Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

COLECTIVIDADES
¿Podrán los judíos araucanos ver la Tierra Prometida?

Hay una estrella de David, hecha de varilla seca, sobre el frente de ladrillo encalado; a su alrededor se levanta una pequeña población de obreros, albañiles, campesinos. El pueblo está rodeado de flores y huertos, y se dice judío. Sin embargo, los chicos que corren por la calle de tierra tienen los ojos negros y el pelo duro de los indios sudamericanos.
La historia de estos judíos araucanos comienza en 1911, cuando el hermano Avalos, pastor adventista del sur de Chile, abrazó el judaísmo, acompañado por su feligresía. Los Córdoba, los Acuña, los Godoy, de oscuros ojos rasgados y acento ceceoso, aprendieron así a suspirar por Israel. La sencilla comunidad de piel cobriza aprendió también, con Avalos, a frecuentar el Libro Santo, y se identificó con "el pueblo humilde y pobre, que espera en nombre de Jehová", anunciado por Sofonías.
Los conversos tomaron el nombre de Iglesia Israelita del Nuevo Pacto, inspirados por la profecía de Jeremías: "Y los hijos de los extranjeros edificarán tu muros, ¡oh Jerusalem!". El movimiento se propagó a lo largo de Chile, hasta totalizar unas 1.000 familias. En los últimos veinte años, muchas de ellas se trasladaron a Bahía Blanca, Neuquén, Río Negro. El grupo más numeroso se radicó en Canning, a cuatro kilómetros de Ezeiza, donde se les agregaron otros núcleos europeos y chilenos, atraídos a veces por el origen, otras por la religión, como dos matrimonios franceses: allí los encontró TODO, rodeados de una aguda sensación de falta de defensa, de guardia baja, de paz.
Atraído por los husos de hilar típicamente araucanos tras la ventana, un redactor de TODO irrumpió en el comedor simple donde un padre barbado distribuía la sopa de coles a ocho hijas: "Asientito, asientito", convidaron de inmediato los chilenos.
—¿Cómo se llama eso que comen? —preguntó el periodista.
—Sopa, no más —le respondieron entre sonrisas.
La planicie pampeana y los vecinos gentiles (no-judíos) circundan el poblado, sin que aparezcan rasgos de competencia; los conversos aguardan pacientemente que la comunidad israelita los incorpore. "Aún no lo hemos logrado —dijo Ruperto Córdoba, a quien la agrupación considera su pastor—, pero nuestro amor hacia el judaísmo no decae. Mientras esperamos que se nos permita entrar a Israel y radicarnos todos juntos, vivimos de nuestro trabajo cotidiano. Sabemos ser útiles en cualquier parte."
En la quietud del mediodía, el hermano Godoy, cuya figura adquiriera notoriedad en un reciente concurso televisado sobre la Biblia, agrega: "A veces tenemos problemas con los capataces, porque nos negamos a trabajar los días sábados. Para colmo, en el gremio de la construcción hay muchos días perdidos. La vida se hace difícil". Mientras los hombres que lo rodean asienten con gravedad, el hermano Daniel —alto, rubio, sudamericano— dice que "por fortuna, nos sostiene la fe".
Sorprendido por esa gente diferente, el mozo de un boliche vecino comentó a TODO, con fastidio, que "esos chilenos no son como los demás. Para la fiesta de ellos, que llaman Pascua, vinieron todos juntos. Pensé que me iban a terminar el vino. ¡Pero qué esperanza! ¡No toman nada más que coca cola!"
Algunas disidencias han impedido a los conversos someterse al Rabinato. Según explicó el persuasivo hermano Córdoba, éstos son los puntos fundamentales:
• El grupo radicado en Ezeiza no practica la circuncisión. Se basan en el Deuteronomio ("Y circuncidará Jehová tu corazón"), afirmando que sólo es valedera la circuncisión simbólica, que representa la pérdida de la voluntad humana frente a Dios. Por su parte, fuentes judías religiosas aseguraron a TODO, la semana pasada, que la circuncisión es para los judíos tan importante como el bautismo para los católicos. "Quien no está circunciso no es judío", concluyeron.
• Para ingresar a Israel existen dos posibilidades: la Ley del Retorno es la primera, que viabiliza la repatriación de los judíos en peligro o en estado de necesidad urgente, en países hostiles. La segunda —para uso de los judíos que no tienen problemas especiales o de los extranjeros que desean radicarse en Israel— incluye las leyes inmigratorias, que exigen al aspirante un contrato de trabajo y conocimiento del hebreo. La humilde condición de los conversos chilenos les impide, naturalmente, financiar un viaje o aprender hebreo.
Ninguno de los dos trabajos, obviamente, es transitable para los judíos araucanos: con el trámite en franco estancamiento, ellos se reúnen, sin embargo, cada sábado, para prometerse mutuamente el gozo del reencuentro en Sión. A pesar de todo, la espera carece de angustia: a los ojos de un extraño, semeja un ejercicio dialéctico, donde el Rabinato simboliza la pared inexpugnable destinada a mantener viva la esperanza.
Un redactor de TODO, invitado a presenciar la ceremonia sabática, contempló con timidez la abundancia de flores en las calles, en las ventanas, en la camisa entreabierta de los hombres, en las trenzas de las niñas. "Shalom", dicen las mujeres al entrar al templo, tocadas con mantillas blancas criollas. Las más jóvenes se agrupan en torno de las guitarras y el acordeón, para cantar con honda seriedad y el arrastre inconfundible de los chilenos: "¡Salva a tu pueblo, Señor!" En los últimos bancos, las abuelas acunan a los recién nacidos. Desde el púlpito cubierto con un lienzo donde manos más laboriosas que hábiles bordaron en colores un Salmo de David, el pastor desenvuelve frente al asombro de los niños una historia deslumbrante, mil veces reiterada, en la cual el Señor —un Dios próximo, a quien Romildo Godoy trata de "usted"— hace crecer una vid hasta el mar y destroza las cabezas de siete reinos.
Dentro de un ritmo sereno y recogido, la comunidad encierra delicados problemas:
• Reina una evidente postura conciliatoria para con el cristianismo. "Jesús, un buen judío", musitan todos con veneración, cuando se los interroga sobre el tema. Este resabio de la Je de Avalos no se aparta demasiado del pensamiento de Juan XXIII, sin duda. Pero hace veinte siglos que ese punto de fricción no puede ser borrado.
• Muy pronto, jóvenes judíos araucanos deberán cumplir su conscripción en la Argentina. Los niños, que apenas frecuentan la escuela provincial cercana, y son retirados prontamente, porque son pobres y están de paso en el país, crecen aislados e inocentes.
Si la comunidad consiguiera la autorización para viajar a Israel, las oficinas de inmigración argentinas opondrían seguramente nuevas trabas a la partida definitiva de muchos niños y jóvenes nacidos en la Argentina.
De todos modos, un poco ajenos a las conjeturas, los judíos araucanos cumplen con sus sueños y sus ritos aislados del mundo exterior, del que los separa, además de su extraño ritmo espiritual, solamente la profusión de flores e inocentes. En la aldea de Canning, cuando el redactor de TODO la dejó, hace seis días, parecía notarse todo lo que falta y todo lo que sobra. Como aclaró en la ruidosa Capital Federal, horas después, un preocupado rabino, allí "falta dinero, falta malicia; sobre la confiada certeza de los simples, de quienes, al fin de cuentas, será el reino de los cielos".
TODO Nº 8
19.11.1964

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba