Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Argentina siglo XX
por Jorge Capsiski

La muerte de Yrigoyen


CON LA MUERTE DE HIPOLITO YRIGOYEN DESAPARECIO DEL ESCENARIO POLITICO ARGENTINO EL ULTIMO CAUDILLO. ERA EL HOMBRE MAS POPULAR DESDE LA ORGANIZACION NACIONAL, Y CON EL TERMINO TODA UNA EPOCA DE NUESTRA HISTORIA. CUALQUIERA SEA EL JUICIO QUE LA POSTERIDAD RESERVE A SU ACTUACION, ES INDUDABLE QUE NO PODRA JUZGARSELE SINO IDENTIFICADO CON ESE PERIODO QUE SE INICIA CON LA CAPITALIZACION DE BUENOS AIRES Y EL AFIANZAMIENTO DE LA DEMOCRACIA POR EL EJERCICIO DE LA LEY SAENZ PEÑA. MISTERIOSO Y ENIGMATICO, CONSTITUYO UNA DE LAS INDIVIDUALIDADES MAS SINGULARES DE SU TIEMPO. TERMINADA SU PRIMERA PRESIDENCIA EN OCTUBRE DE 1922, AUNQUE AGOBIADO POR EL PESO DE LA EDAD (TENIA 73 ANOS), VOLVIO A DIRIGIR DESDE EL LLANO AL PARTIDO RADICAL. CASI NO SE MOVIO DE SU DOMICILIO. PERO NADA SE HACIA EN SUS FILAS PARTIDARIAS SIN SU CONSENTIMIENTO. EN 1928 FUE REELECTO POR 800.000 VOTOS (CIFRA QUE NO HABIA SIDO ALCANZADA POR NADIE EN EL PAIS), DESPUES DE UNA EXTRAORDINARIA CAMPAÑA CIVICA EN LA QUE NO PRONUNCIO DISCURSO ALGUNO Y NI SIQUIERA ANUNCIO UN PROGRAMA.
TODO EL PAIS ESTABA AL TANTO DE LAS ALTERNATIVAS DE SU ENFERMEDAD. A PESAR DE LAS RECTIFICACIONES DIARIAS, SE HABIA LLEGADO AL CONVENCIMIENTO DE QUE SUS DIAS ESTABAN CONTADOS. SIN EMBARGO, AL ENTERARSE DE SU MUERTE, EL PUEBLO ENLOQUECIO. EL 6 DE JULIO DE 1933, EL ENTIERRO DE HIPOLITO YRIGOYEN REUNIO ESPONTANEAMENTE UNA MULTITUD CUYO NUMERO TAL VEZ NO PUDO NUNCA ALCANZARSE ANTES NI DESPUES EN BUENOS AIRES. ACASO, ENTRE ELLOS ESTABAN TAMBIEN, ARREPENTIDOS, AQUELLOS QUE EL 6 DE SEPTIEMBRE DE 1930 INCENDIARON SU CASA Y QUEMARON SUS MUEBLES EN LA CALLE.
HASTA TAL PUNTO SU VIDA PUBLICA CARECIO DE TODA EXHIBICION Y SU VIDA PRIVADA FUE CELOSAMENTE PRESERVADA DE LA CURIOSIDAD AJENA QUE, A 37 AÑOS DE SU MUERTE, ENCONTRAR A LOS TESTIGOS DE SUS ULTIMOS MOMENTOS ERA TODO UN DESAFIO. SEMANA RESCATO SEIS TESTIMONIOS PARA LA HISTORIA. LOS RECUERDOS DE SEIS PERSONAJES QUE SE ENCONTRABAN EN LA CASA DEL CAUDILLO EN SUS ULTIMOS MOMENTOS, Y EN CUYAS MANOS QUEDO LA ORGANIZACION DE TODA ESA MAREA HUMANA QUE COMENZO A INUNDAR LAS CALLES. ELLOS SON RICARDO GARBELLINI, OSCAR LOPEZ SERROT, JULIAN SANCERNI GIMENEZ, ENRIQUE RIVAROLA, MARIANO OSCAR ROSITO.
LA UNICA DIRIGENTE FEMENINA UNIVERSITARIA DE ESA EPOCA, BLANCA STABILE, NOS CONTO COMO VIVIO ESOS MOMENTOS DESDE LA CALLE, EN EL IMPROVISADO DESFILE DE ANTORCHAS QUE ILUMINO ESA NOCHE. Y ARTURO FRONDIZI ESCRIBIO PARA NOSOTROS TODO LO QUE SINTIO ESE 6 DE JULIO, DURANTE EL ENTIERRO, CUANDO ERA UN MANIFESTANTE ANONIMO Y PODIA CONFUNDIRSE ENTRE LA MULTITUD. YA SOBRE EL CIERRE LLEGO A NUESTRO PODER UN CUADERNO INEDITO. TODO UN DOCUMENTO. EL DIARIO DEL MEDICO QUE ATENDIO A HIPOLITO YRIGOYEN EN MARTIN GARCIA. Y EL ARCHIVO GRAFICO DE LA NACION Y ALGUNOS GENEROSOS COLECCIONISTAS CONTRIBUYERON A ILUSTRAR TODO ESTO PARA USTED.

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MIS RECUERDOS DE ESE DIA
Escribe Arturo Frondizi
"El recuerdo de la muerte de Yrigoyen trascurre en mi memoria en dos planos distintos, pero confundidos. Está el elemento personal, que constituye una vivencia siempre repetida. Y junto a él la reflexión política que, puesto que está en continuo proceso, pudo ser elaborada una y otra vez. Para responder a su pregunta acepto el método que usted propone de «volver a vivir»."
Ese día de julio de 1933, cuando me enteré de la muerte de Yrigoyen, estaba yo postrado por una fuerte gripe. Sobraban motivos para que el impacto fuera profundo. Siendo niña me tocó estar con la bandera argentina de la escuela primaria que cursaba, junto al palco presidencial. Escribí entonces una carta reflejando el impacto que me había producido ese hombre de figura austera. Años después, ya adolescente y mientras cursaba el bachillerato en el Colegio Nacional Mariano Moreno, me identifiqué con el yrigoyenismo como un sentir popular.
Cuando se produjo el golpe militar del 6 de septiembre de 1930 yo que me había negado a pisar un comité a pesar de mi yrigoyenismo, decidí que de ahí en adelante dedicaría mi vida a la acción política. El Yrigoyen caído se me aparecía como la encarnación misma de la Patria, velando por el destino de la comunidad y por el de cada uno de los individuos.
Estando en cama envié un inmediato telegrama a la modesta casa de la calle Sarmiento donde estaban los restos de lo que era para mí un hombre símbolo. El día del sepelio, todavía enfermo, fui junto con mi mujer a formar parte como un joven anónimo de la gran columna popular. Desde la esquina de Tucumán y Callao vi pasar a miles de argentinos que acompañaban al gran caudillo. Hombres y mujeres de todas las edades y de todas las clases sociales. El espectáculo era imponente no sólo por la multitud sino por su composición humana. Me emocionó profundamente ver a la gente humilde sollozante y una nota totalmente inesperada para mí: la presencia de una multitud de negros. Creo que en ese momento me di cuenta por primera vez que existía una comunidad de este tipo en Buenos Aires.
Los que el 6 de septiembre nos conmovimos por la soledad de Yrigoyen pudimos advertir cómo el pueblo había ¡do a su sepelio a decir que el instinto popular es más fuerte que todos los poderes que lo encarcelaron, lo denigraron y lo atacaron. El caudillo era ya un mito de la Patria. Viendo pasar su féretro me sentí más yrigoyenista y comprendí por qué él jamás a su fuerza política la llamó partido. La llamó siempre Unión Cívica Radical, pero no como un partido más sino como un movimiento que encarnaba los ideales de la Patria.
A 40 años de distancia y después que el destino quiso que viviera como él el honor, la soledad y la responsabilidad de la presidencia y también el honor y la soledad de la prisión de Martín García lo evoco como un inspirador de las grandes líneas nacionales y populares de la Argentina. Buenos Aires, noviembre 19 de 1970.
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LOS TESTIGOS DE LA MUERTE

OSCAR LOPEZ SERROT (65 años)
Los que estábamos en la oposición al grupo que dominaba el partido (que respondía a las directiva de Alvear) fuimos a ver a Yrigoyen unos diez días antes de su muerte. Sabíamos que había pedido que sus adictos rodearan a Alvear. Nos recibió muy emponchado, muy disminuido físicamente. Su advertencia fue profética: "Prosigan la lucha porque esta gente que anda en la conducción del partido no tiene una gran fe y convicción radical. Algunos tienen solo un barniz y si se les hace así con la uña, aparece el mitrismo. Además son tipos que dan vueltas y vueltas a la Casa de Gobierno, y en cuanto se les abra la puerta se meten."
Recuerdo sus últimos momentos. Vicente Scarlato y su secretaria Isabel Menéndez estaban a su lado. De vez en cuando entraba un médico y tomaba el pulso al enfermo. Le miraban la pupila. Afuera los amigos esperábamos angustiados. Entonces salió el doctor Izzo y dijo: "Se termina, es cuestión de minutos". Nos agolpamos en las puertas de vidrio de su dormitorio. Mirábamos a través de las cortinas. Yrigoyen estaba recostado sobre almohadones. La fiebre le congestionaba el rostro. Una increíble vitalidad cardíaca sostenía ese cuerpo irremediablemente rendido. Pero la fatiga persistía. El pecho cada vez se agitaba menos. Le dieron oxígeno. Alrededor del cuello tenía un rosario de cuentas de oro y una enorme echarpe. Cuando murió, la cruz del rosario cayó sobre su pecho.

ENRIQUE RIVAROLA (75 años)
Nos hicimos amigos porque yo fui quien desató los caballos de su carroza, allá por 1916, para que sus adictos la arrastraran. Como los granaderos querían cargar contra nosotros, Yrigoyen los paró: "Déjenlos, el pueblo sabe lo que hace". Nos empujaban tanto, que casi terminamos estrellados contra la Casa de Gobierno.
De sus últimos momentos recuerdo muchas cosas. Una vez fui a visitarlo y lo encontré con el dueño de su casa.
—Voy a tener que aumentarle el alquiler —dijo el otro —, porque esto hay que redecorarlo.
Yrigoyen bajó la cabeza y dijo suavemente: "Por favor, quiero pedirle que se olvide de la decoración, y me baje el alquiler, porque no voy a tener plata para pagarle".
La última vez que lo visité no abandonó la silla; por eso comprendí que estaba muy grave. Yrigoyen acostumbraba a tomar a su interlocutor del brazo y recorrer con él la habitación.
Cuando me enteré de su muerte —yo estaba en la puerta de su casa— lloré a gritos, como si se hubiera muerto mi padre. El día de su entierro su cajón iba y venía entre la muchedumbre, como flotando en el aire. Las calles estaban ocupadas de vereda a vereda. Mucha gente en el suelo, hincada de rodillas rezando con lágrimas en los ojos. Desde los balcones se agitaban algunos pañuelos.
Nosotros teníamos la intención de tomar la Casa de Gobierno con el cajón. Las cosas estaban muy fieras. La hija de Yrigoyen había rechazado los homenajes oficiales porque prohibieron hacer el velatorio en un lugar público. Algunos amigos hacía días que conspiraban. Con semejante multitud hubiese sido una pavada tomar la Casa Rosada. Alvear no quiso saber nada. Tuvimos que calmar a la gente.

MARIANO OSCAR ROSITO (70 años)
Unos días antes de su muerte lo visitamos varios amigos. Elaborábamos el programa partidario. Nos dejó hablar. Después tendió su mano sobre un ejemplar de la Constitución que tenía sobre su mesa. Levantó su índice amenazante y recomendó: "No se vayan a olvidar de este libro. Para nosotros tiene que ser la bandera fundamental".
Yo también estuve a su lado en los últimos momentos. Fue desgarrante. La ciudad quedó cubierta por una inmensa muchedumbre. La gente acongojada, exteriorizaba su dolor prendiendo vejas y antorchas. Muchas llevaban tres días rezando en la calle, bajo una garúa imperceptible. El cortejo tardó seis horas en llegar a la Recoleta y permanentemente iba cantando el Himno Nacional. El féretro fue arrebatado por la multitud y llevado al hombro; parecía flotar en un mar.

JULIAN SANCERNI GIMENEZ (67 años)
Mi último recuerdo de Yrigoyen sirve para negar su llamada declinación civil. Cuando regresó de su destierro en Martín García miró fijamente a todos sus amigos y dijo muy decidido: "Señores ... hay que empezar de nuevo". "Fíjese Su Señoría —me dijo en una de mis últimas visitas— que cuando ocurrió esa incidencia del 6 de septiembre y avanzaba ese pobre bandido con los alumnos del Colegio Militar (y la calificación fue piadosa, porque Uriburu había muerto hacía poco tiempo) ya revestía todos los caracteres de una mentalidad puesta al servicio del capital extranjero."
Cuando falleció yo estaba en la habitación contigua. Me tocó organizar las concentraciones de pesar. Fui comisario civil de la columna que acompañó sus restos. Y fue impresionante el gentío. Fíjese que yo iba adelante de esa inmensa multitud. Cuando llegamos al cementerio había tal cantidad esperando, que tuve miedo que al chocar las dos columnas nos hiciéramos trizas. Corrí cien metros y me situé detrás de un árbol a una buena distancia. Fatigado por el temor de ser triturado e impresionado por semejante concentración humana.

RICARDO GARBELLINI (73 años)
La última vez que lo vi yo iba con Alvear. Esperé en la antecámara, e Isabel Menéndez, su secretaria, salió de la habitación muy emocionada.
—Allí están los dos prohombres —me dijo— de pie y llorando abrazados como dos chicos.
Cuando falleció yo estaba en la terraza de su casa, mirando al pueblo. Antonio Hugo salió al balcón y gritó: "Hipólito Yrigoyen ha muerto. ¡Viva Hipólito Yrigoyen!"
Salimos de la casa con el doctor Alvear. Cuando nos quisimos dar cuenta, nos separaba una cuadra de gente. Nunca olvidaré el entierro de Yrigoyen. Era un día de trabajo corriente. No se decretó feriado nacional, ni se cerraron las fábricas, pero estaba todo el mundo. Yo fui uno de los comisarios nombrados por Sancerni Giménez. Le aseguro que cuando el frente de la manifestación estaba ya dentro del cementerio y empezaron los discursos, la cola de la columna estaba todavía en Plaza Congreso y no había dado vuelta por la Avenida de Mayo. El doctor Alvear solía decir viendo la película que se tomó ese día: "Me estremezco al ver el riesgo que tuve de morir aplastado".

JOSE SIVORI (66 años)
Yo estudiaba profesorado de historia e iba a verlo muy a menudo. Me sentaba al lado de él y lo escuchaba con mucha atención. Yrigoyen era sagaz, conocía a los hombres, escrutaba) con la mirada de tal manera que era necesario ser muy veraz. Una vez cayó un amigo. El viejo lo miró fijo y le dijo: "Su Señoría tiene alguna preocupación."
—Es que a Guillermo Linch le van a rematar la casa.
—Pobrecito —se lamentó Yrigoyen—. Por dedicarse al partido descuidó sus asuntos. Sacó su libreta de cheques y le dijo: —"Aquí tiene. Pero no le diga nunca que yo lo ayudé. Porque si lo hace va a tener mucha vergüenza y es capaz de no venir más por acá".
Unos meses antes de morir adquirió una fisonomía distinta. Tenía el presentimiento de su partida y sentía sobre sus espaldas todo el drama del país. La última vez lo vi bien, erguido como de costumbre, pero demasiado ronco: la enfermedad le había afectado la garganta. Vivía en la calle Sarmiento muy modestamente. Una cama, una cómoda, una palangana vieja y la jarra para el agua. Yo estaba allí cuando falleció. No quise entrar en la habitación. Todavía recuerdo su respiración fuerte, ronca. Cuando el pueblo escuchó la noticia, se arrodilló en la calle.

BLANCA STABILE DE MACHINANDIARENA
(59 años)
(Hoy secretaria del Comité Nacional del MID: Movimiento de Integración y Desarrollo).
Fue como si tocaran un botón y la gente, instantáneamente, comenzara a cubrir las calles. La calle Sarmiento era muy oscura. Caía una lluvia persistente. La gente improvisaba antorchas. El cuadro era patético. La convocatoria había sido espontánea. La multitud estaba en silencio. No se oían cantos ni estribillos. Las pequeñas puertas de la casa de Yrigoyen apenas permitían una lentísima posibilidad de entrada. Su entierro fue increíble. El cajón en brazos de la muchedumbre cayó varias veces al suelo.

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ABSOLUTAMENTE INEDITO
PARTE DIARIO DE ATENCION MEDICA AL SEÑOR HIPOLITO YRIGOYEN EN MARTIN GARCIA
Autorizo al doctor Arturo Frondizi para dar el destino que crea más conveniente al interés público el cuaderno que le entregara oportunamente y que fuera propiedad de mi esposo, capitán de fragata Adolfo P. Garnaud, relativo a la estada del doctor Hipólito Yrigoyen en la isla Martín García en 1931 y 1932.
Marzo 27 de 1958 - SUSANA E. DE GARNAUD.

Marzo 12 de 1931: Padecía de una indigestión que curó con un purgante. Manifiesta que a raíz de dichos trastornos sus orinas han disminuido y son muy cargadas. Se queja de fuertes dolores lumbares. Para los primeros sólo se hace fricciones de alcohol alcanforado, no aceptando otra medicación.
Marzo 14, sábado: El doctor Pedro Escudero llegó a ver al enfermo que se queja de fuertes dolores lumbares. Es examinado detenidamente, no encontrándosele nada anormal. Tiene en esa oportunidad una acalorada discusión en la que se exaspera, grita, acciona y camina durante más de 10 minutos. No observándosele síntoma de fatiga. Su pulso después de este episodio es más rico. No almuerza temiendo que le haga mal.
Abril 26, domingo: Visita 17,45. Dice haber pasado una noche agitada. No pudo dormir después de las tres. Lo atribuye al trabajo intenso del día de ayer.
Junio 10, miércoles: Debo hacer constar que desde, el día siete del corriente el enfermo reconcentrado en sí mismo y meditativo se ha vuelto locuaz. Expansivo. Actitud que contrasta con el mutismo de día; anteriores. En su conversación relativamente amena no se puede notar ningún síntoma patológico. Aunque a veces haya una ligera incoherencia o incohesión en sus frases y pierde el sentido de la conversación. Esto último ha sido frecuente en él, desde que le asisto. Estado bueno. Pulso normal.
Junio 30: Llamado 5 horas. Tomó la magnesia y la vomitó en seguida. Muy abundante sin mal olor y con restos de
comida. Quedó aliviado. Se le da otra dosis de magnesia. Temperatura: 37,3.
1º de enero de 1932: Se queja de micciones frecuentes, habiéndose alarmado porque cree haber orinado sangre. Compruebo micciones cada 15 minutos (más o menos 50 gramos). Con abundante sangre roja. Muy dolorosas sobre todo al final. No hay antecedentes. para justificar esta cistitis de cuello salvo un factor nervioso.
Febrero 17, miércoles: Visita 16 horas. Ligeramente excitado. Al comienzo tuvimos una ligera discusión a causa de una lesión cutánea que sufre el conscripto que lo sirve. Pretendiendo que debe ser internado porque "tiene una enfermedad total a la sangre". Demostré que eso no era así. Pero que si no lo quería a su servicio hablara con el señor alférez para que lo sacara. Lo hizo. Se generó una acalorada discusión a pesar de que reiteradamente el señor alférez le manifiesta que tiene razón y que se hará como él pide. Terminado este tema y siempre en el mismo tono provocativo le dice al dentista "qué es lo que quiere hacer de mí". Visto que se originaba otra discusión, pedí permiso para retirarme. Y me grita que me quede para ver lo que le hacía el dentista. Respondí que ésa no era mi misión, ni podía opinar en asuntos, que no eran de mi incumbencia. Se puso entonces irascible y gritó que "nos mandáramos mudar, que nos fuéramos inmediatamente y que no quería saber nada más de nosotros". Visto lo cual nos retiramos.
Febrero 19: En la visita efectuada hoy, el señor Yrigoyen manifiesta que ayer, impacientado y algo nervioso había dicho "hemos terminado" pero esto no significaba haber echado a nadie y tanto era así que había esperado la visita del médico.
Como en la fecha el señor Yrigoyen ha sido trasladado y el juicio del suscripto no tiene la mayor importancia, cierro este diario el 19 de febrero de 1932.

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HIPOLITO YRIGOYEN: LO QUE LA HISTORIA NO DIJO
—Sus biógrafos lo llaman el "hombre del misterio". —Varios estudiosos sostienen que era hijo de Juan Manuel de Rosas. —Su abuelo murió fusilado por mazorquero.
—Fue sobrino de Leandro N. Alem y de Agustina C. Alem, que fugó de su casa para vivir amancebada por un sacerdote.
—En su juventud trabajó como carrero y cuarteador de tranvías.
—A los 20 años fue comisario en el Barrio de Balvanera.
—No se doctoró. Muchos lo, acusan de no haberse recibido de abogado. No existen pruebas de que haya terminado su carrera.
—Fue profesor de la Escuda Normal Nº 1, de avenida Córdoba entre Riobamba y Ayacucho.
—En marzo de 1882 se afilió a la masonería en la Logia Docente de Buenos Aires.
—No se afilió nunca a la Unión Cívica Radical
—Conspiró durante las tres cuartas partes de su vida política.
—Jamás pronunció un discurso, no escribió libros ni artículos periodísticos.
—En las manifestaciones partidarias se ocultaba siempre de los ojos del público. Pero sus fieles sabían que "él estaba allí".

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QUE PASO ESE AÑO EN ARGENTINA
—En 1933 se firmó el famoso pacto Roca Runciman, en Londres, por una comisión que encabezaba Julio Argentino Roca (h.)
—Se fundó el Banco Central.
—Sobrevino una ola de suicidios: 489 en todo el país. —Santiago Luis Capello fue designado por el Vaticano Primer Purpurado de la Iglesia Argentina.
—Gobierna el general Agustín P. Justo. La Capital tiene 2.500.000 habitantes.
—Después de la Convención Nacional del radicalismo, miembros del partido se levantan en armas en Rosario y Santa Fe, produciéndose sangrientos combates armados.
—Ezequiel Martínez Estrada escribe su conocida "Radiografía de La Pampa".
—La mafia opera libremente en el país. Se secuestra al joven Abel Ayerza, que es asesinado a mansalva.

Revista Semana Gráfica
4/12/1970


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