los estadios a utilizarse, porque en Buenos Aires sobran, y en el interior hay que hacerlos mucho más chicos, con una capacidad para 25 mil espectadores, nada más". Para avalar su tesis, cita que en los campeonatos anteriores se usaron estadios que no superaban esa capacidad. Además, coincide en la elección de César Menotti como director técnico del seleccionado nacional porque es partidario de un fútbol alegre, ofensivo, donde todos atacan y defienden. Por las dudas, con afán didáctico, recomienda la manera en que debe jugar el equipo albiceleste: "Tienen que hacer rotación de pelota y usar la habilidad, sin jugar al pelotazo como ha ocurrido últimamente. A los europeos nunca les vamos a ganar en preparación física — remacha Nimo—, así que debemos recurrir a nuestra capacidad individual. Y los jugadores que triunfan en Europa demuestran que todavía nos sobran buenos futbolistas".
Claro que él nunca elegiría once estrellas, "porque así — estima— se va al fracaso total. En cambio, tomaría seis hombres bases, quienes serían los estrategas, y los rodearía de otros cinco que trabajen, que parezcan obreros dentro de la cancha. Esa es la única forma de armar un buen conjunto: con estrellas - solas la cosa no anda porque se pasan todo el tiempo en tratar de eclipsarse unos a otros". Jamás convocaría —tampoco — a futbolistas que están actuando en el exterior, "pues, aunque digan que van a dar todo lo que tienen, en el momento de jugarse la pierna se acuerdan de los dólares que "ganan y ninguno se arriesga, como ocurrió en el último mundial, donde el único que rindió fue Ramón Cacho Heredia. Los demás pasaron desapercibidos". Entonces propone elegir a muchachos jóvenes, sobre todo del interior del país, "porque es gente con ganas de triunfar", Nimo dixit.
Anhela una reestructuración para los campeonatos de la AFA, presagiando un fracaso total en caso de seguir con los esquemas actuales: "Los clubes perdieron plata como locos, y no siempre se puede estar supeditado a la generosa ayuda del Ministerio de Bienestar Social". Semejantes desajustes económicos y otros males, el virulento comentarista deportivo los achaca a los dirigentes, "que saben muy poco de fútbol, y encima — insiste Nimo— dirigen grandes empresas, que a la larga son las únicas que se benefician con la fama y los cargos que tienen como directivos".
Tampoco escapan a sus cáusticos juicios los árbitros. "Son apenas doscientos y están todos divididos. Es que muchos suponen que estar al frente de la Asociación Argentina de Árbitros ayuda a que los ascensos sean más rápidos. Y eso, lamentablemente, es lo que ocurre. Además, como hay un número limitado en cada categoría, cada uno está deseando que le vaya mal al otro para poder subir a ocupar su lugar. Entre los árbitros lo que sobra es la envidia". Al mismo tiempo que cita a dos jóvenes jueces, Jorge Sukutian y Abel Cnieco, como promesas dentro del referato, se anima a vivisecar a Humberto Dellacasa: "Es un árbitro capaz que juega equivocado. Cree que la personalidad se adquiere en base al terror y no se da cuenta que la AFA lo designa para dirigir un partido con 22 jugadores y tiene que tratar de terminarlo con la misma cantidad y no con menos como hace él. Es como si en cualquier trabajo —compara—, el jefe se la pasara suspendiendo a sus empleados para que se porten bien. Eso significa que nadie lo respeta. Mientras que yo era capaz de gritarle a un jugador para que no diera una patada, Dellacasa los deja hacer para expulsarlos".
Por momentos, como si se acelerara de golpe, Guillermo Nimo abandona el monólogo tranquilo y la charla recobra matices. Juzga a Enzo Ferrero ("es el mejor futbolista de la actualidad, porque tiene habilidad, velocidad y fuerza") y elogia a Perico Raymondo: "Un veterano que el año pasado demostró gran jerarquía, haciéndome recordar a los centrohalf de antes, como Néstor Rossi o Ángel Perucca. Es el tipo de caudillo que necesita un buen equipo de fútbol. Algo que no tiene River, por ejemplo". Este tema, las constantes frustraciones de los millonarios, parece entusiasmarlo. Se repantiga con gusto en el asiento, juguetea con la boquilla y espera la pregunta como si fuera un erudito en fracasos.
—¿Cuál es el problema de River Plate?
—Es muy fácil descubrirlo. Los verdaderos culpables son los directivos: no saben elegir a los técnicos. Ya van ocho en los últimos dos años. En River ya nadie puede esperar, así que tienen que comprar buenos jugadores y no de medio pelo como han estado haciendo hasta ahora.
—¿Qué jugadores le recomendarías a River?
—No sé, eso depende de muchas cosas. Entre ellas la plata de que se disponga.
—Suponiendo que la tuvieran.
—¡Qué sé yo! No es fácil indicar cuáles.
—Pero vos decías al principio de este reportaje que siempre te jugabas. ¿Qué te pasa que eludís el compromiso?
—Bueno, creo que tiene que comprar jugadores de jerarquía.
—¿Cuáles?
—No sé los nombres, pero te voy a decir los puestos que necesita reforzar: dos hombres en la línea de zagueros, dos en el medio campo y un delantero.
—Perdóname que insista: pero dame algún nombre, ¿Carlos Morete tendría que salir?
—No, Morete no, cumple su función de goleador con mucha eficiencia.
—¿A quien comprarías, entonces? ¿Te gusta Paolino?
—Parece que lo quieren adquirir. Bueno, Paolino sí, es un jugador de gran jerarquía, con experiencia y personalidad. Esos son los jugadores que tiene que conseguir River y no muchachos de cuadros chicos que luego sufren el traslado al vestir la casaca de una institución grande. Basta ya de Di Meolas, Urcevichs, y tantos otros. Tienen que comprar cracks. Mirá, mi berretín es que los de River se aviven de una vez por todas.
Revista Siete Días Ilustrados
6/1/1975

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